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que habia sido patriarca de las Indias. Juan Luis Vives natural de Valencia murió tambien el año anterior en Brujas ciudad de Flandes. Publicó muchos libros excelentes en que se manifiesta su mucha sabiduría y erudicion. Los escritores mas célebres le han dado grandes alabanzas, por lo qual me parece mejor abstenerme de elogiarle que debilitar sus elogios con mi pluma. En el mismo año antecedente murió en Sevilla Don Alonso Manrique, y le sucedió en el arzobispado Don fray García de Loaysa del órden de Santo Domingo obispo de Sigüenza. El dia nueve de junio murió en Roma Don Iñigo de Mendoza arzobispo de Burgos y cardenal, hijo del conde de Miranda, á quien Marineo Sículo llama teólogo y predicador insigne, y excelente poeta. Escribió muchas obras, y entre ellas la vida de Christo en verso castellano. Su cuerpo fué traido á España, y le sucedió Don Juan de Toledo, que fué trasladado de la iglesia de Córdoba. El dia veinte y siete de febrero habia fellecido en Lieja Erhardo Markan arzobispo de Valencia, habiéndose pasado ciento y diez años, diez meses, y veinte y seis dias sin que ninguno de los arzobispos de esta ciudad residiese en ella. Por aquel tiempo se administraban los obispados por vicarios, y servian mas de lucro que de carga; cosa á la verdad la mas detestable en un obispo. Los extrangeros á quienes se conferian nuestras sillas episcopales, retenidos por el amor de su patria, se excusaban de cumplir personalmente su ministerio con grave daño de sus iglesias, y peor exemplo. Para la de Valencia fué electo Jorge de Austria hijo natural del César Maximiliano, y sus súbditos tuvieron el consuelo de gozar de su presencia. Trabaxó con gran zelo en atraer al Christianismo á los Moros, que aun perseveraban en su obstinacion. Pasados quatro años volvió á Flándes, permutando el arzobispado de Valencia por el obispado de Lieja; y habiendo sido hecho prisionero en el camino por los Franceses, que consternados tomaron repentinamente las armas, pagó el César treinta mil escudos por su libertad. El cardenal Cesarino fué trasladado al obispado de Cuenca, y le sucedió en el de Pamplona Don Juan Remia Veneciano obispo de Alguer en Cerdeña, el qual falleció poco despues en Toledo. Su cuerpo fué llevado á Pamplona, en cuya silla tuvo por sucesor á Don Pedro Pacheco obispo de Ciudad-Rodrigo.

Capitulo VIII.

Principios de la heregia de Calvino en Francia. Sitio y toma de Castel-novo por Aradino general de la armada Turca.

Por este tiempo comenzó la Francia á ser agitada con nuevas opiniones y antiguos errores, renovados por Juan Calvino hombre abominable, nacido para la ruina de su patria, el qual fomentó una cruel guerra religiosa, que habia de sumergirla en las mayores calamidades. Propagaba por todo el reyno los perversos dogmas que le habia enseñado un Aleman, que los aprendió en la inmunda escuela de Lutero. Los principales eran, que en la Eucaristía no existia el cuerpo de Christo, cuyo error publicado por el detestable Berengario, y fomentado por Leutherico arzobispo de Sens su protector, vino á parar en una declarada heregía á principios del siglo undécimo: que á las imágenes de Jesu-Christo nuestro Salvador y de los Santos (las quales comparaba con los ídolos) no debia darse ninguna veneracion ó culto, renovando el error de Leon Isaurico, y otros de su tiempo, condenado por tantos concilios, no menos que el de Berengario. Lo mas ridículo es, que defendiendo tenazmente los iconoclastas que en la Eucaristía está el verdadero cuerpo de Christo, y no su imágen, apoyándose en las palabras del mismo Jesu-Christo, este impostor mucho mas impío que aquellos, abrazaba la falsedad que enseñaban acerca de las imágenes, y combatia la verdad que defendian sobre la presencia Real de Jesu-Christo. Negaba ademas que las almas de los difuntos fuesen purificadas con el fuego del purgatorio, y por consiguiente enseñaba que era una cosa inútil y necia hacer oraciones y sufragios por ellos, á pesar de confirmarlo la Escritura sagrada, y aun la profana, y la costumbre observada en la iglesia desde sus principios. Llamaba al Papa Anti-Christo, y combatia de todas maneras la autoridad que el mismo Jesu-Christo confirió á San Pedro y á todos sus sucesores. Finalmente enseñaba otros muchos errores, y trastornaba la Religion, y las santas y antiguas ceremonias del Christianismo con increible insolencia y desenfreno. Es digno

de admiracion que este monstrno escapase impune de las manos del Rey Francisco, que era inexôrable con los reos de heregía. Pero al mismo tiempo que algunos Príncipes poderosos y pios procuraban quitar de en medio á estos hombres tan contagiosos, no faltaban otros que sin temor de la infamia ni de su conciencia, los protegian y admitian en sus dominios, para que coadyuvasen á sus desórdenes, trastornando la Religion de arriba abaxo.

