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cho esto, y juntado un grueso ejército en que se contaban cinco mil hombres de á caballo, sin dilacion hicieron entrada por tierra de Moros: llegaron hasta la vega de Granada. Asímismo poco despues con otra nueva entrada pusieron á fuego y á sangre la comarca de Málaga con tanta presteza que apenas en tiempo de paz pudiera un hombre á caballo pasar por tan grande espacio.

Estaba desposada por procurador con el rey de Castilla doña Juana hermana de don Alonso rey de Portugal: celebráronse las bodas en la ciudad de Córdova á veinte y uno de mayo: fueron grandes los regocijos del pueblo y de los grandes, que de toda la provincia en gran número concurrieron para aquella guerra. Hiciéronse justas y torneos entre los soldados, y otros juegos y espectáculos: algunos tenian por mal agüero que aquellas bodas y casamiento se efectuasen en medio del ruido de las armas: sospechaban que dél resultarian grandes in convenientes, y que la presente alegría se trocaria en tristeza y llanto. Veló los novios el arzobispo de Turon que era venido por embajador á Castilla de parte de Carlos rey de Francia, con quien tenian los nuestros amistad, con los Ingleses discordias por ser como eran mortales enemigos de la corona de Francia.

A la fama que volaba de la guerra que se emprendia contra Moros, acudian nuevas compañías de soldados, tanto que llegaron á ser por todos catorce mil de á caballo, y cincuenta mil de á pie: ejército bastante para cualquiera grande empresa. Con estas gentes hicieron por tres veces entradas en tierras de Moros hasta llegar á poner fuego en la misma vega de Granada á vista de la ciudad. Mostrábanse por todas partes los enemigos, pero no pareció al rey venir con ellos á batalla, por tener acordado de quemar por espacio de tres años los sembrados y los campos de los Moros, con que los pensaba reducir á estrema necesidad y falta de mantenimiento. Los soldados como los que tienen el robo por sueldo, la codicia por madre, llevaban esto muy mal: gente arrebatada en sus cosas y suelta de lengua. Echábanlo á cobardía, y amenazaban que pues tan buenas ocasiones se dejaban pasar, cuando sus capitanes quisiesen y lo mandasen, ellos no querrian pelear. Los grandes otrosí se comunicaban entre sí de prender al rey, y hacer la guerra de otra suerte.

La cabeza desta conjuracion, y el principal movedor era don Pedro Giron maestre de Calatrava. Iñigo de Mendoza hijo tercero del marques de Santillana dió aviso al rey, y le aconsejó que desde Alcaudete, donde le querian prender, con otro achaque se volviese á la ciudad de Córdoba, sin declaralle por entonces lo que pasaba. Llegado el rey á Córdova, fué avisado de lo que trataban: por esto y estar ya el tiempo adelante despidió la gente para que se fuesen á invernar á sus casas, con órden de volver a las banderas y á la guerra luego que los frios fuesen pasados, y el tiempo diese lugar. Los señores al tanto fueron enviados á sus casas, y los cargos que tenian en aquella guerra, se dieron á otros; que fué castigo de su deslealtad, y muestra que eran descubiertos sus tratos. El mismo rey se partió para Avila: desde allí pasó á Segovia para recrearse y ejercitarse en la caza, si bien tenia determinacion de dar en breve la vuelta y tornar al Andalucía: en señal de lo cual tomó por divisa y hizo pintar por orlo de su escudo y de sus armas dos ramos de granado travados entre si, por ser estas las armas de los reyes de Granada. Queria con esto todos entendiesen su voluntad, que era de no dejar la demanda antes de concluir aquella guerra contra Moros y desarraigar de todo punto la morisma de España.

