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y tuviéralo yo por muy bueno ahora no verle.“ Habia ya contado Periandro á Auristela todo lo que con Arnaldo le habia pasado, y lo que entre los dos dejaron concertado. Turbóse Auristela, que no quisiera ella volver al poder de Arnaldo: no quisiera ver juntos á los dos amantes; que puesto que Arnaldo estaria seguro, con el fingido hermanazgo suyo, de Periandro, todavía el temor de que podia ser descubierto el parentesco la fatigaba; y mas, & que quién le quitaria á Periandro no estar celoso, viendo á los ojos tan poderoso contrario? que no hay discrecion que valga, ni amorosa fé que asegure el enamorado pecho, cuando por su desventura entran en él celosas sospechas. Pero de todas estas le aseguró el viento, que volvió en un instante el soplo, que daba de lleno y en popa á las velas, en contrario; de modo que á vista suya y en un momento breve dejó la nave derribar las velas de alto á bajo, y en otro instante las izaron y levantaron hasta las gavias; y la nave comenzó á correr en popa por el contrario rumbo, que venia alongándose de las barcas con toda priesa. Respiró Auristela, cobró nuevo aliento Periandro: pero los demas que en las barcas iban quisieran mudárlas, entrándose en la nave, que por su grandeza mas seguridad de las vidas y mas felice viage pudiera prometerles., En ménos de dos horas se les encubrió la nave, á quien quisieran seguir, si pudieran; mas no les fue posible, ni pudieron hacer otra cosa que encaminarse á una isla, cuyas altas montañas, cubiertas de nieve, hacian parecer que estaba cerca, distando de allí mas de seis leguas. Cerraba la noche algo escura, picaba el viento y en popa, que fué alivio á los brazos que, volviendo á tomar los remos, se dieron priesa á tomar la isla. La media noche seria, segun el tanteo que Antonio hizo del norte y de las guardas, cuando llegaron á ella; y por herir blandamente las aguas en la orilla y ser la resaca de muy poca consideracion, dieron con las barcas en tierra, y á fuerza de brazos las vararon. Era la noche fria, de tal modo que les obligaba á buscar reparos para el yelo: pero no hallaron ninguno. Ordenó Periandro que todas las mugeres se entrasen en la barca capitana, y apiñándose en ella, con la compañía y estrecheza templasen el frio. Hízose así, y los hombres hicieron cuerpo de guarda á la barca,

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pascándose como centinelas de una parte á otra, esperando el dia, para descubrir en que parte estaban, porque no pudieron saber por entonces si era ó no despoblada la isla: y como es cosa natural que los cuidados destierran el sueño, ninguno de aquella cuidadosa compañía pudo cerrar los ojos. Lo cual visto por el bárbaro Antonio, dijo al bárbaro Italiano que, para entretener el tiempo y no sentir tanto la pesadumbre de la mala noche, fuese servido de entretenerles, contándoles los sucesos de su vida, porque no podian dejar de ser peregrinos y raros, pues en tal trage y en tal lugar le habian puesto. „Haré yo eso de muy buena gana," respondió el bárbaro Italiano,,,aunque temo que, por ser mis desgracias tantas, tan nuevas y tan extraordinarias, no me habeis de dar crédito alguno." Á lo que dijo Periandro:,,En las que á nosotros nos han sucedido, nos hemos ensayado y dispuesto á creer cuantas nos contaren, puesto que tengan mas de lo imposible que de lo verdadero, Lleguémonos aquí, respondió el bárbaro, al borde desta barca, donde están estas señoras; quizá alguna al son de la voz de mi cuento se quedará dormida, y quizá alguna, desterrando el sueño, se mostrará compasiva; que es alivio al que cuenta sus desventųras ver ó oir que hay quien se duela dellas. Á lo menos por mí,” respondió Ricla de dentro de la barca,,,y á pesar del sueño, tengo lágrimas que ofrecer á la compasion de vuestra corta suerte, del largo tiempo de vuestras fatigas." Casi lo mismo dijo Auristela, y así todos dejaron la barca, y con atento oido estuvieron escuchando lo que el, que parecia bárbaro, decia; el cual comenzó su historia desta manera.

