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su bagage se fuesen á Portugal, demas desto á Mendavia le contaron siele mil florines: capitan en lo demas esforzado, y que en particular ganó y merece gran renombre por haber defendido aquel castillo tanto tiempo contra el poder y voluntad de reyes tan poderosos.

La reina ponia no menor diligencia en sujetar á Trujillo, cuyo alcázar se tenia por el marques de Villena. Avisaron á Pedro de Baeza, que tenia allí por alcaide, rindiese aquella fuerza: respondió al principio que no lo haria, si no fuese á tal que al marques su señor restituyesen á Villena con las otras villas de aquel estado, segun que tenian antes concertado; en que dió muestra de persona de mucha constancia y valor. La reina no rehusaba poner aquellos pueblos en tercería en poder de quien el alcaide nombrase, para que pasados seis meses se entregasen al marques de Villena; mas él por sospechar algun engaño se entretenia, y no venia en hacer la entrega: finalmente por contentar á la reina el mismo marques de Villena entró en el alcázar y apenas pudo acabar con él hiciese la entrega que pedia la reina. Grande fué el desgusto que desta resolucion y mandato recibió el alcaide: no miraba su particular, sino por el deseo que tenia del pro y autoridad de su señor. Llegó á tanto, que hecha la entrega, se despidió del marques y de su servicio enfadado de su mal término: quejábase que ni se movia por lo que á él le tocaba, ni tenia cuidado de la vida y libertad de los suyos; esto decia porque con la priesa no se acordó de capitular que al dicho alcaide y á sus soldados no se les hiciese daño.

Deseaba el rey don Fernando por una parte ir al Andalucia para donde la reina doña Isabel le llamaba, por otra visitar á doña Juana su hermana antes que se embarcase para Italia: las cosas de Navarra le entretenian, y no le daban lugar para alzar dellas la mano. Hízose á la vela aquella señora por el mes de agosto en la playa de Barcelona en una armada en que vinieron para llevarla don Alonso su antenado, y don Pedro de Guevara marques del Basto, y otras personas principales: tocaron á Génova, en que fué muy festejada; últi– mamente aportó á Nápoles: allí celebraron las bodas con toda suerte de juegos, convites, regocijos y galas à porfia asi bien los ciudadanos, como los cortesanos. En Sigüenza fundó un colegio de trece colegiales, y un monasterio de Gerónimos, título de S. Anton, Juan Lopez de Medinaceli arcediano de Almazan y canónigo de Toledo, criado que fué del cardenal Pedro Gonzalez de Mendoza prelado á la sazon de Sevilla y de Sigüenza.

CAPITULO XV.

Como el Andalucía se apariguó.

Las demas partes de Castilla apenas sosegaban: las alteraciones del Andalucía todavía con

tinuaban á causa que los señores cada cual por su parte se apoderaban de ciudades y castillos, y conforme a las fuerzas que tenia, robada la gente y parece se burlaban de la magestad real. El duque de Medina Sidonia tenia á Sevilla, el marques de Cádiz á Jeréz, don Alonso de Aguilar estaba apoderado de Córdova. El color que tomaban, era afirmarse contra los intentos de sus contrarios, y hacer resistencia á los Portugueses por caelles aquel reino cerca. Lo que á la verdad pretendian, era acrecentar sus estados con los despojos y daños de la provincia: cosa que ordinariamente acaece cuando los temporales andan revueltos, que se disminuyen las riquezas públicas, y crecen las particulares. Resultaba así mismo otro daño, que dentro de aquellas ciudades andaba la gente dividida en parcialidades: en la ciudad de Sevilla unos seguian al duque de Medina Sidonia, otros al marques de Cádiz; en Córdova traian bandos don Alonso de Aguilar y el conde de Cabra, muy grandes y muy pesados. La reina doña Isabel, aunque muchos se lo desaconsejaban por no tener bastante gente para si fuese necesario usar de fuerza, acudió primero á Sevilla: allí se apoderó del castillo de Triana y de las atarazanas que tenia el duque de Medina Sidonia, con mayor ánimo y esfuerzo que de muger se esperaba.

