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Enano, que quieres que haga? Señor, dixo él, la noche se viene, y no tengo por bien que aquí alberguemos. Cierto, dixo Amadis, de aquí no partiré hasta que el caballero venga, ó alguno que dél me diga. Por Dios yo no quedaré aquí, dixo el enano, que he gran miedo, que me conoce Arcalaus y sabe que yo pugno de le hacer matar. Todavía, dixo Amadis, aquí quedarás, y no me quiero quitar del don si puedo; y Amadis vió un corral adelante y entró por el mas no vió ninguno, y vió un lugar muy escnro con unas gradas que so tierra iban, y Gandalin llevaba el enano porque le no huyese que gran miedo habia, y díxole Amadis entremos por estas gradas y verémos que hay allá. Ay señor, dixo el enano, merced! que no hay cosa porque yo entrase en lugar tan espantoso, y por Dios dexadine ir que mi corazon se me espanta mucho. No te dexaré, dixo Amadis, hasta que hayas el don que le prometí, o veas como hago mi poder. El enano que gran miedo habia, dixo: dexadme ir, é yo os quito el don, y tengome por contento dél. En quanto en mí fuere, dixo Amadis, yo no te mando quitar el don: no digas despues que falte de lo que debia hacer. Señor, à vos doy por quito y á mi por pagado, dixo él; é yo vos quiero atender fuera por donde venimos, hasta ver si is. Véte á buena ventura, dixo Amadis, é yo fincaré aquí esta noche hasta la mañana esperando el caballero. El enano se fué su via, y Amadis descendió por las gradas y fué adelante que ninguna cosa`veia, y tanto fué por ellas á yuso que se halló en un llano, y era tan escuro que no sabia donde fuese; y fue así adelante y lopó en una pared, y trayendo las manos por ella, dió en una barra de hierro en que estaba una ilave colgada, y abrió un candado de la' red, y oyo una voz que decia: ay señor Dios, hasta quando será esta grande cuita? ay muerte, onde tardas, do serias tanto menester? Amadis escuchó una pieza y no oyó mas. Entró dentro por la cueva su escudo al cuello y el yelmo en la cabeza y la espada desnuda en la mano, y luego se halló en un hermoso palacio, donde habia una lámpara que le alumbraba, y vió en una cama seis hombres armados que dormian, y tenian cabe sí escudos. y hachas: y el se llegó y tomó una de las hachas y

*) Quedaré,

pasó adelante, y oyó mas de cien voces altas que decian: Dios señor, embia nos la muerte, porque tau dolorosa cuita no suframos! El fue muy maravillado de las oir, y al ruido de las voces despertáron los hombres que dormian, y dixo uno á otro: levántate y toma el azote y haz callar aquella' cativa gente, que no nos dexan holgar en nuestro sueño. Eso haré yo 'de grado, dixo él y que laceren el sueño de que me despertáron. Entonces se levantó muy presto, y tomando el azote vió ir delante sí á Amadis, de lo que muy maravillado fué en lo allí ver, y dixo: quien va alla? Yo voy, dixo Amadis. Y quien sois, dixo el hombre? Soy un caballero extraño, dixo Amadis. Pues quien vos metió acá sin licencia alguna? ninguno, dixo Amadis, que yo me entré. Vos, dixo él? esto fué en mal punto para vos que converna que seais luego metido en aquella cuita, que son aquellos cativos que dan tan grandes voces; y tornándose cerró presto la puerta, y despertando á los otros dixo: compañeros, veis aquí un mal andante caballero que de su grado acá entró. Entónces dixo el uno dellos, que era el carcelero y habia cuerpo y la fuerza muy grande, en demasía: ahora me dexad con él, que yo le porné con aquellos que allí yacen; y tomando una hacha y una adarga se fué contra él y dixo: si dudas tu muerte, dexa tus armas, y si no, atiéndela que presto de esta mi hacha la habrás. Amadis fué safudo en se oir amenazar y dixo: yo no daria por tí una paja, , que como quier que seas grande y valiente, eres malo y de mala sangre, y fallecer te ha el corazon; y luego alzáron las hachas é hiriéronse ambos con ellas; y el carcelero le dió por cima del yelmo, y entró la hacha bien por él, y Amadis le dio en el adarga así que se la pasó, y el otro que tiró afuera, llevó la hacha en el adarga y puso meno á la espada y dexóse ir á él y cortóle la hasta de la hacha. El otro que era muy valiente cuidóló meter so sí, mas de otro guisa le vino que en Amadis habia mas fueza que en ninguno otro que se hallase en aquel tiempo, y el carcelero le cogió entre sus brazos y pugnaba por lo derribar, y Amadis le dió de la manzana de la espada en el rostro que le quebrantó la una quixada, y derribólo ante sí atordido é heriólo en la cabeza de guisa que no hubo menester maestro, y los otros que los miraban, diéron voces que lo no matase sino que él seria muerto. No sé como averná, dixo Amadis, mas deste seguro seré, y

