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"Tuvieron ley sobre el gasto ordinario que les prohibía el fausto en los vestidos ordinarios y las cosas preciosas, como el oro y plata y piedras finas; y totalmente quitaba la superfluidad en los banquetes y comidas.

"Y mandaba que dos o tres veces al mes comiesen juntos los vecinos de cada pueblo delante de sus curacas, y se ejer citasen en juegos militares o populares, para que se reconciliasen los ánimos y guardasen perpetua paz, y para que los ganaderos y otros trabajadores del campo se alentasen y regocijasen. La ley en favor de los que llamaban pobres, la cual mandaba que los ciegos, mudos, y cojos, los tullidos, los viejos y viejas decrépitas, los enfermos de larga enfermedad, y otros impedidos que no podían labrar sus tierras, para vestir y comer por sus manos y trabajo, los alimentasen de los depósitos públicos. También tenían ley que mandaba que de los mismos depósitos públicos proveyesen los huéspedes que recibiesen, los extranjeros y peregrinos, y los caminantes, para los cuales tenían casas públicas que llamaban Corpahuasi, que es casa de hospería, donde les daban de gracia y de balde todo lo necesario. Demás desto, mandaba la misma ley que dos o tres veces al mes llamasen a los necesitados, que arriba nombramos, a los convites y comidas públicas, para que con el regocijo común desechasen parte de su miseria.

"Otra ley llamaban casera, contenía dos cosas: la primera, que ninguno estuviese ocioso; por la cual, como atrás dijimos, aun los niños de cinco años ocupaban en cosas muy livianas, conforme a su edad; los ciegos, cojos y mudos si no tenían otras enfermedades, también hacían trabajar en diversas cosas. La demás gente, mientras tenía salud, se ocupaba cada uno en su oficio y beneficio, y era entre ellos cosa de mucha infamia y deshonra castigar en público a alguno por ocioso. Después desto mandaba la misma ley que los indios comiesen y cenasen, las puertas abiertas, para que los ministros de los jueces pudiesen entrar más libremente a visitarles. Porque había ciertos jueces que tenían cargo de visitar los templos, los lugares y edificios públicos, y las casas par

ticulares: llamabanse lactacamayu. Estos por sí, o por sus ministros, visitaban a menudo las casas para ver el cuidado y diligencia que así el varón como la mujer tenía acerca de su casa y familia, y la obediencia, solicitud y ocupación de los hijos. Colegían y sacaban la diligencia dellos del ornamento, atavío y limpieza y buen aliño de su casa, de sus alhajas, vestidos, hasta los vasos y todas las demás cosas caseras. Y a los que hallaban aliñosos premiaban con loarlos en público, y a los desaliñados castigaban con azotes en brazos y piernas, o con otras penas que la ley mandaba. De cuya causa había tanta abundancia de las cosas necesarias para la vida humana, que casi se daban de balde, y aun las que hoy tanto estiman. Las demas leyes y ordenanzas morales que en común y en particular todos guardaban, tan allegadas a razón, se podrán colegir y sacar de lo que diremos de la vida y costumbres dellos". Blas Valera, en los Comentarios Reales de Garcilaso.)

Horacio H. Urteaga.

Un Libro interesante

Entre los muchos varones insignes en santidad y letras de quienes después de dedicar su vida entera al bien de la Huma. nidad, quedaron las huellas de su nombre y de sus obras perdidas en la obscuridad de los tiempos, se cuenta el R. P. Fr. Diego de Molina, de la Orden de San Francisco. Nada sabemos de la patria ni del origen de este venerable sacerdote, aparte que fué franciscano y que desempeñó, por espacio de algunos años, en la primera mitad del siglo XVII, el curato de Huánuco. En una crónica franciscana, escrita en 1638, por el cronista de la orden Fr. Diego de Córdoba, que autógrafa e inédita se conserva en la Biblioteca Nacional, (a lo que parece un extracto de la publicada en Lima por Jorge López de Herrera, en 1651), se contiene una relación de escritores de la Orden, en la cual no figura aún el nombre del P. Molina, ni tampoco en la de los sucesos de los misioneros en Huánuco. "En esta provincia de Lima-dice el citado manuscrito el año de 1630 entraron nuestros Religiosos en las fronteras de la ciudad de Guánuco de los Indios infieles Chunchos, Panataguas, y otras naciones, que nunca fueron conquistados; siendo el principal caudillo, y comissario desta santa obra y el que le trató con más calor, el P. predicador fray Felipe Luyando, hijo desta Sancta Cassa de Lima, y Guardián del Convento de San Bernardino de la Ciudad de Guá

