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o sosegaban las pasiones entre los grandes y nobles de Castilla. El partido de Aragon todavía se adelantaba en fuerzas y reputacion. El maestre de Santiago no se descuidaba en allegar riquezas, poder y vasallos, y apercebirse de los mayores reparos que pudiese; crecia con el aumento la codicia de tener mas: dolencia ordinaria y sin remedio. El miedo le aquejaba grandemente si los Aragoneses viniesen á tener el mando y el gobierno, que á él seria forzoso partir mano de gran parte de su estado como de herencia que fué de aquellos infantes de Aragon, y por el mismo caso de sus hijos. Por este recelo pretendió desbaratar el casamiento de los principes don Fernando y doña Isabel, y al presente intentaba lo mismo del que tenian concertado entre don Enrique de Aragon y la princesa doña Juana. Representaba para entretener grandes dificultades. La capacidad del rey era tan corta que no entendia estas tramas; si las entendia, disimulaba: tal era su poquedad.

En particular deseaba con el alcázar de Madrid juntar el de Segovia. Parecíale, si lo alcanzaba, tendria en su poder como con grillos al rey, y para todo lo que podia suceder se aseguraria mucho por este camino. Este era su mayor deseo: solo y principalmente Andrés de Cabrera por la privanza que tenia con el rey, y ser persona de grande ingenio, y que no fiaba de las promesas que le hacia el maestre, bien que eran muy grandes, le hacia resistencia; de donde resultaron sospechas y se aumentaron entre ellos los disgustos. Cada cual trataba de usar de maña y derribar al contrario, como personas que eran el uno y el otro

TOMO II.

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sagaces y astutos. El maestre tenia mas poder y fuerzas: Andrés de Cabrera fué mas venturoso y acertado. Puso todas sus fuerzas y la mira en reconciliar á doña Isabel con el rey don Enrique su hermano. Venia muy á propósito para esto la ausencia de su competidor, que su hijo el marques de Villena por su edad no era persona de tantas mañas y astucia.

Al contrario don Andrés asistia mucho con el rey, y con servicios que le hacia conforme al tiempo, le ganaba de cada dia mas la voluntad. Sucedió que cierto dia tuvo comodidad para persuadille con muchas palabras mandase llamar á la infanta doña Isabel, y diese lugar para que le visitase: cosa que decia seria saludable para la república, y para el rey en particular provechosa y honesta. Añadió que ninguno ignoraba donde iban a parar los intentos del maestre, que era con la revuelta del reino acrecentar las riquezas de su casa, codicia y ambicion intolerable. «De su poca lealtad y firmeza dan muestran claramente, aunque yo lo calle, las alteraciones graves y largas de que él mismo ha sido causa, como hombre que es compuesto de malicias y engaño. Bien veo que el amor de la princesa impide esto, y que parece cosa indigna despojar su inocente edad de la herencia paterna. »Verdad es esto; pero si va á decir verdad, como podremos persuadir al pueblo desenfre»nado en sus opiniones que sea vuestra hija? Los príncipes prudentes no deben pretender en »la república cosa alguna de que los vasallos no son capaces. No se puede hacer fuerza á »los corazones como á los cuerpos; y los imperios y mando se conservan y caen conforme à »la opinion de la muchedumbre y conforme á la fama que corre. Mas en esto (sea lo que fuere) »por ventura para dotar á la hermana y á la hija no bastarán las riquezas grandes deste nobilisimo reino, repartidas conforme al concierto que se hiciere entre ambas? Que si parece cosa pesada diminuir la magestad del reino y sus fuerzas, muy mas grave será enredarle »con una guerra civil, y despeñarle en los daños perpétuos que della resultarán. Este sin duda >es el camino, ó ninguno otro hay, para escusar tantos males; en que si hay alguna cosa con»traria á los intentos particulares, entiendo se debe disimular por el deseo de la paz y amor de »la patria. Cuantos males hayan de resultar de la discordia civil, es razon considerarlo con tiempo, y con eficacia evitarlos.»>

