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der del rey. Desta manera se concluyeron y se sosegaron aquellas alteraciones del conde mas fácilmente que se pensaba y temia.

CAPITULO VI.

Que se convocó el concilio Constanciense.

Al mismo tiempo que lo susodicho pasaba en Aragon, de todo el orbe cristiano bacian re

curso los príncipes por medio de sus embajadores al emperador Sigismundo para dar órden con su autoridad y buena maña de sosegar las alteraciones de la iglesia causadas del scisma continuado por tantos años. Habido con él y entre si su acuerdo, requirieron á los que se llamaban pontífices, viniesen con llaneza en que se juntase concilio general de los prelados; en cuyas manos renunciasen el pontificado, y pasasen por lo que allí se determinase. A la verdad hasta este tiempo la muestra que dieron de querer venir en esto, no fué mas que una máscara para entretener y engañar, como quier que las intenciones fuesen muy diferentes. Los papas Juan y Gregorio se mostraban mas blandos á esta demanda, y parece daban oidos á lo que comunmente se deseaba; el ánimo de Benedicto estaba muy duro y obstinado sin inclinarse á ningun medio de paz.

Encargaron al rey de Aragon le pusiese en razon: él y el rey de Francia para este efecto le despacharon sus embajadores, personas de cuenta, en sazon que el de Aragon, concluida la guerra de Urgel, y fundada la paz pública de su reino, se encaminó á Zaragoza, y entró en aquella ciudad á manera de triunfante : juntamente se coronó por rey á los once de febrero año del Señor de 1414, solemnidad dilatada hasta entonces por diversas ocurrencias, y ceremonia que hizo el arzobispo de Tarragona como cabeza y el principal de los prelados de aquel reino. Púsole en la cabeza la corona que la reina doña Catalina su cuñada le envió presentada: pieza muy rica y vistosa, y en que el primor y el arte corria á las parejas con la materia, que era de oro y pedreria de gran valor. Halláronse presentes diversos embajadores de príncipes estraños, los prelados y grandes de aquel reino, en particular don Bernardo de Cabrera, conde de Osona y de Modica, que ya estaba en gracia del nuevo rey y don Enrique de Villena, notable personage así bien por sus estudios en que fué aventajado, como por las desgracias que por él pasaron, y á la sazon se hallaba despojado de su patrimonio y del maestrazgo de Calatrava.

Fué así que por muerte de don Gonzalo de Guzman, y con el favor del rey don Enrique el tercero el dicho don Enrique de Villena pretendió y alcanzó aquella dignidad. Alegaban muchos de aquellos caballeros que era casado, y por tanto conforme à sus leyes no podia ser maestre. Determinóse (tal era la ambicion de su corazon) de dar repudio á su muger dofia Maria de Albornoz, si bien su dote era muy rico, por ser señora de Alcocer, Salmeron y Valdolivas con los demas pueblos del Infantado. Para hacer este divorcio confesó que naturalmente era impotente (1). Para que sus propios estados no recayesen en aquellá órden por el mismo caso que aceptaba el maestrazgo, cautelóse con renunciar al mismo rey las villast de Tinéo y Cangas junto con el derecho que pretendia al marquesado de Villena. Olieron los comendadores de aquella órden (como era fácil) que todo era invencion y engaño. Juntáronse de nuevo, y considerado el negocio, depuesto don Enrique como elegido contra derecho, nombraron en su lugar á don Luis de Guzman. Resultaron desta eleccion diferencias que se continuaron por espacio de seis años. Los caballeros de aquella órden no se conformaban todos; ántes andaban divididos, unos aprobaban la primera eleccion, otros la segunda. La conclusion fué que por orden del pontífice Benedicto los monges del Cistel, oidas las partes, pronunciaron sentencia contra don Enrique, y en favor de su competidor y contrario. Por esta manera el que se preciaba de muchas letras y erudicion, pareció saber poco en lo que á él mismo tocaba; y vuelto el matrimonio, pasó lo restante de la vida en pobreza y necesidad á causa que le quitaron el maestrazgo, y no le volvieron los estados que tenia de su padre.

