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en salvo: porque hallándose rodeado de dos males, temia por una parte á los ciudadanos del contrario partido, y por la otra las fuerzas que fuera de la ciudad le amenazaban, sin que tu viese medio alguno para hacerlas resistencia. Asi pues habiendo recogido todos sus tesoros, y acompañado de los soldados y gente que le habia quedado, salió por una puerta falsa y se escapó en alta noche. Sabido esto por los Españoles el dia siguiente, se irritaron atrozmente por el dolor de la presa que se les iba de las manos. Siguieronle por el rastro cerca de eien millas con mucha fatiga de los hombres y caballerías por unos campos arenosos que hacian dudoso el camino que llevaba, y al fin le alcanzaron derramando oro por donde iba, para hacer que con esto se detuvieran sus perseguidores. Llegaban ya los Españoles á picar la retaguardia de Homich, y le impedian la marcha, quando el bárbaro se metió entre unas cercas donde se encerraban ganados, con intento de pelear desde aquel parage. Pero en breve le derribó al suelo de una pedrada el alférez García Tineo. Echado en tierra y manejando todavía su espada hirió en la mano derecha al vencedor, el qual cortó la cabeza á Homich, que hasta el último aliento se defendia con mucho ánimo. La grande y opulenta presa fué repartida á los soldados en premio de sus fatigas, y habiendo recogido Tineo la cabeza de Homich y sus mas preciosos despojos, entró en Orán con una especie de triunfo.

Entretanto los piratas Moros hicieron en las costas de España muchas correrías y daños á que estaban muy acostumbrados. Amposta, pueblo situado cerca de la desembocadura del Ebro, fué saqueado y destrozado cruelísimamente. En el reyno de Valencia hicieron algunos desembarcos, acometieron á los pueblos, robaron los ganados, y apresaron las naves mercantes que encontraron, con las mercaderías y pasageros que iban en ellas. Con esta alternativa de cosas prósperas y adversas se recompensaban mutuamente los daños que unos á otros se hacian.

A principios de este año de mil quinientos y diez y nueve se 1519. puso el Rey en marcha para Barcelona, donde tambien habia mandado celebrar córtes y allí recibió el aviso de que Maxîmiliano su abuelo paterno habia fallecido en Belsis, pueblo de la Austria, con cuya nueva se abandonó al dolor por largo tiempo.

Maximiliano había pensado mucho en la eleccion de su sucesor. Al principio se inclinaba por Don Fernando, para que ninguno de los de su casa quedase sin un imperio; pues le parecia que Don Cárlos se hallaba suficientemente poderoso, y colmado de gloria con la herencia de tantos reynos. Por esta razon queria que su hermano fuese elevado al imperio romano, á fin de que la casa de Austria tuviese doble apoyo, cuya resolucion no fué aprobada por sus amigos, y especialmente por Mateo, cardenal de Sion, natural de Suiza, que era afectísimo á la casa de Austria. « ¿Qué cosa, decian, debe ser mas apetecible para la casa de Austria que el que recayga en un príncipe tan poderoso la magestad imperial? Y qué cosa mas conveniente para la Alemania que el que su imperio sea gobernado por un Rey poderosísimo, que contribuya con sus riquezas á defenderle y extenderle? Verdaderamente no se puede desear una cosa mas útil al bien público y particular. Asi pues, que no debia malograrse esta bella y deseada ocasion, que ahora se presentaba de levantar hasta el cielo la casa de Austria, y que era necesario elevar al imperio al Rey Don Cárlos, como lo habia aconsejado muchas veces el Rey Cathólico Don Fernando, varon de suma autoridad y prudencia, incitado del deseo de establecer en Europa una potencia formidable.» Persuadido con estas razones Maximiliano, que era de carácter fácil y variable, habia comenzado ya á tratar este negocio en la junta de los príncipes electores, con esperanza cierta de que no serian vanos sus deseos. Pero la brevedad de la vida, que muchas veces se muestra adversa á las grandes empresas, le privó de llevar hasta el fin sus designios.

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El príncipe Don Cárlos, despues de haber hecho celebrar magníficas exequias á su abuelo, se declaró pretendiente del imperio y enviando una embaxada al Rey de Francia Francisco, procuró halagarle y atraerle á su partido para que no fuese su concurrente. El Francés llevó á mal los intentos de Cárlos; pero como era de ánimo generoso y franco respondió ingenuai, mente, que cada uno debia pelear por el imperio, no con las armas, sino con sus méritos, y con el mismo ánimo con que dos rivales desean y pretenden una doncella, que el que de ellos es elegido para esposo goza de su felicidad sin hacer injuría al otro. A la verdad los hechos no correspondieron á tan

bellas palabras ; porque dexándose arrebatar de la ambicion estos Príncipes tan poderosos, comenzó cada uno á poner en obra sus artificios y maquinaciones, sin omitir cosa alguna que fuese conducente á la consecucion del imperio. Eran los siete electores, Alberto arzobispo de Colonia, Hertmanno arzobispo de Maguncia, Ricardo arzobispo de Tréveris, Federico duque de Saxonia, Joaquin marqués de Brandemburgo, Luis conde Palatino, y en caso necesario Luis Rey de Bohemia y de Hungría. La causa de Francisco estaba apoyada por el marqués de Brandemburgo, á quien habia ganado con dones y promesas; y á fin de conciliarse el ánimo del Sumo Pontifice con una accion loable y piadosa, publicó que habia enviado á Pedro Navarro con una armada contra los Turcos que molestaban la Italia; mas la verdad fué que esto lo hizo para asegurar con el socorro de las armas al Pontífice, que temia tener tan cerca á los Españoles. De este modo lo hallo escrito en los historiadores, aunque no me atre. vo á salir por fiador de su certeza.