En Nápoles al principio del año siguiente que se contó de 1456, don Alonso de Aragon principe de Capua, y doña Leonor su hermana, nietos que eran del rey de Aragon casaron á trueco con otros dos hermanos hijos de Francisco Esforcia, don Alonso con Hipólita, y doña Leonor con Esforcia Maria, parentesco con que parecia grandemente se afirmaban aquellas dos casas. El pontifice Calixto sc alteró por esta alianza que era muy contraria a sus intentos, mayormente que todo se enderezaba para asegurarse dél. El rey de Castilla volvió con nuevo brio à la guerra de los Moros, pero sin los grandes: siguió la traza y acuerdo de antes, y así solo dió la tala á los campos, y se hicieron presas y robos sin pasar adelante, por la cual causa los soldados estaban desgustados, y porque no les dejaban pelear, á punto de amotinarse.

El rey para prevenir mandó juntar la gente, y les habló en esta manera: «Justo fuera, soldados, que os dejáredes regir de vuestro capitan, y no que le quisiérades gobernar; esperar »la señal de la pelea, y no forzar á que os la den. Las cosas de la guerra mas consisten en » obedecer que en examinar lo que se manda; y el mas valiente en la pelea, ese antes della >se muestra mas modesto y templado. A vos pertenecen las armas y el esfuerzo, á nos de

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»beis dejar el consejo y gobierno de vuestra valentia; que los enemigos mas con maña que >>con fuerzas se han de vencer, género de victoria mas señalada y mas noble. Por todas » partes estais rodeados de enemigos poderosos y bravos. Cuán grande gloria será conservar »el ejército sin afrenta, sin muertes y sin sangre, y juntamente poner fin y acabar guerra » tan grande ? mucho mayor que pasar á cuchillo innumerables huestes de enemigos. Ningu»na cosa, soldados, estimamos en mas que vuestra salud: en mas tengo la vida de cual»quiera de vos, que dar la muerte á mil Moros.» Con este razonamiento los soldados mas reprimidos que sosegados, fueron llevados á Córdova, y despedidos, cada cual por su parte se partieron para sus casas, otros repartieron por los invernaderos; el rey otrosí por fin deste año se fué para la villa de Madrid.

e!

En este tiempo el rey de Portugal envió una gruesa armada la vuelta de Italia para que se juntase con la de la liga. Llegó en sazon que el fervor de las potencias de Italia se halló entibiado, y que nuevas alteraciones en Génova y en Sena ciudades de Italia se levantaron muy fuera de tiempo: así la armada de Portugal dió la vuelta à su casa sin hacer efecto alguno; cuya reina doña Isabel falleció en Ebora á los doce de diciembre: sospechose y averiguóse que le ayudaron con yerbas. Hizo dar crédito á esta sospecha el grande amor que en vida la tuvieron sus vasallos, de que dió muestra el lloro universal de la gente por su muerte. El rey dado que quedaba en el vigor y verdor de su edad, por muchos años no se quiso casar.

Fué este año no menos desgraciado para la ciudad de Nápoles y todo aquel reino por los temblores de tierra con que muchos pueblos y castillos cayeron por tierra ó quedaron maltratados. El estrago mas señalado en Isernia y en Brindez en lo postrero de Italia algunos edificios desde sus cimientos se allanaron por tierra, otros quedaron desplomados; hundióse un pueblo llamado Boiano, y quedó allí hecho un lago para memoria perpetua de daño tan grande. Muchos hombres perecieron, dicese que llegaron á sesenta mil almas: el papa Pio segundo y S. Antonino quitan deste cuento la mitad, ca dicen que fueron treinta mil personas; de cualquier manera, número y estrago descomunal.

CAPITULO XVIII.

Como el rey de Aragon falleció.

No podia España sosegar, ni se acababa de poner fin en alteraciones tan largas. Los Na

varros andaban alborotados con mayores pasiones que nunca los Vizcainos sus vecinos por la libertad de los tiempos tomaron entre sí las armas y se ensangrentaban de cada dia con las muertes que de una y otra parte se cometian los nobles y hidalgos robaban el pueblo, confiados en las casas que por toda aquella provincia á manera de castillos poseen las cabezas de los linages, gran número de las cuales abatió el rey don Enrique, que de presto desde Segovia acudió al peligro y á sosegar aquella tierra con gente bastante. Esto sucedió por el mes de febrero del año de 1457. Desta manera con el castigo de algunos pocos se apaciguaron aquellos alborotos, y los demas quedaron avisados y escarmentados para no agraviar á nadie. En esta jornada y camino recibió el rey en su casa un mozo natural de Durango, que se llamó Perucho Munzar, adelante muy privado suyo.

