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Para divertir al enemigo acometiéndole por mar, mandó Ximenez juntar á la ligera ocho mil hombres de gente baxa y turbulenta, los que se embarcaron baxo las órdenes del capitan Don Diego de Vera, el qual habiendo desembarcado en Argel, no pudo poner en práctica sus designios por la falta de obediencia de los soldados: pues habiéndose dispersado pará robar, con desprecio de las órdenes de su caudillo, fueron sorprehendidos de improviso por Homich, y destrozados, como en venganza de haber quebrantado la disciplina militar! Perecieron en esta pelea tres mil: otros quatrocientos fueron hechos esclavos; y los demas se salvaron retirándose á sus naves, y volvieron á España con ignominia y pérdida conside rable.

I

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El César Maximiliano vino á Bruselas con los grandes dé Alemania, y de este viage resultó hacer las paces con Francisco Rey de Francia, para que por la ausencia de Cárlos no estuviese expuesta la Flandes á ninguna invasion. En la ciudad de Noyon en el Franco Condado se juntaron los embaxadores, ý despues de muchos debates se ajustaron las condiciones en los términos siguientes. « Que Cárlos y Enrique prosigan en justicia su demanda sobre el derecho al reyno de Navarra. Que Francisco dé á Cárlos por esposa á su hija Luisa de edad de un año, y ceda á título de dote sus derechos al reyno de Nápoles. Que pague Cárlos cien mil ducados de pension cada año para alimentos de la esposa, exigidos de las rentas de Nápoles, y si ella falleciese antes de las nupcias, que haya de desposarse con la hermana inmediata; y á falta de ellas con Renata Inglesa cuñada de Francisco. Que Maximiliano restituirá á los Venecianos la ciudad de Verona; y los Venecianos entregarán de contado á Maximiliano doscientos mil ducados.» Aunque estas condiciones eran tan poco favorables á Don Carlos, se vió precisado á admitirlas por la necesidad que tenia de venir á España; pero mas adelante fueron causa de grandes disen. siones.

Defendida Verona largo tiempo por los Españoles y Alemanes, fué entregada á Lautrec gobernador de Lombardía para que la restituyese á los Venecianos, y de este modo fué dada la paz á Italia. Pero de allí á poco tiempo la turbó Francisco de la Rovere, conduciendo algunas tropas que antes se habian

sacado de Verona, y hizo con ellas una entrada en el principa do de Urbino, de que habia sido despojado por el Pontífice. Este incidente ponia las cosas en gran peligro, asi por las fuerzas de Francisco de la Rovere, como por el descuydo de Lorenzo de Médicis; pero habiendo sobrevenido Moncada enviado por Don Carlos restableció de nuevo la paz. El de la Rovere se retiró á Mantua llevándose los tesoros, la biblioteca que era muy exquisita, la artillería y otras máquinas de guerra. El de Médicis fué restituido en el principado con la dura condicion de pagar el sueldo de las tropas. Desde allí Moncada, que tenia en Italia el gobierno marítimo, llevó á Nápoles los tercios viejos de la nacion Española.

El concilio Lateranense comenzado por el Papa Julio II contra los cardenales cismáticos que se juntaron en Pisa y sus sequaces, fué concluido por Leon X, habiendo perdonado el Rey á Bernardino de Carvajal, y Federico Sanseverino autores del cisma. En este tiempo se celebró solemnemente la cas nonizacion de la Reyna Isabel de Portugal, muger de vida y costumbres santísimas, y se consagró su memoria para siem, pre celebrándose anualmente su fiesta en la iglesia; y al Rey Don Manuel se le concedió el patronato de las órdenes milita res. Adriano, á quien poco antes se habia conferido el obispado de Tortosa, fué condecorado con la púrpura de cardenal. Con tan altas dignidades' fueron premiadas la enseñanza que dió á Cárlos en su juventud, y su fidelidad y virtudes. En es te tiempo murió Doña Juana de Aragon, hermana de Don Fernando el Cathólico, que habia estado casada con Don Fernan do Rey de Nápoles, hijo de Alfonso el Grande; y fué sepultada junto al altar mayor de Santa María la Nueva, donde se ve su estatua de mármol. En Roma pasó de esta vida á la inmortal Don Diego de Serra, obispo de Calahorra y cardenal, natural de Valencia, y su cuerpo fué sepultado en Santiago de los Españoles.

Mientras tanto se hallaba tranquila la Sicilia, habiendo sido sacados de allí los fomentadores de las sediciones; y parecia hallarse ya amortiguado el ardor de los ánimos, quando de repente se esparció el rumor (sin saberse su orígen) de que en Flandes y en Nápoles donde se hallaban presos los nobles Sicilianos habian sido muertos por mandado del Príncipe: con

lo qual volvió á sublevarse el pueblo instigado por Lúcas Squarcialupo. Tomaron las armas y acometieron con ímpetu á los consejeros del Rey, á quienes atribuian la muerte de sus nobles algunos de ellos pudieron escaparse, pero los mas fueron asesinados. Pusieron en prision al gobernador; y habiendo conseguido salir de ella disfrazado, al dia séptimo se huyó en una pequeña nave á Mecina, donde se hallaban tranquilos los ciudadanos, encargando el cuydado de apaciguar la sedicion á su teniente Guillelmo de Vintimilla. Este pues comenzó á tratar el negocio con destreza y maña. Luego que vió que las cabezas de los rebeldes, despues de sus robos, incendios y rapiñas, estaban descuydados y vivian sin temor alguno, aprovechándose de esta ocasion fué á la iglesia acompañado de una gran multitud de nobles, dando á entender que concurria á la celebracion de los divinos oficios. Allí desenvaynando de improviso la espada mató á Lucas por su propia mano : los nobles que le seguian mataron á dos compañeros suyos, y á otros que fueron presos los hizo llevar á la horca, accion laudable si en ella no hubiera sido violada la santidad de la casa de Dios.

