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TESORO

TH
4020

DE LOS

ROMANCEROS

Y

CANCIONEROS ESPAÑOLES,

HISTÓRICOS, CABALLERESCOS, MORISCOS Y OTROS,

RECOGIDOS Y ORDENADOS

POR

DON EUGENIO DE OCHOA,

Y ADICIONADO CON EL POEMA DEL CID Y OTROS VARIOS ROMANCES,

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IMPRENTA DE DON J. M. DE GRAU,

CALLE DE RIPOEL NÚMERO 16.

DISCURSO PRELIMINAR.

Por poco que se fije la atencion en la lectura de los romances comprendidos en el presente Tesoro; por poco que se estudien esas composiciones en las que se ven retratadas con tan verdaderos y hermosos colores las costumbres severas y caballerescas de nuestros padres, el carácter adusto á la par que noble y poético de los pasados siglos, y en las cuales están consignados los progresos del arte al lado de los de la civilizacion de un modo tan maravilloso, la primera duda, entre las varias que se presentan á la razon, es el saber si verdaderamente son esas sencillas creaciones y las que debieron de precederlas obra de un pueblo entero que anela inmortalizarse y á quien hacen poeta é inspiran los grandiosos acaecimientos, las ideas nuevas que se agitan á su rededor, en las cuales vive y que se suceden sin intermision procreándose unas á otras; ósi, por el contrario, son el resultado de los estudios de uno ó varios individuos quienes sobre formas y modelos dados inventaron otras que se adaptasen mas al carácter y estado de los pueblos para quienes cantaban, y á lo que debia ser objeto de sus versos.

Cuestiones esta que nos seria imposible resolver en la actualidad si quisiesemos valernos para ello de testimonios irrecusables, de pruebas de hecho que nos diesen por resultado una ecsactitud matemática, en vez de atenernos á las razones de analogía, de probalidad y de observacion, únicas que deben guiarnos en todas las cuestiones puramente de hecho, cuando la historia, su único juez competente, no las ha consignado en sus tablas.

Lo primero que debemos practicar á este fin, antes de entregarnos á reflecciones lógicas que no siempre son las mas exactas, es decender á las primeras edades de las sociedades modernas; identificarnos, digámoslo así, con los hombres que en ellas vivian; despojarnos de nuestras costumbres para adoptar las suyas, olvidar lo que nos ha enseñado el estudio y la esperiencia para hacernos cargo de su ignorancia; dejar aparte nuestro escepticismo y hacernos crédulos como ellos: en una palabra pasar á vivir en aquellos siglos lejanos, á movernos dentro el estrecho círculo en que ellos se movieron, á obrar en los acaecimientos de entonces, y calcular lo que harian ellos por lo que en su lugar hiciéramos nosotros sabemos hicieron otros pueblos en un estado de cosas semejante al del que , por lo que nos ocupa, y la hipótesis que formaremos tendrá á su favor un número tal de probabilidades que casi pasará al dominio de lo demostrado.

Cuando despues de la pérdida total del imperio de Occidente se hallaron cara á cara la antigua civilizacion que agonizaba y la barbarie de los nuevos conquistadores que iban á sentarse sobre el cadáver todavía palpitante de aquella; cuando, disipado el humo de los incendios y el polvo que levantaron las tiendas movibles y los carros de cortezas de árboles de los soldados de Atila y Alarico, empezó á formarse una nueva sociedad sobre las ruinas de tantos pueblos; cuando aniquilados ó dispersos todos los elementos de vida que le restaban aun á la carcomida civilizacion romana, se halló la Europa sumergida en la mas tenebrosa ignorancia, hubiera esa perecido enteramente si una nueva creencia, si una fe comun no hubiese hermanado las dos razas que se disputaban encarnizadamente la posesion de algunas ciudades reducidas á escombros y el dominio de algunos millares de hombres luchando con el hambre y la peste, reuniendo en torno de la cruz vencedores y vencidos, y fundiendo en una sola y numerosa familia tantos pueblos de costumbres y caracteres distintos y que solo un milagro del cielo podia unir. Establecida ya esa sociedad forzoso era que se formase un nuevo idioma tosco y bárbaro en el principio, resultado de la amalgama de la lengua latina y de los diferentes dialectos de los pueblos conquistadores, y con el cual pudiesen entenderse vencedores y vencidos. De ahí el orígen de la lengua romana ó jergas rústicas que se hablaron en la baja edad y en los primeros siglos de la edad media.

en el

Difícil sino imposible seria fijar la época precisa en que la lengua latina empezó á ceder el campo á los nuevos dialectos. Sabido es ya que siglo de oro de Roma el vulgo usaba de un leguage algo corrompido, mas no es creible que esta corrupcion hubiese podido acabar jamas por sí sola con el rico y hermoso idio na de Ciceron y de Horacio. Asi que debe suponerse que empezaria esta desde el momento en que se pusieron en contacto inmediato los hombres del norte y del mediodia, y que iria en aumento á medida que iban derramándose aquellos por las provincias conquistadas. «Transcurrió un largo espacio de tiempo, dice Sismondi (1), durante el cual, puede casi afirmarse que las naciones europeas no tuvieron lengua propia. Desde el siglo V, al X se mezclaron sin llegar á confundirse razas diferentes que se renovaban sin cesar: en cada poblacion, en cada aldea habia algun conquistador teutónico, algunos soldados bárbaros que solo mantenian con los vencidos relaciones de odio, de desconfianza y desprecio. » Ignorando todo principio de gramática general y no acomodándose los vencedores á las dificultades del idioma latino, ni los vencidos á la aspereza de las lenguas del norte, buscaron reciprocamente el modo de comunicarse en jergas que participaban de todos los idiomas que entonces se hablaban, sin parecerse á ninguno de ellos, resultando de ahí el triunfo de la lengua rústica ó romana, que cultivada, reducida á reglas gramaticales y modificada por los diferentes pueblos que la hablaban, dió orígen sucesivamente y con mas ó menos tiempo á los idiomas modernos. (2)

(1) Hist. de la litterature du midi de l' Europe, t. 1. pág. 17.

(2) El citado escritor pone el origen de cada una de las cinco principales lenguas romanas en los reynados y épocas siguientes : - De la provenzal, en la corte de

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