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de Benavente, el de Santillana, el de Medina Sidonia confiaban mas en sus riquezas que en alguna otra cosa. Por votos de los caballeros fueron nombrados dos, cada cual en uno de los principales conventos de la orden, donde los caballeros, unos en una parte, otros en otra se juntaron. En el de Leon fué elegido don Alonso de Cárdenas comendador mayor que era de Leon; en Uclés nombraron á don Rodrigo Manrique conde de Paredes.

El marques de Villena por tener el favor del rey y ser sus fuerzas muy grandes pretendia despojar los dos, y alegaba que el pontífice en vida de su padre le hizo gracia de aquella dignidad; pero como quier que no presentase bulas ni testimonio alguno de la voluntad del papa, los mas sospechaban era invencion á propósito de tener tiempo para usar de mayor diligencia y ganar del papa aquella dignidad. Andaba en su pretension con poco recato: iba camino del Villarejo de Salvanés para hablar con el conde de Osorno comendador mayor de Castilla: echaronle mano, y lleváronle preso á Fuentidueña. Fué grande esta afrenta y resolucion: conque el rey don Enrique irritado, y por no parecer que el conde de Osorno obedeceria á sus mandatos, determinó acudir á las armas, y dado que andaba con poca salud, se puso con gente sobre Fuentidueña.

Acudiéronle los prelados de Toledo y de Burgos, el de Benavente, el condestable y el de Santillana sin otros señores, todos deseosos de servir á su rey, y alterados contra un hecho tan atroz. Erales muy pesada la tardanza por irse agravando la enfermedad del rey, y ser el tiempo poco á propósito. Acordaron valerse de un engaño contra otro: esto fué que Lope Vazquez de Acuña hermano del arzobispo de Toledo, á quien no menos pesaba que á los demas del agravio que se hizo al marques de Villena, con muestra que queria tener habla con la muger del conde de Osorno, la prendió á ella y a un hijo suyo, y los llevó á la ciudad de Huete: con esta maña, vencido el ánimo de su marido, puso al de Villena en libertad. Desta manera se desbarataron los intentos del conde de Osorno; que por aquel camino y prision pretendia ganar la gracia de don Fernando y con su ayuda quitar el maestrazgo de Santiago á todos los demas, mayormente que la princesa doña Juana se tenia en Escalona, apartada de su madre por su poca honestidad, y en poder del dicho marques de Villena.

Sabidas todas estas cosas en Barcelona, el rey don Fernando dejó el cuidado de la guerra á su padre que pretendia luego marchar la vuelta de Ampurias, y él se volvió á Zaragoza con intento, si las cosas de Castilla diesen lugar, juntar allí cortes de los Aragoneses para efecto de allegar dinero de que tenian grande falta; tanto mas que de cada dia acudian nuevas compañías de Franceses, y estaban ya juntos sobre Elna novecientos caballos y diez mil infantes, con que el cerco de aquella ciudad se apretó de suerte, que por falta de mantenimientos y de todo lo necesario los cercados se rindieron un lunes á cinco de diciembre à partido que la guarnicion de soldados y los capitanes saliesen libres, sin embargo que durante el cerco tuvieron entre si mas diferencias que ánimo, para contra los enemigos. Con la pérdida de Elna tenian gran miedo no se perdiese tambien Perpiñan por caelle muy cerca, y estar rodeada aquella villa por todas partes de guarniciones de enemigos, además que el mismo castillo de Perpiñan estaba en poder de Franceses: por todo esto se recelaban que no se podria mantener largo tiempo.

Fue este año memorable, particularmente en Sicilia, por el estrago grande que en las ciudades y pueblos se hizo de los Judíos. La muchedumbre del pueblo sin saberse la causa como furiosos tomaban las armas, sin tener cuenta ni respeto á los mandatos y autoridad del virrey don Lope de Urrea, ni aun enfrenallos la justicia que hizo de algunos de los culpados: mataron muchos de aquella gente miserable, y les saquearon y robaron sus casas. Los moros de Granada á este tiempo tenian sosiego, ni trataban los nuestros de hacelles guerra por la grande revuelta y alteracion en que las cosas se hallaban. En Navarra andaban alborotos entre los Biamonteses, que seguian el partido de la princesa doña Leonor, y los Agramonteses de muy antiguo aficionados al servicio del rey de Aragon. El pueblo seguia el ejemplo de los principales en semejantes locuras, y en hacerse unos á otros desaguisados.