El rey don Fernando, desamparadas las cosas de Navarra, y en alguna manera asentadas las de Castilla la Vieja, nombró por gobernador de Galicia á Pedro de Villandrando conde de Ribadeo: de lo demas de Castilla á su hermano don Alonso de Aragon y al condestable. Hecho esto, se resolvió de ir en persona al Andalucía para dar en todo el órden que convenia. De camino en nuestra señora de Guadalupe hizo sus votos y devociones: dió otrosi órden al duque de Alba y al conde de Benavente fuesen en su compañía; ca se recelaba dellos y tenia aviso que entre sí y con otros grandes trataban de poner sus alianzas.

Llegó á Sevilla á trece de setiembre: allí halló que se sentia mal del marques de Cádiz, y se decia que se inclinaba á dar favor á los Portugueses, y con este intento á los ojos de los reyes tenia puesta guarnicion en Alcalá de Guadayra. Tratóse de ganalle y sosegalle: para hacello de noche tuvo á solas habla con el rey. Tratóse que entregase las fortalezas que tomara: dijo que no lo podria hacer sino fuese que el duque de Medina entregase al tanto à Nebrija y á Utrera, y otros castillos; que sin esto despojalle á él de sus fuerzas no serviria sino para que el poder y riquezas de su contrario se aumentasen. Pareció pedia razon, y así el uno y el otro entregaron sus castillos al rey, y á su ejemplo fácilmente vinieron en lo mismo los otros señores y grandes, especial que á la misma sazon con el rey de Granada, en quien aquellos señores ponian gran parte de su confianza, se concertaron de nuevo treguas por industria de don Diego de Córdova conde de Cabra, persona señalada en lealtad, y que con aquel rey bárbaro tenia mucha familiaridad y trato.

Desta manera se hallaban las cosas del Andalucía no lejos de asentarse del todo. Las de Navarra se empeoraban sin alguna esperanza de reparo, á causa de las parcialidades antiguas que nunca sosegaban. La princesa doña Leonor hacia instancia por remedio, y avisaba que ya casi eran pasados los diez y seis meses señalados en el compromiso que se hizo para concertar todas aquellas diferencias, al tiempo que los reyes se juntaron en Tudela juntamente protestaba que pues ni en su padre, ni en su hermano hallaba ayuda bastante, que acudiria al socorro de otra parte; culpa de que quedarian cargados los que á hacello la necesitaban : que si no prevenian y se adelantaban, todo aquel reino se hallaba á punto de perderse. Las cuitas, cuando son estremas, hacen que los miserables hablen con libertad; sin embargo las orejas parecia estar sordas á sus peticiones tan justificadas, por hallarse los reyes lejos, y á causa de las grandes dificultades que los tenian enredados.

Al de Aragon, fuera de la guerra de Ruysellon, ponian en cuidado las cosas de Cerdeña y de Sicilia. Era virrey de Sicilia don Ramon Folch conde de Cardona, que fué en compañía de la reina doña Juana á Nápoles, y de allí pasó á su cargo al tiempo que por muerte de don Juan de Cabrera que falleció de poca edad, su condado de Módica, herencia de sus antepasados, recayó en su hermana doña Ana: muchos pretendian aquel estado, unos la excluian de aquella herencia, otros se querian casar con ella. El rey de Aragon por ser de importancia que tomase marido á propósito, por sus muchas riquezas y estados, estuvo determinado de casalla con don Alonso de Aragon hijo bastardo de su hijo el rey don Fernando. No tuvo esto efecto, antes adelante don Fadrique hijo y heredero del almirante de Castilla se la ganó á todos, y por medio deste casamiento juntó con su casa y metió en ella aquel principal condado.

En Cerdeña comenzó á alborotarse Leonardo de Alagon marques de Oristan: nunca del todo sosegara, y de nuevo alegaba agravios que el virrey Nicolás Carroz de Arborea le habia hecho sin respeto de las condiciones y del asiento antes tomado. Ni la flaca y larga edad del rey de Aragon, ni tan grandes cuidados eran parte para quebrantalle, antes como desde una atalaya proveia á todas partes. Fué puesta acusacion al marques de Oristan, y por sentencia que se dió en Barcelona á los quince de octubre, le privaron de aquel estado. Demas desto para ayuda se envió una nave con soldados: socorro ni grande ni fuerte para aquella guerra; así duró muchos dias.

