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Gonzalez de Herrera que le reportase y pusiese en razon, y juntamente le avisase era mal término usurpar por su autoridad lo que se debia alcanzar con buenos medios y servicios. Llevó asimismo orden de verse con la reina de Navarra, y los condes de Gijon y Trastamara, que se mostraban sentidos por la misma causa, y tramaban de juntar sus fuerzas y alborotar la tierra.

La respuesta del de Benavente al recaudo que le dieron, fué que no podia llevar ni era razon que el rey se gobernase por ciertos hombres que poco ántes se levantaron del polvo de la tierra, y que ellos solos tuviesen el palo y el mando. Que esta fué la causa de su salida de la corte, do no pensaba volver si no ponian en su poder para su seguridad como en rehenes, los hijos de aquellos tres personages mas poderosos de palacio. La respuesta de los otros señores descontentos fué semejable. Diego Lopez de Zúñiga por órden del rey fué asímismo á verse con el arzobispo de Santiago, y amonestalle que pospuesto todo lo al, se viniese á la corte, ca se entendia traia sus inteligencias con los alborotados. Respondió al mensage que la enemiga que tenia con el de Toledo, que era antigua y muy notoria, no le daba lugar á hacer presencia en la corte mientras su contrario en ella estuviese.

Supo el rey de Navarra lo que en Castilla pasaba, los desgustos y pasiones. Parecióle buena ocasion para recobrar su muger. Despachó sus embajadores sobre el caso, que hallaron al rey de Castilla en Alcalá de Henares do era ya ido. Hicieron sus diligencias conforme al órden que traian, mas sin embargo que el rey estaba torcido con la reina por inclinarse ella y favorecer á los señores desgustados, todavia tuvieron mas fuerza las escusas que daba, las mismas que antes diera, y el respeto que á su persona por ser reina y tia del rey se debia. Propusieron que á lo menos les entregase dos hijas que tenia en su compañia, para llevallas á su padre. No vino el rey tampoco en esto, antes dió por respuesta que en tanto que el matrimonio estaba apartado, era justo y puesto en razon que el padre y la madre repartiesen entre si los hijos para con su presencia llevar mejor la viudez y soledad.

Concluido con esta embajada, vinieron de Portugal nuevos embajadores, que en nombre de su rey con palabras determinadas pidieron firmasen ciertos grandes las capitulaciones de las treguas y asiento que tomaron, que no lo habian querido hacer. Estos eran el marques de Villena y el conde de Gijon: el de Villena alegaba que pues no le dieron parte en los conciertos que hicieron, no era justo ni necesario que él los firmase; el de Gijon antes de firmar pretendia que el de Portugal le entregase los pueblos que con su muger le señalaron en dote: el uno tomaba la firma por torcedor, y el otro por punto de honra; caminos que suelen desbaratar grandes negocios. Volviéronse los embajadores sin alcanzar cosa alguna, no sin recelo que las cosas llegasen á rompimiento.

Nueva ocasion que por cierto accidente resultó, de mayor cuidado, hizo que no se reparase tanto en el desgusto de Portugal. Don Martin Yañez de la Barbuda que fué en Portugal do nació Clavero de Avis, los años pasados en tiempo del rey don Juan se desterró de su patria, y dejó el lugar que tenia, por seguir las partes de Castilla en las guerras que andaban sobre aquella corona de Portugal. Debia estar desgustado con su maestre, ó pretendia aventajarse en rentas y autoridad; que de su ingenio no sé si se puede y debe creer se moviese por la justicia de la querella: finalmente ayudó al rey de Castilla, y se halló en aquella memorable jornada de Aljubarrota. En premio de sus servicios y recompensa de lo que dejó en su natural, se dió órden como le hiciesen maestre de Alcántara, con que se acrecentó en autoridad y renta. Era de ingenio precipitado, voluntario y resoluto. Avino que un ermitaño por nombre Juan Sago, tenido por hombre santo á causa de la vida retirada que por mucho tiempo hizo en el yermo, le puso en la cabeza que tenia revelacion alcanzaria grandes victorias contra Moros, singular renombre y muy poderoso estado, si desafiase aquella gente en comprobacion de la verdad de la religion Católica.