Movióse con este razonamiento el ánimo del rey don Enrique, como persona que fué por toda la vida de una maravillosa inconstancia en sus acciones y consejos, indigno del nombre de rey y afrenta de la silla real. Pasó adelante Andrés de Cabrera, y en otras ocasiones que se le presentaron, por su buena diligencia y amonestaciones persuadió al rey hiciese llamar á su hermana. Hecho esto, dió órden que doña Beatriz de Bobadilla su muger se partiese para la villa de Aranda, y para que todo fuese mas secreto, disfrazada, en un jumento, y traje de aldeana. Hízose así: habló ella con la infanta doña Isabel, y la persuadió que sin dar parle á nadie se fuese lo mas presto que pudiese á Segovia: avisóle de la ficion que el rey su hermano la mostraba; y que si se trocase, estaria en el alcázar segura para que nadie la hiciese agravio: decia que dado que corriese cual que peligro, en cosas grandes era forzoso aventurarse: en aquella ocasion convenia usar de presteza, que cualquiera detenimiento seria dañoso, pues muchas veces en poco espacio se hacen grandes mudanzas.

Concertado el negocio, doña Beatriz se volvió á su marido, en pos della á poca distancia la princesa doña Isabel entró en el alcázar de Segovia á veinte y ocho de diciembre, principio del año del señor de 1474. Sabida su venida, los ánimos de todos se alteraron, asi de los ciudadanos como de los cortesanos, unos de una manera, otros de otra, conforme á la aficion que cada uno tenia. El marques de Villena, por sospechar algun engaño y tratado, en un caballo muy de priesa, y con mucho miedo se fué á recoger á Ayllon que es un pueblo por alli cerca. El rey don Enrique en el bosque de Balsain se entretenia en el egercicio de la caza cuando le vino esta nueva: acudió luego á Segovia, y fué á visitará su hermana. Las muestras de alegría con que se saludaron y abrazaron, fueron grandes, tanto con mayor aficion que de mucho tiempo atrás no se vieran. Gastaron mucho tiempo en hablar en puridad. Por la despedida la infanta doña Isabel encomendó sus negocios à su hermano, y su derecho que dijo entendia ser muy claro. Respondió el rey que miraria en lo que le decia. Desta manera se despidieron ya muy tarde.

El dia siguiente cenó el rey en el alcázar con su hermana; y el tercero la infanta salió á pasear por las calles de la ciudad en un palafren que él mismo tomó de las riendas para mas honralla. Ningun dia amaneció mas claro así para aquellos ciudadanos, como para toda España, por la cierta esperanza que todos concibieron de una concordia muy firme, despedido el miedo que por la discordia tenian de grandes males. Aumentóse esta esperanza, y

confirmóse con que el mismo rey don Fernando de Turuégano, do estaba alerta y á la mira por ver en que paraba esto, vino tambien á Segovia movido de la fama de lo que pasaba, y persuadido por las cartas de su muger. El dia de los reyes don Enrique, don Fernando y doña Isabel salieron á pasear juntos por la ciudad, que fué un acompañamiento muy lucido, y espectáculo muy agradable para los ojos de todos. Despues del paseo yantaron juntos y à una mesa en las casas obispales, en que Andrés de Cabrera les tenia aparejado un banquete muy regalado. Diego Enriquez del Castillo dice que comió con ellos dón Rodrigo de Villandrando conde de Ribadeo en virtud de un privilegio que se dió á su padre (como arriba queda dicho que todos los primeros dias del año se asentase y comiese á la mesa del rey. Alzadas las mesas, hobo músicas y saraos, y por remale trajeron colacion de conservas varias y muy regaladas.

La alegría de la fiesta se enturbió algun tanto con la indisposicion del rey don Enrique, que le retentó un dolor de costado de tal manera que le fué forzoso irse á su palacio. Lo que sucedió acaso (como lo juzgan los mas prudentes) el vulgo inclinado siempre á lo peor, y que en todo y con todos entra á la parte, lo echaba á que le dieron algo: opinion y sospecha que se aumentó por la poca salud que en adelante siempre tuvo, y la muerte que le sobrevino antes de pasado el año. La perpetua felicidad de aquellos príncipes don Fernando y doña Isabel, y la grandeza de las cosas que hicieron, dan bastante muestra que por lo menos si hobo alguna cosa, no tuvieron ellos parte: ni es de creer diesen principio á su reinado con una tan grande maldad como sus contrarios les achacaban. Los ódios encendidos que andaban, y la grande libertad que se veia en decir unos de otros mal, dieron lugar á sospechar esta y otras semejantes fábulas. Hiciéronse por la salud del rey muchas procesiones votos, rogativas y plegarias para aplacar á Dios, con que mejoró algun tanto por entonces de aquel accidente.