Al rey don Fernando despues que apaciguó el Andalucia, todavía le ponia en cuidado lo de Portugal: la esperanza y el temor le aquejaban. De una parte se alegraba que el rey de Portugal, si bien era vuelto por el mar á su reino con dispensacion que el pontifice Sixto últimamente le dió para casar con doña Juana, pero no traia algunos socorros de fuera. Por otra le congojaba que el arzobispo de Toledo, segun se decia, le tornaba á llamar: temia no hobiese de secreto alguna zalagarda y trato. Verdad es que aquel prelado por su larga edad no tenia mucha advertencia en lo que hacia, en especial la ira enemiga de consejo, y la ambicion enfermedad desapoderada, le hacian despeñarse y le cegaban los ojos para que no advirtiese cuan pocas fuerzas tenia el rey de Portugal. Deciase dél por fama, y era así, que perdida toda esperanza de ser socorrido, despechado de noche se partió de París para ir en romería á Roma y á Jerusalem, y meterse fraile en aquellas partes mas por el desgusto que tenia, que de entera voluntad.

Prosiguió su viage algunos dias desde el camino de tres criados que solos llevaba, á uno dellos envió con una llave para que abriese un escritorio que dejó en París: hallaron en él dos cartas, la una para el rey de Francia, en que le daba cuenta de su intento; en la otra

amonestaba á su hijo que sin esperar mas se coronase por rey: que no tuviese algun cuidado dél, pues de los santos y de los hombres se hallaba desamparado: que confiaba en Dios le perdonaria sus pecados, y para adelante se aplacaria y tomaria en cuenta de penitencia aquel su trabajo y afrenta; que era todo lo que podia desear.

Su hijo, leida esta carta, magüer que con sollozos y lágrimas, en fin se coronó por rey ȧ once de noviembre, cinco dias, y no mas, antes que su padre á deshora llegase á Cascais. Fué así que el rey de Francia à toda diligencia envió tras él personas que le hicieron volver. Venido le aconsejó que mudado parecer, volviese á su tierra, como lo hizo: venia triste y flaco estraordinariamente. Su hijo le salió á recebir con muestra de grande alegría, y á la hora le restituyó el reino y la corona. Este suceso tuvo aquel viage del rey de Portugal y sus intentos, cuyos impetus al principio fueron muy bravos, por conclusion quedaron burlados.

El año siguiente, que se contaba 1478, fué señalado y alegre porque en él á veinte y tres de enero en Flandes de madama María heredera de Carlos el Atrevido, muger que era de Maximiliano duque de Austria, nació don Philipe que adelante fué dichoso por los grandes estados que alcanzó y por la sucesion que dejó, dado que poco le duró la prosperidad á causa de su muerte que le arrebató en la flor de su juventud. Poco despues por el mes de abril sucedió en Florencia, ciudad á la sazon libre, que en el templo de Sta. Librada ciertos ciudadanos conjurados contra los dos hermanos Médicis por entender querian tiranizar aquella ciudad, al uno llamado Julian de Médicis mataron; el otro llamado Lorenzo de Médicis se salvó dentro de la sacristia de aquella iglesia. Alteráronse los ciudadanos por este hecho, y acudieron á las armas. Prendieron á Salviato arzobispo de Pisa, sabidor y participante de aquella conjuracion, en el palacio de la Señoria, donde acudió para desde allí mover al pueblo á que defendiesen su libertad: llevaba el rostro turbado, echáronle mano, y sabido lo que pasaba, le ahorcaron de una ventana; que fué un espectáculo cruel y de poca piedad por ser la persona que era.

El cardenal de S. Jorge que se hallaba en Florencia, y se decia favorecia á los conjurados, corrió gran peligro de que con el mismo impetu le maltratasen. Valióle el miedo que tuvieron del papa su tio, y el respeto que mostraron á su dignidad. De que resultó una nueva guerra, con que por algun tiempo fueron trabajados los Florentines por las armas y fuerza del papa y de Nápoles. Quedaron los de Florencia descomulgados por la muerte del arzobispo. Hizo instancia el rey de Francia por la absolucion: alcanzó lo que pedia del papa, mas por miedo que de grado, á causa que en una junta que se hacia en Orliens, trataba de restituir y poner en uso la pragmática sancion en gran perjuicio de la Sede Apostólica. Finalmente se les dió la absolucion, y se concertaron las paces sin que por entonces se tocase en la libertad de aquella ciudad.