Concluidas las fiestas de Zaragoza, que se hicieron muy grandes, volvió el nuevo rey su pensamiento á las cosas de la Iglesia, conforme à lo que aquellos príncipes deseaban. Co

(1) Esta impotencia seria de parte de su muger, pues don Enrique habia tenido fuera de matrimonio dos

municóse con el pontifice Benedicto: acordaron de verse y hablarse en Morella, villa puesta en el reino de Valencia á los confines de Cataluña y Aragon. Acudieron el dia aplazado, que fué á diez y ocho de julio. Señalóse el rey en honrar al pontifice con todo género de cortesía: lo primero llevó de diestro el palafren en que iba debajo de un palio, hasta la iglesia del pueblo; de alli hasta la posada le llevó la falda. Luego el dia siguiente en un convite que le tenia aprestado, él mismo sirvió a la mesa, y el infante don Enriqne de page de copa. Para que la solemnidad fuese mayor trocó la bajilla de peltre, de que usaba el pontifice para muestra de tristeza por causa del scisma, en aparador de oro y plata: todo enderezado no solo á acatar la magestad pontificia, sino á ablandar aquel duro pecho, y grangealle para que hiciese la razon. Juntáronse diversas veces para tratar del negocio principal. El papa no venia en lo de la renunciacion, y mucho menos sus cortesanos, que decian el daño seria cierto, y el cumplimiento de lo que le prometiesen quedaria en mano y á cortesia del que saliese con el pontificado, sin poderse bastantemente cautelar. En cincuenta dias que se gastaron en estas demandas y respuestas, no se pudo concluir cosa alguna.

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De Italia à la misma sazon llegaron nuevas de la muerte de Ladislao rey de Nápoles, que le dieron con yerbas segun que corria la fama, en el mismo curso sin duda de su mayor prosperidad, y en el tiempo que parecia se podia enseñorear de toda Italia. No dejó sucesion: por donde entró en aquella corona su hermana por nombre Juana, viuda de Guillen duque de Austria, con quien casó los años pasados, y á la sazon tenia pasados treinta años de edad: hembra ni mas honesta, ni mas recatada en lo de adelante que la otra reina de Nápoles de aquel mismo nombre, de quien se trato en su lugar. Muchos príncipes con el cebo de dote tan grande entraron en pensamiento de casarse con ella, en particular por medio de embajadores que de Aragon sobre el caso se despacharon, se concertó casase con el infante don Juan hijo segundo del rey don Fernando, y asi como á cosa hecha pasó por mar

é Sicilia; sin embargo este casamiento no se efectuó, antes aquella señora por razones que para ello luvo, casó con Jaques de Borbon francés de nacion y conde de la Marcha, mozo muy apuesto y de gentil parecer. Rugíase que otro jóven, por nombre Pandolfo Alopo, tenia mas cabida con la reina de lo que la magestad real y la honestidad de muger pedia, de que el vulgo; que no sabe perdonar à nadie, sentia mal, y los demas nobles se tenian por agraviados.

Perdida la esperanza de reducir al pontífice Benedicto, los principes todavia acordaron celebrar el concilio general. Señalaron para ello de comun acuerdo á Constancia ciudad de Alemaña por querello así el emperador, ca era de su señorío. Comenzaron á concurrir en primer lugar los obispos de Italia y de Francia: el pontífice Gregorio envió sus embajadores con poder (si menester fuese) de renunciar en su nombre el pontificado: Juan el otro competidor acordó hallarse en persona en el concilio, confiado en la amistad que tenia con el César, y no menos en su buena maña. El rey don Fernando no cesaba por su parte de amonestar á Benedicto que se allanase á ejemplo de sus competidores. Despues de muchas pláticas sobre el caso se convinieron los dos de hacer instancia con el emperador para que se viesen los tres en algun lugar á propósito. Para abreviar le despacharon por embajador á Juan Ixar, persona en aquel tiempo muy conocida por sus partes aventajadas de letras y de prudencia, en que ninguno se la ganaba: diéronle por acompañados otras personas principales. Pasabase adelante en la convocacion del concilio. La reina de Castilla en particular envió a Constancia por sus embajadores á don Diego de Anaya obispo á la sazon de Cuenca, y á Martin de Córdova alcaide de los Donceles.