AGRAVÁBASE

CAPITULO IV.

De la muerte del rey don Enrique.

GRAVÁBASE de cada dia la dolencia del rey don Enrique, que de algun tiempo atrás le traia trabajado; y con el movimiento de aquel viage que hizo, y los cuidados pesados y desabridos se hizo mortal, Ordenaron los médicos que volviese á Madrid: confiaban que con aque→

llos aires mejoraria; ni la bondad del cielo muy saludable de que goza aquella villa, ni muchos remedios que le aplicaron, fueron parte para que aflojase el dolor del costado; antes se enbraveció de manera que perdida la esperanza, y recebidos los Sacramentos como buen cristiano, á once de diciembre dia domingo á la segunda hora de la noche rindió con reposo el alma al fin del año cuarenta y cinco de edad (1) reinó veinte años, cuatro meses, veinte y dos dias.

No otorgó algun testamento; solo hizo escribir algunas cosas á Juan de Oviedo su secretario, de quien mucho se fiaba. Nombró por ejecutores de lo que ordenaba al cardenal de España y al marques de Villena. Preguntado por fray Pedro de Mazuelos prior de S. Gerónimo de Madrid, que le confesó en aquel trance, á quien dejaba y nombraba por sucesor, dijo que á la princesa doña Juana que dejó encomendada á los dos ejecutores de su testamen to, y junto con ellos al de Santillana, al de Benavente, al condestable y al duque de Arévalo de quien mas que de otros hacia confianza (2). Su cuerpo por la larga dolencia estaba lan flaco que sin embalsamalle le depositaron en S. Gerónimo de Madrid. El enterramiento y honras que le hicieron, no fueron muy grandes, ni tampoco muy pequeñas: despues en cumplimiento de lo que él mismo mandó á la hora de su muerte, le sepultaron en la iglesia de Guadalupe junto al sepulcro de su madre.

Fué este principe señalado en ninguna cosa mas que en la manera torpe de su vida, en su descuido y flojedad: faltas con que desdoró mucho su reinado. No dejó hijo alguno varon, y fué en la línea y alcuña de los varones que descendieron del rey don Enrique el bastardo, el postrero como en el tiempo y cuento así bien en la fama: punto asáz de advertir, y que hace maravillar sea la inconstancia de las cosas tan grande como se vée, y su mudanza tal que no solo mueren los hombres sino tambien se acaba el vigor y fuerza de los linages, y mas en sucesion de los príncipes en que convenía mas continuarse. Cada uno de los particulares estamos sujetos á esto: las propiedades y virtud asimismo de las plantas, yerbas y animales en comun tienen sus nacimientos y aumentos, y en fin se envejecen y faltan.

Tuvo el rey don Enrique, tronco y principio deste linage, el natural muy vivo, y el áni mo tan grande que suplia la falta del nacimiento. Don Juan su hijo fué persona de menos ventura, y de industria y ánimo no tan grande ni valeroso. Don Enrique su nieto tuvo el enlendimiento encendido, y altos pensamientos, el corazon capáz del cielo y de la tierra: la falta de salud y lo poco que vivió, no le dejaron mostrar mucho tiempo el valor que su aventajado natural y su virtud prometian. El ingenio de don Juan el Segundo deste nombre era mas á propósito para letras y erudicion que para el gobierno. Finalmente en su hijo don Enrique, cuyas obras y vida y muerte acabamos de relatar, desfalleció de todo punto la grandeza y loa de sus antepasados, y todo lo afeó con su poco órden y traza: ocasion para que la industria y virtud se abriese por otra parte camino para el reino de Castilla y aun casi de toda España, con que entró en ella una nueva sucesion y línea de grandes y señalados príncipes. Del derecho en que fundaron su pretension, por entonces se dudó: el provecho que adelante su valor acarreó, fué sin duda muy grande y aventajado.

CAPITULO V.

Como alzaron á don Fernando y doña Isabel por reyes de Castilla.

