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otra torre menor, pero de bastante grandeza, que al presente de nuevo está toda blanqueada, y al rededor adornada de variedad de pinturas, hermosas á maravilla á los que la miran. (2)

Que necesidad hay de relatar por menudo todas las cosas y grandezas desta ciudad, tan vaga y llena de primores y grandezas? Hay en la ciudad en este tiempo mas de veinte y cuatro mil vecinos, divididos en veinte y ocho parroquias ó colaciones. La primera y principal es de Santa María, que es la iglesia Mayor, con el cual templo en anchura de edificio y en grandeza ninguno de toda España se le iguala. Vulgarmente se dice de las iglesias de Castilla: la de Toledo la rica, la de Salamanca la fuerte, la de Leon la bella, la de Sevilla la grande. Tiene su fábrica de renta treinta mil ducados en cada un año, la del arzobispo llega á ciento y veinte mil, las calongias y dignidades así en número como en lo demás responden á esta grandeza. Los campos son muy fértiles, llanos y muy alegres por todas partes, por la mayor parte plantados de olivas, que en Sevilla se dán muy bien, y el esquilmo es muy provechoso: de allí se llevan aceitunas adobadas, muy gruesas, de muy buen sabor, á todas las demas partes. El trato es tan grande y la grangería tal que en los olivares llamados Axarafe en tiempo de los Moros se contaban cien mil parte cortijos, parte trapiches ó molinos de aceite; y dado que parece gran número, la autoridad y testimonio de la Historia del rey don Alonso el Sabio lo atestigua. El número de extrangeros y muchedumbre de mercaderes que concurren, es increible, mayormente en este tiempo, de todas partes á la fama de las riquezas, que por el trato de las Indias y flotas de cada un año se juntan alli muy grandes.

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El rey don Fernando tenia por todas estas causas un encendido deseo de apoderarse desta ciudad, así por su nobleza, como porque ella tomada, era forzoso que el imperio de los Moros de todo punto menguase, tanto mas que los Aragoneses con gran gloria y honra suya se habian apoderado de la ciudad de Valencia, de sitio muy semejante, y no de mucho menor número de ciudadanos. El rey de Sevilla por nombre Axalafe no ignoraba el peligro que corrian sus cosas: tenia juntados socorros de los lugares comarcanos, hasta desde al misma Africa: gran copia de trigo traida de los lugares comarcanos: proveidose de caballos, armas, naves y galeras, determinado de sufrir cualquiera afan antes de ser despojado del señorío de ciudad tan principal. El rey don Fernando juntaba asimismo de todas partes gente para aumentar el ejército que tenía trigo, y todos los mas pertrechos que para la guerra eran necesarios: la diligencia era grande, por entender que duraria mucho tiempo, y seria muy dificultosa, y para que ninguna cosa necesaria falleciese á los soldados.

En Alcalá por algun tiempo se entretuvo el rey don Fernando: pasada ya gran parte y y lo mas recio del verano, movió con todas sus gentes, púsose sobre Sevilla y comenzó á sitialla á veinte del mes de agosto año de nuestra salvacion de 1247: los reales del rey se asentaron en aquella parte que está el campo de Tablada tendido en la ribera del rio mas abajo de la ciudad. Don Pelayo Perez Correa maestre de Santiago de la otra parte del rio hizo su alojamiento en una aldea llamada Aznalfarache, caudillo de gran corazon y de grande experiencia en las armas. Pretendia hacer rostro á Abenjafon rey de Niebla, que

(2) Fué construida para observatorio por el árabe Geber á principios del siglo XI sobre un cuadrado de 43 pies, elevándose 174. En 1308, al erijirse junto á ella la catedral, se la cubrió con una cúpula que termina en una es tátua móvil sobre su eje, á la cual debe el nombre de Giralda: esta nueva fábrica, que se distingue bien de la arabe, aumentó su elevacion 86 pies. Hasta la plataforma se llega por 35 rampas de una pendiente tan dulce que se puede subir á caballo.