CAPITULO XVI.

Nació el principe don Juan hijo del rey don Fernando.

La guerra se hacia en Cerdeña cruel, sangrienta y dudosa, las fuerzas de aquella isla di

vididas en dos partes iguales, los revoltosos peleaban con mas corage que los del rey, como los que aventuraban en ello la vida y la libertad. La esperanza de la victoria consistia en las fuerzas y socorro de fuera: los Ginoveses, á los cuales corria obligacion de ayudar al marques de Oristan por las antiguas alianzas que tenia con ellos, se detuvieron á causa de ciertas treguas que se concertaron en Nápoles entre aquellas dos naciones, Aragoneses y Ginoveses. Por el contrario desde Aragon y desde Sicilia acudieron nuevos socorros á los reales, tanto que el mismo conde de Cardona virrey que era de Sicilia, se embarcó en una armada para acudir al peligro. Hobo algunos encuentros y escaramuzas en muchas partes: últimamente se juntaron los campos de una parte y de otra cerca de un castillo llamado Machomera; alli se dió la batalla, en que el marques quedó muerto y su campo desbaratado. Su hijo llamado Artal como quier que pretendiese huir por la mar en una barca que halló á la ribera, cayó en manos de dos galeras aragonesas, y preso, le llevó á España Villamarin general de la armada.

Fué puesto él en el castillo de Játiva, y sus estados quedaron confiscados con todos sus pueblos, que los tenia muchos y grandes en Cerdeña y tambien en tierra firme. En parti

cular los marquesados de Oristan y de Gociano se aplicaron para que estuviesen siempre en la corona real, y desde entonces se comenzaron á poner en las provisiones reales entre los otros títulos y nombres de los principados reales. Dióse esta batalla á diez y nueve de mayo. La victoria no solo de presente fué alegre, sino para adelante causa que todo se asegurase: con que aquella isla, sobre la cual tantas veces y con tanta porfia con los de fuera y con los de dentro se debatiera, de todo punto quedó sujeta al señorio de Aragon.

El rey don Fernando sin embargo que no tenia de todo punto asentadas las cosas del Andalucía, y que su muger quedaba preñada, fué forzado dar la vuelta al reino de Toledo por dos causas: la primera para reducir al arzobispo de Toledo, y acabar con él no hiciese entrar de nuevo al rey de Portugal en el reino, como se rugia que lo trataba; la segunda para dar calor á las hermandades que para castigar los robos y muertes (como queda dicho) los años pasados se ordenaron entre las ciudades y pueblos. El ejercicio de las hermandades aflojaba, y la gente se cansaba por el mucho dinero que era menester para el sueldo de los soldados, que se repartia por los vecinos sin esceptuar á los hidalgos. Graveza mala de llevar, pero de que resultaba gran provecho para la gente, ca no solo por esta vía se reprimian las maldades, sino tambien en ocasion acudian al rey con sus fuerzas y gentes en las guerras que se ofrecian. Por esta causa se tuvieron cortes generales en Madrid, en que de comun consentimiento y acuerdo se confirmaron las dichas hermandades por otros tres años. Con el arzobispo de Toledo no sucedió tan bien, dado que se puso diligencia en quitalle la sospecha que tenia de que se tratara de matalle.

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Reyes de armas copiados del esterior de S. Juan de los Reyes.

Despedidas las cortes, el rey don Fernando dió la vuelta à Sevilla: la reina doña Isabel le hacia instancia por estar en dias de parir. Allí vinieron embajadores de parte del rey de Granada para pedir tornase á conceder las treguas que antes entre las dos naciones se concertaron: la respuesta fué que no se podrian hacer, si demas de la obediencia y homenage

no pechasen el tributo que antiguamente se acostumbraba. Despachó el rey sus embajadores á Granada para tratar este punto: respondió aquel rey bárbaro que los reyes que pagaban aquel tributo, muchos años antes eran muertos; que de presente en las casas de moneda de la ciudad de Granada no acuñaban oro ni plata, sino en su lugar forjaban lanzas, saetas y alfanges. Ofendióse el rey don Fernando con respuesta tan soberbia: no obstante esto, forzado de la necesidad otorgó las treguas que le pedian, que es gran cordura acomodarse con el tiempo.

