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Para obedecer pidió el principe que para sí le diesen á Jaen, á Logroño y á Cáceres, y á Juan Pacheco á Barcarrota, Salvatierra y Salvaleon, pueblos á la raya de Portugal: condescendió el rey con él; mas qué se podia hacer? desta manera por lo que era razon fueran castigados, les dieron premio: tales eran los tiempos. Fuera desto en Medina de Rioseco se dió perdon al almirante con tal que dentro de cuatro meses se redujese al deber, y en el entretanto doña Juana reina de Navarra su hija estuviese detenida en Castilla como en rehenes. Tomado este asiento, el castillo de aquella villa que se tenia por el almirante, se entregó al rey los demas pueblos de Castilla la Vieja que eran de los alterados, en breve tambien vinieron á su poder. Al principio desta guerra por consejo de don Alvaro, dado que al conde de Haro y otros grandes no les parecia bien, envió el rey de Castilla por gente de socorro á Portugal: acordó con esta demanda el gobernador don Pedro duque de Coimbra. Juntó dos mil de á pie y mil y seiscientos caballos, y por general á su hijo don Pedro, que si bien no pasaba de diez y seis años por muerte del infante don Juan su tio poco antes le habia nombrado por condestable de Portugal.

Llegó esta gente á Mayorga, do el rey estaba: su venida no fué de efecto alguno por estar ya la guerra concluida; sin embargo festejaron al general, regalaron á los capitanes, y les presentaron magníficamente segun que cada cual era. No resultó algun otro provecho desta venida y deste ruido solamente don Alvaro secretamente y sin que el mismo rey lo supiese, segun se dijo, concertó de casalle segunda vez con doña Isabel hija de don Juan. maestre de Santiago en Portugal, con el cual don Alvaro tenia grande alianza y muchas prendas de amor : tan grande era la autoridad y mano que don Alvaro se tomaba, tan rendido tenia al rey. Decia que aquel parentesco seria de mucho provecho por el socorro de gente que les vendria de aquel reino, fuera de que hacian suelta por este respeto de gran suma de dineros que se gastaron en la paga de los soldados ya dichos.

Despedido el socorro de Portugal, pasó la corte á Burgos: alli muy fuera de lo que se pensaba, á los condes de Benavente y de Castro (1) se dió perdon á tal que por espacio de dos años ni el de Castro saliese de Lobaton, ni el de Benavente se partiese de aquella su villa de Benavente. A otros grandes hicieron crecidas mercedes, mayores al cierto que sus servicios: don Iñigo Lopez de Mendoza fué hecho marques de Santillana y conde de Manzanares: Villena se dió á don Juan Pacheco con nombre tambien de marques: demas desto en Avila don Alvaro de Luna fué elegido por voto de los caballeros de aquella órden en maestre de Santiago: parece que la fortuna le subia tan alto para con mayor caida despeñarle. A don Pedro Giron mas por respeto de don Juan Pacheco su hermano que por sus méritos, pues antes siguiera el partido de Aragon, dieron el maestrazgo de Calatrava: para este efecto depusieron a don Alonso de Aragon; cargábanle que siguió á su padre en la guerra pasada.

No faltó quien tachase aquellas dos elecciones como no legitimas, de que resultaron debates y competencias. Contra don Alvaro pretendia don Rodrigo Manrique, ayudado (como se dirá luego) del favor del príncipe don Enrique: contra don Pedro Giron se oponia don Juan Ramirez de Guzman comendador mayor de Calatrava, que desde la eleccion pasada pretendia algun derecho, y en la presente tuvo algunos votos por su parte, de que resultaron grandes alteraciones y discordias. Alburquerque se tenia todavia por los Aragoneses. acudió el rey en persona á rendir la villa y la fortaleza, que finalmente le entregó su alcaide Fernando Dávalos. Dió el rey la vuelta á Toledo, y allí removió á peticion de la ciudad de la tenencia del alcázar y del gobierno del pueblo á Pero Lopez de Ayala y puso en su lugar á Pero Sarmiento: acuerdo poco acertado por lo que avino adelante, y aun de presente se disgustó asáz el príncipe don Enrique por el mucho favor que hacia al depuesto Pero Lopez de Ayala.

