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Entre tanto, aunque la rebelion parecia estar en el Alpujarra en términos de sosegada, echó raices por diversas partes: á la parte de poniente por las Guajaras, tres lugares pequeños juntos que parten la tierra de Almuñecar de la de Val de Leclin. El señor de uno de aquellos lugares, ó con ánimo de tenellos pacíficos, ó de roballos y cautivar la gente, juntando consigo hasta docientos soldados desmandados de la costa, forzó á los vecinos que le alojasen y contribuyesen extraordinariamente. Vista por ellos la violencia, dilatándolo hasta la noche, le acometieron de improviso y necesitaron á retraerse en la iglesia, donde quemaron á él y á los que entraron en su compañía. No dió tiempo á los malhechores la presteza del caso para pensar en otro partido mas llano que juntarse, llegando á sí de la gente de los lugares vecinos tres mil personas de todas edades, en que habia mil y quinientos hombres de provecho, armados de arcabuces, ballestas, lanzas y gorguces, y parte hondas, como la ira y la posibilidad les daba; y sin tomar capitan, de comun parecer ocuparon dos peñones, uno alto de subida áspera y difícil, otro menor y mas llano. Aquí pusieron su guardia, y se repararon sin traveses, parte con piedra seca, parte con mantas y jalmas, como rumbadas, á falta de rama y tierra. Estos dos sitios escogieron por su seguridad, juntando despues consigo algunos salteadores y otros hombres, á quien convidaba la fortaleza del sitio, el aparejo de la comarca y la ocasion de las presas. Fué el marques avisado, que andaba visitando algunos lugares de la tierra, como seguro de la tal novedad *), y visto que el fuego se comenzaba por parte peligrosa de lugares importantes, guardados á la costa con poca gente, recelando que saltase á la sierra de Ventomiz, ó á la hoya de Málaga, deliberó partir con casi dos mil infantes y docientos caballos, avisando al conde que de Granada le reforzase con mas gente de pié y de caballo: eran los mas aventureros ó concejiles. Tomó el camino de las Guajaras, dejando á sus espaldas lugares, como Ohañez y Valor el alto, sospechosos y sobresaltados, aunque solos de gente, segun los avisos.

Algunos le juzgaban, diciendo que pudiera enviar otra

*) Como uno que no temia tal novedad.

persona ó su hijo el conde en su lugar: pero él escogió para sí la empresa, con este peligro, ó porque el rey, vista la importancia del caso, no le proveyese de compañero, ó por entretener la gente en la ganancia. Tanto puede la ambicion en los hombres, puesto que sea loable, que aun de los hijos se recatan. Sacar al conde de Granada, que le aseguraba la ciudad á las espaldas, y le proveia de gente y de vitualla, parecia consejo peligroso, y partir la empresa con otro, despojarse de las cabezas; que, si muchas en número y calidad de personas, en experiencia eran pocas. Estas dudas sancó con la presteza, porque antes que los enemigos pensasen que partia, les puso las armas delante. Halláronse en toda la jornada muchas personas principales, así del reino de Granada, como de la Andalucía, que en las ocasiones serán nombradas. Partió el marques de Andarax, y sin perder tiempo vino de Cadiar á Orgiba; y tomando vitualla á Velez de Benabdala, pasó el rio de Motril, la infantería á las ancas de los caballos, y llegó á las Guajaras que están en medio. Vino Don Alonso Portocarrero con mil soldados, ya sano de sus heridas, y otras dos banderas de infantería y ciento y cincuenta caballos, gente hecha en Granada, que enviaba el conde de Tendilla.

Mas los enemigos, como de improviso descubrieron el campo, comenzaron á tomar el camino de los peñones; veíanse subir la montaña con mugeros é hijos. Viendo el marques

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que se recogian á sus fuertes, envió una compañía de arcabuceros á reconocerlos y dañarlos, si pudiesen. Pero dende á poco le trajo un soldado mandado de su capitan que, por ser los enemigos muchos y su gente poca, ni se atrevia á seguirlos, porque no le cargasen, ni á retirarse, porque no le rompiesen; pedia para lo uno y lo otro mil hombres. Envióle alguna arcabucería, y él con la gente que pudo llegar ordenada le siguió hasta las Guajaras altas, por hacerle espaldas, donde alojó aquella noche con mal aparejo, pero los unos y los otros sin temor: los nuestros por la confianza de la victoria, los enemigos de la defensa.

Entre los que allí vinieron á servir fué uno Don Juan de Villarroel, hijo de Don García de Villarroel, adelantado de Ca

zorla y sobrino (segun fama) de fray Francisco Jimenez, cardenal arzobispo de Toledo, y gobernador de España entre la muerte del rey católico Don Fernando y el reinado del emperador Don Carlos. Era á la sazon capitan de Almeria, y servia de comisario general en el campo, hombre de años, probado en empresas contra Moros, pero de consejos sútiles y peligrosos, que habia ganado gracia con hallar culpas en capitanes generales, siendo á veces escuchado y al fin remunerado. Este, por abrirse camino para algun nombre en aquella ocasion, gastó la noche sin sueño en persuadir al marques que le mandase con cincuenta soldados reconocer el fuerte de los enemigos, diciendo que del alojamiento no se descubria al paso del peñon alto. Concurrió el marques, mostrando hacerlo mas por permision y licencia que mandamiento, pero amonestándole que no pasase del cerro pequeño que estaba entre su alojamiento y la cuesta, y que no llevase consigo mas de cincuenta arcabuceros ; blandura que suele poner á veces á los que gobiernan en grandes y presentes peligros. Mas Don Juan, pasando el cerro, comenzó á subir la cuesta sin parar, aunque fué llamado del marques, y á seguillo mucha gente principal y otros desmandados, ó por acreditar sus personas, ó por codicia del robo, pasando ya los que subian de ochocientos, sin poderlo el marques estorbar. que Don Juan, viéndose acrecentado con número de gente, y concibiendo en sí mayores esperanzas, teniéndose por señor de la jornada, sin guardar la órden que se le dió, ni la que se debe en hechos semejantes, desmandada la gente no con mas acierto que el que daba su voluntad á cada uno, comenzó la subida con el ímpetu y priesa que suele quien va ignorante de lo que puede acontecer, mas dende á poco con flojedad y cansancio. Vista por los enemigos la desórden, hicieron muestra de encubrirse con el peñon bajo, dando apariencia de escapar. Pensaron los nuestros que huian, y apresuraron el paso; creció el cansancio, oíanse tiros perdidos de arcabucería, voces de hombres desordenados; veíanse arremeter, parar, cruzar, mandar; movimientos segun el aliento ó apetito de cada uno; en ochocientas personas mostrarse mas capitanes que hombres, ántes cada cual lo era de sí mismo; el hábito del capitan un capote, una

