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á él parte, como por tener costumbre de aprovecharse de los trabajos agenos, y sacar ganancia de las alteraciones que sucedian entre los Grandes. Esto fué en tanto grado que por parecelle forzoso correr él fortuna despues de tomado aquel asiento, y que no le quedaba esperanza de escapar si no se valia de alrenunciada la fe guna nueva trama, y lealtad que al Rey tenia jurada, se retiró á Tordehumos plaza muy fuerte así por su sitio como por sus murallas y reparos, donde con sus fuerzas y las de sus aliados pensaba defenderse del Rey que sabia tenia muy ofendido. Acudiéron en breve los del Rey, pusiéroa cerco sobre aquel lugar; pero como quier que no faltasen muchos de secreto aficionados á Don Juan de Lara, la guerra se proseguia con mucho descuido, y el cerco duró mucho tiempo. Llegáron á tratar de concierto, y porque el Rey se hacia sordo á esto, los soldados se desbandáron y se fuéron unos á una parte, otros á otra.

Entre los demas que favorecian á Don Juan de Lara, era el Infante Don Juan. Pasó el negocio tan adelante, que al Rey fué forzoso perdonalle: solamente por cierta muestra de castigo le quitó las villas de Moya y Cañete, que (como arriba queda dicho) se las diera el Rey Don Sancho. Poco duró este sosiego, porque como Don Juan de Lara y el Infante Don Juan entendiesen y tuviesen aviso que el Rey pretendia vengarse de ellos (si fué verdad ó mentira no se sabe) pero en fin por pensar los queria matar, se concertáron entre sí, y resolutamente se rebeláron. El Infante Don Juan brevemente se apla có con las satisfacciones que le dió el Rey: sosegar á Don Juan de Lara era muy dificultoso, que de cada dia se mostraba mas obstinado. A esta sazon D. Alonso de la Cerda como quier que se hallase desamparado de todos, y juzgase quejera mejor sugetarse á la necesidad que andar toda la vida descarriado y pobre, despojado del reyno que pretendia, y perdido el estado que le señaláron, envió á Martin Ruyz para que en su nombre tomase posesion de los pue

blos que los jueces árbitros le adjudicáron. Así perdida la esperanza de cobrar el reyno en lo de adelante comunmente le llamáron Don Alonso el Desheredado.

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CAPITULO IX.

QUE LA GUERRA DE GRANADA SE RENOVO.

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l vulgo de ordinario, y mas entre los Mode su natural es inconstante, alborotado, amigo de cosas nuevas, enemigo de la paz y sosiego. Así en este tiempo comenzáron los Moros de Granada á alborotarse en gran daño suyo y riesgo de perderse, como quiera que por todas partes estuviesen rodeados de enemigos, y aquel reyno de Granada reducido á gran estrechura y puesto en balanzas. La ocasion de alborotarse fué que el Rey era inútil para el gobierno, y como ciego pasaba en descuido su vida su cuñado el Señor de Málaga era el que lo mandaba todo, y en efecto era el que en nombre de otro reynaba. Parecíales cosa pesada tener dos Reyes en lugar de uno, porque fuera de los demas inconvenientes se doblaba el gasto de la casa Real á causa que el de Málaga no tenia ménos corte, acompañamiento y casa, que si fuera verdadero Rey, puesto que el nombre le dexaba á su cuñado. Decian seria mucho mejor nombrar otro Rey que fuese hombre que los gobernase, á quien todos tuviesen respeto, obedeciesen á sus mandamientos , y con su autoridad se defendiesen y vengasen de sus enemigos. Al vulgo que andaba alterado, atizaban los principales; mayormente Aborrabes un caballero que venia de los Reyes de Marruecos, con su gente y la de sus aficionados se apoderó de la ciudad de Almería, y se intituló Rey della. La mayor parte del pueblo se inclinaba á favorecer á Mahomad Azar hermano que era menor del Rey ciego, que dabá muestras de

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valor, y sé vian en él señales de otras virtudes. Fué Aborrabes echado por el bando contrario de Almería: él con deseo de apoderarse de Ceuta, ciudad que los Granadinos tenian en la frontera de Africa, intentó ayudarse de los Christianos.

Por todo esto se ofrecia buena ocasion para hacer la guerra á los Moros y echallos de todo punto de España. Comunicáron entre si este negocio por cartas los Reyes de Aragon y Castilla: acordáron de jun— tarse en el monasterio de Huerta, que está la raya de los dos reynos. Hízose la junta al principio del año de mil y trecientos y nueve. Allí y en Monreal, do los Reyes pasáron, lo primero que se trató, fué de apaciguar á Don Alonso de la Cerda, templada en alguna manera la sentencia que los jueces árbitros diéron; recelábanse que mientras los dos Reyes estaban ocupados en la guerra de los Moras, no alborotase á Castilla con ayuda de sus parciales y aficionados. Tomada esta resolucion, acordáron emprender la guerra de Granada, y para apretar mas á los Moros acometellos por dos partes, y en un mismo tiempo poner cerco sobre Algezira y sobre Almería. Demas desto concertáron que la Infanta Doña Leonor hermana del Rey Don Fernando casase con Don Jayme hijo mayor del Rey de Aragon. Por dote le señaláron la sexta parte de todo lo que en aquella guerra se ganase, y en particular la misma ciudad de Almería. Concluida la junta y despedidos los Reyes, todo comenzó á resonar con el estruendo de las armas, provision de dinero, juntas de soldados y gente de á caballo, de bastimento y bagage necesario. Tenian los dos Príncipes soldados muy diestros, muy unidos entre sí, no aficionados con las discordias civiles; en especial los Aragoneses ponian miedo á los Moros, por la fama que corria de haber sugetado sus enemigos, y alcanzado tantas victorias,

