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» cuyo pariente mas cercano es doña Leonor mi hermana y despues della su hijo el infante » don Fernando, cuyo derecho en igualdad fuera razon apoyar y defender, pues mas que » todos los otros pretensores, se adelanta en prendas y partes para ser rey. Mienten á las ve» ces á cada cual sus esperanzas, y de buena gana favorecemos lo que deseamos; pero no » hay duda sino que las muestras que hasta aqui ha dado de virtud y valor son muy aven» tajadas. Este es nuestro parecer, ojalá se reciba tan bien como es cumplidero para vos en »> particular los que presentes estais, y para todo el reino en comun. Las hembras no deben >>> entrar en esta cuenta, pues todo el debate consiste entre varones, en quien no se debe » considerar por que parte nos tocan en parentesco, sino en que grado."

Este razonamiento del rey como se divulgase primero por Barcelona, en cuyo arrabal se trabó toda la disputa, y despues por toda la cristiandad volase esta fama, acreditó en gran manera la pretension de don Fernando, y aun fué gran parte para que se la ganase á sus competidores. Destas cosas se hablaba públicamente en los corrillos, y a veces en palacio en presencia del rey, de que mostraba gustar, si bien de secreto se inclinaba mas á su nieto don Fadrique que ya era conde de Luna, y para dejalle la corona pretendia legitimalle por su autoridad y con dispensacion del papa Benedicto; que si esto no le saliese, claramente anteponia á don Fernando su sobrino á todos los demas, á quien sus virtudes y proezas, y haber menospreciado el reino de Castilla hacian merecedor de nuevos reinos y estados. Todavia el rey por la mucha instancia que sobre ello hizo el conde de Urgel, le nombró por procurador y gobernador de aquel reino; oficio que se daba á los sucesores de la corona, y resolucion que pudiera perjudicar á los otros pretensores, si él mismo de secreto no diera órden á los Urreas y á los Heredias, dos casas las mas principales de Zaragoza, que no le dejasen entrar en aquella ciudad, ni ejercer la procuracion general, sin embargo de las provisiones que en esta razon llevaba: trato doble, de que mucho se sintió el conde de Urgel, y de que resultaron grandes daños.

EL

CAPITULO XXI.

De la muerte de don Martin rey de Aragon.

tiempo de las treguas asentadas con los Moros era pasado, y sus demasías convidaban, y aun ponian en necesidad de volver a la guerra y á las armas; en especial que tomaron la villa de Zahara, y talaban de ordinario los campos comarcanos, y hacian muchas cabalgadas. Para reprimir estos insultos, y tomar emienda de los daños, el infante don Fernando, hechos los apercibimientos necesarios de soldados y armas, de dinero y de vituallas por el mes de febrero del año que se contaba 1410, se encaminó con su campo la vuelta de Córdova en sazon que los Moros, por no poder forzar el castillo, desampararon la villa de Zahara, y los nuestros á toda prisa repararon los adarves y pusieron aquella plaza en defensa. La gente de don Fernando eran diez mil peones y tres mil y quinientos caballos, la flor de la milicia de Castilla, soldados lucidos y bravos. Acompañábanle don Sancho de Rojas obispo de Palencia, Alvaro de Guzman, Juan de Mendoza, Juan de Velasco, don Ruy Lopez Dávalos, otros señores y Ricos hombres. Con este campo se puso el infante sobre la ciudad de Antequera á los veinte y siete de abril con resolucion de no partir mano de la empresa hasta apoderarse de aquella plaza.

El rey moro envió para socorrer á los cercados cinco mil caballos y ochenta mil infantes, gran número, si las fuerzas fueran iguales. Dieron vista á la ciudad, y fortificaron sus estancias muy cerca de los contrarios: ordenaron sus haces para presentar la batalla, que se dió á los seis de mayo; en ella quedaron los Moros desbaratados con pérdida de quince mil, que perecieron en la pelea y en el alcance: con el mismo impetu les entraron y saquearon los reales victoria en aquel tiempo tanto mas señalada, que de los cristianos no faltaron mas de ciento veinte. Dió don Fernando gracias a Dios por aquella merced: despachó correos á todas partes con las buenas nuevas. Para apretar mas el cerco hizo tirar un foso de anchura y hondura suficiente en torno de los adarves, y en el borde de fuera levantar una trinchea de tapias con sus torreones á trechos, todo á propósito de impedir las salidas de los Moros, y hacer que no les entrase provision ni socorro. Fué muy acertado aprovecharse deste ingenio por estar el campo falto de gente á causa que diversas compañías se

derramaban por su órden para robar y talar aquellos campos, plidamente, sin reparar hasta dar vista á la ciudad de Málaga.

