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Rey de Cambaya. Pidieron los bárbaros que se les permitiese salir de allí libremente, y negándoselo el Portugués, se irritaron de tal modo, que prefiriendo setecientos guerreros una honrosa muerte á una vida ignominiosa, se obstinaron en una valerosa resistencia. Lo primero que hicieron fué arrojar en una grande hoguera á sus mugeres, hijos y todo lo mas precioso, para que no fuesen presa del enemigo; y como si estuviesen agitados de las furias, sin esperar la luz del dia comenzaron á disparar desde lo alto contra los Portugueses. La pelea fué atroz y cruel, y era tal la rabia de los bárbaros, que deseoso uno de ellos de herir á un Portugués, se metió por la punta de su lanza, y atravesados con mutuas heridas, cayeron muertos el uno sobre el otro. Murieron diez y siete Portugueses valerosísimos, entre los quales fué uno Héctor de Silveyra, varon esclarecidísimo por sus hechos y nobleza. Quedaron heridos ciento y veinte, y de estos murieron luego algunos. Destruidas las fortificaciones, y habiendo embarcado el Virey setenta piezas de artillería en sus navíos, vino á Diu para tomar aquella plaza por ardid si se le presentase ocasion oportuna. Pero habiéndose pasado esta, despues de haber arrojado una lluvia de balas se retiró de allí, causando al enemigo mas terror que daño. Dexó á Antonio de Saldaña con parte de la`armada para asolar las costas de Cambaya, lo qual executó valerosamente. Arruinó á Madrefabato, Goga, y otros pueblos, y destrozó gran número de navíos, derrotando á sus defensores, y llevó á Goa una rica presa.

Entretanto se hallaban perturbadas mas que nunca las cosas de las Molucas. Antonio de Brito, que habia llegado allí despues de Serrano, obtuvo permiso de la Reyna viuda del difunto Régulo Boleif, y de Aroen tutor de su hijo, para edificar una fortaleza en Ternate. Pero sospechando despues la Reyna que con el favor de los Portugueses, y con la muerte de sus hijos aspiraba el tutor á apoderarse del reyno, puso asechanzas á los huéspedes para arrojarlos de la isla. Llegó Brito á entender esta perfidia, y habiendo acometido al palacio Real, se llevó consigo á los pupilos. La Reyna se escapó en medio del tumulto y confusion, y se huyó á Tidore, donde reynaba Almanzor su padre. El tutor quitó la vida con veneno al mayor de los hijos llamado Boahates, y en tal estado se hallaban las

cosas, quando sucedió á Brito en el gobierno García Enriquez, hombre cruel y dispuesto á emprender qualquiera maldad. Este pues, contra toda ley y justicia trató muy mal á los Régulos. Mató á Almanzor con veneno, molestó á los isleños con todo género de injurias, con las quales irritados se disponian á la venganza, y esperaban para ello tiempo oportuno. Entretanto fué nombrado por sucesor de Enriquez Jorge de Meneses hombre de carácter perverso, y en extremo cruel. Suscitáronse entre los dos tan furiosas discordias, que estuvieron á pique de perderse todos los Portugueses; pero al fin se aplacaron con la salida de Enriquez. Volvió la Reyna á la ciudad, y temerosa de la crueldad de Meneses, se puso segunda vez en fuga con los principales de la nobleza, y impidió que se llevasen víveres á los Portugueses. En vano habia intentado por medio de sus embaxadores que los Portugueses la restituyesen á su hijo Ayalo sucesor del reyno, y á Tabaria su hermano menor, que los tenian encerrados en la fortaleza. Sentian ya los Portugueses el hambre, y la falta de todas las cosas mas precisas, quando llegó por sucesor de Meneses Gonzalo Pereyra. Este pues de órden del Virey envió preso á su antecesor á la India: procuró refrenar á los soldados, prohibiéndoles el comercio de la especería, y ablandar á los bárbaros con todo género de caricias; pero sin embargo, habiéndoles ofrecido restituir los cautivos, faltó á su palabra, y vino á pagarlo en los años siguientes.

En Europa florecia la paz; mas los Españoles que perseveraban en Italia servian de estorbo para que no fuese durable. El Rey de Francia por medio de sus embaxadores los cardenales Acromonte, y Tournon se obligó á no hacer movimiento alguno siempre que los Españoles saliesen de Italia. Del mismo parecer era el Pontífice, á quien siempre causó inquietud el gran poder del César en aquel pais. Tratábase esto en Bolonia á principios de este año de mil quinientos treinta y tres, y allı 1533. habian concurrido el Pontífice y el César para conferenciar sobre sus negocios. Los Venecianos rehusaban ligarse con nueva alianza; porque temian que oprimido el poder de una de las partes, se hiciese la otra mas poderosa, y asi no querian abandonar del todo al Rey, ni ponian mucho cuydado en complacer al César. Los Príncipes y repúblicas de Italia, despues

de haber padecido tantos males con la guerra, deseaban el descanso, ademas que si volvia á moverse no tenian fuerzas para hacer resistencia á no estar protegidos por otro mas poderoso. El Pontífice disimulaba la ira que habia concebido contra el César por la sentencia en que este adjudicó al duque de Ferrara el principado de Regio, y Módena, que antes era parte del estado eclesiástico. No ignoraba esto el César; pero no obstante procediendo con suavidad, porque se resistia á sacar los Españoles de Italia, dispuso las cosas de tal modo, que se renovó la alianza por año y medio. Las condiciones fueron que á costa de todos, y con un comun exército se procurase alejar la guerra movida á la Italia ; y que mientras durase la paz contribuyesen los confederados todos los meses con veinte y cincó mil ducados para pagar la gente, cuya suma se habia de distribuir al arbitrio de Leyva, á quien eligieron por general del exército, y defensor de la paz, y le mandaron pasar á Milan.

Establecido este convenio, salieron los Españoles de la Lombardía y fueron distribuidos en los presidios de los confines de Italia, para resistir á los Turcos, que continuamente molestaban aquellas costas, habiendo sido pocos los que volvieron á España por el amor de su patria. Los Franceses aunque en su interior se alegraban de la salida de los Españoles, les dolia mucho el verse excluidos de Italia por la conjuracion de los Príncipes de ella. Mas al fin desistieron de sus quejas, habiéndoles hecho presente el Papa: « que habian sido rotas las cadenas de Italia con haber sacado de los Alpes á los Españoles, lo qual no hubiera podido conseguirse sin aquella alianza hecha por tan breve tiempo; y que mientras se proporcionaba ocasion de llevar adelante sus proyectos, era preciso proceder con el mayor disimulo, para que no se perdiese todo por una intempestiva diligencia.» De este modo el Pontífice temiendo al uno, y ganando al otro, se aseguraba por ambas partes, y suplia con el arte la falta de fuerzas. Entretanto que se disponia la armada en Génova, vino el César á la entrada de la primavera á Pavía con deseo de reconocer por sus mismos ojos el campo de la insigne victoria, ganada allí por sus armas. Mostróle Basto el lugar por donde rompió el exército imperial, el sitio de la batalla, el parage donde fue hecho prisionero el Rey, y todos los demas en que sucedió alguna cosa notable,

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