mas,

amor.

metiendo la espada en la vayna sacó la hacha de la adarga y fué à ellos que contra él por lo herir todos juntos venian y descargáron en él sus golpes quanto mas recio pudiéron. Pero él hirió al uno que hasta á los meollos lo hendió y dió con él á sus pies, y luego dió á otro que mas le aquejaba por el costado, y abrióselo así que le derribó, y trabó á otro de la hacha tan recio que dió con él de hinojos en tierra, y así este como el otro que lo querian herir demandaronle merced, que los no matase. Pues dexad luego las ardixo Amadis, y mostradme esta gente que da voces. Ellos las dexaron y fuéron luego ante él. Amadis oyó gemir y llorar en una cámara pequeña, y dixo: quien yace aquí? Señor, dixéron ellos, una dueña que es muy cuitada. Pues abrid esa puerta, dixo él, y ver la be. El uno dellos torno do yacia el grande carcelero, y tomándole dos llaves que en la cinta tenia, abrió la puerta de la cámara, y la dueña que cuidó que el carcelero fuese, dixo: Ay varon, por Dios habed merced de mí, y dadme la muerte y no tantos martirios que les me dades. Otrosi dixo: o rey, en mal dia fuí yo de vos tan amada que tan caro me cuesta vuestro Amadis hubo della gran dugo que las lágrimas le vinieron á los ojos, y dixo: Dueña, no soy él que pensais, ántes aquel que os sacará de aquí, si puedo. Ay Sauta Maria, dixo, quien sois vos que acá entrar podistes? Soy un caballero extraño, dixo él. Pues que se hizo el gran cruel carcelero; y los otros que guardaban? Lo que será de todos los malos que se no emiendan, dixo él, y mandó á uno de los hombres que le traxese lumbre; y él así lo hizo y Amadis vió la dueña con una gruesa cadena á la garganta, y los vestidos rotos por muchas partes que las carnes se le parecian. Y como ella vió que Amadis con piedad la miraba, dixo: Señor, como quiera que así me veais, ya fué tiempo que era rica como hija de rey que soy, y por rey soy en aquesta cuita. Dueña, dixo él, no vos quejeis que estas tales son vueltas y autos de la fortuna, porque ninguno las puede huir ni dellas apartar; y si es persona que algo vale aquel por quien este mal sufris, y sosteneis, vuestra pobreza y baxo traer se tornara riqueza, y la cuita en grande alegría; pero en lo uno ni en lo otro poco nos debemos fiar. E bizo le tirar la cadena y mandó que le traxesen algo con que se pudiese cubrir. Y el hombre que las candelas lleva-,