con otros muchos Moros estaba apoderado de todos los lugares por aquella parte: tanto mayor era el peligro, las dificultades; pero todo lo vencia la constancia y esfuerzo deste caballero. El rey barreaba sus reales: los Moros con salidas que hacian de la ciudad, pugnaban impedir las obras y fortificaciones. Hobo algunas escaramuzas, varios sucesos y trances, pero sin efecto alguno digno de memoria, sino que los cristianos las mas veces llevaban lo mejor, y forzaban á los enemigos con daño á retirarse á la ciudad. Por el mar y rio se ponia mayor cuidado para impedir que no entrasen vituallas. Los soldados que tenian en tierra, hacian lomismo, y velaban para que ninguna de las cosas necesarias les pudiesen meter por aquella parte. Muchos escuadrones asimismo salian á robar la tierra talaban los frutos que hallaban sazonados, el vino y el trigo todo lo robaban. Carmona que está á seis leguas, forzada por estos males, como seis meses antes lo tenian concertado, sin probar á defenderse ni pelear se rindió con tanto mayor maravilla que los bárbaros pocas veces guardan los asientos.

No se descuidaban los Moros ni se dormian: el mayor deseo que tenian, era de quemar nuestra armada, cosa que muchas veces intentaron con fuego de alquitran, que arde en la misma agua. La vigilancia del general Bonifaz hacia que todos estos intentos saliesen en vano; y cada cual de los capitanes por tierra y por mar procuraban diligentemente no se recibiese algun daño por la parte que tenian á su cargo. Señalábanse entre los demas don Pelayo Correa maestre de Santiago, y don Lorenzo Suarez, cuyo esfuerzo y industria en todo el tiempo deste cerco fué muy señalada: sobre todos Garci Perez de Vargas natural de Toledo, de cuyo esfuerzo se refieren cosas grandes y casi increibles. Al principio del cerco á la ribera del rio, do tenian soldados de guarda para reprimir los rebates y salidas de los Moros, Garci Perez y un compañero, apartados de los demas, iban no sé á que parte: en esto al improviso ven cerca de si siete Moros á caballo: el compañero era de parecer que se retirasen; replicó Garci Perez que aunque se perdiese, no pensaba volver atrás, ni con torpe huida dar muestra de cobardia. Junto con esto, ido el compañero, toma sus armas, cala la visera, y pone en el ristre su lanza: los enemigos sabido quien era, no quisieron pelear. Caminado que hobo adelante algun tanto, advirtió que al enlazar la capellina y ponerse la celada se le cayó la escofia; vuelve por las mismas pisadas à buscalla. Maravillóse el rey que acaso desde los reales le miraba: pensaba volvia á pelear; mas él tomaba su escofia, porque los Moros todavía esquivaron el encuentro, paso ante paso se volvió sano y salvo á los suyos por el camino comenzado. Fué tanto mayor la honra y prez deste hecho, que nunca quiso declarar quien era su compañero, si bien muchas veces le hicieron instancia sobre ello; á la verdad, á que propósito con infamia agena buscar para si enemigo, y afrenta para su compañero sin ninguna loa suya? como quier que al contrario con el silencio demas del esfuerzo, dió muestra de la modestia y noble término de que usaba.

Entretanto que con esta porfia se peleaba en Sevilla, el Infante D. Alonso, hijo del rey D. Fernando, intentó de apoderarse de Játiva en el reino de Valencia convidado por los ciudadanos. Tomó á Enguerra pueblo en tierra de Játiva, que se le entregaron los moradores: cuanto cada uno alcanza de poder, tanto derecho se atribuye en la guerra. El rey don Jaime avisado de los intentos del infante don Alonso, y alterado como era razon se apoderó de Villena y de seis pueblos comprehendidos en el distrito de Castilla, por dádivas que dió al que los tenia á cargo; demas desto en la misma comarca principio del año 1248 tomó de los Moros otro pueblo llamado Bugarra. Destos principios parecia que los disgustos pasarian adelante, y pararian en alguna nueva guerra que desbaratase la empresa de Sevilla y acarrease otros daños. Don Alonso como quier que era de condicion sosegada, se determinó de tratar en presencia con el rey de Aragon y resolver todas estas diferencias, y para esto se juntaron á vistas y habla en Almizra pueblo del rey de Aragon: allí por medio de la reina de Aragon, y por la buena industria de don Diego de Haro y otros grandes que se pusieron de por medio, se compuso esta diferencia; con que de una y de otra parte se restituyeron los pueblos que injustamente tomaron, y se señaló la raya de la jurisdiccion y conquista de ambas las partes. Quedaron en particular en virtud desta concordia por el reino de Murcia Almansa, Sarasulla, y el mismo rio Cabriolo; por los de Valencia, Biara, Sajona, Alarca, Finestrato, Asentadas las cosas desta manera, los principes se despidieron.

