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les luego que llegaron á Aviñon, habia audiencia, le requirieron con la paz, y protestaron la restituyese al mundo, y que se acordase de las calamidades que por causa de aquella division padecia la cristiandad: acusábanle el juramento que hizo, y mas en particular le pedian juntase concilio general en que los prelados de comun acuerdo determinasen lo que se debia hacer. Respondió el papa que de ninguna suerte desampararia la iglesia de Dios vivo, y la nave de S. Pedro cuyo gobernalle le habian encargado. No se contentaron aquellos principes desta respuesta, ni cesaban de hacer instancia; mas visto que nada aprovechaba dieron la vuelta mal enojados así ellos como su rey y toda aquella nacion. Procuraba el pontifice con destreza aplacar aquella indignacion, para lo cual concedió al rey de Francia por término de un año la décima de los frutos eclesiásticos de aquel reino.

Esto pasaba por el mes de mayo del año del Señor de 1395 años, en que se comenzó á destemplar poco a poco el contento del nuevo pontifice, y trocarse su prosperidad en miserias y trabajos. El gobernador de Aviñon con gente de Francia por orden de aquel rey le puso cerco dentro de su palacio muy apretado. Publicóse otrosi un edicto en que se mandaba que ningun hombre de Francia acudiese á Benedicto en los negocios eclesiásticos. Sobre todo los cardenales mismos de su obediencia le desampararon, excepto solo el de Pamplona, que permaneció hasta la muerte en su compañia. Finalmente por todas estas causas se vió tan apretado, que le fué forzoso salirse de Aviñon en hábito disfrazado, y pasarse á Cataluña para poderse asegurar: pero esto aconteció algunos años adelante (1). Las negociaciones entre los príncipes sobre el caso andaban muy vivas, y las embajadas que los unos á los otros se enviaban. El rey de Francia procuraba apartar de la obediencia de aquel papa á los reyes, al de Navarra, al de Aragon y al de Castilla. Haciaseles cosa muy grave á estas naciones apartarse de lo que con tanto acuerdo abrazaron, en particular el de Castilla despachó á don Juan obispo de Cuenca, persona prudente y de trazas, para que reconciliase al rey de Francia con el papa, ca entendian la causa de aquella alteracion y mudanza eran desgustos particulares: poco prestó esta diligencia.

En Aragon por la parte de Ruysellon entró gran número de soldados Franceses para robar y talar la tierra. La reina doña Violante, como la que por el descuido de su marido ponia en todo la mano, despachó al rey de Francia y á sus tios los duques, el de Borgoña y el de Berri, y al duque de Orliens un embajador, por nombre Guillen de Copones, para querellarse de aquellos desórdenes: diligencia con que se atajó aquella tempestad, y los Franceses dieron la vuelta en sazon que el rey don Juan de Aragon murió de un accidente que le sobrevino de repente. Salió á caza en el monte de Foxa, cerca del castillo de Mongriu y de Urriols en lo postrero de Cataluña. Levantó una loba de grandeza descomunal: quier fuese que se le antojó por tener lesa la imaginacion quier verdadero animal, aquella vista le causó tal espanto que á deshora desmayó y se le arrancó el alma, que fué á los diez y nueve de mayo dia miércoles. Principe à la verdad mas señalado en flojedad y ociosidad que en alguna otra virtud.

Su cuerpo fué sepultado en Poblete, sepultura ordinaria de aquellos reyes. No dejó hijo varon, solamente dos hijas de dos matrimonios, doña Juana y doña Violante. La primera dejó casada con Mateo conde de Fox, la segunda concertada con Luis duque de Anjou, segun que de suso queda apuntado. Nombró en su testamento por heredero de aquella corona á su hermano don Martin duque de Momblanc, lo que con gran voluntad aprobó el reino por no caer en poder de extraños, si admitian las hembras á la sucesion. Hallábase don Martin ausente, ocupado en allanar á sus hijos la isla de Sicilia y componer aquellas alteraciones. Doña Maria su muger, persona de pecho varonil, hizo sus veces, ca se llamó luego reina; y en una junta de señores que se tuvo en Barcelona, mandó se pusiesen guardas á la reina doña Violante que decia quedar preñada, para no dar lugar á algun embuste y engaño: la misma reina viuda dentro de pocos dias se desengañó de lo que por ventura pensaba.