Deseaba el rey, por hallarse cerca de Navarra, ayudar al príncipe don Carlos su amigo y confederado: dejólo de hacer á causa que por el mismo tiempo el principe buyó y desamparó la tierra por no tener bastantes fuerzas para contrastar con las de Aragon y del conde de Fox, en especial que se decia tenia el rey de Francia parte en aquella liga, causa de mayor miedo. Esto le movió á pasar á Francia para reconciliarse con aquel rey tan poderoso; pero mudado de repente parecer por su natural facilidad, ó por fiarse poco de aquella nacion, ca estaba ya prevenida de sus contrarios que ganaran por la mano, se determinó pasar á Napoles para verse con su tio el rey de Aragon que por sus cartas le llamaba, y con determinacion que si movido de su justicia y razon no le ayudaba, de pasar su vida en destierro. De camino visitó al pontífice, al cual se quejó de la aspereza de su padre y de su ambicion ofrecia que de buena gana pondria en manos de su santidad todas aquellas diferencias y pasaria por lo que determinase; no se hizo algun efecto.

Partió de Roma por la via Apia, y en Nápoles fué recebido bien, y tratado muy regaladamente. Solo le reprehendió el rey su tio amorosamente por haber tomado las armas con—

tra su padre; que si bien la razon y justicia estuviese claramente de su parte, debia obedecer y sujetarse al que le engendró, y disimular el dolor que tenia, conforme a las leyes divinas, que no discrepan de las humanas. A todo esto se escusó el principe en pocas palabras de lo hecho y en lo demas dijo se ponia en sus manos, presto de hacer lo que fuese su voluntad y merced. «Cortad, Señor, por donde os diere contento: solamente os acordad que todos los » hombres cometemos yerros, hacemos y tenemos faltas: éste peca en una cosa y aquel en »otra. Por ventura los viejos no cometisteis en la mocedad cosas que podian reprehender >> vuestros padres? piense pues mi padre que yo soy mozo, y que él mismo en algun tiempo »lo fué.» Despues desto un hombre principal llamado Rodrigo Vidal, enviado de Nápoles sobre el caso á España, trataba muy de veras de concertar aquellas diferencias. Desbarató estos tratados un nuevo caso, y fué que los parciales del principe sin embargo que estaba ausente, le alzaron por rey en Pamplona, que fué causa luego que se supo, de dejar por entonces de tratar de la paz.

El rey de Castilla á instancia del de Navarra, que para el efecto entregó en rehenes á su hijo don Fernando, se partió de la ciudad de Victoria por el mes de marzo, y tuvo habla con él en la villa de Alfaro. Halláronse presentes las reinas de Castilla y. de Aragon. Los regocijos y fiestas en estas vistas fueron grandes. Asentáronse paces entre los dos reyes. Demas desto por diligencia de don Luis Dezpuch maestre de Montesa, que de nuevo venia por embajador del rey de Aragon, y á su persuasion se revocó la liga que tenian asentada entre el de Fox y el navarro, y todas las diferencias de aquel reino de Navarra por consentimiento de las partes y por su voluntad se comprometieron en el rey de Aragon como juez árbitro. La esperanza que todos destos principios concibieron de una paz duradera despues de tantas alteraciones, y que con tanto cuidado se encaminaba, salió vana y fué de poco efecto, como se verá adelante.