JUEGO

CAPITULO II.

De la muerte del maestre don Juan Pacheco.

JUEGO que el rey convaleció, se comenzó á tratar de concertar aquellos principes y hacer capitulaciones para ello. Pedia doña Isabel que todos los estados del reino la jurasen por heredera, pues tenia derecho para ello; si esto se hacia, que ella y su marido perpétuamente estarian á obediencia del rey: ofrecia otrosi que por seguridad daria su hija en rehenes para que estuviese como en terceria en el alcázar de Avila y en poder de Andrés de Cabrera. Por el contrario el conde de Benavente pedia con instancia que la princesa doña Juana casase con don Enrique de Aragon. Sentido de la burla que hicieron á 'su primo, amenazaba que si esto no se hacia, desbarataria el asiento que se pretendia tomar entre los dos reyes, y pondria impedimento para que no pasase mas adelante, como el que podia mu-cho por andar al lado del rey don Enrique, y agradarle mas por el mismo caso que esto pedia.

Los otros grandes no eran de un parecer, ni de una misma voluntad. Los cortesanos y palaciegos parte favorecian à doña Juana, los mas se inclinaban á doña Isabel, y mas los que tenian mas cabida y mas privanza en la casa real, cosa que mucho ayudó á mejorarse su partido. Todos se gobernaban por aficion sin hacer mucha diferencia entre lealtad y deslealtad; en particular la casa de Mendoza se comenzó á inclinar á esta parte, señores muchos en número, muy poderosos en riquezas y en aliados. Por el mismo caso el arzobispo de Toledo comenzaba á divertirse, y aficionarse á la parcialidad contraria de doña Juana, de quien le parecia se podian esperar mayores premios y mas ciertos. El rey don Enrique se hallaba muy dudoso de lo que debia hacer. El maestre don Juan Pacheco con cartas que de secreto le envió, le persuadia que de noche se apoderase de la ciudad, y prendiese y pusiese en su poder á don Fernando y á doña Isabel, pues se le presentaba tan buena ocasion de tenerlos como dentro de una red metidos en el alcazar: para efectuallo le prometia su ayuda y su industria.

Cosa tan grande como esta no pudo estar secreta, ni desbaratarse por fuerzas humanas el consejo divino y lo que del cielo estaba determinado: luego pues que se supo lo que se trataba, don Fernando se fué arrebatadamente á Turuégano; la infanta doña Isabel se quedó en el alcázar de Segovia, resuelta de ver en que paraban aquellos intentos, y no dejar la posesion de aquel alcázar nobilísimo, en que tenian los tesoros y las preseas mas ricas de la

casa real, y de donde entendía tomaría principio y se abriria la puerta para comenzar á reinar: hembra de grande animo, de prudencia y de constancia, mayor que de muger y de aquella edad se podían esperar.

V

Despues que el rey don Enrique y don Fernando se apartaron, se tornaron a juntar por un nuevo accidente. Fué asi que el conde de Benavente alcanzó del rey don Enrique los años pasados con la revuelta de los tiempos que le diese á Carrion; villa principal en Castilla la Vieja. Hecha la merced la fortificó con muros y con reparos. Llevaba esto mal el marques de Santillana á causa que aquella villa de tiempo antiguo estaba á su devocion por la naturaleza que la casa de Mendoza tenia en ella por los de la Vega y Cisneros, linages incorporados en el suyo. Demas desto movido por sus ruegos y lagrimas persuadió al conde de Treviño que al improviso se apoderase con gente de aquella villa. Hizolo él como lo concertaron para socorrerle el marques de Santillana se partió de priesa de Guadalajara con golpe de soldados. El conde de Benavente para vengar por las armas aquel agravio hizo lo mismo desde Segovia, do le tomó la nueva. Con esto, y por estar divididos los demas grandes, y acudir con sus gentes unos à una parte, otros á otra, corria peligro que sucediese algun desman señalado por cualquiera de las partes que la victoria quedase.

