Imágenes de páginas
PDF
EPUB

1518.

frustrados sus deseos, se volvió á Zaragoza altamente dolorido de la repulsa, como sucede á todos los ambiciosos que no se contentan con su suerte; y quedando burlados todos los prétendientes, fué conferido este arzobispado por influxo de Gesvres cortesano poderoso, á Guillelmo de Croy, obispo de Cambray. Irritáronse los Españoles contra el autor de esta eleccion que todo lo convertia en su propio lucro, y vociferaban públicamente «< que despues de haber vendido todas las magistraturas y gobiernos, no estaban tampoco seguros los puestos sagrados que Croy habia conseguido el arzobispado de Toledo por el favor de Gesvres su tio, y antes de él Bartotolomé Marliano el obispado de Tuy en premio de la invencion del frívolo símbolo de las columnas de Hércules; eligiendo á los extrangeros en grave injuria de la nacion, como si hubiese falta de naturales beneméritos. Que todos los empleos políticos y militares eran venales por el abuso que hacia el codicioso viejo de la poca edad del Príncipe. Que los Españoles se veian sumamente despreciados, y que para nada se les atendia, y que no se daba el debido premio á la virtud y al mérito, habiéndose apoderado la ambicion de todo, y triunfando de la equidad con la fuerza ó con el favor. » Animados vivamente contra los Flamencos comenzaron á despreciar su ministerio, á enagenar los ánimos del amor al Rey, y á dar rienda suelta á las lenguas, á exemplo del vulgo, que una vez irritado no se detiene en hacer y decir las cosas mas atroces. De la insolencia se precipitaron fácilmente en la audacia, que es la señal cierta de los males que amenazan á la república. La causa de todo era Guillelmo Croy de nobilísima familia, llamado Gesvres por un señorío de este nombre que poseia en Flandes, pero tan avaro que su codicia llegó á ser proverbio entre los Españoles. El chancelario Juan Selvagio, hombre perverso y de una capacidad extrema, ocupaba el lugar inmediato en autoridad. No por eso dexaba el Rey de ser presa de los demas cortesanos. Estos hombres venales ponian en almoneda todos los honores y empleos, y no habia cosa alguna que negasen al dinero, fuese justa ó injusta. Estos detestables excesos vinieron á producir una sedicion declarada y furiosa, que puso al estado muy próxîmo á su ruina.

En el principio de este año de mil quinientos y diez y ocho

acudieron muchos procuradores de las ciudades á las córtes que el Rey celebraba entonces, y en la sala capitular del convento de San Pablo del órden de Predicadores de la ciudad de Valladolid comenzaron á tratar de las cosas del reyno. Entraron los Flamencos en la sala para asistir á las consultas contra todo derecho y justicia. Pero no sufrieron los Españoles esta injuria; y principalmente se opuso á ella con mucho ánimo Zumel procurador de Búrgos, clamando que se vulneraba la libertad de la nacion. En vano algunos nobles aduladores de Gesvres, y deseosos de ganar su favor, quisieron con ofertas, amenazas y terrores abatir la constancia invencible de aquel defensor de los derechos de la nacion. Así pues, arrojados de allí los extrangeros, se comenzó á deliberar sobre el juramento de fidelidad que los pueblos debian prestar al Príncipe, y al mismo tiempo sobre que este jurase la observancia de las leyes y estatutos. El único obstáculo que los detenia era la Reyna Madre, porque el no contar con ella quando estaba en posesion legítima del reyno, les parecia una cosa muy injusta. Por tanto para prepararle el camino al trono se determinó finalmente, que contentándose Don Cárlos con el nombre de Príncipe se abstuviese del de Rey, para que no se creyese que hacia agravio á su muy amada madre; y que los decretos y despachos fuesen firmados con los nombres de la Reyna y del Príncipe. Despues de esto pidieron los procuradores que en adelante no se confiriesen los empleos á los extrangeros, y que así se ofreciese con juramento; en lo qual insistió mucho Zumel, apoyado en el testamento de la Reyna Doña Isabel, no sin disgusto del Príncipe, que conmovido algun tanto, y habiendo proferido en el juramento una palabra ambigua, pareció que dexaba la cosa en duda, dando con esto mucha materia á quejas y murmuraciones. ¿Pero quién ignora que el poder soberano tiene por mas justo lo que es mas fuerte? Hecha pues la ceremonia del juramento, ofrecieron las ciudades por via de donativo gratuito seiscientos mil escudos pagados en tres años; y de este modo se concluyeron las córtes.