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,Mi nombre es Rutilio, mi patria Siena, una de las mas famosas ciudades de Italia, mi oficio maestro de danzar, único en él, y venturoso, si yo quisiera. Habia en Siena un caballero rico, á quien el cielo dió una hija mas hermosa que discreta, á la cual trató de casar su padre con un caballero florentin, y por entregársela adornada de gracias adquiridas, ya que las del entendimiento le faltaban, quiso que yo la enseñase á danzar; que la gentileza, gallardía y disposicion del cuerpo, en los bailes honestos mas que en otros pasos se señalan, y á las damas princi

pales les está muy bien saberlos, para las ocasiones forzosas que les pueden suceder. Entré á enseñarla los movimientos del cuerpo, pero movíla los del alma, pues como no discreta, como he dicho, rindió la suya á la mia; y la suerte, que de corriente larga traia encaminadas mis desgracias, hizo que, para que los dos nos gozásemos, yo la sacase de en casa de su padre y la llevase á Roma: pero como el amor no da baratos sus gustos, y los delitos llevan á las espaldas el castigo (pues siempre se teme), en el camino nos prendieron á los dos por la diligencia que su padre puso en buscarnos. Su confesion y la mia, que fué decir que yo llevavaba á mi esposa, y ella se iba con su marido, no fué bastante para no agraviar mi culpa, tanto que movió y obligó al juez á sentenciarme á muerte. Apartáronme en la prision con los ya condenados á ella por otros delitos, no tan honrados como el mio. Visitóme en el calabozo una muger que decian estaba presa por fattucchierie, que en castellano se llaman hechiceras, que la alcaidesa de la cárcel habia hecho soltar de las prisiones, y llevádola á su aposento, á título de que con yerbas y palabras habia de curar á una hija suya de una enfermedad, los médicos no acertaban á curar. Finalmente, por abreviar mi historia, pues no hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo, lo parezca, viéndome yo atado y con el cordel á la garganta, sentenciado al suplicio, sin órden ni esperanza de remedio, dí el sí á lo que la hechicera me pidió, de ser su marido, si me sacaba de aquel trabajo. Díjome que no tuviese pena, que aquella misma noche del dia que sucedió esta plática ella romperia las cadenas y los cepos, y á pesar de otro cualquier impedimento me pondria en libertad, y en parte donde no me pudiesen ofender mis enemigos, aunque fuesen muchos y poderosos. Túvela, no por hechicera, sino por ángel que me enviaba el cielo para mi remedio, esperé la noche, y en la mitad de su silencio llegó á mí, y me dijo que asiese de la punta de una caña, que me puso en la mano, diciéndome la siguiese. Turbéme algun tanto; pero como el interes era tan grande, los pies para seguirla, y hallélos sin grillos y sin cadenas, y las puertas de toda la prision de par en par abiertas, y los prisioneros y guardas en profundísimo sueño sepultados. En saliendo

que

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moví

á la calle, tendió en el suelo mi guiadora un manto, y mandóme que pusiese los pies en él, y me dijo que tuviese buen ánimo, que por entonces dejase mis devociones. Luego ví mala señal, luego conocí que queria llevarme por los aires, y aunque como Cristiano bien enseñado tenia por burla todas estas hechicerías (como es razon que se tengan), todavía el peligro de la muerte, como ya he dicho, me dejó atropellar por todo, y en fin puse los pies en la mitad del manto, y ella ni mas ni ménos, murmurando unas razones que yo no pude entender, y el manto comenzó á levantarse en el aire, y yo comencé á temer poderosamente, y en mi corazon no tuvo santo la letanía, á quien no llamase en mi ayuda. Ella debió colegir de mi miedo y presentir mis rogativas, y volvióme á mandar que las dejase. ¡ Desdichado de mí! dije, ¿qué bien puedo esperar, si se me niega el pedirle á Dios, de quien todos los bienes vienen? En resolucion, cerré los ojos y dejeme llevar de los diablos, que no son otras las postas de las hechiceras, y al parecer cuatro horas ó poco mas habia volado, cuando me hallé al crepúsculo del dia en una tierra no conocida."