El rey don Jaime revolvió luego contra Játiva: envió delante sus gentes con intento de cercalla apoderóse finalmente della, pasada ya gran parte del verano, por entrega que hicieron los mismos ciudadanos. Está asentada esta ciudad en un sitio asaz apacible á la parte que el rio Jucar entra en el mar: su campiña muy fértil y fresca, la tierra muy gruesa.

El infante don Alonso y en su compañia don Diego de Haro se apresuraron para hallarse en el cerco de Sevilla. Alhamar eso mismo rey de Granada vino á juntarse con el rey don Fernando, acompañado de buen número de soldados, en tiempo sin duda muy à proposito en que los soldados cristianos cansados de la tardanza, y con la dificultad de aquella empresa comenzaban á tratar de desamparar los reales y las banderas, además de las enfermedades que sobrevinieron y los tenian muy amedrentados. Era pasado el invierno sin hacer efecto de algun momento; el mismo rey aquejado de tantos trabajos, y de las dificultades que se ofrecian muy grandes, dudaba si alzaria el cerco, o esperaria que las cosas se encaminasen mejor, y el remate fuese mas apacible que los principios, como otras veces lo tenia aprobado.

Los cercados desbarataron en cierta salida los ingenios de los nuestros, y les quemaron las máquinas: alentados con el buen suceso no solo se defendian con la fortaleza de la ciudad, sino desde los adarves se burlaban de la pretension de los contrarios, que llamaban desatino; amenazaban á los nuestros con la muerte, y ultrajabanlos de palabra. El cerco sin embargo se continuaba y se llevaba adelante con tanto mayor ventaja de los fieles que de cada dia les llegaban nuevos socorros. Acudieron los obispos don Juan Arias de Santiago, bien que poco efecto hizo; su poca salud le forzó en breve con licencia del rey á dar la vuelta: don Garcia prelado de Córdoba, don Sancho de Coria: los maestres de Calatrava y de Alcántara: los infantes don Fadrique y don Enrique: fuera destos don Pedro de Guzman, don Pedro Ponce de Leon, don Gonzalo Giron con otro gran número de grandes y ricos hombres que vinieron de refresco. A los cercados por ser la ciudad tan grande no se podian de todo punto atajar los mantenimientos, dado que se ponia en esto todo cuidado.

El general de la armada Bonifaz ardia en deseo de quebrar la puente, para que no pudiendo comunicarse los del arrabal y la ciudad, fuesen conquistados à parte los que juntos hacian tanta resistencia. Era negocio muy dificultoso por estar la puente puesta sobre barcas que con cadenas de hierro están entre si trabadas: todavía pareció hacer la prueba; que la maña y la ocasion pueden mucho. Apercibió para esto dos naves: esperó el tiempo en que ayudase la creciente del mar, y juntamente un recio viento que del poniente soplaba. Con esta ayuda, alzadas y hinchadas las velas, la una de las naves con tal impetu embistió en la puente cuanto no pudieron sufrir las ataduras de hierro. Quebróse la puente el tercero dia de mayo con grande alegría de los nuestros y no menos comodidad. Los soldados con la esperanza de la victoria con grande denuedo acometieron a entrar en la ciudad, escalar los muros por unas partes, y por otras derriballos con los trabucos y máquinas con tanta porfia que los cercados estaban a punto de perder la esperanza de se defender. El mayor combate era contra Triana: los Moros se defendian valientemente, y la fortaleza de los muros causaba á los nuestros dificultad.

Cierto soldado en secreto murmuraba de Garci Perez de Vargas: cargábale que el escudo ondeado que traia, era de diferente linage. Ningunos oyen con mayor paciencia las murmuraciones, que los que no se sienten culpados: disimuló él por entonces la ira; despues cierto dia que acometieron los nuestros á Triana, se mantuvo tanto tiempo en la pelea que con la lluvia de piedras, saetas y dardos que le tiraban, abolladas las armas y el escudo, apenas él pudo escapar con la vida. Entonces vuelto á su contrario, que estaba en lugar seguro: Con razon (dice) nos quitais las armas del linage, pues las ponemos à tan graves peligros y >trances: vos las mereceis mejor, que como mas recatado las teneis mejor guardadas :» él avergonzado conoció su yerro, pidió perdon, que le dió á la hora de buena gana, contento de satisfacerse de su injuria con la muestra de su valor y esfuerzo: manera de venganza muy noble.

