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enemigo Arcaláus el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dió teniéndole preso mas de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado á una coluna de un patio, y aun hay un autor secreto y de no poco crédito que dice, que habiendo cogido al caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió debaxo de los pies en un cierto castillo, y al caer se halló en una honda sima *) debaxo, de tierra atado de pies y manos, y allí le echáron una destas que llaman melecinas de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero así que bien puedo yo pasar entre tanta buena gente, que mayores afrentas son las que estos pasáron que no las que ahora nosotros pasamos porque quiero hacerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que acaso se hallan en las manos, y esto está en la ley del duelo escrito por palabras expresas: que si el zapatero da á otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por eso se dirá que queda apaleado aquel á quien dió con ella. Digo esto, porque no pienses que puesto que quedainos desta pendencia molidos, quedámos airentados, porque las armas que aquellos hombres traian con que nos machacáron no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, á lo que se me acuerda, tenia estoque, espada ni puñal, No me diéron á mí lugar, respondió Sancho, á que mirase en tanto, porque apenas puse mano á mi tizona, quando me santiguaron los hombros con sus pinos, de manera que me quitáron la vista de los ojos y la fuerza de los pies, dando conmigo adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el pensar, si fué afrenta ó no lo de los estacazos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas. Con todo eso te hago saber, hermano Panza, replicó Don Quixote, que no hay memoria á quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma. Pues que mayor desdicha puede ser, replicó Panza, que aquella que aguarda al tiempo que la consuma, y á la muerte que la acabe? Si esta nuestra

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*) Concavidad profunda y obscura.

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desgracia fuera de aquellas que con un par de bizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de un hospital para ponerlas en buen término siquiera. Déxate deso, y saca fuerzas de flaqueza, Sancho, respondió Don Quixote, que así haré yo, y veamos como está Rocinante, que á lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia. No hay de que maravil larse deso, respondió Sancho, siendo él tambien caballero andante de lo que yo me maravillo es, de que mi jumento haya quedado libre y sin costas, donde nos otros salimos sin costillas. Siempre dexa la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio á ellas, dixo Don Quixote: dígolo, porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome á mí desde aquí á algun castillo, donde sea curado de mis feridas. Y mas, que no tendré á deshonra la tal caballería, porque me acuerdo haber leido que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre Dios de la risa, quando entró en la ciudad de las cien puertas, iba muy a su placer caballero sobre un muy hermoso asno. Verdad será, que él debia de ir caballero, como Vuestra Merced dice, respondió Sancho; pero hay grande diferencia del ir caballero, al ir atravesado como tal de basura. A lo qual respondió. Don Quixote : las feridas que se reciben eu las batallas, antes dan honra que la quitan: así que, Panza amigo, no me repliques mas, sino como ya te he dicho, levántate lo mejor que pudieres, y ponme de la manera que mas te agrade encima de tu jumento, y vamos de aquí ántes que la noche venga, y nos saltée en este despoblado, Pues yo he oido decir á Vuestra Merced, dixo Panza, que es muy de caballeros andantes el dormir en los páramos y desiertos lo mas del año, y que lo tienen á mucha ventură. Eso es, dixo' Don Quixote, quando no pueden mas, ó quando están enamorados; y es tan verdad esto, que ha habido caballero que se ha estado sobre una peña al sol y á la sombra, y á las inclemencias del cielo dos años sin que lo supiese su señora, y uno destos fué Amadis, quando llamándose Beltenébros se alojó en la peña Pobre, ni sé si ocho años, ó ocho meses, que no estoy muy bien en la cueuta: basta que él estuvo allí haciendo penitencia por no sé que sinsabor que le hizo la señora Oriana: pero dexemos ya esto, Sancho, y acaba ántes que suceda otra desgracia al jumento como á

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Rocinante. Aun ahí seria el diablo, dixo Sancho, despidiendo treinta ayes, y sesenta sospiros, y ciento veinte pésetes *) y reniegos de quien allí le habia traido, se levantó quedándose agobiado en la mitad del camino como arco turquesco, sin poder acabar de enderezarse y con todo este trabajo aparejó su asno, que tambien habia andado algo destraido con la demasiada libertad de aquel dia: levantó luego á Rocinante, el qual si tuviera lengua con que quejarse, á buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga. En resolucion, Sancho acomodó á Don Quixote sobre al asno, y puso de reata **) á Rocinante, y llevando al asno del cabestro, se encaminó poco mas á menos hacia donde le pareció que podia estar el camino real: y la suerte cosas de bien en mejor iba guiando, aun no hubo andado una pequeña legua, quando le deparó el camino, en el qual descubrió una venta que á pesar suyo y gusto de Don Quixote habia de ser castillo: porfiava. Sancho que era venta, y su amo que no, sino ca sullo y tanto duró la porfía que tuviéron lugar sin acabarla de llegar á ella, en la qual Sancho se entró sin mas averiguacion con toda su recua.

que sus

Capítulo XVI.

