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llegar dinero para las pagas empeñó los pueblos que de sus padres y abuelos heredara. Hizose á la vela, aportó á Sicilia ya que las cosas estaban sin esperanza: dióse tal maña, que en breve se trocó la fortuna de la guerra, ca en diversos encuentros desbarató á los contrarios, con que toda la isla se sosegó (1), y volvió mal su grado de muchos al señorío y obediencia de Aragon, en que hasta el dia de hoy ha continuado, y por lo que se puede congeturar, durará por largos años sin mudanza.

(1) No tanto que no volviesen los coligados á tomar las armas contra sus reyes; viéndose los de Aragon en la precision de enviarles grandes socorros para sacarles de sus apuros.

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LIBRO DECIMONONO.

CAPITULO I.

Como el rey don Enrique se encargó del gobierno.

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EPOSABA algun tanto Castilla á cabo de tormentas tan bravas de alteraciones como padeció en tiempo pasado: parecia que calmaba el viento de las discordias y de las pasiones, ocasionadas en gran parte por ser muchos y poco conformes los que gobernaban. Para atajar estos inconvenientes y daños el rey se determinó de salir de tutela y encargarse él mismo del gobierno, si bien le faltaban dos meses para cumplir catorce años, edad legal, y señalada para esto por su padre en su testamento. Mas daba tales muestras de su buen natural, que prometian, si la vida no le faltase, seria un gran principe, aventajado en prudencia y justicia con todo lo al; demas que los señores y cortesanos le atizaban y daban priesa. La porfia de todos era igual, los intentos diferentes: unos con acomodarse con los deseos de aquella tierna edad pretendian grangear su gracia para adelantar sus particulares, los de sus deudos y aliados; otros cansados del gobierno presente cuidaban que lo venidero seria mas aventajado y mejor: pensamiento que las mas veces engaña.

Por conclusion el rey se conformó con el consejo que le daban. A los primeros de agosto juntó los grandes y prelados en las Huelgas, monasterio cerca de Burgos, en que los reyes de Castilla acostumbraban á coronarse. Habló á los que presentes se hallaron, conforme á lo que el tiempo demandaba. Que él tomaba la gobernacion del reino: rogaba á Dios y á sus santos fuese para su servicio, bien, prosperidad y contento de todos. A los que presentes estaban, encargaba ayudasen con sus buenos consejos aquella su tierna edad, y con su pru

dencia la encaminasen. Pero desde aquel dia absolvia á los gobernadores de aquel cargo, y mandaba que las provisiones y cartas reales en adelante se robrasen con su sello. Acudieron todos con aplauso y muestras grandes de alegria así el pueblo como los ricos hombres y señores que asistian á aquel auto, el nuncio del papa, el duque de Benavente, el maestre de Calatrava y otros muchos.

El arzobispo de Santiago como quier que ejercitado en todo género de negocios, y los demas le reconocian por sus aventajadas partes, tomó la mano, y habló al rey en esta forma: «No con menos piedad y alegria hablaré agora, que poco ántes en aquel sagrado altar dije misa por vuestra salud y vida: confio que con el mismo ánimo vos me oireis. Este es » el tercer año despues que por el testamento de vuestro padre fuimos puestos por vuestros >> tutores, y gobernadores del reino. Cuanto hayamos en esto aprovechado, quédese á juicio >> de otros. Esto con verdad os podemos certificar que ningun trabajo ni peligro de nuestras >> vidas hemos escusado por esta causa, por el bien y pro comun destos vuestros reinos. » Hablar de nuestras alabanzas es cosa penosa y ocasion de envidia; no puedo empero dejar >>> de avisar como hasta ahora siempre hemos conservado la paz, y el reino ha estado en sosiego, que es de estimar asáz en tanta variedad de pareceres y voluntades. En nuestro gobierno ni sangre, ni muerte de alguno no se ha visto: cosa que se debe atribuir á mila>>gro, y á vuestra buena dicha y felicidad, que plegue á Dios sea así y se continúe en lo res>> tante de vuestro reinado. Con los Moros, enemigos perpetuos de la cristiandad, habiéndose » rebelado para eximirse de vuestro imperio, hicimos nueva confederacion. Aplacamos con » treguas los ánimos feroces de los Portugueses. Honramos como convenia, y grangeamos >> con todas buenas obras y correspondencia á los Franceses, Ingleses y 'Aragoneses. Dirá alguno que los pueblos están irritados y gastados con nuestras imposiciones. Cómo puede >> ser esto, pues para aliviallos redujimos el alcabala á la mitad menos de lo que antes pa» gaban, es á saber á razon de uno por veinte? todo á propósito de acudir á las necesidades >> del pueblo, y atajar sus quejas y disgustos. Así muchos que se habian desterrado de sus 7 desamparado sus haciendas por la violencia y crueldad de los alcabaleros, se