Pretendia el conde de Fox que le pertenecia aquella corona por el derecho de su muger, como de hija mayor del rey difunto. Contra el testamento que hizo su suegro, se valia del de el rey don Pedro su padre, que llamó á la sucesion las hijas: de la costumbre tan recebida y guardada de todo tiempo, que las hembras heredasen el reino (2), la cual ni se de

(1) Antes de este viage el papa Benedicto vino á Aragon.

(2) No habia tal costumbre en Aragon pues si doña Petronila lo heredó, fué por un consentimiento expreso de la nacion.

bia, ni se podia alterar, mayormente en su perjuicio. Estas razones se alegaban por parte del conde de Fox y de su muger, si no concluyentes, á lo menos aparentes asáz. Sin embargo las cortes del reino que se juntaron en Zaragoza por el mes de julio, adjudicaron el reino de comun acuerdo de todos á don Martin que ausente se hallaba, las insignias, nombre y potestad real. Platicaron otrosi de los apercibimientos que se debian hacer para la guerra que de Francia por el mismo caso amenazaba.

CAPITULO VI.

Como la reina doña Leonor volvió á Navarra.

EL reino de Aragon andaba alterado por las sospechas y recelos de guerra que los aquejaban. En las ciudades y villas no se oia sino estruendo de armas, caballos, municiones, vituallas. Castilla sosegaba por haberse los demas grandes allanado, y el de Gijon ausentado y partido para Francia conforme á lo que con él asentaron. La reina de Navarra asimismo mal su grado fué forzada á volver con su marido, negocio por tantas veces tratado. Para aseguralla hizo el rey su marido juramento de tratalla como á reina é hija de reyes. Para honralla y consolalla el mismo rey de Castilla su sobrino la acompañó hasta la villa de Alfaro, que es en la raya de Navarra. En la ciudad de Tudela la recibió el rey su marido magnificamente con toda muestra de alegría y de amor. Hiciéronse por esta vuelta procesiones en accion de gracias por todas partes, fiestas y regocijos de todas maneras. Juan Hurtado de Mendoza mayordomo de la casa real tenia gran cabida con el rey de Castilla: por esto y en recompensa de sus servicios le hizo poco antes donacion de la villa de Agreda, y en el territorio de Soria de los lugares Ciria y Borovia. El pueblo llevaba mal esto por la envidia que como es ordinario se levanta contra los que mucho privan, y suélese llevar mal que ninguno se levante demasiado. Los vecinos de Agreda no querian sujetarse, ni ser de señor ninguno particular, con tanta determinacion que amenazaban defenderian con las armas (si necesario fuese) su libertad. Tenian por cosa pesada que aquel lugar de realengo se hiciese de señorío: gobierno que al principio suele ser blando, y adelante muy pesado y grave, de que cada dia se mostraban ejemplos muy claros. Demas que por estar á los confines de Navarra y Aragon corrian peligro de ser acometidos los primeros, sin que los pudiesen defender las fuerzas de ningun señor particular. Querellábanse otrosi que no les pagaban bien los servicios suyos y de sus antepasados, y la lealtad que siempre con sus reyes guardaron.

Partióse el rey de Castilla para allá con intencion y fiucia que con su presencia se apaciguarian aquellos desgustos. Poco faltó que no le cerrasen las puertas, si no intervinieran personas prudentes que les avisaron con cuanto peligro se usa de fuerza para alcanzar de los reyes lo que con modestia y razon se debe y puede hacer: consejo muy saludable, porque el rey, oidas sus razones, con facilidad se dejó persuadir que aquella villa se quedase en su corona, con recompensa que hizo á Juan de Mendoza en las villas de Almazan y Santisteban de Gormaz que á trueco le dieron: con que se sosegó aquella alteracion. El rey don Enrique para seguir al conde de Gijon envió sus embajadores á Francia, que comparecieron en París al plazo señalado. El conde no compareció sea por no poder mas, sea por maña; verdad es que al tiempo que los embajadores se aprestaban para dar la vuelta, tuvieron aviso que el conde era llegado à la Rochela, ciudad y puerto en tierra de Santonge puesto entre la Guiena y la Bretaña. Por esta causa se detuvieron. Pusiéronle demanda delante del rey de Francia: alegaron las partes de su derecho, y sustanciado el proceso y cerrado, se vino á sentencia, en que el conde fué dado por aleve, y mandado se pusiese en manos de su rey y se allanase: si así lo cumpliese, podia tener esperanza del perdon y de recobrar su estado, en que aquel rey ofrecia interpondría su autoridad y ruegos: si perseverase en su rebeldia, le avisaban que de Francia no esperase ningun socorro, ni lugar seguro en aquel reino.