De este modo reprimió algun tanto el desenfreno de la plebe. Mas como no pudiesen los magistrados apaciguar enteramente la sedicion, representó Piñateli al Príncipe que era preciso recurrir al auxilio de las armas, y noticioso de que el contagio se iba extendiendo por Sicilia, mandó á Don Juan de Guevara, conde de Potencia, y á Don Hernando de Alarcon, que desde Nápoles pasasen á aquella isla para reprimir á fuego y sangre á los sediciosos. Habiendo desembarcado en Sicilia este socorro, comenzaron á hacer pesquisas para descubrir á los que se hallaban escondidos. Toda la isla fué purificada con la sangre de los culpados : sus bienes fueron confiscados; y con ellos de mandato del Príncipe se resarcieron los daños que habian padecido los nobles, como de los Moncadas lo escribe Languegla, y sus casas fueron arrasadas en venganza y memoria de la maldad cometida. Pero fueron mas crueles las justicias que se executaron en Palermo, pues parte de ellos pagaron la pena de su rebeldía en la horca; quatro fueron precipitados desde una torre muy alta, y otros perecieron ahogados en la cárcel. Tal fué el fin sangriento y miserable de este

furor y locura. Los demás que se hallaban presos en varias partes, habiéndose averiguado que no habian intentado cosa alguna contra el Príncipe fueron puestos en libertad. Hemos juntado en un lugar todos estos hechos que sucedieron en tres años despues del siguiente, para no interrumpir su narracion refiriéndolos en sus lugares oportunos. Volvamos ahora á seguir el hilo de lo que dexamos pendiente.

Capitulo m.

De la llegada del Rey á Esparia, y muerte del cardenal
Ximenez.

HABIÉNDOSE ajustado la paz con el Francés se volvió Maximiliano á Alemania. Su hija Margarita quedó gobernadora de Flándes, y Don Carlos con Doña Leonor su hermana pasó á Middelburgo, llamado por los antiguos Castrum Metelli, para embarcarse, siguiéndoles Gesvres primer ministro del reyno y otros muchos cortesanos. Los navíos de esta armada eran cerca de ochenta, los mas de ellos Españoles y enviados por Ximenez. Pero no pudo marchar tan presto como lo exîgia la necesidad, á causa de las tormentas que se levantaron en el mar, y por las cosas de los Holandeses, y otras que sobrevinieron con motivo del mismo viage, que al fin se verificó en el mes de septiembre. Durante su navegacion se incendió casualmente un navío, y pereció con todos sus pasageros. Pero trece de ellos arribaron con feliz navegacion, y obligados de los vientos, á Tazones rada de la costa de Asturias cercada de horribles peñascos. Trasladóse á Villaviciosa, para descansar de las molestias del mar, y desde allí se puso en marcha á Tordesillas, donde se hallaba la Reyna Madre y Doña Catalina su hija, con deseo de ver á Leonor, y fué cosa admirable la alegría que manifestó la Reyna aunque demente al abrazar á sus hijos.

Habiendo resuelto el Rey pasar á Valladolid (aunque corria la voz de que se hallaba aquella ciudad molestada de la peste, que entonces habia acometido á casi toda España) escribió al cardenal una carta en que le indicaba: «que saliese á recibirle á

Mojados, donde despues de tratar de los negocios públicos, y de arreglar los particulares, y la familia que habia de tener, se retirase á su casa á descansar. » Esta disposicion inspirada por los cortesanos sus émulos, fué el premio que recibió de tan extraordinarios servicios; porque muchas veces sucede que los grandes méritos son recompensados con una grave injuria. Deseaban pues los Flamencos alejar á este hombre que les era tan importuno, y les servia de estorbo á sus designios, á fin de apoderarse enteramente de la voluntad del Príncipe. Don Pedro de Mota, obispo de Badajoz, que era demasiado adicto á los Flamencos, y incitado ademas por sus particulares intereses, añadió en la carta el retiro del cardenal. Recibióla este en Roa donde se hallaba enfermo, y adonde habia ido para cumplimentar al Rey. Algunos creyeron que la agitacion del camino le habia causado la enfermedad, y otros que le habian dado en una trucha un veneno que le acabase lentamente, añadiendo que el autor de esta maldad habia sido alguno de los Flamencos. Tal vez todo esto fué fingido por el odio, y creido fácilmente por el vulgo, siempre inclinado á dar crédito á lo peor. Pero la constante opinion de todos fué, que hallándose convaleciendo de una enfermedad, se le agravó esta con la carta del Rey, y acabó con este varon inmortal por la fama de sus hechos, á los ochenta años de su edad. Tanta es la repugnancia que por un vicio de nuestra naturaleza tienen á dexar el mando los que están acostumbrados á dominar. Gobernó santísimamente la iglesia de Toledo por espacio de veinte y dos años, empleando sus quantiosas rentas en utilidad pública. Edificó en Alcalá un colegio magnífico, que no cedia en nada á los mas grandes, con la advocacion de San Ildefonso, en cuyo templo fué sepultado en un honorífico túmulo.

Don Fernando y los grandes que iban en compañía del cardenal se fueron á Valladolid á esperar al Rey; el qual el dia diez y ocho de noviembre entró á caballo en la ciudad baxo de un palio, con cuya pompa es costumbre recibir á los Príncipes, siendo innumerable la multitud del pueblo que con mucha alegría salió fuera de las puertas á congratularse de su venida. Los dias siguientes fué festejado con juegos y regocijos. Acudió á cumplimentarle Don Alfonso de Aragon no sin esperanza de obtener el arzobispado de Toledo; pero viendo

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