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>> hallan al presente en sus casas. Dirá otro que los tesoros y rentas reales están consumidas y acabadas. No lo podemos negar; pero de otra suerte como se pagaran las deudas y las » obligaciones que quedaban, y se apaciguaran las alteraciones de la nobleza y del pueblo, » si no fuera con hacelles mercedes y acrecentalles sus gages? que si pareciere demasiado, » quién quita que no lo podais todo reformar como pareciere mas expediente asentadas las >> cosas de vuestro reino. Ningun pueblo hasta la menor aldea hallareis enagenada: todo >>> está tan entero como antes; de suerte que ninguna cosa falta para vuestra felicidad, y para » nuestra alegria, sino lo que hoy se hace, que concluida tan larga navegacion, llegados al >> puerto despues de tantos peligros y á salvamento, caladas las velas y echadas anclas, >> muy de gana descansemos en vuestra prudencia y benignidad, seguros y ciertos que si >> en tanta diversidad de cosas algo se hobiere errado, sin que sea menester intercesor ni » tercero, vos mismo lo perdonareis. Esto tambien aumentará vuestra gloria, que hayais » tenido por tutores personas que con las mismas virtudes de templanza, prudencia y diligencia con que han hecho guerra á los vicios, y llevado al cabo cosas tan grandes, podrán >> de aqui adelante sufrir la vida particular, su recogimiento y sosiego.»>

A estas razones respondió el rey en pocas palabras: «De vuestros servicios, de vuestra >> lealtad y prudencia todo el mundo da bastante testimonio. Yo mientras viviere no me ol» vidaré de lo mucho que os debo, ántes estoy resuelto que como hasta aqui por vuestro » consejo he gobernado mi persona, así en lo de adelante ayudarme de vuestros avisos y >> prudencia en todo lo que concierne al gobierno de mi reino.»>

Concluido este auto, se trataron otros negocios. Muchos extrangeros pretendian las prebendas eclesiásticas destos reinos tanto con mayor codicia y maña cuanto las rentas son mas gruesas. En las provisiones que dellas se hacian por el pontifice, no se tenia cuenta ó poca con los méritos, ciencia y bondad de los proveidos. Muchas veces y en diversos tiempos se trató en las cortes de remediar este grave daño, y de suplicar al padre santo no permitiese se continuase mas el desórden. Ultimamente en las cortes de Guadalajara, como se dijo de suso, se propuso y apretó con mayor cuidado este negocio de los extrangeros. Parecia cosa muy fea y cruel que desfrutasen las iglesias gente que ni ellos ni sus antepasados las ayudaron en cosa alguna, ni las podrian ayudar. Continuaban sin embargo las provisiones de la manera que antes, ca los papas no llevaban bien que les atasen las manos. Los gobernadores

del reino, visto esto, proveyeron los años pasados que se embargasen los frutos que poseian los extraños.

Por esta causa á instancia del nuncio se trató en las cortes que para la coronacion del rey se juntaron, muy de propósito este punto. Hobo consultas diferentes, muchas demandas y respuestas sobre el caso. La resolucion finalmente fué que los extraños no pedian razon en lo que pretendian, y que lo proveido se llevase adelante. Pero como quier que muchos cortesanos pretendiesen tener parte en los despojos, y alcanzar del papa aquellas y semejantes gracias, hicieron tal y tanta instancia para que no se ejecutase aquel decreto, que al fin por entonces fué forzoso disimular: la edad del rey era deleznable, y las negociaciones grandes en demasía. Todavia para resolver con mas acuerdo este punto de las extrangerias y otros negocios graves que instaban, acordaron se aplazasen de nuevo cortes generales del reino para la villa de Madrid. Entretanto que las cortes se juntaban, á instancia de los Vizcainos, que mucho lo deseaban, el nuevo rey fué en persona á tomar la posesion del señorío de Vizcaya. Juntáronse los principales de aquel estado: otorgóles que á ejemplo de Castilla, donde todavía se continuaba esta antigua y dañada costumbre, pudiesen decidir y concluir sus pleitos, que eran asáz, por las armas y desafio.