Desde Valladolid se puso Don Carlos en marcha para Aragon, dexando encargado con mucho encarecimiento el cuydado de la Reyna su madre, que como ya diximos se hallaba demente, á Don Bernardo de Sandóval, marqués de Denia, cuyo

TOMO VII.

2

amor al Rey Don Fernando su abuelo le era muy conocido. Llevóse consigo á la Reyna viuda Doña Germana, y á su hermana Doña Leonor, y se detuvo en Aranda, donde residia su hermano Don Fernando, para disponerle su viage á Flandes, no olvidándose del consejo del cardenal Ximenez, de que era muy conveniente quitar el apoyo de los partidos en unos áni, mos tan discordes, para que no recibiese detrimento alguno la república, tan expuesta á movimientos y sediciones en los principios de un nuevo reynado. Y asi para libertarse de este aguijon, porque no hay cosa alguna que no sea sospechosa á los que reynan, ni que sea segura y de confianza, encargó á Vera su mayordomo mayor, y hombre de conocida fidelidad y lealtad, que conduxese á su hermano á Flándes; resolucion que llevaron muy mal los Españoles, que le tenian grande afecto. Libre ya Don Carlos de este cuydado salió de Aranda, y prosiguió su viage para Aragon, acompañado de mucha nobleza. Entró en Zaragoza el dia diez y ocho de mayo, y fué recibido por el arzobispo Don Alonso y los ciudadanos con extraordinarios obsequios, acudiendo gran multitud de gente de todas partes con singular gozo y alegría para ver al Rey. En esta ciudad se detuvo mucho mas tiempo del que habia pensado y allí falleció Selvagio, sin que los Españoles mos trasen sentimiento alguno de su muerte. En su lugar fué puesto Mercurino Gatinara, Saboyano de nacion, que de allí á pocos meses obtuvo el capelo de cardenal. Don Carlos dió en la misma ciudad audiencia á los embaxadores, y para favorecer los justos deseos del sumo Pontífice, mandó preparar una fuerte y numerosa armada, que asegurase las costas de Italia contra los insultos de los Turcos.

Temia el Pontífice que orgulloso Selym con la victoria que habia ganado en Memphis á la nacion de los Mamelucos, haciendo prisionero á Tomumbey último de sus Reyes, volviese sus armas contra el occidente, como parece que lo pensaba. Por esta causa solicitaba por medio de sus embaxadores juntar las fuerzas y los ánimos de los Príncipes, y llevar la guerra á los enemigos del nombre Christiano, sin aguardar á que ellos se la hiciesen. Pero ni pudo conseguir cosa alguna de los Príncipes de Alemania, ni produxeron efecto alguno las conferencias tenidas en la dieta de Ausburg. El Rey Don Cárlos, que

no debia despreciar aquel negocio, y á fin de instruirse con certeza de él, envió á Turquía á Garci Jofre de Loaysa, caballero del órden de San Juan, con pretexto de congratular á Selym por la victoria ganada en Egipto y la extension de su imperio; pero en realidad para que averiguase el estado en que se hallaba el negocio de la guerra, y descubriese con astucia los designios del bárbaro. Entretanto para cumplir su palabra dió órden de pagar adelantado al Rey de Francia ciento y cinqüenta mil escudos á que se habia obligado en la paz de Noyon. Tambien trató del casamiento de su hermana Leonor, á la qual solicitaba por esposa el Rey de Portugal por medio de Alvaro de Costa su embaxador secreto, cuyas nupcias aprobó el consejo, y se decretaron los acostumbrados regocijos. Acompañó en su viage á la regia doncella el duque de Alba, y los obispos de Córdoba y Plasencia con una numerosa y lucida comitiva, y se celebró en Ocrato el matrimonio por Don Martin de Castro, arzobispo de Lisboa; enviando el Rey Don Cárlos al Rey de Portugal el collar del toyson de oro con que quiso condecorarle.

