Imágenes de páginas
PDF
EPUB

persona; dispensa para no residir ninguno, aunque todos sean curados, nombramientos de extranjeros contra las leyes patrias, reservas, gracias expectativas, prevenciones, subvenciones y nuevas gabelas, nombres inauditos en mejores siglos, son el fruto de esta nueva doctrina. Todo se conseguía ó por la adulación ó por el empeño.

La virtud, los talentos y el mérito estaban desterrados y se pultados en los calabozos del olvido. ¿Era este el espíritu de la Iglesia? Pronto lo veremos.

Iglesia es siempre uno mismo.

El espíritu de nuestra infalible madre ha sido, es y será siem- El espíritu de la pre el que nos enseñan las santas escrituras y la tradición, el que cada pastor apaciente el rebaño que Jesucristo confió á su cuidado, el que conozca sus ovejas de la manera que las pueda llamar una á una, y el que éstas puedan llamar su pastor. Que no se entreguen á pastor mercenario, porque como las ovejas no son propias, las deja cuando ve venir al lobo, huye y éste las arrebata y dispersa. Que imiten los ministros del santuario en todo y por todo á nuestro amabilísimo Redentor, el que nos dice (1).

Yo soy buen pastor, conozco mis ovejas, y ellas me conocen. Y conforme á esta doctrina del Salvador y de su infalible esposa, ¿los pastores entraban por la verdadera puerta? ¿La abrían á su rebaño? ¿Llamaban por su nombre á las ovejas? ¿Oían su voz? ¿Las apacentaban? ¿Estaban de centinela para que no se descarriasen y para que los lobos no las arrebatasen y degollasen? Apenas, Señor, se conocían las ovejas y el pastor, muy raro era el aprisco que no estaba entregado á manos mercenarias; y por una consecuencia precisa, aquéllas se descarriaron, se aumentaron los males y las costumbre de los simples fieles se fueron empeorando á proporción del descuido y lamentable abandono de sus directores.

Pocos eran los Prelados y Ministros que mantenían la disciplina con el rigor conveniente, y éstos altamente clamaban por su reforma desde la cabeza hasta los últimos miembros. Podría seguramente citar en este lugar algunos sabios virtuosos, cuyas

(1) Joann., cap. X.

amargas quejas resuenan en nuestros oídos, pero baste sólo la autoridad de uno.

Representando el Cardenal Juliano á Eugenio IV los desórdenes del clero, principalmente del de Alemania, le dice (1): «Estos desórdenes excitan el aborrecimiento del pueblo contra todo orden eclesiástico, y si no se corrigen debe temerse que los legos se echen sobre la clerecía á manera de los husitas, como altamente nos amenazan. Si no se remedian prontamente-proseguíase dirá que el clero es incorregible y que no quiere poner remedio á sus desórdenes (2). El venero que tiene contra nosotros se declara; bien pronto creerán hacer un sacrificio agradable á Dios maltratando y despojando á los eclesiásticos como gentes odiosas á Dios y á los hombres y sumergidos en la última profundidad del mar (3). La poca devoción que queda hacia el orden sagrado acabará de perderse. La falta de corrección de todos estos desórdenes se atribuirá á la corte de Roma, á quien se mirará como la causa de todos los males, porque ella ha despreciado el necesario remedio». ¿No es puntualmente esto lo que ocurre en nuestros días? ¿No es indispensable la corrección de la disciplina? ¿Podrán hablar de esta manera los sabios y virtuosos Prelados de nuestra nación española? ¿No exigen las circunstancias que el Soberano interponga toda su autoridad? Este es mi grande argu

mento.

Soy sacerdote del Señor; llamado por su infinita misericordia á su santo ministerio, me parece que he entrado por la verdadera puerta y vivo contento en mi estado. Amo el orden, venero á mi Prelado, respeto con toda sumisión á la cabeza visible de la Iglesia, digno sucesor de San Pedro, el Soberano Pontífice. Soy al mismo tiempo español, amante de mi Patria y obediente á las leyes y al Soberano. Bajo esta solemne confesión nadie crea que en lo expuesto hasta aquí, como en lo que adelante diré, es mi ánimo ofender á ninguna persona en particular, ni que pretendo quitar á la Iglesio ninguno de los derechos que le corresponden, ni dar al Soberano lo que no le pertenece. En todo procederé con pura, recta y sana intención.

(1) Epist. I, inter opera Eneaes.
(2) Cardin. Julian. idem, p. 69.
(3) Idem, part. 68.

Aunque es cierto, Señor, que desde el Concilio de Pisa (1 hasta el último General de Trento (2), se han corregido muchos abusos, habiendo contribuído para el total exterminio de otros la autoridad de los Príncipes, especialmente en las Españas; aun cuando otros muchos, cuya reforma es tan necesaria é indispensable, que de su negligencia se siguen grandes y considerables perjuicios á la jerarquía de la Iglesia y á la sociedad civil; más claro, la Iglesia y el Estado exigen imperiosamente la reforma del Estado eclesiástico.

Aunque es constante que debe y puede la Iglesia corregir por sí todos los desórdenes que se introducen en su santa disciplina, y que así lo ha ejecutado por muchos siglos, deseando lo mismo en nuestros días algunos sabios y celosos Prelados, también es evidente que, á pesar de estos clamores y las instancias de nuestros católicos Soberanos por tantas y tan sabias pragmáticas, aun se aumentan, lejos de disminuir.

¿Cuáles son las causas de la desenfrenada licencia en los legos, de su poca religión, del desprecio de la Iglesia, de la inobservancia de sus preceptos y del odio y mala voluntad para con sus ministros? La vida licenciosa é inhonesta de éstos.