,,Tocó el manto el suelo, y mi guiadora me dijo: En parte estás, amigo Rutilio, que todo el género humano no podrá ofenderte; y diciendo esto, comenzó á abrazarme no muy honestamente. Apartéla de mí con los brazos, y como mejor pude, divisé que la que me abrazaba era una figura de lobo, cuya vision me heló el alma, me turbó los sentidos, y dió con mi mucho ánimo al traves. Pero, como suele acontecer que en los grandes peligros la poca esperanza de vencerlos saca del ánimo des esperadas fuerzas, las pocas mias me pusieron en la mano un cuchillo que acaso en el seno traia; y con furia y rabia se le hinqué por el pecho á la que pensé ser loba, la cual cayendo en el suelo perdió aquella fea figura, y hallé muerta y corriendo sangre á la desventurada encantadora. Considerad, señores, cual quedaria yo en tierra no conocida, y sin persona que me guiase. Estuve esperando el dia muchas horas; pero nunca acababa de llegar, ni por los horizontes se descubria señal de que el sol viniese. Apartéme de aquel cadáver, porque me causaba horror y espanto el tenerle cerca de mí; volvia muy á

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menudo los ojos al cielo, contemplaba el movimiento de las estrellas, y parecíame, segun el curso que habian hecho, que ya habia de ser dia. Estando en esta confusion, oí que venia hablando por junto de donde estaba alguna gente, y así fué ver dad; y saliéndoles al encuentro, les pregunté en mi lengua toscana, que me dijesen que tierra era aquella; y uno dellos, asimismo en italiano, me respondió: Esta tierra es Norvega; pero ¿quién eres tú que lo preguntas, y en lengua que en estas tierras hay muy pocos que la entiendan? Yo soy, respondí, un miserable, que por huir de la muerte he venido á caer en sus manos; y en breves razones le dí cuenta de mi viage, y aun de la muerte de la hechicera. Mostró condolerse el que me hablaba, y... díjóme: Puedes, buen hombre, dar infinitas gracias al cielo, por haberte librado del poder destas maléficas hechiceras, de las cuales hay mucha abundancia en estas setentrionales partes. Cuéntase dellas que se convierten en lobos, así machos como hemhras, porque de entrambos géneros hay maléficos y encantadores. Como esto pueda ser, yo lo ignoro, y como Cristiano, que soy católico, no lo creo; pero la experiencia me muestra lo contrario. Lo que puedo alcanzar es que todas estas transformaciones son ilusiones del demonio, y permision de Dios, y casti→ go de los abominables pecados deste maldito género de gente. Preguntéle, que hora podria ser, porque me parecia que la noche se alargaba y el dia nunca venia. Respondióme, que en aquellas partes remotas se repartia el año en cuatro tiempos: tre meses habia de noche oscura, sin que el sol pareciese en la tierra en manera alguna, y tres meses de crepúsculo del dia, sin que bien fuese noche, ni bien fuese dia; otros tres dias habia de dia claro continuado, sin que el sol se escondiese, y otros tres de crepúsculo de la noche; y que la sazon en que estaban era la del crepúsculo del dia: así que esperar la claridad del sol por entonces era esperanza vana, y que tambien lo seria esperar yo volver á mi tierra tan presto, si no fuese cuando llegase la sazon del dia grande, en la cual parten navíos destas partes á Inglaterra, Francia y España, con algunas mercancías. Preguntóme si tenia algun oficio en que ganar de comer, mientras llegaba tiempo de volverme á mi tierra. Dijele que era bailarin y grande

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