Dejóse el maestre persuadir facilmente por frisar con su humor aquel dislate. Envió personas á Granada que retasen aquel rey á hacer campo con él, con órden que si este riepto no se recibiese, ofreciesen que entrasen en la liza veinte, treinta, ó cien cristianos, y que el número de los Moros fuese en cualquier destos casos doblado, que por la parte que la victoria quedase, aquella religion y creencia se tuviese por la acertada: temeridad Y desatino notable. Los Moros fueron mas cuerdos: maltrataron y ultrajaron á los embajadores, sin hacer dellos algun caso. El maestre mas indignado por esto, y confiado en la revelacion del ermitaño y la justicia de su querella, se determinó con las armas romper por la frontera

TOMO II.

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de Moros. Ninguna cosa tiene mas fuerza para alborotar el vulgo que la máscara de la religion reseña á que los mas acuden como fuera de sí, sin reparar en inconvenientes. A la fama pues de la empresa que el maestre tomaba, le acudió mucha gente, no de otra guisa que si tuvieran en las manos la victoria. Pasaron alarde demas de trecientos de á caballo hasta cinco mil peones de toda broza, los mas aventureros, mal armados, sin ejercicio de guerra, finalmente mas canalla que soldados de cuenta.

Desque el rey supo lo que pasaba, procuró apartalle de aquel intento. Asimismo los hermanos Alonso y Diego Fernandez de Córdova señores de Aguilar, caballeros de mucha cuenta, y á que marchaba con su gente, le salieron al camino para con sus buenas razones y autoridad divertille de aquel dislate. Do vais (dicen) maestre á despeñaros? por qué llevais esta gente al matadero? Vuestros pecados os ciegan, estos pobrecillos nos lastiman, »que pretendeis entregarlos á sus enemigos carniceros. Volved por Dios en vos mismo, de»sistid dese vuestro intento tan errado, enfrenad con la razon el ímpetu demasiado de vuestro »corazon, que si no tomais nuestro consejo, ni dais orejas á nuestros ruegos, el daño será muy cierto y el llanto, junto con la mengua de toda la nacion y reino.»>

No se doblegó con estas razones su pecho, no mas que si fuera de piedra: saca por su divina permision la ira divina á los hombres de seso, cuando no quiere que se emboten sus aceros. Rompieron pues por tierra de Moros un domingo veinte y seis de abril. Pusiéronse sobre la torre de Egea, puesta en la misma frontera, para combatilla, cuando de sobresalto se mostró el rey moro acompañado de cinco mil de á caballo y de ciento y veinte mil de á pie: grande número, pero que se hace probable por causa que el moro so graves penas mandó que todos los de edad á propósito se alistasen. Los cristianos con la vista de morisma tan grande á la hora desmayaron. En los de á pie no hobo resistencia por ser gente allegadiza, y porque los Moros los apartaron de sus caballos. Hirieron en ellos á toda su voluntad, los mas quedaron tendidos en el campo: algunos se salvaron que con tiempo se encomendaron á los pies. Los de á caballo hicieron el deber, ca arremolinados entre sí, por una pieza pelearon con valor, y tuvieron en peso la batalla. Sobre todos se señaló el maestre en aquel aprieto de valeroso y esforzado, y hizo grandes pruebas de su persona; mas finalmente como quier que los enemigos eran tantos, cayó muerto, y con él los demas sin que ninguno mostrase cobardia ni volviese las espaldas: pequeño alivio de un revés y de una afrenta tan grande, con que la Dominica in Albis, que quiere decir blanca, y era aquel dia, se trocó en negra y aciaga.