Al fin deste año á los cuatro de diciembre, finó en la su villa de Talavera don Gutierre arzobispo de Toledo: su cuerpo sepultaron en el sagrario al cierto de aquella iglesia colegial. Sobre si le trasladaron á la villa de Alba, como él mismo lo dejó dispuesto en su testamento, hay opiniones diferentes: quien dice que nunca le trasladaron, y que yace en el mismo lugar sin lucillo y sin letra, solo un capelo verde, que cuelga de la bóveda en señal de aquel entierro; otros porfian que los de su casa le pasaron à Alba, sin señalar cuando, ni como: solo consta que en S. Leonardo convento de Gerónimos de aquella villa hay un sepulcro de mármol blanco suyo, que de en medio de la capilla mayor en

(1) La Crónica no dice que se perdonase sino al Almirante y al conde de Benavente.

que estaba, le pasaron al lado del Evangelio; pero sin alguna letra que declare si están dentro los huesos. En suma en lugar de don Gutierre alcanzó aquella dignidad don Alonso Carrillo, obispo à la sazon de Sigüenza, por principo del año 1446. Su padre Lope Vazquez de Acuña, que de Portugal se vino á Castilla: sus hermanos Pedro de Acuña señor de Dueñas y Tariego, y otro Lope Vazquez de Acuña; demas desto era tio de don Juan Pacheco, y hombre de gran corazon, pero bullicioso y desasosegado, de que son bastante prueba las alteraciones largas y graves que en el reino se levantaron, y él las fomentó.

Hízose consulta sobre lo que quedaba por concluir de la guerra. Atienza y Torija solamente se tenian por el de Navarra en toda Castilla; pero fortificadas para todo lo que podia suceder, guarnecidas de buen número de soldados, que salian á correr los campos comarcanos, hacer presas de ganados y de hombres. Demas desto crecia la fama de cada dia, y venian avisos que el de Navarra se aprestaba para volver de nuevo á la guerra: cosa que ponia en cuidado á los de Castilla, tanto mas que el rey moro con intento de ganar reputacion y á instancia de los Aragoneses, con una entrada que hizo por las fronteras del Andalucía, tomara por fuerza a Benamaruel y Benzalema pueblos fuertes en aquella comarca: afrenta mayor que el miedo y que el daño. No se podia acudir á ambas partes: marcharon las gentes del rey contra los Aragoneses por el mes de mayo, y despues que tuvieron cercada á Atienza por espacio de tres meses, se trató de hacer paces. Concertaron que aquellos dos pueblos se pusiesen en tercería, y estuviesen en poder de la reina de Aragon doña María hasta tanto que los jueces nombrados de comun consentimiento determinasen á quien se debian entregar.

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Trages de esta época, segun el retablo del altar mayor de la catedral de Tarragona.

Hecha esta avenencia, el rey de Castilla fué recebido dentro del pueblo á doce de agosto. Hizo abatir ciertas partes de la muralla y poner fuego á algunos edificios. Los vecinos pretendian se quebrantaran las condiciones del concierto y asiento tomado y así no le quisieron recebir en el castillo. Por esto sin acabar nada fué forzado volver atrás, y irse á Vallado. lid, solamente dejó ordenado que el nuevo arzobispo de Toledo y don Carlos de Arellano quedasen con gente para reprimir los insultos de los Aragoneses por aquella parte y en ocasion se apoderasen de aquellos pueblos. No por esto los Aragoneses quedaron amedrenta

dos, antes desde aquellos lugares hacian de ordinaria correrias y cabalgadas por todos aquellos campos hasta Guadalajara, do el de Toledo y Arellano residian.

Algunos de los parciales andaban al tanto por toda la provincia esparcidos y mezclados con los demas que á la sorda alteraban la gente, y eran causa que resultasen nuevas sospechas entre los grandes de Castilla: maña en que el de Navarra tenia mayor fiucia que en las armas. Demas desto don Alvaro y don Juan Pacheco cada cual por su parte con intento de aprovecharse del daño ageno sembraban con chismes y reportes semilla de discordias entre el rey y su hijo el príncipe, que debieran con todas sus fuerzas atajar: cruel codicia de mandar y ciego ímpetu de ambicion, cuán grandes estragos haces! en un delito cuán gran número de maldades se encerraban! Pasaron tan adelante en estas discordias, que por ambas partes hicieron levas de soldados. En cierto asiento que se hizo entre el rey y el príncipe su hijo, hallo que el rey perdona al conde de Castro, y á sus hijos manda se les vuelvan sus estados y bienes.