Comenzaban en la ciudad à sentir gran falta de vituallas: los ciudadanos visto que la felicidad de nuestra gente se igualaba con su esfuerzo, y que al contrario á ellos no quedaba alguna esperanza, acordaron tratar de rendir la ciudad, primero en secreto, y despues en los corrillos y plazas. Pidieron desde el adarve les diesen lugar de hablar con el rey. Luego que les fué concedido, enviaron embajadores, que avisaron querian tratar de concierto con tal que las condiciones fuesen tolerables, en particular que quedase en su poder la ciudad. Decian que quebrantados con los males pasados, ni los cuerpos podian sufrir el trabajo, ni los ánimos la pesadumbre: que todavía en la ciudad quedaban compañías de soldados; que no era justo irritallas, ni hacelles perder de todo punto la esperanza: muchas veces la necesidad de medrosos hace fuertes, por lo menos que la victoria seria sangrienta y llorosa si se allegase á lo último y no se tomaba algun medio.

A esto respondió el rey que él no ignoraba el estado en que estaban sus cosas: tiempo hobo en que se pudiera tratar de concierto; mas que al presente por su obstinacion se hallaban en tal término que seria cosa fea partirse sin tomar la ciudad, y que si no fuese con ren

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dilla, no daria lugar á que se tratase de concierto ni de concordia. Entretanto que se trataba de las condiciones y del asiento, hicieron treguas, y cesó la batería. Prometian acudir con las rentas reales y tributos, todos los que acostumbraban ántes á pagar á los miramamolines. Desechada esta condicion, dijeron que darian la tercera parte de la ciudad demas de las dichas rentas: despues la mitad, dividida con una muralla de lo demas que quedase por los Moros. Parecian estas condiciones á los nuestros muy aventajadas y honrosas: el rey á menos de entregalle la ciudad, no hacia caso destas promesas, ni estimaba todos sus partidos. En conclusion se asentó que el rey moro y los ciudadanos con todas sus alhajas y preseas se fuesen salvos donde quisiesen, y que fuera de Sanlúcar, Aznalfarache y Niebla, que quedaban por los Moros, rindiesen los demas pueblos y castillos dependientes de Sevilla. Dióse de término un mes para cumplir todas estas capitulaciones. El castillo luego se entregó; y á veinte y siete de noviembre salieron de la ciudad entre varones y mugeres y niños cien mil Moros: parte dellos pasó en Africa, parte se repartió por otros lugares y ciudades de España.

Gastáronse en el cerco diez y seis meses; en el cual tiempo los reales à manera de ciudad estaban divididos en barrios con sus tiendas en que se vendian las cosas necesarias, herrerias para forjar armas, los pabellones puestos por su órden con sus calles y plazas en lugares convenientes. A los veinte y dos de diciembre con pública procesion y aparato entró el rey en la ciudad, oyó misa en la iglesia Mayor, que para este propósito estaba bendecida. y aparejada: bendijola con gran magestad don Gutierre electo arzobispo de Toledo, que poco antes señalaron por sucesor en aquella iglesia de don Juan que falleció á los veinte y tres del mes de julio. Don Ramon de Losana fué elegido por arzobispo de la nueva ciudad. Este prelado andando á la escuela, con un cuchillo de plumas sacó otro tiempo un ojo á un su

hermano para absolverse desta irregularidad, y para alcanzar dispensacion, ya que era de mas edad, pasó á Roma: viaje que le fué ocasion de hacerse muy erudito y letrado. Quedaba Sevilla muy falta de moradores: la franqueza que el rey prometió de tributos á los que viniesen á poblar, hizo que gran número de gente acudiese de toda España; determinados de hacer alli su asiento y morada: con esto en breve volvió á tener aquella ciudad nobilísima la hermosura de ántes y número de gente asaz.

CAPITULO VIII.

De la muerte del rey don Fernando.

