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se concede alguna importancia al suceso que conmemoramos. Confieso que yo mismo no hubiera parado mientes en él, si no hubiera venido una carta de los Estados Unidos a servirme de despertador. Un profesor de una de las Universidades que allí tiene la Compañía de Jesús me pedía datos sobre el descubrimiento de las virtudes febrífugas de la corteza de la quina, y con los que pude allegar he pergeñado estas líneas.

El Descubrimiento

No es una la versión que corre sobre el modo cómo se descubrieron las propiedades medicinales del árbol de la quina. Prescindiendo del relato enteramente fantástico que nos ha dejado Madame de Genlis en su novela Zuma y la caprichosa pintura que insertó en sus Tradiciones D. Ricardo Palma, Hipólito Ruiz, en su Quinología o Tratado de la Quina o Cascarilla, y Markham en su Memoria sobre Doña Ana de Osorio,Condesa de Chinchón, opinan que fué un indio el que descubrió al Corregidor de Loja, D. Francisco López de Cañizares las propiedades de su corteza. Este dió noticia de ellas al Virrey, con motivo de la enfermedad de su esposa, Da. Francisca Henríquez de Rivera y no Da. Ana de Osorio, como equivocadamente lo afirmó Markham, El P. Juan de Velasco, en su Historia del Reino de Quito, Weddell, siguiendo a De Jussieu en Histoire Naturelle des Quinquinas, Saldamando y otros aseguran que un neófito de las montañas de Uritizonga, cerca de Loja, reveló el secreto de esta especie vegetal a un jesuíta misionero y por su medio llegó a conocimiento de sus hermanos de Lima, quienes aconsejaron su uso al Conde de Chinchón, en la enfermedad de la Virreina. Bado, en su Anastasis Corticis Peruviani seu Chinae Defensio, (Lib. I, Cap. II) y Eusebio de Llano Zapata en sus Memorias, (t. 2.o Ms.) pasan por alto el modo cómo vino a las manos de Juan de Vega, médico del Virrey y se limitan a decir que fué la Condesa la que dió a conocer la cascarilla en polvo en Europa, de donde le vino el nombre de Polvos de la Condesa. La ver

dad es otra, como vamos a ver, pero antes es preciso descartar la hipótesis de la divulgación de la cascarilla o quina por la segunda esposa del Conde de Chinchón. En efecto, esta murió antes de arribar a España, en Cartagena, el 14 de Enero de 1641 y por consiguiente mal pudo convertirse en propagadora de la maravillosa corteza.

El hecho debió ocurrir de esta manera. Los Jesuítas de Quito debieron aprender el uso de la quina de los indígenas

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del territorio de Loja. Adviértase que un vecino de esta ciudad D. Diego de Vaca y Vega, fué el que en 1618 dió comienzo a las famosas misiones de Mainas, en donde tanta celebridad habían de alcanzar los misioneros de la Compañía de Jesús. En trato contínuo con los del Perú, pues hasta 1616 la comarca de Quito dependía del Provincial peruano y aún después las comunicaciones eran bien frecuentes, dieron parte del hallazgo de este específico a sus hermanos de Lima. El 14 de Enero

de 1649 hizo su entrada en Lima el Conde de Chinchón, meses más tarde se unía a él la Condesa, que había hecho el viaje por tierra. Este mismo año o a comienzos del siguiente cayó enferma la Virreina de unas tercianas malignas. Como la dolencia no cediese el P. Diego de Torres Vásquez, confesor del Virrey le debió aconsejar el uso de la corteza de la quina. Tal vez opuso alguna resistencia su médico de cámara D. Juan de Vega, pero al fin la venció la persistencia del mal y la reputación del P. Vásquez, a la sazón provincial. El efecto no se dejó esperar y los polvos de la cascarilla ahuyentaron la fiebre y devolvieron la salud a la Condesa. El suceso acreditó sin objeciones al nuevo específico y los Padres de la Compañía, reunidos en Congregación ese mismo año, juzgaron que era conveniente enviar algunas muestras de él al Viejo Mundo. Los Procuradores designados, Alonso Messia Venegas y Hernando de León Garavito, se encargaron de conducirla a Roma y España y en 1631 la dieron a conocer por vez primera en la ciudad santa. He ahí porqué se ha escogido este año de 1931 para celebrar su descubrimiento.