Don Rodrigo Manrique confiado en estas revueltas mas que en su justicia, por nombramiento del pontífice Eugenio, y á persuasion del rey de Aragon, sin tener el voto de los caballeros se llamó maestre de Santiago. Pretendia él por las armas apoderarse de los lugares del maestrazgo, don Alvaro le resistia ; de que resultaron daños de una parte, y de otra muertes y robos por todas aquellas partes. Estas alteraciones y revueltas fueron causa que pocos cuidasen de lo que mas importaba: así los Moros por principio del año 1447 hicieron entrada en nuestras tierras; llevaron presas de hombres y de ganados, quemaron aldeas, talaron los campos, las rozas y las labranzas, y en particular ganaron de los nuestros los pueblos de Arenas, Huesca, y los dos Velez, el Blanco y el Rojo, que están en el reino de Murcia poco distantes entre sí. No tenian bastante número de soldados, ni estaban bastecidos de vituallas ni de almacen : así no pudieron mucho tiempo sufrir el ímpetu de los enemigos. Esto y las sospechas que todos tenian de mayores males, eran los frutos que de las discordias que andaban entre los grandes, resultaron.

CAPITULO V.

De la guerra de Florencia.

No será fuera de propósito (como yo pienso) declarar en breve las causas y el suceso de la

guerra de Florencia que por el mismo tiempo se emprendió en Italia. Blanca hija de Philipo duque de Milan casó con Francisco Esforcia: el dote sesenta mil escudos, y entretanto que se la pagaban, en prendas á Cremona ciudad rica de aquel ducado; la cual el yerno con esperanza que tenia de suceder en aquel estado, aun que le ofrecia el dinero no quiso restituir á su suegro, confiado en la ayuda de Venecianos, en aquella sazon por sí mismos, y por la liga que tenian con Florentines y Ginoveses, poderosos por mar y por tierra. Envió Philipo por su embajador al obispo de Novara para que tratase con el rey don Alonso y moviese guerra á los Florentines, para con esto recobrar él á Cremona sin embargo del favor que daban á su yerno los Venecianos. El pontifice Eugenio era contrario á los Venecianos y á sus aliados y intentos, y por el contrario amigo del duque Philipo. Por esta causa alizaba y persuadia al rey hiciese esta guerra, dado que no era menester por lo mucho que él mismo debia al duque: asi hizo mas de lo que le pedian. Envió por una parte al estado de Milan á Ramon Buil, excelente capitan y de fama en aquella era; él mismo por otra sin mirar que era invierno, pasó á Tibur cerca de Roma.

Entretanto que allí se entretuvo para ver como las cosas se encaminaban, y que los Florentines hacian buenas ofertas por divertir la guerra de su casa, los Venecianos con las armas se apoderaron de gran parte del ducado de Milan. Por esta causa fué forzado el duque de recebir á su yerno en su gracia: lo mismo hizo el rey don Alonso á su instancia y aun envió al duque dinero prestado. Hallábanse las cosas en este estado, cuando súbitamente mudado el duque de voluntad convidó al rey de Aragon y le llamó para entregalle el estado de Milan. Resistió el rey á esto, y no aceptó la oferta por juzgar era cosa indigna que príncipe tan grande se redujese á vida particular y dejase el mando.

Estas demandas y respuestas andaban, cuando el papa Eugenio que era tanta parte para todo, falleció en Roma á veinte y dos de febrero: apresuróse el cónclave, y salió por pontífice dentro de diez días el cardenal Tomas Sarzana natural de Luca en Toscana, con

nombre en el pontificado de Nicolao quinto: buen pontifice, y que la bajeza de su linage, que fué grande, ennobleció con grandes virtudes; y por haber sido el que puso en pie y hizo se estimasen las letras humanas en Italia, es justo que los doctos le amen y alaben. Fué admirable en aquella edad no solo en la virtud, sino en la buena dicha con que subió á tan alto estado, tan amigo de paz cuanto su predecesor de guerra.

