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bel por el parentesco y ser nieta de su hermano) sentia lo contrario, que no se debian ligeramente tomar las armas: que el de Villena y sus aliados eran los mismos que poco antes alzaron por rey al infante don Alonso contra don Enrique su hermano, y juntamente sentenciaron que doña Juana era hija bastarda; lo cual con qué cara ahora, con qué nueva razon lo mudan, sino por ser personas que se venderian al que diese mas, y que volverian las proas adonde mayor esperanza se les representase? Qué castillos daban por seguridad que no se mudarian con la misma ligereza que de presente se mudaban, si don Fernando les prometiese cosas mas grandes? En qué manera podrian desarraigar la opinion que el pueblo tenia concebida en sus corazones que doña Juana era ilegítima? cosa que el mismo rey don Alonso confirmó cuando pidió por muger á doña Isabel, y no quiso aceptar en manera alguna el casamiento que le ofrecian de doña Juana. «Mintiendo sin duda, y haciendo fieros, »y gloriándose de las fuerzas que no tienen, hinchan á los otros con el viento de vanas espe»ranzas, y ellos mismos están hinchados. Los perros cuanto mas medrosos ladran mas, y los pequeños arroyos muchas veces hacen mas ruido con su corriente que los rios muy caudalosos. Afirman que los señores y las ciudades seguirian su opinion, de quien sabemos »cierto que con la misma lealtad con que sirvieron al rey don Enrique, abrazarán el par»tido de doña Isabel. Ojalá pudiera yo poner delante de vuestros ojos el estado en que las co»sas están: ojalá como los cuerpos, así se pudieran ver los corazones, entendiérades el poco "caso que se debe hacer de las vanas promesas del marques de Villena. »

Bien advertian las personas mas prudentes que todo esto era verdad; todavía prevaleció el parecer de los mas : desórden muy perjudicial que en la consulta no se pesen los votos, sino se cuenten de ordinario, y se esté por los mas votos, aun cuando los reyes están presentes, por cuyo parecer todos pasan, y en cuyo poder está todo. Verdad es que primero que se declarasen, Lope de Alburquerque que enviaron para mirar el estado en que todo se hallaba, llevó firmas de muchos señores de Castilla que prometian al rey de Portugal que á la sazon era ido á Ebora, y le daban la fé, si casaba con doña Juana, que à su tiempo no le faltarian.

Para encaminar estas trazas venia muy á cuenta el desabrimiento del arzobispo de Toledo, que con color que residiera muchos años en la corte (enfado que á los grandes personages hace perder el respeto y que la gente se canse dellos) y con muestra que queria descansar, se salió de Segovia á veinte de febrero. Este era el color, la verdad que claramente se tenia por agraviado de los nuevos reyes: querellábase le entretenian con falsas esperanzas sin hacelle alguna recompensa de sus servicios y de su patrimonio que tenia consumido, y hechos grandes gastos para dar de su mano el reino á aquellos principes ingratos sobre todo llevaba mal la privanza del cardenal, que iba en aumento de suerte que los reyes todos sus secretos comunicaban con él, y por él se gobernaban. Procuraron aplacalle, pero todo fué en vano: amenazaba haria entender à sus contrarios lo que era agraviar al arzobispo de Toledo, y mostraria cuan grandes fuesen sus fuerzas contra los que le enojasen. Tampoco fueron los ruegos de efecto mezclados con amenazas de su hermano don Pedro de Acuña conde de Buendía, en que le protestaba no empeciese á sí y á sus deudos, y por esperanzas dudosas no se despeñase en peligros tan claros; antes como el que de suyo era soberbio de condicion, suelto de lengua, mas se irritaba con las amonestaciones que le hacian, mayormente que un Hernando de Alarcon que por ser de semejante condicion tenia mas cabida con él que otro alguno, como le andaba siempre á las orejas, con sus palabras henchía su pecho cada dia de mayor pasion y saña.

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CAPITULO VII,

Como el rey de Portugal se llamó rey de Castilla.