Al P. Diego de Torres Vásquez le sucedió en el provincialato el P. Nicolás Durán Mastrilli en 1630, y a éste escribía el General de la Orden, Mucio Vitelleschi, lo siguiente: "Satisfactorio ha sido saber que la Excma. Señora Condesa de Chinchón hubiese recuperado la salud por medio de los nuestros, sirviéndose concederlo así Nuestro Señor, para premiar la generosa liberalidad de Sus Excelencias para con nuestra Compañía, en especial con el Padre que dirige sus aciertos, por cuyo medio se consiguió. Del medicamento recibimos una cantidad con el P. Procurador y se proveerá lo conveniente para su aplicación".

Su difusión por Europa

La quina no tardó en difundirse por Europa, pero a los principios debió andar muy escasa y estimarse más que oro en polvo. Uno de los más celosos en propagarla fué el Cardenal

de Lugo, quien no sólo a título de jesuíta y español sino además de protector de la Iglesia de Lima y de su cabildo, recibiría, sin duda, de sus hermanos del Perú buenas cantidades de la saludable corteza. El hecho es que la cascarilla comenzó a ser conocida con los nombres de Polvos de los Jesuítas y también Polvos del Cardenal de Lugo. Este insigne purpurado la distribuía por sí mismo en el Hospital del Santo Spirito, en

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Roma y tan notables debieron ser los resultados que se decidió confiar al pincel la perpetuación del hecho. Aún hoy, puede el visitante contemplar los tres frescos, que ilustran este trabajo, y reproducen gráficamente la historia del descubrimiento de la quina y su distribución en Roma por la mano del Cardenal. Un dístico latino colocado al pie indica sumariamente la significación de cada uno de las frescos. Los traduciremos en gracias de los que ignoran la lengua del Lacio. Dice así el primero: "Chinchón recibe de manos de un siervo la me

dicina febrífuga recogida en las nuevas tierras del Perú". El segundo: "Enferma en Lima la esposa de Chinchón y ahuyenta la fiebre una infusión de la maravillosa corteza". El tercero: "El Cardenal de Lugo alivia a los enfermos en esta casa con la corteza traída de Lima". Teniendo presentes los estragos que la malaria hacía, ya desde antiguo, en Roma y su campiña no es de extrañar que la cascarilla llegara a hacerse famosa y viniera a ser considerada como el elixir de la vida. Ninguna otra enfermedad, en efecto, fué tan desvastadora en Italia y de ello encontramos trazas en las mismas obras de los clásicos, hasta el punto de haber suministrado su difusión en Grecia y Roma, materia a Jones para un libro: Malaria, a neglected factor in the History of Greece and Rome.

El Papa Inocencio X hizo que estudiase sus propiedades su médico de Cámara y Pedro Barba, médico de Felipe IV y catedrático de medicina en Valladolid la señaló como específico para la curación de la terciana, en su obra: Vera Praxis de curatione tertianae. En 1649, los Procuradores de la Provincia del Perú, venidos a Roma a la elección de nuevo General, por muerte del P. Vicente Carafa, trajeron consigo gran cantidad de corteza de quina y generosamente la distribuyeron a cuantos la solicitaban. En la corte de Luis XIV la introdujo, según unos, el P. Annat, su confesor y, según otros, Talbot, médico inglés. A la China fué llevada por los misioneros jesuítas en 1692 y, según se dice, la aplicaron con feliz éxito al emperador Kang Hi.

Sus impugnadores

Pronto, sinembargo, se alzaron voces condenando su uso. La impugnación obedecía a dos causas. El empirismo y el afán de lucro de los físicos o médicos de entonces no podía ver con buenos ojos una medicina que trastornando sus métodos, devolvía la salud a los enfermos sin más trámite que la ingestión paulatina de una corteza hecha polvo, haciendo innecesaria la intervención del facultativo. Por otra parte, como ad

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