En esta sustancia se despacharon cartas para el duque de Bretaña y otros señores movientes de aquella corona y á los gobernadores, en que les avisaban no ayudasen al conde para volver á España con dineros, armas, soldados, ni naves. Por otra parte el rey de Castilla, avisado de la sentencia, pedia que le entregasen la villa de Gijon conforme à las condiciones que asentaron: la condesa que dentro estaba, no venia en ello, sea por ser muger varonil, ó por los consejeros que tenia á su lado. Acudió el rey á esto, porque con la dilacion

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no se pertrechase: púsose sobre aquella villa cerco, que no duro mucho á causa que los cercados, perdida toda esperanza de socorro, en breve se rindieron. El rey hizo abatir los muros de la villa y las casas para que adelante no se pudiese rebelar. A la condesa entregaron á su hijo don Enrique que estaba en poder del rey, á tal que desembarazase la tierra, y se fuese fuera del reino con su marido, que á la sazon se hallaba en tierra de Santonge con poca ó ninguna esperanza de recobrar su estado.

Hecho esto, el rey dió la vuelta á Madrid, resuelto de visitar en persona el Andalucia, que lo deseaba y los negocios lo pedian, y por diversas causas lo dilatára hasta entonces. Pasó á Talavera con este intento: allí por el mes de noviembre le llegaron embajadores del rey de Granada para pedir que el tiempo de las treguas que ya espiraba, ó era del todo

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pasado, se alargase de nuevo. Recelábanse los Moros que apaciguadas las pasiones del reino y de los grandes, no revolviesen las fuerzas de Castilla en daño de Granada para tomar emienda de los daños que ellos hicieron en su menor edad por aquellas fronteras. No los despacharon luego: solo les dieron órden que fuesen á Sevilla en compañía del rey, al cual recibió aquella ciudad con grandes fiestas y regocijos, como es ordinario. En ella hizo prender al arcediano de Ecija por amotinador de la gente, y atizador principal de los graves daños que los dias pasados se hicieron en aquella ciudad y en otras partes á los Judíos. Esta prision y el castigo que le dieron, fué escarmiento para otros, y aviso de no levantar el pueblo con color de piedad.

Por todas estas causas una nueva y clara luz parecia amanecer en Castilla despues de tantos torbellinos y tempestades, y una grande seguridad de que nadie se atreveria á hacer desaguisados a los miserables y flacos. Las treguas asimismo se renovaron con los Moros, que mucho lo deseaban: con que quedaba todo sosegado sin miedo ni recelo de alguna guerra ni alboroto. Mucho importó para toda la prudencia y buena maña del rey don Enrique, que aunque mozo, de cada dia descubria mas prendas de su buen natural en valor y todo género de virtudes. Verdad es que las esperanzas que deste principe se tenian muy

grandes, en breve se regalaron y deshicieron como humo por causa de su poca salud, mal que le duró toda la vida. Grande lástima y daño muy grave: con la indisposicion traia el rostro amarillo y desfigurado, las fuerzas del cuerpo flacas, las del juicio á veces no tan bastantes para peso tan grande, tantos y tan diversos cuidados. Finalmente los años adelante no continuó en las buenas muestras que antes daba, y que las gentes se prometian de su buen natural. Fué esto en tanto grado que apenas se puede relatar cosa alguna de las que hizo los años siguientes. Algunos atribuyen esta dificultad á la falta que hay de memorias de aquel tiempo, y mengua de las corónicas de Castilla: es así, pero justamente se puede entender que la continua indisposicion del rey, y la grande paz de que por beneficio del cielo gozaron en aquel tiempo, fueron ocasion de que pocas cosas sucediesen dignas de memoria y de cuenta.