La partida del arzobispo y su desabrimiento tan grande alteró á los nuevos reyes y los pu

so en cuidado: temian, si se declaraba por la parte contraria, no revolviese el reino conforme lo tenia de costumbre, por ser persona de condicion ardiente, de ánimo desasosegado, demas de su mucho poder y riquezas. Esto les despertó para que con tanto mayor cuidado buscasen ayudas de todas partes así del reino como de fuera: sobre todo procuraron sose

gar á los grandes y ganallos. El primero que redujeron á su servicio, fué don Enrique de Aragon con restituille sus estados de Segorve y de Ampurias, y dalle perdon de todo lo pasado: camino con que quedó otrosí muy ganado el de Benavente su primo. Fué esto tanto mas fácil de efectuar, que tenia él perdida la esperanza de que aquel casamiento que tenian concertado, pasase adelante y se efectuase, á causa que á doña Juana desde Escalona la llevaron á Trujillo para casalla con el rey de Portugal, al cual pretendia el marqués de Villena contraponelle á las fuerzas de Aragon, á la sazon divididas por la guerra de Francia y las alteraciones de Navarra.

La villa de Perpiñan se hallaba muy apretada con el largo cerco que le tenian puesto, tanto que por estar muy trabajada, y no tener alguna esperanza de ser socorrida se rindió á los catorce de marzo a partido que se diese libertad á los embajadores que detuvieron en Francia (como queda dicho) y á los vecinos de aquella villa de irse ó quedarse como fuese su voluntad concertaron otrosí treguas por seis meses entre la una nacion y la otra. Envió el rey don Fernando al de Francia para pedir paces, y que con ciertas condiciones restituyese lo de Ruysellon, cierta embajada. El rey de Francia dió muy buena respuesta, y prometió grandes cosas, si venia en que su hija casase con el Delphin de Francia: prometia en tal caso que le ayudaria con tanta gente y dinero cada un año cuanto fuese menester para sosegar las alteraciones de Castilla y apoderarse del reino, en particular que se concertaria sobre el principado de Ruysellon, estaria á justicia y pasaria por lo que los jueces árbitros ordenasen; para tratar esto envió por su embajador desde Francia á un caballero llamado Guillelmo Garro.

Los reyes don Fernando y doña Isabel daban de buena gana oidos á estos tratos, si bien el rey de Aragon recibia gran pesadumbre, y los acusaba por sus cartas que moviesen sin dalle á él parte cosas tan grandes: sobre todo le congojaba que el arzobispo de Toledo estu– viese desabrido; temia por ser hombre voluntario, y su condicion vehemente, no intentase de nuevo a poner en Castilla rey de su mano, y dar la corona como fuese su voluntad. Venia este consejo tarde por estar las voluntades muy estragadas, y mostrarse ya el portugués á la raya del reino con un grueso campo, en que se contaban cinco mil caballos y catorce mil infantes, todos bien armados y con grande confianza de salir con la victoria. Perdida pues la esperanza de concertarse, lo que se seguia, y era forzoso, los nuevos reyes acudieron á las armas. Andrés de Cabrera lo que hasta entonces dilatara para que el servicio fuese mas agradable cuanto mas necesario, y las mercedes mayores, les entregó los tesoros reales: ayuda de grande momento para la guerra que se levantaba. En recompensa le hicieron merced de la villa de Moya pueblo principal, aunque pequeño, á la raya de Valencia con título de marques: diéronle otrosí en el reino de Toledo la villa de Chinchon con nombre de conde, y por añadidura la tenencia de los alcázares de Segovia para él y sus herederos y sucesores; que fueron todos premios debidos á sus servicios, y á su lealtad y constancia, ca si va á decir verdad, gran parte fué don Andrés para que don Fernando y doña Isabel alcanzasen el reino y se conservasen en él.

Partidos los reyes de Segovia con intento de apercibirse para la guerra, pusieron en su obediencia á Medina del Campo, mercado à que los mercaderes concurren, y en sus tratos y ferias que allí se hacen, la mas señalada y de las ricas de España, y por el mismo caso á propósito para juntar dinero de entre los mercaderes. El de Alba con deseo de señalarse en servir á los nuevos reyes, luego que llegaron, les entregó el castillo de aquella villa que se llama la Mota de Medina, y la tenia en su poder. Hacíase la masa de las gentes en Valladolid fueron allá los nuevos reyes; cada dia les venian nuevas compañias de á pie y de á caballo, con que se formó un ejército ni muy pequeño, ni muy grande.