El cuerpo del maestre con licencia de los Moros llevaron á Alcántara, y le sepultaron en la iglesia Mayor de Santa María en un lucillo, y en él una letra que él mismo se mandó poner:

AQUI YACE AQUEL EN CUYO CORAZON NUNCA PAVOR

TUVO ENTRADA.

Cierto caballero refirió este letrero al emperador Carlos quinto, que dicen respondió: Nunca ese fidalgo debió apagar alguna candela con sus dedos. Era clavero de Calatrava Fernan Rodriguez de Villalobos, hombre de valor y anciano. Juntáronse los caballeros, acudió el rey con su favor, y nombrȧronle en lugar del muerto, si bien no era hijo legítimo de su padre, para que fuese maestre de Alcántara, eleccion que mucho sintieron y murmuraron los de aquella orden; pero prevaleció la voluntad del rey y los muchos servicios y valor del electo. Los Moros aunque agraviados de aquella entrada del maestre por habelles quebrantado las treguas, todavía ántes de romper la guerra despacharon al rey don Enrique un embajador que le halló en S. Martin de Valdeiglesias: allí propuso sus quejas; la respuesta fué que la culpa de aquel caso solo la tenia el maestre, que su muerte y la de los suyos era bastante emienda: con lo cual los Moros se sosegaron.

CAPITULO IV.

De nuevos alborotos que se levantaron en Castilla.

Los grandes que en Castilla la Vieja andaban descontentos, hacian de nuevo mayores juntas

de gentes y de soldados. La voz era para acudir al llamado del rey, que decian se apercebia en Toledo, do estaba, para acudir á la guerra que de parte de Granada por la causa dicha de suso amenazaba; mas otro tenian en el corazon, que era llevar adelante sus desgustos y

pasiones. Avino á la misma sazon que el rey de Castilla volvió á Illescas bien acompañado de gente, de grandes y ricos hombres. El maestre de Calatrava hizo tanto con el marqués de Villena, que le trajo consigo á aquella villa para reconcilialle con el rey: muchos nobles para honralle desde Aragon le hicieron compañía. Recibióle el rey con muchas muestras de amor y de contento; que es muy propio de los reyes contemporizar y ganar con caricias y benignidad las voluntades. El marqués hizo instancia que le restituyesen la dignidad de condestable que tenia por merced del rey don Juan, y los tutores á tuerto la dieron al conde de Trastamara. Hobo el rey su acuerdo sobre la demanda: respondió era contento de otorgar con lo que pedia, á tal empero que le acompañase á Castilla la Vieja, do era forzoso pasar para poner en razon los que andaban alborotados. Escusóse que no venia aprestado para aquella jornada: con tanto dió vuelta á Aragon, con algun sentimiento del rey que quisiera tener á su lado un tal varon.

Los bullicios de Castilla continuaban, y por el mismo caso los agravios que se hacian á la gente menuda y desvalida; pero visto que el rey se aprestaba de gente, los grandes, que no tenian fuerzas para resistir á la potencia real, tomaron mejor acuerdo. Diéronles seguridad, y así vinieron á la corte primero el arzobispo de Santiago, y tras él el duque de Benavente. Alegaron en escusa suya el mucho poder de sus enemigos y sus agravios, que los pusieron en necesidad para su defensa de acompañarse de gente: ofrecieron de recompensar las culpas con mayores servicios y lealtad. Perdonólos el rey de buena gana; y aun para mas prendar al de Benavente le señaló de las sus rentas reales quinientos mil maravedis de acostamiento en cada un año, y la villa de Valencia en Extremadura en recompensa del dote que le daban en Portugal, á condicion empero que se llegase á cuentas de las rentas reales que por su órden se cobraron los años pasados.

