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vierte Markham, "fué cosa ridícula que, debido a su proce dencia jesuítica, los protestantes por mucho tiempo se negasen a adoptarla mientras entre los católicos romanos obtenía gran aceptación" (Peruvian Bark. A popular account of the introduction of Chinchona cultivation into British India, pág 14). Para los discípulos de Lutero y de Calvino todo cuanto olía a jesuíta debía tener muy mal sabor. Razón les sobraba para ello, nadie se había opuesto tan tenazmente a la mal llamada reforma y a las novedades protestantes como la Compañía de Jesús. No era el amargor de la quina el que los retraía de usarla sino el membrete o marchamo con que venía envuelta. Hasta tal punto llegó la prevención con que se la miraba, que muchos, dice Mortimer, la denunciaron como invención de charlatanes o belitres y no ya el vulgo sino aún los más eminentes médicos de entonces la repudiaron, de tal manera que al aparecer en 1653 la obra del célebre doctor Juan Jacobo Chifflet, médico del Archiduque Leopoldo, en que se refutaba a los defensores de la quina, llovieron sobre él las felicitaciones "como si hubiera librado al mundo de un monstruo o una pestilencia" (Mortimer W. G. Peru. History of Coca, the divine plant of the Incas, (1) pág. 10). Otro insigne doctor de Lovaina, Fortunato Plemp, la combatió también rudamente y podía alargarse la lista de sus impugnadores, mas para no fatigar al lector con repetición de nombres ya olvidados, sólo añadiremos que a todos hizo frente con su habitual solercia y aquilatada erudición el célebre jesuíta francés Honorato Fabri. Puesto que la corteza había corrido con su nombre y ellos se habían encargado de difundirla, no era posible que la desamparasen en medio de los ataques de que era objeto. Argumentos les sobraban para ello y, sobre todo, la verdad de las curaciones obradas

(1) En 1789, un médico de Pamplona, D. Manuel Joaquín Ortiz, dió a luz un estudio sobre la epidemia de tercianas que había afligido a aquella ciudad y como conclusión aseguraba que la cascarilla había sido más perniciosa que la misma dolencia. Desde las columnas del "Mercurio Peruano", le contestó el doctor D. Pedro Nolasco Crespo, el cual sobre confesar que por algún tiempo había dudado de la virtud antifebril de la quina, atribuye el infausto resultado que de su uso se siguió en Pamplona a la mala calidad de la empleada y por lo mismo patrocina el uso de la calisaya.

por su medio. Salió pues a la liza el P. Fabri y en 1655 publicó su Pulvis Peruvianus vindicatus, que casi silenció la discusión.

Tras el período de lucha sobrevino el del imperio pacífico de la quina, avalorada ya con el estudio más científico del árbol de donde procedía, llevado a cabo por la expedición franco española de La Condamine, Jorge Juan y Ulloa; el primero de los cuales presentó a la Academia de Ciencias de París una memoria sobre tan útil vegetal, publicada en 1738. A la diatriba sucedió el ditirambo y en 1773 las prensas de Turín daban a luz el poema latino de José Bernardo Vigo, titulado: Cortex Peruvianus, que el autor dedicó a Carlos Manuel, Príncipe de la casa de Saboya. Y pues de poesía hablamos justo será citar el soneto que al árbol de la quina dedicó el malogrado poeta peruano Clemente Althaus y enpieza :

Febrífuga corteza, de la humana
Enferma gente celestial tesoro,

por el que más que por su plata y oro
el mundo debe a la región peruana.

Su estudio científico

Tras La Condamine se siguieron otros, como Ruiz, Mutiz, Zea, Humboldt y Bompland, Weddel, Laubert y Markham, hasta el aislamiento del alcaloide contenido en la corteza, obtenido en 1820 por Pelletier y Caventou. Weddel, miembro de la expedición científica de Castelnau (1843-1848) la trasplantó a Francia y la cultivó en el Jardín Botánico de París. Aconsejó además su explotación en otras regiones y sus consejos no fueron desatendidos. Inglaterra y Holanda se apresuraron a trasplantarla a sus colonias y la primera de estas naciones envió al Perú a Markham con ese objeto. Hoy ambas naciones han monopolizado el comercio de la quinina y ya nadie acude a nuestras costas en demanda de la quina. Lo que ha ocurrido con el caucho se ha verificado con este utilísimo

vegetal de pura cepa americana y peruana; otros climas y otros países disfrutan sus ventajas. Día también llegará en que nos arrebaten la coca. (2).