Acudieron por diversas partes los reyes mismos don Fernando para asistir al marques de Santillana, bien acompañado por si fuesen menester las manos, don Enrique para poner paz como lo hizo, que puestas sus estancias en medio de los dos reales contrarios y entre las dos huestes, apenas y con trabajo pudo alcanzar que dejasen las armas. El conde de Benavente se puso de todo punto en las manos del rey. Dióle el arzobispo de Toledo en recompensa el lugar de Magan, y con tanto vino en que abatiesen el castillo de Carrion y le echasen por tierra, que era la principal causa porque aquel pueblo estaba alterado, y la villa volvió á la corona real. Hechas las paces, el de Santillana se vió con doña Isabel en Segovia: dende se volvió á Guadalajara ya determinado de todo punto de tomar nuevo partido y seguir nuevas esperanzas así él como los suyos.

El rey don Enrique despues de visitar á Valladolid, y detenerse algun tanto en Segovia, á persuasion y por consejo del maestre don Juan Pacheco para comunicar y tratar cosas muy importantes se partió para Madrid: tal era la voz. Hizole grande instancia y al fin le persuadió que tratase de casar á la princesa doña Juana con el rey de Portugal, y que para poner esto en efecto se partiese, si bien tenia poca salud, hasta la raya de aquel reino. Este era el color que se tomó para este viage; el mayor y mas verdadero cuidado del maestre era de apoderarse de Trujillo: grande codicia y deseo de amontonar riquezas y estados. Conformáronse los moradores con la voluntad del rey por tener el maestre grangeada gran parte del regimiento, y seguir el pueblo lo que la nobleza queria; solo el castillo por su fortaleza les era impedimento, que el alcaide Gracian de Sesse no le queria entregar hasta tanto que le gratificasen lo que en él gastara, que era mucha parte de su hacienda, y le tomasen las cuentas.

El rey don Enrique con la tardanza, y por ser aquellos lugares mal sanos y el tiempo poco á propósito, agravada la indisposicion se volvió á Madrid. El maestre algo mejor de una enfermedad que asimismo le sobrevino, se hizo llevar á Trujillo en hombros: llegó con este intento á Sta. Cruz de la Sierra, que es una aldea dos ó tres leguas á la parte de mediodia de aquella ciudad. Trataba de persuadir al alcaide que entregase la fortaleza, y de ganalle, cuando en medio destas práticas murió de repente: la ocasion fué que se le hinchó una mejilla, y un corrimiento con que mucha sangre se le cuajó en la garganta, que le salia por la boca y por las narices. Dicen que á las postreras boqueadas ninguna otra cosa preguntaba á los que presentes tenia, y le ayudaban á bien morir, salvo si quedaba entregado el alcázar: pensamiento poco á propósito para quien se hallaba tan cercano à la muerte; bien que sin duda fué gran persona, de mucho valor, de maña y ingenio notable. Tuvieron secreta su muerte hasta tanto que el alcázar se entregó: en recompensa dieron al alcaide Gracian el lugar de S. Feliz en Galicia por juro de heredad; dádiva para él muy desgraciada, porque en una revuelta (no se sabe por qué causa) los vecinos de aquel pueblo le apedrearon y mataron: venganza del cielo por dejarse grangear con dádivas, como el vulgo lo decia muy inclinado á semejantes dichos y hablas, y á creer y decir de ordinario lo peor.

CAPITULO III.

Como el rey don Fernando fué à Barcelona.

Los Franceses y Aragoneses tenian diferencia y contienda sobre lo de Ruysellon y Cerdania:

los Aragoneses pretendian recobrar aquellos sus estados; los Franceses se escusaban con que los tenian empeñados por el dinero que prestó su rey al aragonés, y el que gastaron en el sueldo de los soldados con que ayudaron en la guerra de Barcelona, y aun no estaba pagado. No se conformaron, y así las armas que se dejaron por causa de las treguas que concertaron, las tornaban á tomar, y á mover la guerra. El temor de los nuestros no era menor que la esperanza, por ser la guerra contra las riquezas de Francia, y contra aquel rey muy poderoso, sin estar sosegadas las pasiones de Castilla; de que asimismo resultaban muchas y grandes dificultades.