La esperanza de sosiego que todos comunmente concibieron con esto, se aumentó con la reduccion de don Pedro conde de Trastamara, que don Alonso Enriquez su hermano le aconsejó y persuadió que dejase aquellas porfias y bullicios que de ordinario paran en mal. Diéronle de acostamiento otra tanta cantía de maravedís; y para igualalle en todo con el de Benavente le restituyeron la villa de Paredes, que don Alonso conde de Gijon contra razon y derecho le tenia usurpada por fuerza. Trataba el rey de sujetar con las armas al conde de Gijon, que solo restaba de los grandes alborotados, y no tenian esperanza que se dejaria vencer por buenos medios y blandos (tan bullicioso era y tan arrestado de su natural) cuando vinieron por embajadores de don Carlos rey de Navarra el obispo de Huesca, que era francés de nacion, y Martin de Ayvar para intentar lo que tantas veces acometieron en vano, que la reina doña Leonor volviese á hacer vida con su marido. Lo que la razon no alcanzó, hizo cierto accidente que se efectuase.

La reina estaba muy sentida que la hobiesen acortado gran parte de la pension que tiraba de las rentas reales, por la cual causa se salió de las cortes de Madrid en que se tomó este acuerdo, mal enojada. Comunicábase con los grandes que andaban alborotados por la misma razon, y aun se entendia entraba á la parte de los bullicios. El rey de Castilla estaba por esto con ella torcido, que fué la ocasion de despachar de nuevo esta embajada. Avino que el conde de Trastamara, sabido lo que se tramaba contra la reina acerca de su partida, al improviso se salió de la corte y se fué para la reina que moraba en Roa, para asistilla que no se le hiciese fuerza ni agravio. Puso al rey en cuidado esta partida tan arrebatada no fuese principio de nuevas alteraciones. Sospechóse que el de Trastamara se comunicó en lo que hizo y pretendia, con el duque de Benavente. Llamóle á la corte, y llegado, le echaron mano y pusieron á buen recado; que fué un sábado veinte y cinco de julio. Hecho esto, porque la reina y el conde no tuviesen lugar de afirmarse, con la gente que pudo y que tenia aprestada para ir contra el conde de Gijon, á grandes jornadas partió el rey la vuelta de Roa. No pudo haber á las manos al conde, que con tiempo se huyó á Galicia. La reina visto el riesgo que corria, para aplacar la saña del rey, sin ponerse en defensa con sus hijas todas cubiertas de luto le salió á recebir á las puertas de la villa. Dió sus descargos, que no tuvo parte alguna en la partida del conde, pero que venido á su casa no era razon dejar de hospedar á su hermano, mayormente que publicaba venia á consolalla en su tristeza y trabajos. Mostró el rey satisfacerse con sus descargos de tal guisa que se apoderó de la villa, si bien dejó á la reina las rentas para que con ellas se sustentase, y á ella mandó que le acompañase á Valladolid, do la mandó poner guardas para que no se pudiese ausentar ni buir.

En el entretanto don Alonso conde de Gijon se fortalecia de armas, soldados y vituallas en la su villa de Gijon. Para atajalle los pasos acudió el rey con toda presteza á las Asturias: apoderóse de la ciudad de Oviedo, que se tenia por el conde (1). Dende partió para

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Gijon, y puso sobre ella sus estancias. El sitio es lan fuerte por su naturaleza que por fuerza no la podian tomar. Detenerse en el cerco muchos dias érales muy pesado por ser los

(1) Oviedo se levantó contra el conde y habiéndose acercado el rey, se le entregó y prestó obediencia.

mayores frios del año, que en aquella tierra son mayores por ser muy septentrional, demas de muchas enfermedades que picaban en el campo y en los reales; todavia no fué la jornada en balde, porque durante el cerco el conde de Trastamara se redujo á mejor partido, y con perdon que le dieron, vino á los dichos reales. Con el conde cercado asimismo, visto que no le podian forzar, se tomó asiento á condicion que fuera de aquella villa de Gijon, en todos los demas pueblos de su estado se pusiesen guarniciones de soldados por el rey: ultra desto que el conde en persona pareciese en Francia para descargarse delante de aquel rey, como juez árbitro que nombraban de comun acuerdo, del aleve que se le imputaba; y que la sentencia que se diese, se cumpliese enteramente. Para seguridad del cumplimiento y de todo lo concertado el conde puso en poder del rey de Castilla á su hijo don Enrique: con que por el presente se dejaron las armas, y el reino se libró del cuidado en que por esta causa estaba.