El Rey Don Fernando á ruego de su madre fué á Toledo para hallarse presente á trasladar los huesos del Rey Don Sancho su padre en un sepulcro muy

honroso que la Reyna tenia apercebido con todo lo demas necesario y conveniente á las exêquias y honras de su marido. Tenia el Rey Don Fernando condicion apacible, una honestidad natural (como acostumbraba decir Gutierre de Toledo que se crió con él desde su niñez) gran modestia en su rostro, su cuerpo bien proporcionado y apuesto, de grande ánimo, muy clemente. Aconteció que el mismo dia de Navidad un caballero muy principal á quien él 'tenia señalado para el gobierno de Castilla, se vino á despedir dél para ir á su cargo. El Rey dexado los dados con que acaso se entretenia, le advirtió que en Galicia hallaria muchos caballeros nobles que andaban alborotados: que aunque mereciesen pena de muerte, le encargaba se guardase de executar el castigo, solamente se los enviase, que se queria servir dellos en la guerra de los Moros. Engrandeció el caballero el acuer do tan clemente del Rey, que aunque pareció á muchos blando en demasía y temerario, la experiencia mostró ser muy acertado. No hobo en toda la guerra contra los Moros quien se señalase mas que aquellos hidalgos. Estimulábalos grandemente el deseo de borrar la deshonra pasada, y la voluntad de servir al Rey la clemencia de que con ellos usara : sus valerosas hazañas no se podian encubrir, en todas partes y ocasiones peleaban contra los Moros con odio implacable, y entre sí tenian competencia de aventajarse en valor y animo.

Finalmente desde Toledo partiéron al Andalucía. El campo de los Castellanos llegó sobre Algezira á veinte y siete dias del mes de Julio. A mediado el siguiente mes de Agosto puso su cerco sobre Almeria el Rey de Aragon. Con los Aragones viniéron Don Fernando hijo de Don Sancho Rey de Mallorca, mancebo de los fuertes y valerosos que en su tiempo se hallaban, Don Guillen de Rocaberti Arzobispo de Tarragona, Don Ramon Obispo de Valencia y Chân ciller del Rey, Don Artal de Luna Gobernador de Aragon con otros Prelados y caballeros. Al Rey Don Fernando seguian los caballeros de la casa y familia Tom. IV. D

de Haro: Don Juan de Lara poco ántes vuelto en amistad del Rey, Don Juan tio del Rey, y el Arzobispo de Sevilla, y otros muchos caballeros principales. Gisberto, Vizconde de Castelnovo, fué con parte de la armada de los Aragoneses sobre Ceuta, que está en la frontera y riberas de Africa, y la tomó. Los despojos hobiéron los Aragoneses, la ciudad se dexó á Aborrabes como lo tenian con él capitulado. Los de Granada, habido sobre ello su acuerdo, porque si venian á repartir su gente no serian bastantes para sustentar ambas guerras, determináron de defender la ciudad de Almería, fuese por la confianza que hacian de la fortaleza de Algezira, demas que tenia harta gente de defensa y las provisiones necesarias, ó por rabia de que los Aragoneses les hobiesen ganado á Ceuta, y se hobiesen entremetido en aquella guerra sin pretender contra ellos algun derecho, ni haber recebido agravio.

El mismo dia de la festividad de San Bartholome los Moros con toda su gente se presentáron á vista de aquella ciudad. Los Aragoneses visto que les representaban la batalla, de buena gana fuéron á acometellos: á los principios no se conoció ventaja en ninguno de los campos, porque los Moros peleabạn con grandísimo esfuerzo; pero en fin fuéron vencidos y puestos en huida con gran daño y matanza. Los bosques que allí cerca estaban, diéron á muchos la vida, que se metiéron por aquellas espesuras y es capáron. No hay alegría cumplida en las cosas humanas. Mientras que los nuestros con demasiada codicia y poco recato iban en seguimiento de los bárbaros y executaban el alcance, los de Almería salen de la ciudad, y acometen el real de los Aragoneses que tenia poca defensa, y por Capitan á Don Fernando de Mallorca. Ganáron el baluarte y trincheás, y saqueáron y robáron algunas tiendas. Acudiéron los nuestros; y aunque con mucha dificultad, en fin lanzáron los Moros, y los forzáron á retirarse dentro de la ciudad, Esto hizo que el contento de la victoria ganada no se les aguase tanto, si perdieran los rea

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