Congregadas finalmente las córtes de Aragon, pedia el Prín, cipe que le hiciesen el juramento de fidelidad segun la antigua costumbre, á causa de que la Reyna su madre no se hallaba con fuerzas ni salud para sostener los cuydados del gobierno. Irritóse el Príncipe con la respuesta poco cortés y aun altane. ra que le dió aquella terca y poco complaciente nacion, con lo qual se suscitó un tumulto y corrieron á las armas : Sandóval dice que hubo muchos heridos, lo que niega Argensola continuador de los anales de Zurita ; pero como el uno es Castellano y el otro Aragonés, y ninguno de los dos fué testigo ocular, dexaré la cosa en duda; pues por lo que á mi tocá confieso que no he podido averiguar lo que realmente hubo en este lance. Pero lo cierto es, que á los Aragoneses les pareció una cosa inaudita jurar al Príncipe viviendo aun la Reyna; mas al fin hicieron el juramento, y el Príncipe juró al mismo tiempo que se les conservarian sus privilegios é inmunidades. Ofrecieron en estas córtes doscientos mil ducados de donativo gratúito; y Doña Germana renunció en el Príncipe los derechos que tenia á la Navarra. Tratóse de erigir nuevos obispados en Madrid y Talavera, desmembrándolos del dilatadisimo y opu

lento arzobispado de Toledo; y obtenida en este año la bula pontificia para el efecto, se encargó el exâmen de este negocio á Adriano nuncio apostólico, obispo de Consenza, y á Don Alfonso Manrique obispo de Ciudad-Rodrigo. Pero habiéndose encontrado muchas dificultades y estorbos, fué preciso desistir por entonces de este útil y saludable proyecto.

Capitulo IV.

De la guerra contra Homich, y eleccion de Don Carlos al
imperio.

HOMICH que habia usurpado el mando de Argel, se apoderó tambien de la ciudad de Túnez, habiendo arrojado della á su Rey. Despues fué llamado por los de Tremecen que se hallaban tumultuados; dió con felicidad una batalla y puso en fuga al Rey Benchen entrando victorioso en la ciudad que estaba dividida en varias facciones. Pero el bárbaro que habia sido echado de sú reyno, vino á España á implorar el auxilio del Rey Don Cárlos, y se volvió al Africa con la esperanza que le dió este Principe de que le enviaria socorros. Inmediatamente dió órden al marqués de Comares Don Diego Fernandez, que se hallaba entonces gobernador de Orán, para que con buenas tropas fuese á socorrer á aquel Rey tributario. Mandó este que se pusiese en marcha con toda diligencia un esquadron que sostuviese el partido del Rey de Tremecen, que se veia muy próximo á su ruina: la batalla fué desgraciada por la demasiada confianza de los Españoles, de los quales perecieron quatrocientos. Volvieron segunda vez á la pelea contra Mahomet que víno al socorro de su hermano Homich con algunas tropas que habia juntado apresuradamente en Argel, siendo mandados los Españoles por Don Manuel de Argote teniente del gobernador de Orán. Quedó la victoria por estos con una completa derrota de los enemigos. Alegres con el feliz suceso los vencedores, se aceleraron á entrar en la ciudad, con cuya presencia aterrado Homich, y perdida la esperanza de tener socorros, procuró con la fuga libertarse quanto antes del peligro, y á la verdad este era el único camino que le quedaba para ponerse

« AnteriorContinuar »