Multitud de clérigos sin ocupación ni destino en la viña del Señor, ociosos todo el día y vagabundeando por las calles y plazas. Beneficiados que se llaman simples, pero de corazón perverso y corrompido, y que sólo viven en la corte y grandes pueblos, siendo el oprobio é ignominia de su estado; prestameros, groseros é ignorantes, zánganos entre abejas, que sólo sirven para comerse la miel que éstas fabrican con grandes trabajos; cúmulo de beneficios en una sola persona, sin recibir ninguno, ni otra ocupación que el de perros y caballos, cuando no sea otra peor; Curas párrocos olvidados de su santo ministerio y que abandonan su rebaño á pastores mercenarios; frecuente deserción en los ordinarios de unas sillas á otras, guiados sólo por la ambición; extraordinaria desigualdad en las rentas eclesiásticas, con especialidad en los Cabildos catedrales, de que se han originado una infinidad de pleitos, que tienen atestados los Tri

Abusos de consideración.

(1) 2 de Marzo de 1809.

(2) Videant. capt. Reformat.

TOMO II.

14

Los Principes protectores

ciplina.

bunales de V. M., y ningunos premios para proteger la ciencia, talentos y virtudes de los que son llamados á la herencia del Señor, son vicios capitales de los que hablaré con separación, proponiendo los medios á mi parecer suficientes para curar las gangrenosas y pestilenciales llagas que infestan el estado social y corrompen nuestra santa disciplina.

Aunque todos los cristianos unidos con los vínculos de una natos de la dis- fraternal caridad, participando de los mismos Sacramentos, guardando unos mismos mandatos y profesando la misma fe, sean miembros de la santa Iglesia, no todos tienen la misma potestad y la misma jurisdicción, porque unos pertenecen á la gerarquía instituída por Jesucristo, y éstos son los clérigos, y los demás son los simples legos, que ni tienen potestad ni jurisdicción en la administración de los Sacramentos. Este es un dogma fundamental de nuestra Religión sacrosanta (1).

En esta segunda clase está V. M.; pero como el primer hijo á quien corresponde el lugar de mayor honor y de mayor distinción, el primero que debe venerar y respetar su ley santa, sus sagrados cánones y sus decisiones conciliares, y como su protector, debe también hacer que todos sus vasallos la guarden inviolablemente.

«Los Reyes, dice San Agustín (2), en esto sirven á Dios, como se les mande por precepto divino, en cuanto son Reyes, si en su Reino mandan todo lo bueno y prohiben todo lo malo, no sólo por lo que mira á la sociedad humana, sino principalmente por lo que toca á la religión. Y en otro lugar (3), ¿cómo, pues, los Reyes sirven á Dios con temor, sino prohibiendo y castigando con religiosa severidad á todos aquellos que obran contra los preceptos del Señor?

>> De una manera sirve á Dios en cuanto es hombre; de otra en cuanto es Rey.

>> Como hombre, le sirve viviendo fielmente; pero como Rey le sirve estableciendo con vigor convenientes leyes que manden las cosas justas y prohiban las malas.

(1) Math., cap. X. Et Apost. I, ad Cor., cap. XII, v. 27 et sig. Joann., cap. XX, v. 23.

(2) Libro III. cont. Creson, cap. LI.

(3) In epis. 185, alias 50 ad Bonif., cap. V.

>> Así como sirvió Ezequías destruyendo los templos y bosques de los ídolos y todos los tronos elevados á las fementidas deidades, contra los preceptos de Dios. Como sirvió Josías, ejecutando lo mismo.

>>En esto, pues, sirven al Señor los Reyes en cuanto son Reyes, cuando hacen para servirle todas aquellas cosas que no puedan poner en ejecución sino como Reyes. >>

Para quedar convencidos de esta doctrina de San Agustín, no hay más que echar una ojeada sobre el libro grande y precioso que compuso nuestro católico Monarca el Señor Don Alonso el Sabio.

Allí se verán las leyes más adecuadas para el mantenimiento de la disciplina, en su mayor pureza, aprobadas por nuestros Concilios nacionales, y las mismas que no podría haber establecido sino como Rey. Los Reyes son Vicarios de Jesucristo en la Tierra, para hacer justicia en todo lo temporal, sin poder prescindir de observar ellos mismos y hacer que todos sus vasallos guarden inviolablemente los divinos preceptos de su fundador y todos los decretos de su amada esposa, estableciendo leyes para dicho efecto, especialmente en lo que toca á la disciplina exterior por lo que coincide con el buen régimen del imperio, y mucho más como patronos y protectores de la Iglesia (1).

Para tener V. M. buenos súbditos, necesita antes hacerlos buenos cristianos. El evangelio les intruye, no sólo en todo lo perteneciente á la salud espiritual, sino también en la felicidad temporal, les hace amantes de su Patria, de su Soberano, de sus leyes, y que le respeten no sólo por temor, sino por conciencia y por afecto, porque Dios lo manda. Mientras V. M. ponga todos los medios posibles para que el Reino, que ha confiado á su cuidado, sea católico, tendrá súbditos humildes y virtuosos, y su Imperio será de paz, de tranquilidad y colmado de todas felicidades. Dios dió á los Reyes la administración de todo lo temporal, y á los Pontífices la de todo lo espiritual, entre los cuales no hay más diferencia que el uno cuida de las cosas humanas y el otro de las divinas: «Dos son (2), Emperador augusto-decía Gelasio Pontífice al Emperador Anastasio-, las potestades que principalmente

(1) Lib. I, tít. VI de la Recopilación.

(2) Tomo I, conc. Hard., pág. 893.

« AnteriorContinuar »