Concurrieron de todas las naciones gran número de prelados, que llegaron á trecientos, todos con deseo de poner paz en la iglesia, y escusar los daños que del scisma procedian, Abriose el concilio á los cinco del mes de noviembre en tiempo que en Aragon gran número de Judios renunciaron su ley y se bautizaron á persuasion de S. Vicente Ferrer, que tuvo con los principales dellos y en sus aljamas muchas disputas en materia de religion con acuerdo del pontifice Benedicto que dió mucho calor á esta conversion: creo con intento de servir á Dios, y tambien de acreditarse. Pareció expediente para adelantar la conversion apretar á los obstinados con leyes muy pesadas que contra aquella nacion promulgaron. Hállase hoy dia una bula del pontifice Benedicto en esta razon, su data en Valencia á los once de mayo del año veinte y uno de su pontificado. Los principales cabezas son las siguienetes: los libros de Talmud se prohiben. Los denuestos que los Judíos dijeren contra nuestra religion, se castiguen. No puedan ser jueces, ni otro cargo alguno tengan en la república. No puedan edificar de nuevo alguna sinagoga, ni tener mas de una en cada ciudad. Ningun judío sea médico, boticario, ó corredor. No puedan servirse de algun cristiano. Anden todos señalados de una señal roja ó amarilla, los varones en el pecho y las hembras en la frente. No pueden ejercer las usuras, aunque sea con capa y color de venta. Los que se bautizaren, sin embargo puedan heredar los bienes de sus deudos. En cada un año por tres veces se junten á sermon que se les haga de las principales artículos de nuestra santa fé. El tanto deste edicto se envió a todas las partes de España, y uno dellos se guarda entre los papeles de la iglesia mayor de Toledo.

En Constancia la noche de Navidad principio del año que se contaba de 1415, se hallaron presentes á los maitines el pontifice Juan y el emperador. Pusiéronles dos sillas juntas, la del pontífice algo mas alta, en otros lugares se asentaron la emperatriz y los prelados. Pasada la festividad, comenzaron a entrar en materia. Parecia á todos que el mas seguro camino, y mas corto para apaciguar la iglesia, seria que los tres pontifices de su voluntad renunciasen. Comunicaron esto con el pontifice Juan que presente se hallaba, y al fin aunque con dificultad le hicieron venir en ello. Dijo misa de pontifical á los cuatro de marzo; y acabada, prometió públicamente con grande alegria y aplauso de los circunstantes que haria la renunciacion tan deseada de todos. Invencion y engaño por lo que se vió; que dende á pocos dias de noche se hurtó y huyó de aquella ciudad con intento de renovar los debates pasados. Enviaron personas en pos dél, que le prendieron ; y vuelto á Constancia, mal su grado fué forzado á hacer la renunciacion postrero dia del mes de mayo, y para atajalle los pasos de todo punto dieron cuidado al conde Palatino que le tuviese debajo de buena guarda, mas huyó tres años adelante. Finalmente, para sosegalle, por concierto le fué vuelto el capelo, con que pasados algunos años falleció en Florencia cabeza de la Toscana. Sepultaron su cuerpo en aquella ciudad en el bautisterio de San Juan, enfrente de la Iglesia Ma

yor. Sus tesoros que allegó muy grandes en el tiempo de su pontificado, quedaron en poder de Cosme de Médicis, ciudadano principal de aquella señoría: escalon por donde él mismo subió á gran poder, y los de su casa adelante se enseñorearon de aquella república: tal es la comun opinion del vulgo.

La alegria que los prelados recibieron por la deposicion del pontifice Juan, se dobó con la renunciacion que cinco dias adelante Carlos Malatesta procurador del pontifice Gregorio, conforme à los poderes que traia muy amplios, hizo en su nombre. Restaba solo Benedicto, cuya obstinacion ponia en cuidado á los padres, si antes que renunciase nombraban otro pontifice, no recayese en los inconvenientes pasados. Acudieron al medio que les ofrecieron de España, que el César Sigismundo en algun lugar á propósito se viese con el rey de Aragon y con el dicho papa Benedicto, ca no tenian de todo punto perdida la esperanza; antes cuidaban se dejaria persuadir, y seguiria el comun acuerdo de todas las naciones y el ejemplo de sus competidores. Para estas vistas señalaron á Niza, ciudad puesta en las marinas de Génova, y en esta razon despacharon para los dos el rey y el papa sus embajadores, personas de cuenta y de autoridad.