Cox la muerte del rey don Enrique todas las cosas en Castilla se trocaron : la mayor parte

acudió á doña Isabel hermana del difunto: algunos, y no pocos, perseveraron en el servicio de doña Juana la princesa, en especial el marques de Villena y el duque de Arévalo le acudieron con sus deudos y aliados como los primeros y principales entre los que quedaron nombrados para el amparo de aquella señora. Persuadíanse que ella tendria el nombre de reina, y ellos la mano en todo, y se apoderarian del gobierno; el marido sería el que les pareciese mas á propósito para sus intentos particulares, que era su principal cuidado. Seguian á estos dos grandes todos los pueblos y comarca que hay desde Toledo hasla Murcia, y juntamente la mayor parte de la nobleza de Galicia hasta tomar las armas

(1) Fué el 49, porque nació el 5 de Enero de 1:25, y murió el 11 de diciembre de 1474.

(2) Las bistorias antiguas no dicen sino que se ficiese de la princesa su fija lo que el cardenal de España, el marques de Santillana, el duque de Arévalo etc. acordasen se debia facer.

contra el arzobispo de Santiago D. Alonso de Acevedo y de Fonseca, porque en esto no se conformaba con los demas, antes andaba muy declarado por la parte contraria.

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En la plaza de Segovia en un tablado que se levantó de madera, los que se hallaron en aquella ciudad, en público juraron á doña Isabel que presente estaba, por reina, puesta la mano como es de costumbre sobre los Evangelios. Hecho esto, levantaron los eslandartes en su nombre con un faraute que en alta voz dijo: Castilla, Castilla por el rey don Fernando y la reina doña Isabel. El pueblo con grande alarido y aplauso repetia las mismas palabras. Acudieron todos á besalle la mano, y hacelle homenage: así como estaba con vestidos reales puesta en un palafren la llevaron á la iglesia mayor para dar gracias á Dios por aquel beneficio, y rogar fuese servido continuallo y llevar adelante lo comenzado. Halláronse entonces muy pocos titulados en Segovia, y ningunos grandes. Los primeros que muy de priesa acudieron para dar muestra de su lealtad y aficion, fueron el cardenal de España y el conde de Benavente don Rodrigo Alonso Pimentel : poco despues el arzobispo de Toledo, el marques de Santillana, don Garcia Alvarez de Toledo duque de Alba, el condestable, el almirante y el duque de Alburquerque: otros enviaron sus procuradores para que en su nombre hiciesen los homenages y jurasen á la reina doña Isabel.

No pareció se hiciese el pleito homenage por entonces á su marido el rey don Fernando hasta tanto que personalmente jurase, como su muger la reina lo hizo, el pro del reino y guardalles como es de costumbre sus franquezas y privilegios. Hallábase á la sazon en Zaragoza ocupado en las cortes de Aragon y con intento de allegar dinero para la guerra de Ruysellon. Esto iba á la larga: asi sabida la muerte del rey don Enrique, sin dilacion se partió para Castilla por entender que ninguna cosa hay mas segura en revueltas y mudan

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zas semejantes que la presteza. Dejó en su lugar para presidir en las cortes á doña Juana su hermana, que tenian concertada con don Fernando rey de Nápoles viudo de su primera muger. Los señores de Castilla no se podian grangear sino á poder de grandes dádivas y mercedes, por estar acostumbrados á vender sus servicios y lealtad lo mas caro que podian.

Luego que el rey llegó á Almazan, le envió el conde de Medinaceli don Luis de la Cerda á representar por medio de Francisco de Barbastro, que el reino de Navarra pertenecia á doña Ana su muger como á hija que era de don Carlos príncipe de Viana, legítima así por casarse despues el príncipe con su madre, como por dispensacion del papa, de todo lo cual presentaba escrituras; si verdaderas ó falsas, no se sabe: de cualquiera manera era grande su determinacion, y el negocio y pretension en que entraba pedia mayores fuerzas que las suyas. Decia que si el rey don Fernando no le ayudaba para alcanzar aquel reino, no le faltaria ayuda de otra parte, que era en suma amenazar con la guerra de Francia: demasía fuera de sazon.