En el estado de Milan se hacia la guerra con diferentes sucesos. El duque Philipo pasado que hobo con su ejército el rio Abdua, congojado de cuidados y desconfiado de sust fuerzas, trató de veras con Ludovico Dezpuch embajador del rey don Alonso de renunciar aquel estado y entregalle á su señor, ca estaba determinado de trocar la vida de príncipe, llena de tantos cuidados y congojas, con la de particular mucho mas aventurada: sobre todo deseaba castigar los desacatos de su yerno. Decia que á causa de su vejez ni el cuerpo podia sufrir los trabajos, ni el corazon los cuidados y molestias: que seria mas á propósito persona de mas entera edad y mas brio, para que con su esfuerzo y buena dicha reprimiese la lozania y avilenteza de los Venecianos. En el entretanto que Ludovico con este recado vá y vuelve, el duque Philipo falleció en el castillo de Milan á los trece de agosto de calenturas y cámaras, y principalmente de la pesadumbre que le sobrevino con aquellos cuidados que le apretaron en lo postrero de su edad: aviso que la vida larga no siempre es merced de Dios. Mas qué otra cosa sujetó á aquel príncipe poco antes tan grande á tantas desgracias sino los muchos años? de manera que no siempre se debe desear vivir mucho, que los años sujetan á las veces los hombres á muchos afanes, y el fallecer en buena sazon se debe tener por gran felicidad.

Aquel mismo mes se celebraron las bodas del rey de Castilla y doña Isabel en Madrigal: las fiestas no fueron grandes por las alteraciones que andaban todavia entre los grandes. La suma es que entre el rey y la reina sin dilacion se trató de la manera que podrian destruir á don Alvaro de Luna, negocio que aun no estaba sazonado, dado que él mismo por no templarse en el poder caminaba á grandes jornadas á su perdicion: este fué el galardon de ser casamentero en aquel matrimonio. El rey don Alonso, como lo tenian tratado, fué por el duque Philipo nombrado en su testamento por heredero de aquel estado. En esta conformidad Ramon Buil, uno de los comisarios del rey en Lombardía, en cuyo poder quedó el un castillo de aquella ciudad, hizo que los capitanes hiciesen los homenages y juramento al rey don Alonso como duque de Milan : la muchedumbre del pueblo con deseo de la libertad acudió á las armas con tan grande brio que se apoderaron de los dos castillos que tenia Milan, y sin dilacion los echaron por tierra y los arrasaron. Don Alonso no podia acudir por estar ocupado en la guerra de Florencia que ya tenia comenzada, en que se apoderó por las armas de Ripa, Marancia, y de Castellon de Pescara en tierra de Volterra.

Los Florentines alterados por esta causa llamaron en su ayuda á Federico señor de Urbino, y á Malatesta señor de Arimino. El rey puso cerco sobre Piombino, y se apoderó de una isla que le está cercana, y se llama del Lillo. Los de Piombino asentaron que pagarian por parias cada un año una taza de oro de quinientos escudos de peso; los Florentines otrosi se concertaron con el rey debajo de ciertas condiciones, con que dejadas las armas se partió para Sulmona. Quedaron por él en lo de Toscana la isla del Lillo y Castellon de Pescara. Erale forzoso acudir á lo de Milan, y aquella guerra. Hobo diversos trances: venció finalmente Francisco Esforcia, mozo de grande ánimo, pues pudo por su esfuerzo y con ayuda de Venecianos quitar la libertad á los Milaneses y al rey don Alonso el estado que le dejara su suegro: cepa de do procedió una nueva línea de príncipes en aquel ducado de Milan, y ocasion de nuevas alteraciones y grandes, en que Francia con Italia, y con ambas España se revolvieron con guerras que duraron hasta nuestro tiempo, variables muchas veces en la fortuna y en los sucesos, como se irá señalando en sus propios lugares.

CAPITULO VI.

Que muchos señores fueron presos en Castilla.

LAS cosas de Castilla aun no sosegaban: de una parte apretaba el rey moro, ordinario y

ferviente enemigo del nombre de Cristo; de otra estaba á la mira el de Navarra, que tenia. mas confianza que en sus fuerzas, en la discordia que andaba entre los grandes de Castilla. Este era el mayor daño. El de Toledo, y Iñigo Lopez de Mendoza que fué puesto en lugar

de Arellano, con un largo cerco con que apretaron á Torija, la forzaron á rendirse á partido que dejasen ir libres á los soldados que tenia de guarnicion. Este daño que recibió el partido de Aragon, recompensaron los soldados de Atienza con apoderarse en tierra de Soria de un castillo que se llama Peña de Alcázar. El rey de Castilla irritado con esta nueva pérdida, desde Madrigal do estaba, partió por el mes de setiembre para Soria: seguianle ires mil de á caballo, número bastante para hacer entrada por la frontera y tierras de Aragon.