CAPITULO VII.

Que los tres principes se vieron en Perpiñan.

Al mismo tiempo que estas cosas pasaban en Constancia, el rey de Aragon en Valencia

festejaba con todo género de demostracion el casamiento del principe don Alonso su hijo con la infanta doña Maria hermana del rey don Juan de Castilla. Para mas autorizar la fiesta se halló presente el pontifice Benedicto. Concurrió toda la nobleza y señores de aquel reino: grandes invenciones, trages y libreas. Acompañó á la infanta desde Castilla con otras personas de cuenta don Sancho de Rojas, que à la misma sazon de obispo que era de Palencia, trasladaron al arzobispado de Toledo por muerte de don Pedro de Luna que finó en Toledo á los diez y ocho de setiembre, y le enterraron en la capilla de San Andres de aquella su iglesia junto á don Jimeno de Luna su pariente: al presente yace en propio lucillo que le pusieron en la capilla de Santiago. La promocion de don Sancho se hizo por intercesion y á instancia del rey de Aragon; y él mismo por su persona y aventajadas prendas era digno de aquel lugar, y por los muchos servicios que á los reyes hizo en tiempo de paz y de guerra. Su padre Juan Martinez de Rojas señor de Monzon y Cabra, que falleció en el cerco de Lisboa en tiempo del rey don Juan el Primero, su madre doña Maria de Leyva. Hermanos Martin Sanchez de Rojas, y Dia Sanchez de Rojas, y doña Ines de Rojas, la cual casó con Fernan Gutierrez de Sandoval.

Nació deste casamiento Diego Gomez de Sandoval conde de Castro Jeriz, adelantado mayor de Castilla y canciller mayor del sello de la puridad. Fué gran privado de don Juan rey de Navarra, cuyo partido y de los infantes sus hermanos siguió en las alteraciones que anduvieron los años adelante, que fué ocasion de perder lo que tenia en Castilla, grandes estados, y de adquirir la villa de Denia por merced que le hizo della el mismo rey don Juan de Navarra. El arzobispo don Sancho le hizo donacion de la villa de Cea que compró de su dinero; pero con tal condicion que tomase el apellido de Rojas, homenage que despues le alzó. Casó segunda vez la dicha doña Inés con el mariscal Fernan Garcia de Herrera, que tuvo en ella muchos hijos: cepa y tronco de los condes de Salvatierra, que adquirieron asímismo la villa de Empudia por donacion del mismo don Sancho de Rojas.

Las bodas del príncipe don Alonso se celebraron á los doce del mes de junio. Dejó á la infanta su padre en dote el marquesado de Villena, mas dél la despojaron, y la dieron á trueque docientos mil ducados (4), por llevar mal los de Castilla que los reyes de Aragon quedasen con aquel estado puesto á la raya de ambos reinos en parte que se podian fácilmente hacer entradas en Castilla. El rey de Portugal desde el año pasado aprestaba una muy gruesa armada. Los principes comarcanos, con los celos que suelen tener de ordinario, sospechaban no se enderezase á su daño; al de Aragon en especial le aquejaba este cuidado por rugirse queria tomar debajo de su amparo al conde de Urgel, y por este camino alteralle el nuevo reino de Aragon. Engañoles su pensamiento porque el intento del Portugués

(1) Segun la crónica doscientas mil doblas de oro mayores castellanas. TÓMO II.

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era asáz diferente, esto es de pasar en Africa á conquistar nuevas tierras. Animábale su buena dicha, con que ganó, y con poco derecho se afirmó en aquel su reino, y poníanle en necesidad de buscar nuevos estados los muchos hijos que tenia, para dejallos bien heredados, por ser Portugal muy estrecho. En la reina su muger tenia los infantes don Duarte, don Pedro, don Enrique, don Juan, don Fernando y doña Isabel; fuera destos á don Alonso hijo bastardo, que fué conde de Barcelos.