Despedido pues el que vino con esta embajada sin respuesta, continuó el rey su camino: llegado á Turuégano, allí se entretuvo hasta tanto que en la ciudad de Segovia le aparejasen el recebimiento necesario. Hizo su entrada un dia despues de año nuevo de 1475. En aquel dia puesto todo á punto, fué recebido en la ciudad con todas las demostraciones de alegría: todos los estados le hicieron sus homenages y besaron la mano como á su rey. Sobre la manera que se debia tener en el gobierno, hobo alguna diferencia y debate: los criados de la reina decian que no podia ni debia entremeterse el rey don Fernando en el gobierno, ni aun intitularse rey de Castilla; de lo cual demas de las capitulaciones matrimoniales traian algunos ejemplos tomados del reino de Nápoles, donde en tiempo de las dos reinas por nombre Juanas sus maridos no tomaron apellido de reyes, antes se contentaron con el casamiento y con la honra que á cada cual daba la reina su muger: hicieron grandes letrados informaciones y alegaron sobre el caso.

Los Aragoneses por el contrario pretendian que por no quedar ningun hijo varon del rey don Enrique, el reino volvia á don Juan rey de Aragon como al mayor del linage; pero esto que en Francia conforme á las costumbres de aquel reino se guardaba, facilmente lo rechazaban con muchos ejemplos así antiguos como modernos de Ormesinda, de Odisinda, de doña Sancha, de doña Urraca y de doña Berenguela, que mostraban claramente como muchas hembras los tiempos pasados heredaron el reino de Castilla. Desistieron pues desta empresa, y entre marido y muger se concertaron estas capitulaciones: Que en los privilegios, escrituras, leyes y moneda el nombre de don Fernando se pusiese primero, y despues el de doña Isabel; al contrario en el escudo y en las armas las de Castilla estuviesen á man derecha en mas principal lugar que las de Aragon: en esto se tenia consideracion á la preeminencia del reino, en lo primero á la de marido. Que los castillos se tuviesen en nombre de doña Isabel, y que los contadores y tesoreros le hiciesen en su nombre juramento de administrar bien las rentas reales. Las provisiones de los obispados y beneficios rezasen en nombre de ambos, pero que se diesen á voluntad de la reina y á personas en doctrina aventajadas. Cuando se hallasen juntos, de consuno administrasen justicia á los de cerca y á los de lejos; cuando en diversas partes, cada cual administrase justicia en su nombre en el lugar en que se hallase. Los pleitos de las demas ciudades y provincias determinase el que tuviese cerca de sí los oidores del consejo, órden que asimismo se guardase en la eleccion de los corregidores.

Mostró sentimiento don Fernando que sus vasallos en lugar de obedecer le quisiesen dar leyes, todavia le pareció disimular : consideraba que con un poco de sufrimiento y disimulacion él se arraigaria en el gobierno y todo estaria en su mano. Juntamente la reina doña Isabel, como princesa muy discreta, se dice que aplacó la pesadumbre que su marido tenia con un razonamiento que le hizo á este propósito deste tenor: «La diferencia que se >>ha levantado sobre el derecho del reino, no menos que à vos me ha desgustado. Qué ne»cesidad hay de deslindar los derechos entre aquellos cuyos cuerpos, ánimos y haciendas el »amor muy casto, y el vínculo del santo matrimonio tiene atados? Sea á las otras mugeres »licito tener alguna cosa propia y apartada de sus maridos: á quien yo he entregado mi »alma, por ventura será razon ser escasa en franquear con él mismo la autoridad, »zas y ceptro? qué fuera esto sino cometer delito muy grave contra el amor que se deben rique»los casados? Sería yo muy necia, si á vos solo no estimase en mas que á todos los reinos, 70

TÓMO II.