La quina en el Perú

La aplicación hecha por los Jesuítas de esta corteza en Lima, en 1629 o 1630 ha suscitado la cuestión de si la conocían o no los indios antes de esta fecha. Indudablemente debían conocerla los de la comarca de Loja, por quienes llegó a noticia de los misioneros, a no ser que una casualidad les pusiera a estos de manifiesto su virtud febrífuga. Como quiera que sea, parece bastante probable que su uso era desconocido en el imperio incaico, al menos en general. El P. José de Acosta, que con tanto detenimiento y con prioridad a todos estudió nuestra flora, nada nos dice acerca del árbol de la quina en su Historia Natural y Moral de las Indias. Ni Oviedo y Valdés ni Cieza, que son los que más de intento tratan de estas cosas se han ocupado de ella y así fuerza es colegir que si existía el conocimiento de ella, debía ser muy limitado. El primero que la menciona es el P. Bernabé Cobo, pero como este escribió su Historia del Nuevo Mundo de 1650 a 1653, ya para entonces se había realizado la curación de la Condesa de Chinchón y en consecuencia la quina había tomado carta de naturaleza entre los específicos contra las fiebres palúdicas. Coa viene, no obstante, citar sus palabras. Dice así en el Capítulo 97 del Libro VI: "En los términos de la ciudad de Loja, diócesis de Quito, nace cierta casta de árboles grandes que tienen la corteza como de canela, un poco más gruesa y muy amarga; la cual, molida en polvos, se da a los que tienen calenturas y con sólo este remedio se quitan. Hanse de tomar estos polvos en cantidad del peso de dos reales en vino o en cual

(2) El gobierno holandés empeñado en la difusión de la quina, como principal productor que es, ha publicado diversas obras que tratan de la misma. Citaremos estas dos, de que nos hemos servido: "Chininum Scriptiones collectae Anno MCMXXV. Ipenbuur & Van Seldam, Amstelodami, (Amsterdam)" "Malaria et Quinine. Amsterdam, 1927".

quiera otro licor poco antes que dé el frío. Son ya tan conocidos y estimados estos polvos, no sólo en todas las Indias, sino en Europa, que con instancia los envían a pedir de Roma". Estas palabras del insigne jesuíta de la Provincia del Perú confirman en todo lo que llevamos dicho y nos descubren el método y acierto con que ya desde los comienzos se aplicaba la quina.

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PERUVIA COLLECTA NOVIS CHINCONIUS ORIS ACCIPIT A SERVO PHARMACA FEBRIFUGA

Un intento de monopolio

Aunque en un principio la quina se extraía únicamente de la montaña de Loja, más adelante vino a descubrirse en otras partes del Perú. En 1776 la descubrió Francisco Rengifo en Huánuco y en 1787 D. Miguel Rubín de Celis presentaba en Madrid muestras de la famosa quina calisaya, recogida en el distrito de La Paz. El ningún método con que se realizó su ex

plotación en los primeros años hizo que pronto escasease, en la comarca de origen y que se diesen a buscarla por otras regiones. Ya en 1736 D. Antonio de Ulloa aconsejaba que se la extrajese con medida, pues por sí mismo pudo cerciorarse del estrago en la región en donde se producía. En 1779 D. Migue! García de Cáceres, gobernador de Jaén de Bracamoros, comarca de donde también se extraía, fué consultado por la Audiencia de Quito sobre los medios que podían tomarse para asegurar su producción y en el informe que presentó, suscrito en Guayaquil el 16 de Marzo, proponía entre otros el estanco de este vegetal. Publicóse este informe en Madrid en 1785 y dió motivo a que el Rey expidiese una Real Cédula, fecha en San Lorenzo, el 23 de Octubre, pidiendo el parecer del Tribunal del Consulado de Lima (la Cámara de Comercio de entonces) sobre el arbitrio propuesto. El síndico procurador de la ciudad respon día en Enero de 1788 en sentido adverso y creemos que también fué esta la opinión del Consulado, pues el 19 de Diciembre de 1796, ante nueva requisitoria sin duda, se declaraba contrario al estanco de la quina. (Biblioteca Nacional. Mss. 155) Por este escrito venimos a saber que la devastación continuaba y que ya apenas se producía la quina en la comarca de Loja, y que casi toda ella se exportaba por el puerto de Paita. De haberse establecido el monopolio quizá hubiéramos reportado ventajas, pero si hoy no figura el Perú entre los productores de la Quina, cábele la gloria de haberse realizado en su suelo el descubrimiento de una de las plantas que más beneficios rinde a la humanidad.

RUBÉN VARGAS UGARTE S. J.

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