En el Andalucía los reales: de Castilla y la gente estaban cerca de la frontera de los Moros. El rey don Enrique, despedidas las vistas, llegó allá por el mes de abril. Con su venida se hizo entrada por tierra de Moros no con menor ímpetu que antes, ni con menor ejército. Llegaron hasta dar vista á la misma ciudad de Granada. Talaban los campos, y ponian fuego á los sembrados. Sin esto cierto número de los nuestros se adelantó sin órden de sus capitanes para pelear con los enemigos, que por todas partes se mostraban. Eran pocos, y cargó mucha gente de los contrarios: así fueron desbaratados con muerte de algunos, y entre ellos de Garci Lasso, que era un caballero de Santiago de grande valor y esfuerzo. Este revés y la pérdida de persona tan noble irritó al rey de suerte que no solo quemó las mieses (como lo tenia antes de costumbre) sino que puso fuego á las viñas y arboledas á que no solian antes tocar. Demas desto en un pueblo que tomaron por fuerza llamado Mena (1) pasaron todos los moradores á cuchillo sin perdonar á chicos ni à grandes, ni aun á las mismas mugeres; que fué grande crueldad, pero con que se vengaron del atrevimiento y daño pasado.

Con estos daños quedaron tan humillados los Moros que pidieron y alcanzaron perdon. Concertaron treguas por algunos años, con que pagasen cada un año de tributo doce mil ducados, y pusiesen en libertad seiscientos cautivos cristianos, y si no los tuviesen, supliesen el número con dar otros tantos Moros. Erales afrentosa esta condicion; pero el espanto que les entró, era tan grande que les hizo allanarse y pasar por todo. Añadióse en el concierto que sin embargo quedase abierta la guerra por las fronteras de Jaen, do quedó por general don García Manrique conde de Castañeda con dos mil hombres de á caballo. Para ayuda á esta guerra envió el papa Calixto al principio deste año una bula de la cruzada para vivos y muertos, cosa nueva en España. Predicóla fray Alonso de Espina, que avisó al rey en Palencia do estaba, que el dinero que se llegase, no se podia gastar sino en la guerra contra Moros. Traia facultad para que en el artículo de la muerte pudiese el que fuese á la guerra, ó acudiese para ella con docientos maravedis, ser absuelto por cualquier sacerdote de sus pecados, puesto que perdida la habla, no pudiese mas que dar señales de alguna contricion; item que los muertos fuesen libres de purgatorio: concedióse por espacio de cuatro años. Juntáronse con ella casi trecientos mil ducados: cuán poco de todo esto se gastó contra los Moros!

Concluida la guerra, vino de Roma á Madrid un embajador que traia al rey de parte (1) La villa de Jimena del reino de Jaen segun las Crónicas.

del papa un estoque y un sombrero, que se acostumbra de bendecir la noche de Navidad, y enviar en presente á los grandes principes cual se entendia por la fama era don Enrique: traia tambien cartas muy honoríficas para el rey. No hay alegria entera en este mundo: á la sazon vino nueva que el conde de Castañeda como fuese en busca de cierto escuadron de Moros, cayó en una celada, y él quedó preso y gran número de los suyos destrozados. Pusieron en su lugar otro general de mas ánimo, mas prudencia y entereza. El conde fué rescatado por gran suma de dinero, y las treguas mudaron en paces, que fué el remate desta guerra de los Moros y principio de cosas nuevas.

En Italia estaba la ciudad de Génova puesta en armas, dividida en parcialidades: el rey de Aragon favorecia á los Adornos; Juan duque de Lorena hijo de Renato duque de Anjou, que se llamaba duque de Calabria, era venido para acudir á los Fregosos bando contrario. El cuidado en que estos movimientos pusieron, fué tanto mayor porque el rey de Aragon adoleció á ocho de mayo del año 1458 de una enfermedad que de repente le sobrevino en Nápoles. Della estuvo trabajado en Castelnovo hasta los trece de junio: agravábasele el mal, mandóse llevar á Castel del Ovo; las bascas de la muerte hacen que todo se pruebe: no prestó nada la mudanza del lugar, rindió el alma á veinte y siete de junio al quebrar del alba: príncipe en su tiempo muy esclarecido, y que ninguno de los antiguos le hizo ventaja; lumbre y honra perpetua de la nacion Española.