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» Donde yo fuere reina vos sereis rey, quiero decir gobernador de todo sin límite ni excep»cion alguna. Esta es nuestra determinacion, y será para siempre: ojalá tan bien recibida » como en mi pecho asentada. Alguna cosa era justo disimular por el tiempo, y mostrar hacíamos caso de los letrados que con sus estudios tienen ganada reputacion de pruden»tes; mas si por esta porfia los cortesanos y señores pensaron haberse adelantado para te»ner alguna parte en el gobierno, ellos en breve se hallarán muy burlados: si no fuere con >> vuestra voluntad, no alcanzarán cosa alguna, sean honras, cargos ó gobiernos. Verdad »es que dos cosas en este negocio han sucedido á proposito, la primera que se ha mira»do con esto por nuestra hija y asegurado su sucesion; la cual, si vuestro derecho fuera >> cierto, quedaba excluida de la herencia paterna, cosa fuera de razon, y que à nos mis»mos diera pena: queda otrosi proveido para siempre que los pueblos de Castilla sean gobernados en paz; que dar las honras del reino y los castillos, las rentas y los cargos à estraños, ni vos lo querreis, ni se podria hacer sin alteracion y desabrimiento de los natu» rales; que si esto mismo no os da contento, vuestra soy, de mí y de mis cosas haced lo que fuere vuestra voluntad y merced. Esta es la suma de mi deseo y determinada voluntad.» Aplacado con estas palabras el rey don Fernando volvió su pensamiento al remedio del reino, que por la alteracion de los tiempos pasados y el peligro evidente que corria de nuevas revueltas, se hallaba grandemente trabajado.

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CAPITULO VI.

Como el rey de Portugal tomó la proteccion de doña Juana su sobrina.

PARECIA que el marques de Villena en un mismo tiempo se burlaba del rey don Fernando y

de don Alonso rey de Portugal, pues juntamente traía sus inteligencias con los dos. Era de no menor ingenio que su padre, y todos se persuadian que se inclinaria á la parte de que mayor esperanza tuviese de acrecentar su estado y riquezas de su casa, conforme al humor que entonces corria, y aun siempre corre, sin respeto alguno de lo que las gentes dirian, ni de lo que por la fama se publicaria. Del rey don Fernando pretendia que despojados los dos competidores en el maestrazgo con achaque que las elecciones no fueran válidas, él fuese legitimamente entronizado y nombrado por maestre de Santiago. Era esta demanda pesada, que persona de quien no tenia bastante seguridad; creciese tanto en poder y riquezas, y que juntase con los demas aquella dignidad tan rica y de tanta renta: sin embargo le dió buena respuesta; que es prudencia conformarse con el tiempo. Prometióle que si pusiese á doña Juana en tercería para casalla conforme à su calidad, vendria y le ayudaria en lo que pedia: á esto replicó él que en ninguna manera lo haria, ni quebrantaria la fé y palabra que dió al rey don Enrique de mirar por su hija.

Junto con esto envió personas de quien hacia confianza, para persuadir al rey de Portugal tomase á su cargo la proteccion de su sobrina, pues por ser el pariente mas cercano le pertenecia à él en primer lugar, y como tal queria se encargase del gobierno de Castilla. Reprehendia sus miedos, sus recatos y demasiada blandura: protestábale y amonestabale por todo lo que hay en el cielo, no desamparase aquella doncella inocente y sobrina suya, pues era rey tan poderoso y tan rico. Que en Castilla hallaria muchos aficionados á aquel partido asi bien del pueblo como de la nobleza, los cuales presentada la ocasion se mostrarian en mayor número de lo que podia pensar; que mas le faltaba caudillo que voluntad para seguir aquel camino. Hallábase el de Portugal en Estremoz á la raya de su reino al tiempo que falleció el rey don Enrique. Hizo consulta sobre este negocio, y sobre lo que el de Villena representaba. Los pareceres fueron diferentes: los mas juzgaban se debia abrir la guerra, y sin dilacion romper con las armas por las tierras de Castilla: hombres habladores, feroces, atrevidos, ni buenos para la guerra ni para la paz. Hacian fieros, y alegaban que tenian grandes tesoros allegados con la larga paz, huestes de á pie y de á caballo, y grandes armadas por la mar.

El principal autor deste consejo, y atizador de la guerra desgraciada, era don Juan principe de Portugal, el cual conforme al natural atrevimiento que da la juventud, se arrojaba mas que los otros; solo don Fernando duque de Berganza, como al que su larga edad hacia mas recatado y mas prudente (lo que otros atribuían á miedo ó amor que tenia á doña Isa

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