Procuróse componer estas diferencias, y con este intento se enviaron embajadores ȧ París para tratar de concierto, personas de gran cuenta. Estos fueron don Juan Folch conde de Cardona, y Hugon de Rocaberti Castellan de Amposta; para que tuviesen mas autoridad, llevaron grande acompañamiento y repuesto. Pretendian dar razon por donde no parecia se debiese pagar el dinero que pedian, lo uno que los socorros de Francia para la guerra de Barcelona ni se enviaron á tiempo, ni fueron de provecho; lo otro que contra las capitulaciones del concierto Juan duque de Lorena fué ayudado con gentes de Francia. Volvíanse los embajadores sin concluir cosa alguna: detuviéronlos en Leon contra el derecho de las gentes y las leyes divinas y humanas. Por quedar estos señores arrestados en Francia, y como en rehenes, los Aragoneses no se atrevian por el peligro que sus personas corrian, á hacer grande resistencia, magüer que por el mismo tiempo al principio del verano quinientos caballos Franceses debajo de la conducta de Juan Alonso señor de Aluda entraron en son de guerra por la parte de Ruysellon, y juntándose con las demas guarniciones y gentes Francesas, se pusieron sobre la ciudad de Elna, cuya parte mas baja desampararon a la hora los ciudadanos por ser flaca.

El rey de Aragon en Barcelona tenia cortes á los Catalanes: allí se apercebia para la guerra, bien que se hallaba en lo postrero de su larga edad y doliente de cuartanas. Tenia sus fuerzas gastadas: determinó buscar socorros de fuera; envióle el rey don Fernando de Nápoles su sobrino por el mar quinientos hombres de á caballo, pequeña ayuda para guerra tan larga. Don Fernando su hijo por el mes de junio se apoderó de Tordesillas, que es una buena villa en Castilla la Vieja: los vecinos le llamaron para valerse de sus fuerzas contra Pedro Mendavia alcaide de Castro Nuño, que hacia mal y daño por los pueblos y campos comarcanos con una compañia de salteadores, de los que en gran número andaban por todo el reino desmandados. Hecho esto, y vuelto à Segovia, do quedó su muger, avisado del peligro y poca salud de su padre determinó irse á ver con él, como lo hizo. Púsose en camino á dos de julio: de pasada visitó en Alcalá al arzobispo de Toledo que estaba allí retirado: pretendia con aquella cortesía quitalle el disgusto que tenia grande, y ganalle si pudiese. Desde allí pasó á Guadalajara para visitar al tanto al marques de Santillana, y obligalle mas con esto. Llegó por sus jornadas á Zaragoza y á Barcelona, do balló á su padre, viejo de mucha prudencia, y que nunca reposaba.

Sucedieron á la misma sazon muy fuera de tiempo alteraciones en el reino de Valencia. Fué así que Segorbe y Ejerica, dos pueblos principales en aquella comarca, tomaron las armas y se alborotaron á un mismo tiempo. La porfia fué igual, los intentos contrarios: los de Ejerica para librarse del señorío de Francisco Sarsuela, que pretendian les tenia hechos grandes agravios y demasías; los de Segorve por conservase contra la voluntad del rey en la obediencia de don Enrique de Aragon. Fueron estas alteraciones mas largas que grandes, sin que en ellas sucediese cosa memorable mas de que al fin se hizo lo que el rey quiso, y era razon, que Segorbe quedó confiscada, y Ejerica volvió á cuya antes era.

Don Fernando en Barcelona consultaba con su padre sobre la guerra de Ruysellon cuando le vino aviso de Castilla que el maestre de Santiago don Juan Pacheco era pasado desta vida á cuatro de octubre. Por su muerte andaba mayor alboroto que nunca entre los grandes: muchos señores pretendian aquel maestrazgo, la diligencia era igual y la ambicion, los caminos diversos y el color que para su pretension cada cual alegaba. El de Alburquerque, ef

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