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España, declaró su embajada, y aun el mismo rey de Nápoles le dió cartas en la misma razon, príncipe (como se entendia) mas aficionado á los Moros de lo que era honesto y lícito á Cristianos. La suma era que, pues ningun agravio recibiera de los Moros, no debia tampoco hacer ni intentar cosa de que resultasen mayores males: que si bien aquella gente era de otra secta, no seria razon maltratalla sin alguna justa causa. El rey Don Fernando ni se espantó por las amenazas del bárbaro, ni le plugo el consejo del rey de Nápoles, dado que, acabada la guerra, envió por su embajador á Pedro Mártir, para que diese razon al soldan de todo lo que en aquella conquista pasó, y con palabras comedidas le aplacase. Al rey de Nápoles en particular, ya que se se aprestaba por comenzar esta nueva jornada y romper, escribió cartas en que le avisaba de las causas que tuvo para emprender aquella guerra: decíale que era justo deshacer aquel reino, que antiguamente se fundó contra derecho, y de nuevo nunca cesaba de hacer grandes insultos y agravios à sus vasallos: que le ponia en cuidado el riesgo que corrian los Cristianos de aquellas partes; todavía cuidaba que aquellos bárbaros, sabida la verdad, templarian el sentimiento, y por el deseo de vengarse no querrian perder las rentas muy gruesas y tributos, que aquella nacion les pechaba. El guardian por su oficio de embajador, y por el crédito de santidad que tenia, no solo no fué mal visto, ántes muy regalado, y con mucha honra que se le hizo, y dones que le presentaron, le enviaron contento. Junto con esto el rey Don Fernando envió á avisar á los ciudadanos de Granada que si, dejadas las armas, quisiesen entregarse, serian tratados de la misma manera que los demas que se le habian rendido. Movió este aviso á ambas las parcialidades para que, sosegados los odios, tratasen de lo que á todos tocaba, tanto mas que el rey moro sabia muy, bien que el rey Don Fernando, aunque de palabra se mostraba por él, todavía mas querria pretender para sí, y que no desistiria, hasta tanto que se viese apoderado de aquella ciudad. Los Alfaiques y otras personas, tenidas por venerables entre aquella gente, no dejaban de exhortar ya los unos, ya los otros á la paz, rogallos y amonestallos lo que les convenia, es á saber que, hora pretendiesen volver á las armas,

hora concertarse con los Cristianos, un solo reparo les quedaba, que era tener ellos paz entre sí: si la discordia iba adelante, los unos Ꭹ los otros se perderian, Con esta diligencia se tomó cierto acuerdo, y se hizo cierto asiento entre los Moros. Los fieles sin embargo entraron en la vega de Granada á robar y talar debajo la conducta del rey; que la reina se quedó en Moclin. Destruyeron y quemaron los sembrados con gran sentimiento de los ciudadanos, que temian no los tomasen por la hambre y necesidad. El príncipe Don Juan *) acompanó en esta jornada á su padre, que para mas animalle le armó caballero en aquella sazon. Volvieron á Córdova con la presa, contentos de la gran cuita en que los Moros quedaban, y con la esperanza que ellos cobraron de conclnir con aquella empresa. El cuidado de la frontera quedó encomendado al marques de Villena, en recompensa de que en aquella jornada perdió á Don Alonso su hermano, y de una lanzada que, por librar, como príncipe valeroso y que tenia gran experiencia en las armas, á uno de los suyos rodeado de Moros, le dieren, de que el brazo derecho le quedó manco.

Apenas los Moros se vieron libres deste miedo, cuando debajo de la conducta de Boabdil, ya declarado por enemigo de Cristianos, acometieron el castillo de Alhendin, en que los nuestros poco antes dejaron puesta guarnicion, y tomado, le echaron por tierra. Este atrevimiento vengó el rey con una nueva entrada, que hizo para destrozar el panizo y el mijo, semillas tardías en que solamente los de Granada tenian puesta la esperanza para sustentar la vida el año siguiente. Esta tala se hizo el mes de Setiembre, por espacio de quince dias. Por otra parte los Moros de Guadix se alborotaron, y tomadas las armas, pretendian matar a los que quedaron en el castillo de guarnicion. Salieron sus intentos vanos; acudió muy á tiempo el marques de Villena; daba muestra de ir contra Fandarax, que estaba alzado contra Abohardil, pero revolvió sobre Guadix con buen número de gente de á pie y de á caballo. Entró dentro,

*) Hijo único del rey Don Fernando el Católico y de la reina

Doña Isabel, que murió poco despues en el año 1497.

y con color de querer hacer alarde de los Moros, los sacó fuera de la ciudad y les cerró las puertas, con que de presente y para adelante se remedió aquel peligro. Tornó otra vez el rey Don Fernando, al fin deste año, á dar la tala y destruir los campos de Granada; al contrario Boabdil tenia puesto cerco sobre Salobreña, que le defendió Francisco Ramirez con gran esfuerzo y diligencia. Entendíase otrosí queria el rey Don Fernando acudir á dar socorro: así el Moro fué forzado á alzar el cerco y volverse á Granada. Demas desto, porque los vasallos de Abohardil andaban alborotados, y no le querian obedecer, el rey Don Fernando, conforme á lo capitulado, de grado vino en que se pasase en África con muchas riquezas y tesoros, que le dió en recompensa de lo que dejaba.

CAPÍTULO XVII.

Del cerco de Granada,

Pasaron los reyes el invierno en Sevilla; llegada la prima-
La reina con sus hijos se quedó en

vera, volvieron á la guerra.