como lo hicieron muy cum

Los daños eran grandes, y mayor el espanto. Mandó el rey moro que todos los que fuesen de edad, se alistasen y tomasen las armas: diligencia con que juntó gran número de gente, si bien estaba resuelto de no arriscarse segunda vez, y solo se mostraba para poner miedo por los lugares cercanos, mas seguros por su fragura ó la espesura de árboles. Los cercados padecian necesidad, y lo que sobre todo les aquejaba, era la poca esperanza que tenian de ser socorridos. Rendirse les era á par de muerte, entretenerse no podian: qué debian hacer los miserables? avino que trescientos de á caballo de la guarnicion de Jaen entraron con poco orden y recato en tierra de Moros; que todos fueron sobresaltados y muertos. Este suceso de poca consideracion animó á los cercados para pensar podria haber alguna mudanza, y suceder algun desman á los que los cercaban.

Al tiempo que esto pasaba en Antequera, falleció en Boloña de Lombardía Alejandro, el nuevo y tercero pontifice, á tres de mayo. Sepultaron su cuerpo en S. Francisco de aquella ciudad. Juntáronse los cardenales que le seguian, y á diez y siete del mismo mes sacaron por papa á Baltasar Cosa diácono cardenal, natural de Nápoles, y que á la sazon era legado de aquella ciudad de Boloña. Llamóse Juan XXIII. Era hombre atrevido, sagáz, diligente, acostumbrado á valerse ya de buenos medios, ya de no tales, como las pesas cayesen y segun los negocios lo demandasen. Dichoso en el pontificado de su predecesor, en que luvo mucha mano: en el suyo desgraciado, pues al fin le derribaron y despojaron de la tiara. Siguióse la muerte del rey don Martin de Aragon que falleció de modorra postrero de aquel mes en Valdoncellas, monasterio de monjas pegado á los muros de la ciudad de Barcelona. Su cuerpo sepultaron en Poblete con enterramiento y honras moderadas por estar la gente afligida con la pérdida presente y lo que para adelante los amenazaba (1). Teníanse à la sazon cortes en Barcelona de aquel principado, no sin sospechas de alte

Estoque de don Fernando, llamado El de Antequera.

raciones y desasosiegos: acordaron que de todos los brazos se nombrasen personas principales que visitasen al rey en aquella dolencia, y le suplicasen que para escusar reyerlas dejase nombrado sucesor. Hizose así: llevó la habla con beneplácito de los acompañados Ferrer cabeza de los jurados ó conselleres de aquella ciudad. Preguntóle si era su voluntad que sucediese en aquella corona el que á ella tuviese mejor derecho: abajó la cabeza en señal de consentir con la demanda. A otras preguntas que le hicieron, no le pudieron sacar palabra ni respuesta. Con su muerte se acabó la sucesion por linea de varon de los condes de Barcelona que se continuó primero en Cataluña y despues en Aragon por espacio de seiscientos años. Añublóse la buena andanza de Aragon y su prosperidad muy grande despertáronse otrosi las esperanzas de muchos personages para pretender la 'corona en aquella como vacante de aquel reino. En semejantes ocasiones suele ser la presteza muy importante, y la diligencia (como dicen) madre de la buena ventura: el infante don Fernando, á quien Dios tenia reservada aquella grandeza, le tenia á la sazon ocupado la guerra de los Moros: hizo un público auto, en que aceptó la sucesion y el reino que na

(1) Segun la inscripcion de su sepulcro fué enterrado en la catedral de Barcelona y 50 años despues trasladado á Poblet.

die ofrecia; juntamente despachó sus embajadores (2) á Fernan Gutierrez de Vega su repostero mayor, y al doctor Juan Gonzalez de Acevedo, personas inteligentes y de maña, para que en Aragon hiciesen sus partes; que el mismo no quiso alzar la mano del cerco por la esperanza que tenia de salir en breve con la empresa, y se aumentó por cierta refriega que parte de su gente trabó cerca de Archidona con los Moros, y la venció. De cuyo suceso, y de la ocasion será bien decir alguna cosa, tomado de la historia elegante que Laurencio Valla escribió de los hechos y vida deste infante don Fernando, que fué poco adelanterey de Aragon.

CAPITULO XXII.