uco. Tuvieron tan buen suceso que redujeron a muchos dellos a poblado, dieron a los principales el bautismo, y edificaron cinco iglesias, donde se dice missa, y dan gracias a Dios, como principal autor; y cada día se vá preparando felisissímamente esta empresa en los muchos frutos, que se van cogiendo para los trojes de Dios mediante el sancto bautismo, que después de bien industriados y catequizados en los misterios sagrados les administran los religiosos, en especial los padres fray Bartolomé Herváez predicador de singular espíritu, fray Gaspar de Vera y fray Juan de Cabezas, sacerdotes hijos desta santa provincia, fieles operarios del Señor a que ha dado todo favor el Excmo. Conde de Chinchón Virrey de estos Reinos y hecho grandes limosnas en nombre de su Majestad, de su Real Caja." Posible es que el P. Molina hubiese ido a Huánuco después de 1638. Tampoco encontramos huella suya en la bibliografía colonial, lo que quiere decir que no publicó obra alguna durante su vida. Sin embargo, en los preliminares de un libro que escribió en 1649, y que pensó publicar, que es lo que motiva estas líneas, declara que llevaba 32 años de profeso, esto es que recibió las órdenes en el de 1617. Nombrado, no sabemos cuándo, cura de Huánuco, donde sus feligreses no conocían otra lengua que la materna, el P. Molina se dió cuenta de que no podía ejercer su ministerio como los cánones y su conciencia se lo dictaban, si no poseía a la perfección la lengua en que había de entender y hacerse entender de su rebaño espiritual, y así puso todo empeño en aprender el keshua, con las variantes con que lo hablaban los indios de Huánuco. El P. Molina pondera la necesidad del dominio de las lenguas indígenas por los curas de almas y tiene palabras de duro reproche para los sacerdotes que aceptan esos cargos sin conocer dichas lenguas y que para salvar el escollo buscan substitutos con quienes dividen el estipendio, muchas veces también ignorantes de los idiomas indígenas. Para remedio de este mal, el P. Molina escribió un voluminoso tomo de sermones en keshua y castellano, que el autor declara que esperaba que "con el

favor de Dios," había de publicarse. No llegó a ver la luz tan interesante libro por razones que ignoramos, pero quiso la suerte traerlo há muchos años a la Biblioteca Nacional, donde actualmente se conserva en la Sección de Manuscritos. Es un volumen en 4. La escritura tiene 200 x 125 milímetros, fuera de escolios, y su título, puesto de manos del autor, es Sermones de la Quarefma en Lengua Quechua. Por el Pe. Fr. Diego de Molina de el orden de S. Franco, Cura de Guánuco, Etc. Año de 1649. Consta este manuscrito de 327 hojas sin foliar, más 3 páginas en blanco. El texto, es decir los sermones, comienza en la hoja 17, y lleva como preliminares una dedicatoria al provincial en 3 hojas; Prólogo al lector, 2 hojas, con la vuelta de la última en blanco. Constituyen el cuerpo del libro unos sermones explicación del Evangelio, en keshua y castellano, predicados, o tal vez solamente escritos, por el P. Molina en su doctrina en 1647. Al pie de los sermones,-hoja 302 vuelta— corre la siguiente declaración del autor, con su firma autógrafa.

"Todo lo dicho y contenido un estos sermones, y traducción de los Sanctos Evangelios, offrece el Auctor a la corrección y censura de la Sancta Madre Iglesia Católica, Romana.

"La traducción de los Sanctos Evangelios, según la letra y el sentido, vá regulada en todos los términos con el idioma latino, y correcta, según el parecer de las personas más hábiles que he podido hallar en la lengua, con los cuales se ha tratado y comunicado, y difficultado muchas veces; y la han aprobado sacerdotes, clérigos y religiosos los mejores lenguas que he podido comunicar. A seglares montañeses, e indios muy ladinos ha parecido muy propia la traducción, así en Lima, Guamanga, Guánuco, y Xauxa, y en otras partes. En todo he procurado siempre seguir la letra y el sentido, y cuando no fuese posible seguir la letra, jamás habrá falta en seguir el sentido.

"Estos sermones en la lengua general que con mucho estudio y trabajo de día y de noche, por espacio de algunos años he escrito, offrezco con muy grande voluntad a nues

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