Entre otras virtudes hizo estima de las letras, y tuvo tanta aficion á las personas señaladas en erudicion, que aunque era de grande edad, se holgaba de aprender dellos y que le enseñasen. Tuvo familiaridad con Laurencio Valla, 'con Antonio Panhormita y con Georgio Trapezuncio, varones dignos de inmortal renombre por sus letras muy aventajadas. Sintió mucho la muerte de Bartolomé Faccio, cuya historia anda de las cosas deste rey, que falleció por el mes de noviembre próximo pasado. Como una vez oyese que un rey de España era de parecer que el príncipe no se debe dar á las letras, replicó que aquella palabra no era de rey, sino de buey. Cuéntanse muchas gracias, donaires y dichos agudos deste príncipe para muestra de su grande ingenio, elegante, presto y levantado, mas no me pareció referillos aquí. Poco antes de su muerte se vió un comela entre Cancro y Leon con la cola que tenia la largura de dos signos ó de sesenta grados: cosa prodigiosa, y que segun se tiene comunmente, amenaza á las cabezas de grandes príncipes.

Otorgó su testamento un dia antes de su muerte. En él nombró á don Juan su hermano rey que era de Navarra, por su sucesor en el reino de Aragon: el de Nápoles como ganado por la espada mandó á su hijo don Fernando, ocasion en lo de adelante de grandes alteraciones y guerras. De la reina su muger no hizo mencion alguna. Hobo fama, y así lo atestiguan graves autores, que trató de repudialla y de casarse con una su combleza llamada Lucrecia Alania. Hállase una carta del pontifice Calixto toda de su mano para la reina, en que dice que le debia mas que á su madre, pero que no conviene se sepa cosa tan grande. Que Lucrecia vino á Roma con acompañamiento real, pero que no alcanzó lo que principalmente deseaba y esperaba, porque no quiso ser juntamente con ellos castigado por tan grave maldad.

El mayor vicio que se puede tachar en el rey don Alonso fué este de la incontinencia y poca honestidad. Verdad es que dió muestras de penitencia en que á la muerte confesó sus pecados con grande humildad, y recibió los demas sacramentos á fuer de buen cristiano. Mandó otrosí que su cuerpo sin túmulo alguno, sino en lo llano y á la misma puerta de la iglesia, fuese enterrado en Poblete, entierro de sus antepasados, que fué señal de modestia y humildad. Falleció por el mismo tiempo don Alonso de Cartagena obispo de Burgos, cuyas andan algunas obras, como de suso se dijo: una breve historia en latin de los reyes de España, que intituló Anacephaleosis, sin los demas libros suyos, que la Valeriana refiere por menudo, y aqui no se cuentan. Por su muerte en su lugar fué puesto don Luis de Acuña.

CAPITULO XIX.

Del pontifice Pio Segundo.

Con la muerte del rey don Alonso se acabó la paz y sosiego de Italia, las fuerzas otrosi del

reino de Nápoles fueron trabajadas, que parecia estar fortificadas contra todos los vayvenes de la fortuna. Una nueva y cruelísima guerra que se emprendió en aquella parte, lo puso

todo en condicion de perderse; con cuyo suceso mas verdaderamente se ganó de nuevo, que se conservó lo ganado. Tenia el rey don Fernando de Nápoles ingenio levantado, cultivado con los estudios de derechos, y era no menos ejercitado en las armas: dos ayudas muy à propósito para gobernar su reino en guerra y en paz. No reconocia ventaja á ninguno en luchar, saltar, tirar, ni en hacer mal à un caballo: sabia sufrir los calores, el frio, la hambre, el trabajo; era muy cortés y modesto, á todos recogia muy bien, á ninguno desabría, y á todos hablaba con benignidad. Todas estas grandes virtudes no fueron parte para que no fuese aborrecido de los barones del reino, que conforme á la costumbre natural de los hombres deseaban mudanza en el estado.