Armó treinta naves gruesas, veinte y siete galeras, treinta galeotas, sin otros bajeles que todos llegaban hasta en número de ciento y veinte velas. Partió el rey con esta armada la vuelta de Africa, sin embargo que á la misma sazon pasó desta vida la reina doña Philipa, que hizo sepultar en el nuevo monasterio de la batalla de Aljubarrota. De primera llegada se apoderó por fuerza á los veinte y dos de agosto de Ceuta, ciudad puesta sobre el estrecho de Gibraltar. El primero à escalar la muralla fué un soldado por nombre Corlerreal, otro que se decia Alberguería, se adelantó al entrar por la puerta al uno y al otro remuneró el rey y honró como era debido y razon ; lo mismo se hizo con los demas, conforme á cada uno era. Los Moros unos pasaron á cuchillo, otros se salvaron por los pies, y algunos quedaron por esclavos. Deste buen principio entraron los Portugueses en esperanza de sujetar las muy anchas tierras de Africa. Mudaron otrosi este mismo año la manera de contar los tiempos por la era de César, como se acostumbraba, en la del nacimiento de Cristo por acomodarse á lo que las otras naciones usaban, y en conformidad de lo que poco antes deste tiempo, como queda dicho, se estableció en los reinos de Aragon y Castilla (2). El cuidado de sosegar la iglesia todavía se llevaba adelante, y los padres del concilio continuaban en sus juntas. No pudo el rey don Fernando ir á Niza por cierta dolencia contínua que mucho le fatigaba: acordaron que el César llegase hasta Perpiñan, villa puesta en lo postrero de España y en el condado de Ruysellon (3): príncipe de renombre inmortal por el celo que siempre mostró de ayudar á la iglesia sin perdonar á diligencia ni afan. El pontífice Benedicto y el rey don Fernando, como los que se hallaban mas cerca, acudieron los primeros. El emperador llegó á los diez y nueve de setiembre acompañado de cuatrocientos hombres de armas à caballo y armados, asaz grande representacion de magestad. El vestido de su persona ordinario, y la bajilla de su mesa de estaño, señal de luto y tristeza por la afliccion de la iglesia. Concurrieron al mismo lugar embajadores de los reyes de Francia, Castilla y Navarra. Todo el mundo estaba á la mira de lo que resultaria de aquella habla. El miedo y la esperanza corrian á las parejas. No podia el rey por su indisposicion asistir á pláticas tan graves. Todavía desde su lecho rogaba y amonestaba á Benedicto restituyese la paz á la iglesia, y se acordase del homenage que en esta razon hizo los tiempos pasados: el concilio de los obispos se celebraba; no era razon engañase las esperanzas de toda la cristiandad: acudiese al concilio, y hiciese la renunciacion que todos deseaban, conforme al ejemplo de sus competidores: ¿cuánto podia quedar de vida al que por sus muchos años se hallaba en lo postrero de su edad?

Pudiera Benedicto con mucha honra doblegarse y ponerse en las manos de tan grandes príncipes y de toda la iglesia, si el apetito de mandar se gobernára por razon, afecto desapoderado, y mas en los viejos; mas el estaba resuelto de no venir en ningun partido de su voluntad, solo pretendia entretener y alargar con diferentes cautelas y mañas. Apretábanle los dos príncipes para que se resolviese, y acabase. Un dia hizo un razonamiento muy largo en que declaró los fundamentos de su derecho: Que si en algun tiempo se dudó cual era el verdadero papa, la renunciacion de sus dos competidores ponia fin en aquel pleito, pues quitados ellos de por medio, él solo quedaba por rector universal de la iglesia: que no era justo desamparase el gobernalle que tenia en su mano, de la nave de San Pedro: cuanto tenia la edad mas adelante, tanto mas se debia recelar de no ofender à Dios y á los santos por falta de valor, y de amancillar su nombre con una mengua perpétua. Siete horas enteras continuó en esta plática sin dar alguna señal de cansancio, si bien tenia setenta y siete años de edad, y los presentes de cansados unos en pos de otros se le salian de la sala. Alegaba sobre todo que si él no era el verdadero pontifice, por lo menos la eleccion del que

(2) Esta mudanza se empezó en la corona de Aragon por decreto del rey don Pedro IV dado en Perpiñan el 16 de diciembre de 1350.

(3) Este condado fué agregado á la corona de Aragon por el rey don Pedro IV el 29 de marzo de 1344 basta que en 1462 don Juan II lo empeñó á Luis XI de Francia. En 1493 Carlos VIII de esta nacion lo restituyó al rey católico; y en 1659 se cedió á la Francia por el tratado de los Pirincos.

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