Por el mismo tiempo en Zaragoza se tenian cortes de Aragon para proveer con cuidado en lo de la guerra que les amenazaba. Entendian que tantos apercebimientos como en Castilla se hacian, no serian en vano. Hiciéronse diligencias extraordinarias para juntar gente: mandaron y echaron bando que todos los naturales de diez uno, sacados por suertes, fuesen obligados á tomar las armas y alistarse: resolucion que si no es en extremo peligro, no se suele usar ni tomar. No obstante esta diligencia, enviaron por sus embajadores á Soria á Iñigo Bolea y Ramon de Palomares para que preguntasen cual fuese el intento del rey, y lo que con aquel ruido y gente pretendia, y le advirtiesen se acordase de la amistad y liga que entre los dos reinos tenian jurada: si confiaba en sus fuerzas, que tomadas las armas, lo que era cierto, se hacia dudoso y se aventuraba: que comenzar la guerra era cosa fácil, pero el remate no estaria en la mano del que le diese principio, y fuese el primero á tomar las armas.

A esta embajada respondió el rey á veinte de setiembre en una junta mansamente y con disimulacion, es á saber que él tenia costumbre de caminar acompañado de los grandes y de su gente que los Aragoneses hicieron lo que no era razon, en ayudar al de Navarra con consejo y con fuerzas; si no lo emendaban, lo castigaria con las armas. Envió junto con esto sus reyes de armas, llamados Zurban y Carabeo, para que en las cortes de Zaragoza se quejasen destos desaguisados; los Aragoneses asimismo tornaron á enviar al rey otra embajada. Entretanto que estas demandas y respuestas andaban, los soldados de Castilla de sobresalto se apoderaron del castillo de Verdejo que está en tierra y en el distrito de Calatayud: con esto desistieron de tratar de las paces, y luego vinieran á las manos, si un nuevo aviso que vino de que los grandes en lo interior y en el riñon de Castilla se conjuraban y ligaban entre sí, no forzara al rey de Castilla á dar la vuelta á Valladolid. En aquella villa tuvo las pascuas de Navidad, principio del año de 1448. En el mismo tiempo un escuadron de gente navarra tomó la villa de Campezo, y el gobernador de Albarracin se apoderó de Huelamo, pueblo de Castilla á la raya de Aragon, y que está asentado en la antigua Celtiberia no lejos de la ciudad de Cuenca. Desta manera variaban las cosas de la guerra: asi es ordinario.

El mayor cuidado era de apaciguar á los grandes, y reconciliar con el rey al principe su hijo, ca por su natural liviano nunca sosegaba del todo, ni era en una cosa constante. La ambicion de don Alvaro y de Juan Pacheco era impedimento para que no se pudiese efectuar cosa alguna en esta parte. Menudeaban las quejas; cada cual de los dos pretendia derribar al otro, y por este medio subir é! al mas alto grado. Entendió esto don Alonso de Fonseca obispo de Avila, persona de ingenio sagaz : procuró concordallos y hacellos amigos; deciales que si se aliaban, tendrian mano en todo el gobierno, la discordia seria causa de su perdicion. Tomóse por expediente para alajar las conjuraciones de los grandes prender muchos dellos en un dia señalado. Para poner esto en ejecucion tuvieron habla el rey y el príncipe su hijo entre Medina del Campo y Tordesillas à once de mayo, sábado víspera de pascua de Espiritu Santo. Como se concertó, así se hizo; que don Alonso Pimentel conde de Benavente, y don Fernan Alvarez de Toledo conde de Alba, don Enrique hermano del almirante, los dos hermanos Pedro y Suero de Quiñones fueron presos. Al de Benavente, don Enrique y á Suero llevaron à Portillo; al de Alba y Pedro de Quiñones á Roa para que allí los guardasen.

Achacábanles que trataban de hacer volver al rey de Navarra á Castilla: como los hombres naturalmente se inclinan á creer lo peor, decia el vulgo que á nadie perdona, era todo invencion para aplacar el ódio del pueblo concebido por aquellas prisiones. El almirante y el conde de Castro como no les hobiesen podido persuadir que viniesen á la corte, avisados de lo que pasaba, se retiraron á Navarra: lo que era consiguiente, tomáronles los estados sin dificultad por no tener quien los defendiese, ni estar los pueblos apercebidos de vituallas; estos fueron Medina de Ruyseco, Lobaton, Aguilar, Benavente, Mayorga con otro gran nú

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