Repartieron los reyes entre sí el cuidado, de suerte que don Fernando quedó en Castilla la Vieja, cuya gente les era mas aficionada y la tenian de su parte: doña Isabel pasó los puertos para intentar si podria sosegar al arzobispo de Toledo; mas él no quiso verse con ella, antes por evitar esto desde Alcalá se fué á Brihuega, pueblo pequeño, pero fuerte por el sitio y por sus muros: alegaba para hacer esto que por una carta que tomó, constaba trataban de matalle: asimismo el condestable Pero Hernandez de Velasco que envió la reina para el mismo efecto, no pudo con él acabar cosa alguna. Todavía este viaje de la reina fué de provecho, porque aseguró la ciudad de Toledo con guarnicion que puso en ella conforme á lo que el negocio y tiempo pedia, y con hacer salir fuera al conde de Cifuentes y á Juan de Ribera, parciales y aliados del arzobispo de Toledo. No entró la reina en Ma

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drid por estar el alcázar por el marques de Villena. Concluidas estas cosas, volvió á Segovia para acuñar y hacer moneda toda la plata y oro que se halló en el tesoro real así labrado como por labrar.

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En el mismo tiempo el rey don Fernando aseguró la ciudad de Salamanca, bien que con su venida saquearon las casas de los ciudadanos de la parcialidad contraria, que eran en gran número. Zamora al tanto con la misma facilidad le abrió luego que llegó las puertas: entrególe primero Francisco de Valdés una torre que tenian sobre la puente con guarnicion de soldados, principio para allanar los demas; el alcázar principal no le quiso entregar su alcaide Alonso de Valencia por el deudo que tenia con el marques de Villena; usar de fuerza pareció cosa larga. Tampoco no quiso el rey ir á Toro, ciudad que está cerca de Zamora, por no asegurarse de la voluntad de Juan de Ulloa ciudadano principal, y que se mostraba aficionado á los Portugueses no tanto por su voluntad, como por miedo del castigo que merecia la muerte que dió á un oidor del consejo real, y otros muchos y feos casos de que le cargaban.

Vueltos que fueron los reyes à Valladolid, la ciudad de Alcaráz se puso en su obediencia: los ciudadanos por no ser del marques de Villena tomaron las armas y pusieron cerco á la fortaleza: acudieron á los ciudadanos el conde de Paredes y don Alonso de Fonseca señor de Coca con el obispo de Avila, que era del mismo nombre. El de Villena por el contrario, sabido lo que pasaba, vino con gente en socorro del alcázar; mas como no se sintiese con bastantes fuerzas, desistió de aquella su pretension de hacer alzar el cerco y recobrar la ciudad. Esta pérdida le encendió tanto mas en deseo de persuadir al de Portugal que apresurase su venida, con cartas que le escribió en este propósito. Deciale que en tal ocasion mas necesaria era la ejecucion que el consejo: que toda dilacion empeceria grandemente; que con sola su ayuda, aunque los demas se estuviesen quedos y aflojasen, vencerian á los contrarios. El agravio que juzgaba le hacian, le aguijoneaba para desear que luego se acudiese á las armas y á las manos.

Hallábase el rey de Portugal á la frontera de Badajoz por el mes de mayo: en el mismo tiempo es á saber á los diez y ocho de aquel mes dia jueves le nació en Lisboa un nieto, que de su nombre se llamó don Alonso. Vivió poco tiempo, y así no vino á beredar el reino, dado que le juraron por principe y heredero de Portugal, aun en caso que su padre el príncipe don Juan falleciese antes que su abuelo. Por el nacimiento deste niño en esta sazon algunos de los Portugueses pronosticaban que la empresa seria próspera, y que del cielo estaba determinado gozase del reino de Castilla, como hombres que eran livianos los que esto decian, y vanos, y que creian demasiado á sus esperanzas mal fundadas. Estaba en Badajoz el conde de Feria con gente, y era muy aficionado al rey don Fernando: demas que se apoderó de un lugar de aquella comarca que se llama Jerez, que quitó á los contrarios.

Debieran los Portugueses echar á man derecha, y romper por el Andalucía, en que tenian de su parte á Carmona, á Ecija y á Córdova, para que ganada Sevilla, ninguna cosa les quedase por las espaldas que les pudiese dar cuidado; torcieron el camino à man izquierda, en que grandemente erraron, y por tierra de Alburquerque y por Extremadura llegaron á Plasencia, ciudad pequeña y que goza de muy alegre cielo, si bien el aire y sitio por su puesto es algo mal sano. En aquella ciudad se desposó el rey de Portugal con doña Juana; y dado que no se efectuó el matrimonio, por pretender antes de hacerlo alcanzar del pontifice dispensacion del parentesco, que era muy estrecho, coronáron los por reyes, y alzaron los estandartes de Castilla en su nombre como es de costumbre. En esta sazon y en me

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