ba

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ba traxo un manto de escarlata, que Arcalaus habia da-
do á aquel su carcelero. Amadis la cubrió con él, y
tomándola por la mano la sacó fuera al palacio, dicién-
dole que no temiese de allí volver si ántes él no ma-
tase; y llevándola consigo llegáron donde el gran car-
celero y los otros muertos estaban, de que ella fué
muy espantada, y dixo: Ay manos, quantas heridas y
quantas cruezas habeis hecho y dado á mí y á otros que
aquí yacen, sin que lo mereciesen, y aunque vos otras
la venganza no sintais, siente lo aquella desventurada
de anima que os sostenia. Señora, dixo Amadis, tanto
que vos ponga con mi escudero yo tornaré á los sacar
todos que ninguno quede. Así fuéron adelante Ꭹ lle-
gando a la red vino allí un hombre y dixo al que las
candelas llevaba: dice òs Arcalous que do es el cabel-
lero que acá entró, si lo matastes, ó si es preso. El ho-
bo tan gran miedo que no habló y las candelas se le
cayéron de las manos. Amadis las tomó y dixo: no
hayas miedo ribaldo, de que temes siendo en mi guar-
da? Vé adelante; y subieron por las gradas hasta sa-
lir al corral, y viéron que gran pieza de la noche era
pasada, y el lunar era muy claro, Quando la dueñn
vió el cielo y el ayre, fué muy leda á maravilla, como
quien no lo habia gran tiempo visto, y dixo: Ay buen
caballero, Dios te guarde y dé el galardon que en me
sacar de aquí mereces. Amadis la llevaba por la ma-
no y llegó donde dexara á Gandalin, mas no lo halló,
y temióse de lo haber perdido, y dixo: si el mejor
escudero del mundo es muerto por él se hará la mayor
- y mas cruel venganza que nunca se hizo si yo vivo.
Estando así oyó dar unas voces, y yendo allá halló al
enano, que dél se partiera, colgado por la pierna de
una viga y de yuso dél un fuego con cosas de malos
olores, y vió á otra parte á Gandalin que á un poste
atado estaba; y queriéndolo desatar, dixo: Señor, acor-
red ante al enano que muy cuitado es. Amadis así lo
hizo sosteniéndole en su brazo, con la espada cor-
tó la cuerda y púsolo en el suelo y fué á desatar á
Gandalin, diciendo: cierto, amigo, no te preciaba tan-
to como yo el que te aquí puso, y fuése á la puerta
del castillo y halló la cerrada de una puerta colgadiza,
y como vió que no podia salir, apartóse al un cabo del
corral, donde habia un poyo y sentóse allí ̧
dueña y tuvo consigo á Gandalin y al enano y los dos
hombres de la carcel. Gandalin le mostró una casa

que

con la

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donde metieran su caballo y fué allá, y quebrando la puerta hallólo ensillado y enfrenado y tráxolo cabe sí, y de grado quisiera vólver por los presos, mas hobo recelo, que la dueña no recibiese daño de Arcalaus; pues ya en el castillo era, y acordó de esperar el dia y preguntó á la dueña, quien era el rey que la amaba, y por quien aquella gran cuita sufria. Señor, dixo ella, siendo este Arcalaus muy grande enemigo del rey de quien yo soy amada, y sabiéndolo él y no pudiendo dél haber venganza, acordó de la tomar en mí, creyendo que este era el mayor pesar que le hacia, y como quiera que ante mucha gente me tomase metióse conmigo en un ayre tan escuro que ninguno me pudo ver. Esto fue por sus encantamentos que él obra, y púsome allí donde me hallastes, diciendo, que padeciendo yo en tal tenebregura, y aquel que me ama en me no ver ni saber de mí, holgaba su corazon con aquella venganza. Decidme, dixo Amadis, si ves pluguiere, quien es ese rey. Arban de Norgales, dixo la dueña, no sé si dél habeis noticia. A Dios merced, dixo Amadis, que él es el caballero del mundo que yo mas amo; ahora no he de vos tanta piedad como antes, puesque por uno de los mejores hombres del mundo lo sufristes, por aquel que con doblada alegría y honra vuestra voluntad será satisfecha. Hablando esto y en otras cosas estuvieron allí hasta la mañana que el dia fué claro, Entonces vió Amadis á las finiestras un caballero que le dixo: Sois vos él que me matastes mi 'carcelero y mis hombres? Como, díxo Amadis, vos sois aquel que injustamente matais caballeros y prendeis dueñas y doncellas? Cierto, yo os tengo por el mas desleal caballero del mundo, por haber mas crueza que bondad. Aun vos no sabeis, dixo el caballero, toda mi crueza, mas yo haré que la sepais ante de mucho, y haré que no os trabajeis de emendar ni retraer cosa que yo haga, á tuerto, ó á derecho; y tiróse de la finiestra y no tardó mucho que lo vió salir al corral muy bien armado y encima de un gran caballo, y él era uno de los grandes caballeros del mundo que gigante no fuese. Amadis lo miraba creyendo que en él habia gran fuerza por razon, y Arcalaus le dixo: que me miras? Miro te, dixo él, porque segun tu parecer podrias ser hombre muy señalado, si tus malas obras no lo estorbasen, y la deslealtad que has gana de mantener. A buen tiempo, dixo Arcalaus, me traxo la for

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