Lo que hizo á este año muy señalado fué la navegacion que de nuevo a cabo de largo tiempo se tornó á hacer á las Canarias. Armaron los Vizcainos, en que hicieron grande gasto, costearon con sus naves las marinas de España: alargaronse despues al mar, descubrieron las Canarias, roconociéronlas todas, informáronse de sus nombres, de sus riquezas y frescura. Surgieron en Lanzarote y saltaron en tierra: vinieron a las manos con los isleños, prendieron al rey, á la reina y ciento y setenta de sus vasallos. Con tanto dieron la. vuelta á España, cargados los bajeles, demas de los cautivos, de pieles de cabras y alguna cera, de que aquellas islas tienen abundancia, para muestra de los trages, de los frutos y fertilidad de la tierra, y del útil que se podria sacar, si continuasen las navegaciones, a propósito de sujetar aquellas islas á la corona de Castilla, como finalmente se hizo.

CAPITULO II.

De las cortes de Madrid.

Ex este medio conforme al órden que se dió, acudieron á Madrid, y se juntaron los tres brazos, gran número de obispos, grandes y los procuradores de las ciudades. El rey asímismo, asentadas las cosas de Vizcaya, y pasados los calores del estío en la ciudad de Segovia por su mucha templanza, llegó á Madrid por el mes de noviembre. En la primera junta habló á los congregados en pocas razones esta sustancia. Despues de loar á su padre y declarar el estado en que el reino se hallaba, dijo tenia muchos ejemplos y muy buenos de sus antepasados para gobernar bien sus estados. Que en su menor edad si bien el reino se mantuvo en paz con los extraños, pero llegó á punto de perderse por las discordias y alteraciones de los naturales. Lo que por razon de los tiempos se estragó, era razon concertallo con su autoridad y por el consejo de los que presentes se hallaban. En la traza de su gobierno se pretendia apartar de los caminos y inconvenientes en que sus buenos vasallos tropezaron, en especial pondria todo cuidado en que ni la ambicion hallase entrada, ni el dinero que comprar. Sobre todo deseaba poner en su punto las leyes, y dar toda autoridad á los tribunales, que la libertad de los tiempos les quitaran. Las rentas reales estaban consumidas y acabadas: para remedio deste daño se podria tomar uno de dos caminos, imponer nuevos tributos en los pueblos, ó revocar las donaciones que sus tutores hicieron con buen ánimo y forzados de la necesidad, mas en gran perjuicio de su patrimonio real; en todo empero pretendia usar de blandura y clemencia, á que su edad y su condicion mas le inclinaban que á rigor ni á severidad.

El razonamiento del rey y sus concertadas razones agradaron asáz á los que presentes se hallaron; si bien se dejaba entender que por su boca hablaban sus privados y cortesanos, los que en su nombre y por su mano lo gobernaban todo á su voluntad no sin grave ofension de los demas, como es ordinario que unos se mueven por envidia, otros por el menoscabo de la autoridad real. Los que mas cabida tenian y alcanzaban con el rey, eran tres: Juan Hurtado de Mendoza mayordomo de la casa real, Diego Lopez de Zúñiga justicia mayor, y Ruy Lopez Dávalos su camarero mayor. Tenian entre sí conformidad, entre privados cosa

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semejante á milagro. Su mayor cuidado enfrenar la edad deleznable del rey, mirar por el gobierno en comun, y en particular amparar á los pequeños contra las demasías de los grandes. Preguntados los procuradores en que manera se podria acudir al reparo de las rentas reales, dieron por respuesta que el pueblo estaba tan cargado de imposiciones, y tan gastado por causa de las revueltas pasadas, que no podrian llevar se mentase de cargalles con nuevos tributos. Todavia les parecia que de las ventas y mercadurias se podria acudir al rey á razon de uno por veinte. Que seria todavia mas fácil y hacedero reformar el gran número de compañias de soldados que por sus particulares los señores sustentaban y entretenian á costa del comun; por lo menos les abajasen las pagas y sueldo conforme al que se daba en tiempo de los reyes pasados: lo mismo de las pensiones que los señores cobraban.