Ex el mismo tiempo que Sevilla estaba cercada, San Luis rey de Francia enriquecia con re

liquias santísimas que envió á Toledo, y aumentaba la devocion de la iglesia Mayor de aquella ciudad, juntamente ganaba las voluntades de nuestra nacion. En el sagrario de aquella iglesia hasta hoy con gran devocion se muestran y guardan las dichas reliquias con la misma carta original del rey cuyo traslado nos pareció poner en este lugar para memoria de la piedad del príncipe tan señalado y devoto: «Luis por la gracia de Dios rey de Francia á los ama»dos varones en Cristo, canónigos y todo el clero de la iglesia de Toledo, salud y dileccion. >>Queriendo adornar vuestra iglesia con un excelente don por medio de nuestro amado Juan «venerable arzobispo de Toledo, y á su instancia, os enviamos algunas preciosas partecicas de los venerables y señalados nuestros santuarios, que hobe del tesoro del imperio Constantinopolitano: conviene à saber del madero de la cruz del Señor: una de las espinas de >>la sacrosanta corona de espinas del mismo Señor: de la leche de la gloriosa Virgen María: »de la vestidura de púrpura del Señor con que fué vestido: del lienzo con que se ciñó el >>Señor cuando lavó y limpió los pies de sus discipulos: de la sábana con que su cuerpo es»tuvo sepultado en el sepulcro: de los paños de la infancia del Salvador. Rogamos pues y »requerimos en el Señor à vuestra caridad que las sobredichas reliquias recibais y guardeis »en vuestra iglesia con la reverencia debida: asimismo que en vuestras misas y oraciones »tengais memoria benigna de nos. Fecha en estampas año del Señor de mil y docientos y >>cuarenta y ocho por el mes de mayo.»>

Despues que el rey Luis hobo enviado esta carta, de Marsella se hizo á la vela y navegó à la Tierra Santa con deseo de reparar en aquellas partes la guerra sagrada. El suceso no fué conforme à su santa intencion, porque apoderado que se hobo en las marinas de Egipto de Pelusio, ciudad que hoy se llama Damiata, toda la prosperidad se volvió en contrario. De tres hermanos del rey Roberto murió en una batalla, Alfonso y Cárlos fueron presos con el rey el año 1249: la libertad costó mucho haber, sin que en la Tierra Santa á la cual dende pasaron, hiciesen cosa de muy gran momento, verdad es que las ciudades de Sidon, Cesarea y Ioppe fueron recobradas por las armas de Francia año del Señor de 1250, pero ninguna otra cosa se hizo en el mismo año por muerte de don Gutierre arzobispo de Toledo, que finó en Atienza á los nueve de agosto como se vé en los Anales Toledanos, en su lugar fué puesto don Sancho hijo del rey don Fernando, á quien algunos llaman don Pedro, otros don Juan por engaño sin duda. El arzobispo don Rodrigo por orden de la reina doña Berenguela crió en Toledo á sus nietos los infantes don Philipe y don Sancho: proveyoles en aquella su iglesia sendos canonicatos. Estudiaron ambos en los estudios de París, en particular don Philipe tuvo por maestro á Alberto Magno, gran filósofo y teólogo. Todo esto, y mas el favor de su padre fué ocasion de poner en esta vacante los ojos en don Sancho. Aprobó la eleccion el papa Inocencio cuarto; mas el electo no parece se consagró por su poca edad, que era el penúltimo de sus hermanos. Por su contemplacion dió su padre à la iglesia de Toledo á Uceda y á Iznatoraf, esto á trueco de Baza, que se la diera cuando conquistó á Jaen.

Vivió por este tiempo un hombre señalado, por nombre Pero Gonzalez, que dejada la corte y palacio en que tenia buen lugar, gastó lo postrero de su vida en doctrinar á los Gallegos y Asturianos, predicador de fama. Su contemporáneo Bernardo, canónigo de Santiago, por el gran conocimiento que alcanzó de los derechos fué muy familiar al pontifice Inocencio, y es el que escribió la glosa sobre las epístolas Decretales. En el mismo tiempo los Aragoneses divididos en parcialidades se abrasaban con discordias civiles. Tenia el rey don Jaime de doña Violante su muger estos hijos: don Pedro, don Jaime, don Fernando, don Sancho: otras tantas hijas doña Violante, doña Constanza, doña Sancha, doña Maria. La

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