CAPITULO V.

De la eleccion del papa Benedicto Decimotercio.

ESTO pasaba en Castilla en sazon que en Aviñon falleció el papa Clemente á los diez y seis

de setiembre. Los príncipes y potentados, los de cerca y los de lejos, por sus embajadores requirieron á los cardenales de aquella obediencia se fuesen despacio en la eleccion del sucesor que su principal cuidado fuese de buscar alguna traza como el scisma se quitase, y con esto se pusiese fin á tantos males. A los cardenales no pareció dilatar el cónclave y la eleccion. Solo para mostrar algun deseo de condescender con la voluntad de los príncipes de comun acuerdo ordenaron que cada cual de los cardenales por expresas palabras jurase, en caso que le eligiesen por papa, renunciaria el pontificado cada y cuando que hiciese lo mismo por su parte el pontifice de Roma: camino que les pareció el mejor que se podia dar para apaciguar y unir toda la cristiandad. Creo será bien poner en este lugar la forma del juramento que hicieron los cardenales: «Nos los cardenales de la Santa Iglesia Romana con>>gregados en cónclave para la eleccion futura, todos juntos y cada cual por sí delante el al>tar donde es costumbre de celebrar la misa conventual, por el mayor servicio de Dios y »unidad de su iglesia, y salud de todas las ánimas de sus fieles prometemos y juramos, to»cando corporalmente los santos Evangelios de Dios, que sin algun dolo ó fraude ó engaño trabajaremos y procuraremos con toda fidelidad y cuidado por cuanto á lo que nos toca, ó adelante puede tocar, la union de la iglesia, y poner fin cuanto en nos fuere al scisma »que agora con intimo dolor de nuestros corazones hay en la Iglesia. Item que daremos para »este auxilio, consejo y favor al pastor nuestro y de la grey del Señor, que ha de ser y por tiempo será señor nuestro, y vicario de Jesucristo, y que no daremos consejo ó favor direc»ta ó indirectamente, en público ó en secreto, para impedir las cosas arriba dichas. Mas, »que cada uno de nos cuanto le fuere posible, aunque sea elegido para la silla del apostola"do, hasta hacer cesion inclusivamente de la dignidad del papado, guardará y procurará todas estas cosas y cada una dellas, y todas las demas arriba dichas; junto con esto todas las vias útiles y cumplideras al bien de la iglesia y à la dicha union con sana y sincera vo»luntad, sin fraude, escusa ó dilacion alguna, si asi pareciere convenir al bien de la Igle»sia y á la sobredicha union á los señores cardenales que al presente son 6 por tiempo se»rán en lugar de los presentes, ó á la mayor parte dellos.»

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Hecho este juramento en la manera que queda dicho, se juntaron los cardenales, en número veinte y uno, para hacer la eleccion. Salió con todos los votos sin que alguno le fallase, el cardenal de Aragon don Pedro de Luna. Su nobleza era muy conocida, su doctrina muy aventajada en los derechos civil y canónico, demas de las muchas legacias en que mucho trabajó, su buena gracia, maña y destreza con que se grangean mucho las voluntades. En su asuncion se llamó Benedicto decimotercio. Despues que se vió papa, comenzó á tratar de pasar la silla á Italia, sin acordarse del juramento hecho ni de dar órden en renunciar el pontificado. Alteróse mucho la nacion francesa por la una y por la otra causa. Tuvieron su acuerdo en París en una junta de señores y prelados. Parecióles que para reportar el nuevo pontífice, que sabian era persona de altos pensamientos y gran corazon, como lo declaró bien el tiempo adelante, era necesario envialle grandes personages que le representasen lo que aquel reino y toda la iglesia deseaba.

Señalaron por embajadores los duques de Borgoña y de Orliens y de Bourges, los cua

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