Este medio pareció el mas acertado y mas fácil, demas que se reformaron y borraron de los libros del rey las pensiones y acostamientos que en tiempo de la menor edad del rey ó se concedieron de nuevo, ó en gran parte se acrecentaron. Ofendiéronse muchos con esta determinacion, que estaban mal acostumbrados al dinero del rey; pero era la querella de secreto, que en lo público todos aprobaban el decreto. Hecho esto, se celebraron las bodas del rey con su esposa la reina doña Catalina por haber llegado á edad de poderse casar legalmente lo mismo se hizo en el casamiento del infante don Fernando con doña Leonor condesa de Alburquerque su esposa, concertado de ántes, y no efectuado por las razones que arriba se tocaron. Las alegrias como se puede entender fueron muy grandes: con que las cortes de Madrid se concluyeron y despidieron.

El rey al principio del año de 1394 por causa de la peste que comenzaba a picar en Madrid, se partió para Illescas, villa de buena comarca y de aires saludables, puesta entre Toledo y Madrid á la mitad del camino. Convidado el arzobispo de Toledo con la ocasion del lugar, que era suyo, fué á hacer reverencia al rey, que le recibió muy bien, y á él fué fácil volver á la autoridad y cabida que antes tenia, por su buena gracia y maña en grangear la gracia de los príncipes y de los cortesanos. El arzobispo de Santiago su gran contendor llevó muy mal esta venida y privanza, en tanto grado que con ocasion fingida (á lo que se decia) de su poca salud se salió de la corte y se fué á Hamusco, villa suya en Castilla la Vieja, mal enojado contra el rey y contra el de Toledo, y aun resuelto de satisfacerse, si ocasion para ello se le presentase.

Fueron estos dos prelados en aquella era los mas señalados del reino, dotados de prendas y partes aventajadas, ingenio, sagacidad, diligencia, bien que las trazas eran bien diferentes. Parece por la ocasion que el lugar nos presenta, será bien declarar en breve sus condiciones y naturales. La nobleza, la edad, la elocuencia, la grandeza de ánimo eran casi iguales: los caminos por donde se enderezaban, eran diferentes. El de Santiago usaba de caricias, astucia y liberalidad: el de Toledo se valia de su entereza en que no tenia par, y de otras buenas mañas. El primero hacia placer y grangeaba la voluntad de los grandes: el otro se señalaba en gravedad y mesura, y severidad. El uno daba, el otro tenia mas que dar: aquel amparaba á los culpados y los defendia, el de Toledo queria que los ruines fuesen castigados. El uno era solícito, vigilante, favorecia á sus amigos, y á nadie negaba lo que estuviese en su mano: el otro ponia todo cuidado en la templanza, reformacion y todo género de virtudes. Al uno punzaba el dolor por la iglesia de Toledo que los años pasados le quitaron á tuerto y contra razon, como él se persuadia: al de Toledo acreditaba habella alcanzado sin pretension ni trabajo. Era respetado y temido de sus contrarios por su valor; y si bien diversas veces le armaron lazos, y cayó en sus manos, siempre se libró dellas, y con los rayos de su luz deshizo las tinieblas de muchas celadas que sus émulos le paraban.

CAPITULO III.

De la muerte del maestre de Alcántara.

SENTIAN mucho los grandes y caballeros les reformasen los gages y acostamientos que cada un año tiraban de las rentas reales, de que resultaron en Castilla la Vieja alteraciones y revueltas en esta manera. El duque de Benavente se salió de Madrid mal enojado: apoderábase de las rentas reales y eclesiásticas en todas las partes que podia. La pequeña edad del rey y los tiempos daban ocasion à estas demasías y desórdenes. Despacharon al mariscal Garci

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