Alcalá la real, para acudir á todo y proveer de lo necesario, y en breve (como lo hizo) pasar adelante, y ser participante de la honra y del peligro de aquella empresa. Acudieron los grandes; los concejos y comunidades de las ciudades enviaron compañías de soldados á su sueldo, con que y las demas gentes el rey Don Fernando en tres dias llegó á vista de Granada, un sábado á veinte y tres de Abril, año de nuestra salvacion de mil cuatrocientos y noventa y uno. Asentó su campo y sus reales á los ojos de Guetar, que es una aldea, legua y media de Granada. Desde allí envió al marques de Villena con tres mil de á caballo, para correr los montes que allí cerca están; prometióle de seguille, él mismo, con la fuerza del ejército para socorrelle, si los Moros de aquellos montes, gente endurecida en las armas, ó los de la ciudad por las espaldas le apretasen. Cumplió la promesa; adelantóse hasta llegar á Padul, y rechazó los Moros, que salieron de la ciudad para cargar el escuadron del marques,

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Con tanto el marques pudo ejecutar fácilmente el órden, quellevaba, sin tropiezo; quemó nueve aldeas de Moros, y cargada de mucha presa se volvió para él rey. Pareció que conforme aquel principio seria lo demas. Acordaron de pasar juntos adelante, y hacer la tala en lo mas adentro de la sierra. Hízose así: todo sucedió prosperamente; dieron sacomano, quemaron y abatieron otras quince aldas. Demas desto, buen golpe de Moros de á pie y de á caballo, que por ciertos senderos en lugares estrechos y á propósito *) pretendian atajar el paso á los nuestros, fueron desbaratados y echados de allí. La presa fué muy grande, por estar aquella gente rica, á causa que de las guerras pasadas no les habia cabido parte, ni de sus daños; y por ser la tierra á propósito para proveer á la ciudad de bastimentos, era forzoso procurar no lo pudiesen hacer. Concluidas estas cosas, sin recebir algun daño y sin sangre, dentro de tres dias volvieron los soldados alegres al lugar de do salieron. En aquel puesto fortificaron sus reales con foso Ꭹ tranchea por entónces. Pasaron alarde diez mil de á caballo y cuarenta mil infantes, la flor de España, juntada con grande cuidado, gente de mucho esfuerzo y valor. En la ciudad, asimismo, se hallaba gran número de gente de á pié y de á caballo, soldados de grande experiencia en las armas, todos los que escaparan de las guerras pasadas. La muchedumbre de los ciudadanos poco podian prestar, gente que comunmente bravean y se muestran feroces en tiempo de paz, mas en el peligro y á las puñadas cobardes.

La ciudad de Granada por su sitio, grandeza, fortificacion, murallas y baluartes, parecia ser inexpugnable. Por la parte de poniente se extiende una vega, como de quince leguas de ruedo, muy apacible y muy fértil así de sí misma, como por la mucha sangre que en ella se derramara por espacio de muchos años, que la engrasaba afuer de letame; y por regarse con treinta y seis fuentes, que brotan de aquellos montes cercanos, mas fresca y provechosa de lo que fácilmente se podria encarePor la parte de levante se empina la sierra de Elvira,

cer.

*) Que les eran á propósito, es á decir: oportunos ó favorables.

en que antiguamente estuvo asentada la ciudad de Illiberris, como lo da á entender el mismo nombre de Elvira: la sierra nevada cae á la banda de mediodía, que con sus cordilleras, trabadas entre sí, llega hasta el mar mediterráneo; sus laderas y haldas no son muy ásperas, y así están muy cultivadas y pobladas de gentes y casas. La ciudad está asentada parte en llano, y parte sobre dos collados, entre los cuales pasa el rio Darro, que al salir de la ciudad se mezcla y deja su agua y su nombre en Jenil, rio que corre por medio de la vega, y la baña por el largo. Las murallas son muy fuertes con mil Ꭹ treinta torres á trechos, muy de ver por su muchedumbre y buena estofa. Antiguamente tenia siete puertas, al presente doce. No se puede sitiar por todas partes, por ser muy ancha y los lugares muy desiguales. Por la parte de la vega, que es lo llano de la ciudad, y por do la subida es muy fácil, está fortificada con torres Ꭹ baluartes. En aquella parte está la iglesia mayor, mezquita en tiempo de Moros, de fábrica grosera, al presente de obra muy prima, edificada en el mismo sitio; por su magestad y grandeza muy venerada de los pueblos comarcanos; señalada é ilustre no tanto por sus riquezas, cuanto por el gran número y bondad de los ministros que tiene. Cerca deste templo está la plaza de Bivarrambla y mercado, ancho docientos pies y tres tanto mas largo: los edificios que la cercan tirados á cordel, las tiendas y oficinas cosa muy hermosa de ver, la calle del Zacatin, la Alcaicería. De dos castillos, que tiene la ciudad, el mas principal está entre levante y mediodía, cercado de su propria muralla, y puesto sobre los demas edificios: llámase el Alhambra, que quiere decir roja, del color que la tierra por allí tiene; y es tan grande, que parece una ciudad. Allí la casa real al y monasterio de San Francisco, sepultura del marques Don Iñigo de Mendoza, primer alcaide y general. Las zanjas deste castillo abrió el rey Mahomad, llamado Mir: prosiguieron la obra los reyes siguientes: acabóla de todo punto el rey Jusef, por sobrenombre Bulhagix, como se entiende por una letra, que se lee en arábigo sobre la puerta de aquel castillo en una piedra de mármol, que dice se acabó aquella obra en tiempo de aquel rey, año de los Moros setecientos, y cuarenta y siete, conforme á nuestra cuenta

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