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montera, una caña en la mano. No se estaba á media cuesta, cuando la gente comenzó á pedir municion de mano en mano. Oyeron los enemigos la voz, peligrosa en semejantes ocasiones, viendo la desórden, saltaron fuera con el Zamar hasta cuarenta hombres, esos con pocas armas y menos muestra de acometer. Pero convidados del aparejo, y ayudados de piedras que los del peñon echaban por la cuesta, y de alguna gente mas, dieron á los nuestros una carga harto retenida, aunque bastante, para que todos volviesen las espaldas con mas priesa que habían subido, que hombre hiciese muestra de resistir, ni la gente particular fuese parte para ello; ántes los seguían, mostrando querellos detener. Fueron los Moros creciendo, ejecutando y matando hasta cerca del arroyo. Murió Don Juan de Villarroel desalentado, con la espada en la cinta, cuchilladas en la cabeza y las manos, segun se reparaba, Don Luis Ponce de Leon, nieto de Don Luis Ponce, que herido de muerte y caido le despeñó un su criado por salvalle, y Juan Ronquillo, veedor de las compañías de Granada, y un hijo solo del maestre de campo, Hernando de Oruña, viéndole su padre y todos peleando *). Fueron los muertos muchos mas que los que seguian, y algunos ahogados con el cansancio. Los demas se salvaron, y entre ellos Don Gerónimo de Padilla, hijo de Gutierre Lopez de Padilla, que herido y peleando, hasta que cayó, le sacó arrastrando por los pies un esclavo, á quien él dió libertad.

El marques, vista la desórden, y que los enemigos crecian, y venian mejorados y prolongándose por la loma de de la montaña á tomarle las espaldas, encaminados á un cerro que le estaba encima, envió á Don Alonso de Cardenas con pocos arcabuceros que pudo recoger, hombre suelto y de campo, el cual previno y aseguró el alto. Estaba el marques apeado con la caballería, las lanzas tendidas, guarnecido de alguna arcabucería, esperando los enemigos, y recogiendo la gente que venia rota. Pudo esta demonstracion y su autoridad refrenar la furia de los unos, detener y asegurar los otros, aunque con peligro y trabajo. Otro día, al amanecer, llegó la retaguardia; serian por todos

*) Viéndole su padre y todos los otros pelear, ó como peleaba.

cinco mil y quinientos infantes y cuatrocientos caballos, compañía bastante para mayor empresa, si se hubiera de tener cuenta con solo el número. Ordenó solo un escuadron por el temor de la gente que el dia de ántes habia recebido desgracia, guarnecido á los costados con mangas prolongadas de arcabucería. Era el peñon por dos partes sin camino; mas por la que se continuaba con la montaña habia salida menos áspera; aquí mandó estar caballería y arcabucería, apartada, pero cubierta, porque vistos no estorbasen la huida. Son los Moros, cuando se ven encerrados, impetuosos y animosos para abrirse el so; mas abierto, procuran salvarse sin tornar el pecho al enemigo; y por esto, si á alguna nacion se ha de abrir lugar por donde se vayan, es á ellos. Acometiólos con esta órden, y duró el combatir con pertinacia hasta la escuridad de la noche, los unos animados, los otros indignados del suceso pasado. Mandó tocar á recoger, y alojó pegado con el fuerte, encomendando la guardia á los que llegaron holgados.

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Puso la noche á los enemigos delante de los ojos el peligro, el robo, la cautividad, la muerte; trájoles el miedo confusion y discordia, como en ánimos apretados que tienen tiempo para discurrir; unos querian defenderse, otros rendirse, otros huir. Al fin salió la mayor parte de la gente forastera y monfíes con los capitanes Giron y el Zamar, sacando las mugeres y niños que pudieron, y quedó todavía número de gente de los naturales; y aunque flacamente reparada *), si tuvieran esfuerzo y cabezas, con el favor de lo pasado y el aparejo del sitio solas mugeres bastaban á defenderse. Hicieron al principio resistencia, ó que el desdeño de verse desamparados, ó la ira los encendiese; pero apretados enflaquecieron, y dando lugar, fueron entrados por fuerza **). fuerza **). No se perdonó con órden del marques á persona, ni á edad; el robo fué grande, y mayor la muerte, especialmente de mugeres. No faltó ambicion que se ofresiese á solicitalla como cargo de mayor importancia ***).

*) Aunque la plaza fuese flacamente reparada ó fortificada. **) Se entró por fuerza en el sitio que ocupaban.

***) No faltaron individuos que solicitaron la muerte por ambicion de mayor gloria.

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