Cuydadoso Don Carlos en continuar eficazmente por medio de sus amigos lo que habia comenzado su abuelo Maximiliano, y para aterrar á los que se oponian á su peticion, hizo entrar un exército Flamenco en el territorio de Francfort, con pretexto de defender la libertad de los siete electores.

Al mismo tiempo no cesaban los ministros de los pretendientes, procurando por todo género de medios conquistar los votos de grandes y pequeños, prometiendo á todos grandes premios y mayores esperanzas. Tanta era la ambicion de los contendientes, que por qualquier medio, y sin reparar en lo justo ó injusto de ninguno de ellos, aspiraban á la victoria. Por una y otra parte se alegaban razones de gran peso, que podian abrirles el camino para llegar á la elevacion que solicitaban. «El Rey de Francia Francisco pedia el imperio establecido por Carlo Magno con tantas victorias, como una cosa que alguna vez debia ser restituida á quien le habia fundado y poseido por espacio de muchos siglos: ofrecia emplear las inagotables riquezas de Francia en renovar el esplendor del imperio, y arrojar fuera de los límites de Europa al Otomano, molestísimo enemigo del nombre Christiano; y añadia que no ignoraba la antiquísi

ma nacion germánica que de ella habian salido en otro tiempo los Francos fundadores en la Galia de un nobilísimo imperio. Pero los que estaban por Don Carlos recordaban en su recomendacion la memoria de sus abuelos. Que no se debia dexar á un lado sin hacerle agravio é injuria á aquel que era de estirpe Alemana, y nacido de aquella familia de la qual solo se excluian del imperio los que eran incapaces para él. Que el poder Español que estaba tan apartado y tan distante de Alemania no debia serles tan formidable como el Francés que tenian tan inmediato y que por tantos siglos habia sido su émulo. » Juntábase á los amigos de Don Carlos el dictámen de las ciudades que miraban con indignacion á un príncipe extrangero; y querian se eligiese un César natural del pais, que usase de su mismo idioma y costumbres. Del mismo parecer fueron los Suizos, los quales enviaron un ministro al Pontifice que se hallaba inclinado por el Francés, suplicándole se dignase interponer sus buenos oficios por aquel Príncipe, que siendo nacido y criado en Alemania gobernaria con mas amor á sus compatriotas. Entretanto el arzobispo de Maguncia que estaba por Don Cárlos, y el de Tréveris que era del partido del Rey Francisco, defendian cada uno su causa con acérrimos y fuertes discursos. Hallábanse perplexos y indecisos los electores hasta que al fin manifestaron inclinarse al de Saxonia. Pero este rehusó constantemente esta dignidad, y declaró que su voto era por Don Carlos, asi por su grande poder, tan oportuno para defender el imperio, como por las esperanzas que daba su buena índole, por lo qual le parecia digno de ser preferido á todos. Al cabo de muchos debates convinieron los demas con grande unanimidad en el dictámen del de Saxonia: y despues de cinco meses de interregno, el dia veinte y ocho de junio fué proclamado en Francfort solemnemente por el arzobispo de Maguncia Don Carlos, por el quinto de los Césares de este nombre, con grande alegría de los pueblos de Alemania, que se congratulaban de su feliz suerte.

Penetró gravemente el ánimo del Rey de Francia la nueva de esta eleccion, y irritado de la repulsa dió rienda suelta á su ira sin consideracion á las condiciones del tratado que antes habia hecho con el Rey Don Carlos. Tampoco este parecia muy inclinado á observarle, á causa de la temprana muerte

de la princesa de Francia Luisa, y que por este accidente de bia tener por esposa segun lo convenido á la princesa María su hermana que estaba recien nacida: nupcias tan tardías y obtetenidas casi á fuerza por el Francés, habian alejado el ánimo de Cárlos de cumplir lo tratado; y no faltabà quien creia que mas se dirigia esto á armarle asechanzas que á conseguir su afinidad. Atormentado cada uno con el estímulo de su propio dolor, se vieron como obligados á declararse la guerra, y á destruirse recíprocamente, sin cuydarse del juicio que la fama pudiera hacer de ellos. El Rey de Francia para aumentar su poder con los socorros extrangeros, y suscitar un émulo á Cárlos, procuró aliarse con Enrique Rey de Inglaterra. Juntáronse los dos para conferenciar en los confines de Picardía y Flandes por espacio de quince dias con mayor gasto que utilidad. Compitieron entre sí en el fausto, en la vana ostentacion de las riquezas; en los vestidos, en los banquetes, en juegos y espectáculos, como si hubieran concurrido no para tratar de la guerra, sino para conciliarse el amor de las mugeres. En una sola cosa convinieron con aquella alianza, y fué: que si el Rey Don Carlos intentase alguna empresa contra Italia, le rechazarian con los mayores esfuerzos. Temia el Francés, que el nuevo Emperador tuviese sus miras sobre el estado de Milan; y considerando que es mejor la condicion del que declara la guerra, que la del que la defiende, hizo alianza secreta con el Pontífice, para invadir el reyno de Nápoles. Lo que no tuvo efecto alguno por haber mudado de parecer el Pontífice que todo lo dirigia á su provecho y comodidad, como es costumbre de los Príncipes. De este modo comenzó á suscitarse la cruel y atroz guerra que por tanto tiempo se sostuvo con mucho teson, y á costa de grandes riquezas, con gravísimo perjuicio y ignominia del nombre Christiano.

Capitulo v.

De la pérdida de una armada Española en las costas de Argel, y sublevaciones en Castilla.

HABIENDO sido muerto Homich en el año precedente, le sucedió Aradino su hermano, pirata famosísimo, en quien con

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