De la Peña de los Enamorados.

APODERABANSE los cristianos de diversos pueblos por aquella comarca, como de Coza, Sebar, Alzana, Mara, de unos por fuerza y de otros que por miedo se rendian. Temian los Moros no fuese lo mismo de Archidona, villa principal distante de Antequera por espacio de dos leguas. Con este cuidado metieron dentro buen golpe de soldados para que la defendiese, con la provision y municiones que pudieron juntar. Hecho esto, y animados con este buen principio, corrian los campos comarcanos, hacian alzar las vituallas para que los que estaban sobre Antequera padeciesen necesidad y mengua. Tenian mas gente de á caballo que los nuestros, que era la causa de llevar adelante sus intentos. Supieron que todos los dias salian de los reales los jumentos y caballos, que los llevaban à pacer con poca guarda al rio Corza que por allí pasa. Con este aviso acordaron dar sobre ellos de rebato y aprovecharse de aquella ocasion.

Una centinela desde un peñol que llaman la Peña de los Enamorados, avisó con ahumadas del peligro que corria la escolta, los mochileros y los forrageros, si no les acorrian con presteza. Los cristianos, tomadas las armas salieron de los reales y cargaron sobre los Moros con tal denuedo, que los forzaron á retirarse ácia Archidona. No se pudieron recoger tan presto por estar muy trabada la escaramuza y refriega, en que á vista de la misma villa quedaron desbaratados los contrarios con muerte de hasta dos mil dellos, y otros muchos que quedaron presos. Fué este encuentro tanto mas importante, que de los fieles solos dos faltaron y pocos salieron heridos. El lugar y la ocasion desta victoria pide se dé razon del apellido que aquella peña tiene, puesta entre Archidona y Antequera, y por que causa se llamó la Peña de los Enamorados.

Un mozo cristiano estaba cautivo en Granada. Sus partes y diligencia eran tales, su buen término y cortesia, que su amo hacia mucha confianza dél dentro y fuera de su casa. Una hija suya al tanto se le aficionó y puso en él los ojos. Pero como quier que ella fuese casadera y el mozo esclavo, no podian pasar adelante como deseaban, ca el amor mal se puede encubrir; y temian si el padre della y amo dél lo sabia, pagarian con las cabezas. Acordaron de huir á tierra de cristianos: resolucion que al mozo venia mejor, por volver á los suyos, que a ella por desterrarse de su patria; si ya no la movia el deseo de hacerse cristiana, lo que yo no creo. Tomaron su camino con todo secreto hasta llegar al peñasco ya dicho, en que la moza cansada se puso á reposar. En esto vieron asomar á su padre con gente de á caballo, que venia en su seguimiento. ¿Qué podian hacer, ó á qué parte volverse? ¿qué consejo tomar? ¡ mentirosas las esperanzas de los hombres, y miserables sus intentos! Acudieron á lo que solo les quedaba de encumbrar aquel peñol trepando por aquellos riscos, que era reparo asȧz flaco. El padre con un semblante sañudo los mandó bajar: amenazábales sino obedecian, de ejecutar en ellos una muerte muy cruel. Los que acompañaban al padre, los amonestaban lo mismo, pues solo les restaba aquella esperanza de alcanzar perdon de la misericordia de su padre con hacer lo que les mandaba, y echársele á los pies. No quisieron venir en esto. Los Moros puestos á pie acometieron á subir al peñasco; pero el mozo les defendió la subida con galgas, piedras y palos, y todo lo demas que le venia á la mano, y le servia de armas en aquella desesperacion. El padre visto esto, hizo venir de un pueblo alli cerca ballesteros para que de lejos los flechasen. Ellos vista su perdicion, acordaron con su muerte librarse de los denuestos y tormentos mayores que temian.

(2) El infante don Fernando de Castilla, que pretendia tener derecho al reino, hizo la misma solicitud a todas las provincias y consta que la ciudad de Valencia le respondió reconoceria por rey al que la nacion declarase pertenecerle la corona se un derecho.

TOMO II.

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Las palabras que en este trance se dijeron, no hay para que relatallas. Finalmente abrazados entre si fuertemente, se hecharon del peñol abajo por aquella parte en que los miraba su cruel y sañudo padre. Desta manera espiraron antes de llegar á lo bajo con lástima de los presentes, y aun con lágrimas de algunos que se movian con aquel triste espectáculo de aquellos mozos desgraciados; y á pesar del padre, como estaban los enterraron en aquel mismo lugar: constancia que se empleara mejor en otra hazaña, y les fuera bien contada la muerte, si la padecieran por la virtud y en defensa de la verdadera religion, y no por satisfacer á sus apetitos desenfrenados.