El duque de Benavente estaba preso en Monterrey por cuenta y á cargo del maestre de Santiago: pasaronle adelante dende á la villa de Almodovar. El arzobispo de Santiago, prelado aunque pequeño de cuerpo, de gran corazon, y que no sabia disimular, se mostraba desto agraviado, pues el duque fiado de su palabra deshizo su gente, y se vino à la corte para ponerse en las manos del rey. Demas desto tenia por peligroso para la conciencia obedecer á los papas de Aviñon, que cuidaba ser falsos, y verdaderos los que residian en Roma. Este color tomó y esta ocasion para dejar á Castilla y pasarse á Portugal. Alli le criaron primero obispo de Coimbra, y despues arzobispo de Braga en recompensa de la prelacia muy principal que dejaba en Castilla de Santiago, en que por su ausencia entró don Lope de Mendoza.

Era en la misma sazon obispo de Palencia don Juan de Castro, personage mas conocido por la lealtad que siempre guardó con el rey don Pedro y sus descendientes, que por otra prenda alguna. Anduvo fuera de España en servicio de doña Costanza hija del rey don Pedro, por cuya instancia y á contemplacion de su marido el duque de Alencastre le hicieron obispo de Aquis en la Guiena. Despues al tiempo que se hicieron las paces entre Castilla é Ingalaterra, volvió entre otros del destierro para ser obispo de Jaen y finalmente de Palencia. Refieren que este prelado escribió la corónica del rey don Pedro con mas acierto y verdad que la que anda comunmente llena de engaños y mentiras por el que quiso lavar su desleallad con infamar al caido, y bailar al son que los tiempos y la fortuna le hacian. Añaden que aquella historia se perdió y no parece, mas por diligencia de los interesados que por la injuria del tiempo, ó por otro demérito suyo: tal es la fama que corre; así lo atestiguan graves autores. Nos en los hechos y vida del rey don Pedro seguimos la opinion comun, que es la sola voz de la fama, y de ordinario va mas conforme à la verdad; y es averiguado que no menos ciega el amor que el ódio los ojos del entendimiento para que no vean la luz, ni refieran con sinceridad y sin pasion la verdad.

En Aragon no andaba la gente sosegada: la mudanza de los príncipes, en especial si el derecho del sucesor no es muy claro suele ser ocasion de alteraciones. Prendieron á don Juan conde de Ampurias: achacábanle se inclinaba á la parte del conde de Fox, quier por tener su derecho por mas fundado y su demanda mas justa, quier por satisfacerse del agravio que pretendia le hicieron los años pasados. Amenazaha guerra de parte de Francia: juntaren cortes del reino en S. Francisco de Zaragoza muy generales y llenas à dos de octubre; acordaron se hiciese gente por todas partes para la defensa, y por general señalaron á don Pedro conde de Urgel. Ninguna diligencia era demasiada, porque el conde de Fox con un grueso campo, pasadas las cumbres de los Pirineos, corria la comarca que baña con su corriente el rio Segre, y los pueblos llamados antiguamente Ilergetes. Robaba, saqueaba, quemaba, y finalmente á los postreros de noviembre se puso sobre la ciudad de Barbastro con cuatro mil caballos y gran número de infanteria. En aquellos reales se hicieron él y su muger alzar y pregonar por reyes de Aragon con las ceremonias que en tal caso se acostumbran. Tembló la tierra en Valencia mediado el mes de diciembre, con que muchos edificios cayeron por tierra, otros quedaron desplomados; que era maravilla y lástima. El pueblo como agorero que es, pensaba eran señales del cielo y pronósticos de los daños que temian (1). Desbaratóse este nublado muy en breve á causa que el de Fox alzado el cerco fué forzado á dar la vuelta por la parte de Navarra á su tierra con tal priesa que mas parecia huida que retirada, de que daba muestra el fardage que en diversas partes dejaba. La

(1) Tambien hubo una peste cruel desde enero basta julio que casi dejó despoblada la ciudad.

TOMO

II.

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falta de vituallas le puso en necesidad de volver atrás, por ser la tierra no muy abundante, y tener los naturales alzados los mantenimientos y la ropa en lugares fuertes: demas que el conde de Urgel en todos lugares y ocasiones le hacia siempre algun daño con encuentros y alarmas que le daba.