En tanto que estas cosas se trataban, á la reina sobrevinieron sus dolores de parto, de que nació un niño que llamaron el principe don Juan, á veinte y ocho de junio domingo una hora antes de medio dia, que heredara los estados de sus padres y abuelos si por lo que Dios fué servido, no le arrebatara la muerte cruel y desgraciada en la flor de su edad, como se relatará adelante: bautizóle el cardenal don Pero Gonzalez arzobispo de aquella ciudad. El rey de Aragon aunque cansado no solo de negocios sino de vivir, con el grande vigor que siempre luvo, pedia le enviase este niño para que se criase á la manera y conforme à las costumbres de Aragon; además que por su larga esperiencia se recelaba que si le entregaban á alguno para que le criase (lo que sucedió los años pasados) no fuese ocasion que en su nombre se revolviesen las cosas en Castilla.

Tenia el mismo rey de Aragon otro debate muy grande sobre la iglesia de Zaragoza. Pretendia por estar vaca por la muerte de don Juan de Aragon se diese á don Alonso su nieto, al cual su hijo el rey don Fernando en Cervera pueblo de Cataluña hobo de una muger fuera de matrimonio. Ofrecíanse dos dificultades, la una que no era legítimo, y por esta fácilmente pasaba el pontifice Sixto; la segunda su pequeña edad, que no tenia mas que seis años, en ninguna manera la queria suplir. Entre las demandas y respuestas que andaban sobre el caso, por el mucho tiempo que aquel arzobispado vacaba, le coló el papa al cardenal Ausias Dezpuch: entendia que el rey lo llevaria bien, atento los grandes servicios de su deudo el maestre de Montesa; no fué así, antes mostró sentirse en tanto grado que se apoderó de los bienes y rentas del cardenal, y maltrató á sus deudos. Con esto, y por la instancia que el rey de Nápoles hizo por tener gran cabida con el pontifice, el de Aragon salió últimamente con lo que pretendia, que aquella iglesia se diese á don Alonso su nieto con título de administracion perpetua : ejemplo malo, y principio de una perjudicial novedad.

La importunidad del rey venció la constancia del pontífice: daño que siempre se tachará, y siempre resultará, por querer los príncipes meter tanto la mano en los derechos de la iglesia, en especial que en aquel tiempo tenian introducida una costumbre, que ningun obispo fuese en España elegido sino á suplicacion de los reyes y por su nombramiento: ocasion con que poco despues resultó otra contienda sobre la iglesia de Tarazona. Por muerte del cardenal Andrés Ferrer la dió el pontífice à uno llamado Andrés Martinez: hizo resistencia el rey don Fernando con intento que revocada aquella eleccion, se diese aquel obispado al cardenal de España, como últimamente se hizo. Acabóse este pleito con otra reyerta semejante: el pontifice Sixto confirió cuatro años adelante el obispado de Cuenca que vacaba, á Rafael Galeoto pariente suyo: opúsose el rey don Fernando, y en fin acabó que se diese aquella iglesia de Cuenca á don fray Alonso de Burgos su confesor que ya era obispo de Córdova. Juntamente se espidió una bula en que concedió el papa á los reyes de Castilla para siempre que en los obispados fuesen elegidos los que ellos nombrasen y pidiesen, como tambien cuatro años antes deste en que vamos, á instancia del rey don Enrique él mismo otorgó otra bula en que mandó no se diesen de alli adelante á extranjeros espectativas para los beneficios de aquel reino, pleito sobre que de atrás hobo grandes reyertas.

Diego de Saldaña embajador de aquel rey fué el que alcanzó esta gracia, segun que consta por la misma bula, cuyo traslado no me pareció poner aquí. Fué este caballero persona muy principal: pasóse á Portugal con la pretensa princesa doña Juana, cuyo mayordomo mayor fué, y dél hay hoy descendientes en aquel reino, fidalgos principales. Don fray Alonso de Burgos, de Cuenca trasladado últimamente al obispado de Palencia, edificó en Valladolid el monasterio muy célebre de S. Pablo de su órden de Sto. Domingo, si bien en tiempo del rey don Alonso el Sábio, y mas adelante con ayuda de su nuera la reina doña Maria señora de Molina se comenzó. La iglesia sin duda que hoy tiene, la fabricó los años pasados el cardenal Juan de Turrecremata, hijo que fué de aquel convento y casa.

TOMO II.

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