Volvamos al cerco de Antequera, en que despues de la refriega de Archidona no cesaban con la artilleria de batir las murallas y aportillarlas por diversas partes: los de dentro de noche rehacian con toda diligencia lo que de dia les derribaban, por donde con mucho trabajo se adelantaba poco. Advirtió don Fernando que lo alto de cierta torre le faltaba por estar echado por tierra; parecióle hacer por aquella parte el último esfuerzo, y que arrimadas las escalas, los soldados escalasen la muralla. Hizose así, aunque con dificultad y peligro por causa del gran esfuerzo con que los de dentro defendian la subida y la entrada de su ciudad. Finalmente los nuestros subieron, y forzaron á los Moros que se recogiesen al castillo con esperanza de entretenerse en él, ó rendille con partidos aventajados.

El dia siguiente se levantó contienda entre los soldados sobre quien fué el primero á subir la muralla. Muchos salieron á la demanda, que fué asáz porfiada por los valedores que acudian á cada cual de las partes, deudos, amigos ó naturales de la misma tierra. Temian no resultase algun motin por aquella causa. Los jueces que señalaron sobre el caso, oidas las partes y examinados los testigos, pronunciaron que Gutierre de Torres, Sancho Gonzalez, Serva, Chirino y Baeza fueron los primeros á acometer la subida; pero que se adelantó; y se la ganó á los demas Juan Vizcaino, que perdió la vida en la misma torre, y tras él Juan de San Vicente que llevó el prez á todos los otros. El infante los alabó á todos, y los premió liberalmente con razon, pues tomada aquella ciudad, los enemigos no solo perdieron una plaza tan principal, sino se quebrantaron las esperanzas de aquella gente.

Ganóse Antequera á los diez y seis de setiembre. Los que se recogieron al castillo, dende á ocho dias le rindieron à partido de salir libres con sus personas y haciendas, que se les guardó enteramente, y juntos se pasaron á Archidona. Los vencedores hicieron procesion para dar gracias á Dios por merced tan señalada: la mezquita del Castillo se consagró en iglesia para celebrar en ella los oficios divinos. Quedó nombrado por alcaide del castillo y gobernador de aquella ciudad Rodrigo de Narvaez, que hizo sus homenages al rey de Castilla. Tomáronse algunos pueblos y otros castillos por aquella comarca, talaron los campos de los Moros muy à la larga: con tanto casi pasado el otoño dieron la vuelta á la ciudad de Sevilla, que los recibió con grandes muestras de alegria y contentamiento universal.

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EMPORALES ásperos, enmarañados y revueltos, guerras, discordias y muertes, hasta la misma paz arrebolada con sangre afligian no solo á España sino las demas provincias y naciones que anchamente se estendia el nombre y el señorio de los cristianos. Ninguna vergüenza ni miedo, maestro aunque no de virtud duradera, pero necesario para enfrenar á la gente; las ciudades y pueblos 'y campos asolados con el fuego y furor de las armas, profanadas las armas, menospreciado el culto de Dios, discordias civiles por todas partes, y como un naufragio comun y miserable de todo el cristianismo: avenida de males y daños, si causados de alguna maligna concurrencia de estrellas, no lo sabria decir, por lo menos señal cierta de la saña del cielo y de los castigos que los pecados merecian.

A Italia traia alborotada el scisma continuado por tantos años, y la ambicion desapoderada de tres pontifices, pretensores todos de la silla y cátedra de S. Pedro. El descuido y flojedad de los emperadores de Alemaña, que debian (por el lugar que tenian) principalmente atajar estos daños: por una parte las armas de Ladislao rey de Nápoles en favor del pontífice Gregorio duodécimo la trabajaban, por otra les hacia rostro Luis duque de Anjou à persuasion de los pontifices de Aviñon, de los de su valia y obediencia. En la Lombardia en particular Galeazo Vicecomite duque de Milán se aprovechaba para ensanchar grandemente su estado de la ocasion que aquellas revueltas le presentaban. A poderóse antes desto de Boloña, ciudad rica y abastada: aspiraba á hacer lo mismo de las otras ciudades libres de Lombardía. Por la muerte del emperador Alberto (1), que falleció primero de junio, la

(1) Se llamaba Roberto y murió el 21 de mayo de 1410.

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