Cuanto á lo primero don Carlos principe de Viana fué inducido por muchos á pretender aquel reino como á el debido por las leyes: decian que don Fernando era hijo bastardo, que no fué nombrado y jurado por votos libres del reino, antes por fuerza y miedo fueron los naturales forzados á dar consentimiento. Daba él de buena gana oido á estas invenciones, y mas le faltaban las fuerzas que la voluntad, para intentar de apoderarse de aquel reino : algunos se le ofrecian, pero no se fiaba, por ver que es cosa mas fácil prometer que cumplir, especial en semejantes materias. No pudieron estos tratos estar secretos. Recelose del nuevo rey, y así determinó en ciertas naves de pasar á Sicilia para esperar allí que término aquelos negocios tomarian. En el tiempo que anduvo desterrado por aquellas partes, tuvo en una muger baja llamada Capa dos hijos que se dijeron el uno don Felipe, y el otro don Juan; demas destos en María Armeudaria muger que fué de Francisco de Barbastro, hija que se llamó doña Ana, y casó con don Luis de la Cerda primer duque de Medinaceli. Sin embargo de los tratos dichos, doce mil ducados de pension que el rey don Alonso dejó en su testamento cada un año á este príncipe desterrado, su hijo el rey don Fernando mandó se le pagasen.

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Con la ida del principe don Carlos á Sicilia no se sosegaron los señores de Nápoles, antes el príncipe de Taranto y el marques de Cotron enviaron á solicitar á don Juan, el nuevo rey de Aragon, para que viniese á tomar aquel reino. El fué mas recatado; que contento con lo seguro, y con las riquezas de España, no hizo mucho caso de las que tan lejos le caian. Partió de Tudela, y sabida la muerte de su hermano, llegado á Zaragoza por el mes de julio, tomó posesion del reino de Aragon, no como vicario y teniente, que ya lo era, sino como propietario y señor. La tempestad que de parte del pontifice Calixto (de quien menos se temia) se levantó, fué mayor. Decia que no se debia dar aquel reino feudatario de la iglesia romana á un bastardo, y pretendia que por el mismo caso recayó en su poder y de la silla apostólica. Sospechábase que eran colores, y que buscaba nuevos estados para don Pedro de Borgia que habia nombrado por duque de Espoleto ciudad en la Umbria: ambicion fuera de propósito, y poco decente á un viejo que estaba en lo postrero de su edad olvidado del lugar de que Dios le levantó: parecia con esto que Italia se abrasaria en guerra; temian todos se renovasen los males pasados.

Deseaba el rey don Fernando aplacar el ánimo apasionado del pontifice, y ganalle; con este intento le escribió una carta deste tenor y sustancia: «Estos dias en lo mas recio del do»lor, y de mi trabajo, avisé á vuestra santidad la muerte de mi padre: fué breve la carta >>como escrita entre las lágrimas. Al presente, sosegado algun tanto el lloro, me pareció avi>>sar que mi padre un dia antes de su muerte me encargó y mandó ninguna cosa en la tierra »estimase en mas que vuestra gracia y autoridad: con la santa iglesia no tuviese debates, "aun cuando yo fuese el agraviado, que pocas veces suceden bien semejantes desacatos. A »estos consejos muy saludables, para sentirme mas obligado se allegan los beneficios y rega>>los que tengo recebidos, ca no me puedo olvidar que desde los primeros años tuve á vuestra »santidad por maestro y guia: que nos embarcamos juntos en España, y en la misma nave » llegamos á las riberas de Italia, no sin providencia de Dios que tenia determinado para el » uno el sumo pontificado, y para mí un nuevo reino, y muestra muy clara de nuestra feli»cidad y de la concordia muy firme de nuestros ánimos. Asi pues deseo ser hasta la muerte »de á quien desde niño me entregué, y que me reciba por hijo, ó mas aina que pues me tiene ya recebido por tal, me trate con amor y regalo de padre; que yo confio en Dios en »mi no habrá falta de agradecimiento, ni de respeto debido á obligaciones tan grandes. De » Nápoles primero de julio.»>

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No se movió el pontífice en alguna manera por esta carta y promesas, antes comenzó á solicitar los principes y ciudades de Italia para que tomasen las armas: grandes alteraciones

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