De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él imaginaba ser castillo.

E ventero, que vió á Don Quixote atravesado en el asno, preguntó á Sancho que mal traia. Sancho le respondió que no era nada, sino que habia dado una caida de una peña abaxo, y que venia algo brumadas las costillas. Tenia el ventero por muger á una, no de la condicion que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa, y se dolia de las calamidades de sus próximos: y así acudió luego á curar á Don Quixote, y hizo que una hija suya doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase á curar

*) Juramento, maldicion, ó exêcracion,

**) La cuerda, ó correa que ata y une una cabalgadura á otra, para que vayan en linea una despues de otra,

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su huésped. Servia en la venta asimesmo una mōza Asturiana, ancha de cara, llana de cogote,ide nariz ro ma, deł un ojo tuerta, y del otro no muy sana: verdad es, que la gallardía del cuerpo suplia las demas faltas: no tenia siete palmos de los pies la cabeza, y las espaldas, que algun tanto le cargaban, la hacian mirar al suelo mas de lo que ella quisiera. Esta gentil moza pues ayudó á la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a Don Quixote en un camaranchon que en otros tiempos daba manifiestos indicios que habia servido de pajar muchos años, en el qual tambien alojaba un arriero, que tenia su cama hecha un poco mas alia de la de nuestro Don Quixote, y aunque era de las enxalmas y mantas de sus machos, hacia mucha ventaja a la de Don Quixote, que solo contenia quatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchon que en lo sutil parecia colcha, lleno de bodoques, que á no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento en la dureza semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada cuyos hilos si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta. En esta maldita cama se acostó Don Quixo te: y luego la ventera y su hija le emplastáron de arriba abaxo alumbrándoles Maritórnes, que así se llama ba la Asturiana: y como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado á partes à Don Quixote, dixo que aquello mas parecian golpes que caida. No fuéron golpes, dixo Sancho, sino que la. peña tenia muchos picos y tropezones, y que cada uno habia hecho su cardenal, y tam bien le dixo: haga vuestra Merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las haya menester, que tambien me duelen á mí un poco los lomos. Desa manera, respondió la ventera, tam bien debístes vos de caer? No caí, dixo Sancho Panza, sino que del sobresalto que tomé de ver caer á mi amo, de tal manera me duele á mí el cuerpo, que me parece que me han dado mil palos. Bien podrá ser eso, dixo la doncella, que á mi me ha acontecido muchas veces soñar que caia de una torre abaxo, y que nunca acababa de llegar al suelo, y quando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caido. Ahí está el toque, señora, respondió Sancho Panza, que yo sin soñar nada, sino estando mas despierto que ahora estoy, me hallo con pocos menos cardenales que mi señor Don Quixote. Co

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mo se llama este caballero? preguntó la Asturiana Maritórnes. Don Quixote de la Mancha, respondió Sancho Panza, y es caballero aventurero, y de los mejores y mas fuertes que de luengos tiempos acá se han visto en el mundo. Que es caballero aventurero? replicó la moza. Tan nueva sois en el mundo que no lo sabeis vos? respondió Sancho Panza: pues sabed, hermana mia, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado, y Emperador: hoy está la mas desdichada criatura del mundo y la mas menesterosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reynos que dar á su escudero. Pues como vos, siéndolo deste tan buen señor, dixo la ventera, no teneis, á lo que parece, siquiera algun condado? Aun es temprano, respondió Sancho, porque no ha sino un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal vez hay que se busca una cosa, y se halla otra: verdad es, que si mi señor Don Quixote sana de esta herida ó caida, y yo no quedo contrecho della, no trocaria mis esperanzas con el mejor título de España. Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento Don Quixote, y sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano á la ven tera le dixo: creedme, fermosa señora, que os podeis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo á mi persona, que es tal que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse, que la alabanza propia envi‹ lece, pero mi escudero os dirá quien soy: solo os digo, que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habédes fecho para agradeceroslo mientras `la vida me durare: y pluguiera á los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes, que los desta fermosa doncella fue ran señores de mi voluntad. Confusas estaban la ventera y su hija, y la buena de Maritórnes, oyendo las razones del andante caballero, que así las entendian como si hablara en griego; aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros y como no usadas á semejante lenguage mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban, y agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dexáron, y la Asturiana Maritórnes curó á Sancho que no menos lo habia menester que su amo. Habia el arriero concertado con ella, que aquella noche,

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