La retirada de los enemigos y el sosiego de Aragon y Cataluña fué por principio del año del Señor de 1395 en sazon que el nuevo rey don Martin, alegre con las nuevas que de Aragon le vinieron, y allanados los alborotos de Sicilia, acordó de dar la vuelta á España en una buena armada que de naves y galeras aprestó en Mecina. Aportó de camino á Cerdeña, en que apaciguó asimismo en gran parte las alteraciones de aquella isla. Parecia que el cielo favorecia sus intentos y que todo se le allanaba. En la costa de la Provenza por el rio Rhodano arriba llegó hasta la ciudad de Aviñon para verse con el papa Benedicto y hacelle el homenage debido. El le presentó la rosa de oro con que suelen los pontífices honrar á los grandes príncipes, y le dió la investidura de Cerdeña y de Córcega con título de rey y como á feudatario de la iglesia, con las ceremonias y juramentos acostumbrados.

Despedido del papa, finalmente con su armada surgió en la playa de Barcelona. Allí hizo su entrada en aquella ciudad á manera de triunfo por las victorias que ganara, y tantos reinos como en breve se le juntaron, y en una pública junta de los mas principales tomó la posesion de aquel reino por el derecho que á el tenia, y por el que le daba el testamento de su hermano el rey don Juan. Al conde de Fox, y á su muger porque tomaron nombre de reyes, y por la entrada que hicieron por fuerza en aquel reino, los hizo publicar por traidores y enemigos de la patria: si á tuerto, si con razon, quién lo podrá averiguar? pero destas cosas se tornará á tratar en otro lugar, al presente volvamos á lo que se nos queda rezagado.

CAPITULO VII.

Que de nuevo se encendió la guerra en Portugal.

El estado de las cosas de España en esta sazon era tolerable. El imperio oriental de los

Griegos padecia mucho, y amenazaba alguna gran ruina por las discordias que en tan mala coyuntura se levantaron entre aquellos principes, y la perpetua felicidad de los Olomanos emperadores de los Turcos. La parcialidad de los Griegos mas flaca como es ordinario sin tener respeto al bien comun buscó socorros de fuera, y lo que fué peor, llamó en su ayuda à Amurates gran emperador de aquella gente. No le pareció al turco dejar pasar la ocasion que aquellas discordias le presentaban, de apoderarse de todo. Pasó con gran gente el estrecho del Hellesponto, y cerca dél se apoderó de primera entrada de Gallipoli y Adrianópoli, dos ciudades famosas y principales. Aspiraba á hacer lo mismo de lo restante de aquel imperio, y aun sus gentes se derramaron por diversas partes. El daño que hizo fué grande, y mayor el espanto, no solo en lo de Grecia, sino en las naciones comarcanas, en especial en Hungria, cuyo rey era Sigismundo, mas conocido y famoso por la paz que los años siguientes puso en la iglesia, quitado el scisma, que venturoso en las armas.

En este aprieto despachó sus embajadores à Carlos VI rey de Francia para avisalle del peligro que corria toda la cristiandad, si prestamente todos no acudian á pagar aquel fuego antes que cobrase mas fuerzas, y el imperio de aquella gente bárbara y fiera con el tiempo se arraigase en Europa. Oyeron los Franceses por su nobleza y valor esta embajada de buena gana. Aprestaron buen golpe de gente á caballo, y por caudillo Juan hijo del duque de Borgoña, y Philipe condestable de Francia, Enrique de Borbon, con otras personas de cuenta. Llegados à Hungria, consultaron con el rey Sigismundo en la ciudad de Buda sobre la manera en que se debia hacer la guerra. Acordaron convenia presentar la batalla al enemigo lo mas presto que pudiesen, ántes que se resfriase el calor que los Franceses traian de pelear. Hicieron algunas cabalgadas no de mucha cuenta, y quitaron de poder de los enemigos algunos pueblos de poco nombre, pero que les dió avilenteza para aventurar el resto y menospreciar al enemigo: cosa de ordinario muy perjudicial en la guerra.

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Marcharon con su gente hasta los confines de Thracia, y hasta dar vista al enemigo cerca de la ciudad de Nicópoli. Ordenaron sus haces con resolucion de pelear: lo mismo hicieron los contrarios; dióse la señal por ambas partes de acometer. Los Franceses con el

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