Mas entretanto que estos hombres perversos intentaban con el mayor esfuerzo destruir las imágenes sagradas, en el mismo año las confirmó Dios con un insigne milagro. Pedro y Andrés de Medina mercaderes Valencianos habian pasado á Argel á comerciar, y juntamente á rescatar unas parientas suyas que allí padecian esclavitud. Mientras permanecieron en aquel puerto ocupados en sus negocios, intentaron unos piratas quemar una imágen de Jesu-Christo crucificado; pero el cielo se opuso á su perverso designio. Consternado el corazon de los hermanos Medinas con tan triste noticia, acudieron prontamente, é inflamados con el fuego de una heróyca piedad, rogaron y suplicaron á los bárbaros que se abtuviesen de aquella injuria, lo que al fin consiguieron. Los bárbaros dixeron que se la entregarian á peso de dinero: los hermanos admitieron la condicion, aunque era mucho lo que les pedian; y finalmen te se convinieron en pagar otra tanta plata como pesase la imágen. Pero aunque esta era del tamaño del natural, y se añadia el peso de la cruz, no quiso el Señor que se vendiese su simulacro en mas alto precio, que aquel en que fué comprado el original. Asi pues habiendo sido puesta la imágen en una balanza, pareció de muy leve peso, y los mercaderes á vista de mucha gente comenzaron á rebaxar de la otra balanza la plata que en ella habian puesto, hasta que se hallaron iguales las balanzas con solo el peso de treinta monedas de plata. Irritados de esto los bárbaros se resistieron á cumplir lo pactado, y habiéndose dado cuenta á su Rey, quiso hallarse presente para exâminar el negocio. Volvieron segunda vez á pesarle, y del mismo modo se igualaron las balanzas con los treinta dineros. Movido el Rey de una cosa tan extraordinaria y milagrosa, mandó entregar fielmente la imágen á los mercaderes conforme á lo pactado, y que los piratas se retirasen de su

presencia con aquella poca plata, diciéndoles que Mahoma estaba enojado con ellos. Pusieron el Crucifixo en una nave, y aunque las velas se hallaban llenas de un favorable viento, permaneció inmóvil como una roca. Atónitos los conductores con el nuevo milagro, les ocurrió el registrar toda la imágen, y advirtieron que le faltaba el dedo pequeño de la mano izquierda. Salió Andrés á buscarle por todas partes y habiéndole encontrado, le puso en su lugar, pegándole únicamente con saliva, y no obstante quedó unido con la mayor firmeza, y al punto salió la nave del puerto, y con felicísima navegacion arribó al de Valencia. Desde allí fué llevada á nuestra Señora del Remedio; y finalmente con grande y magnífica pompa, á que asistieron el arzobispo Don Jorge, y el virey Don Fernando con todos los demas magistrados, se colocó la sagrada y triunfante imágen de Christo en la iglesia de las monjas de San Joseph, las quales habiendo pasado despues á otro domicilio, fué trasladado el Crucifixo á Santa Tecla, que en otros tiempos fué cárcel, donde murió San Vicente Mártyr. Todo esto se halla atestiguado por muchos autores de aquel tiempo, y por los documentos públicos que se conservan en los archivos.

En este verano fué Castel-novo combatida por mar y tierra por Aradino y Ulaman Persa con muchas tropas y artillería. Los presidarios, acordándose de la honra del nombre Español la defendian valerosamente. Ochocientos de ellos acometieron al puesto que ocupaban los Genízaros, y habiendo sido recibidos por estos bárbaros con igual ardor, se trabó un sangriento combate con gran daño y espanto de los enemigos, de los quales murieron mil, y otros tantos fueron heridos, y la demas multitud fué rechazada á los navíos, con muy poca pérdida de los vencedores. Finalmente habiendo establecido su campo con las tropas de tierra y mar, que componian ochenta mil hombres armados, segun afirma Ferroni, derribaron con su artillería una parte del muro. Pero inmediatamente se levantó otro nuevo en lugar del caido, y los soldados que lo defendian estaban tan firmes como la mas fuerte muralla. Mas con la continua batería de nueve dias seguidos, fué echado á tierra todo lo que impedia la entrada. Embistieron por la brecha los bárbaros confiados en su multitud y en sus fuerzas, y resistie

ron los Españoles con heróyco ánimo y valor, peleando cada uno en su puesto sin respirar ni mover los ojos. La batalla estuvo indecisa por largo tiempo, y habiendo hecho inútilmente grandes esfuerzos para romper, debilitados ya los enemigos con el calor y la fatiga, comenzaron á decaer de su ferocidad: lo qual luego que fué advertido por los Españoles levantaron el grito, y cobrando nuevo aliento, consiguieron arrojarlos de los muros. No contentos con esto, se exhortaron mútuamente unos á otros, y por medio de las ruinas y cadáveres salieron seiscientos de los mas intrépidos, mataron y persiguieron á los fugitivos hasta su mismo campo. Deslumbrados los Turcos con el miedo, y derramados con ignominiosa fuga, tropezaban en sus mismas tiendas, y á cada paso las derribaban; entre las quales cayó á tierra el hermosísimo pabellon de Aradino junto con la bandera de Soliman. En este dia murieron seis mil de los enemigos, y solos cinqüen ta Españoles, si hemos de dar crédito á Sandóval que exâgera excesivamente las hazañas de los suyos.

Convencido Aradino de que no podria apoderarse de la ciudad, sin haber tomado antes la fortaleza que lo dominaba, batió sus muros de dia y noche por espacio de cinco dias con mayor número de cañones; y habiéndolos arruinado pusieron los sitiados por muralla sus mismos cuerpos armados. Peleaban de una y otra parte con todas sus fuerzas sobre las mismas ruinas, como si fuera en un campo abierto; y rechazados los bárbaros, renovaron el combate para borrar las anteriores ignominias. A los fatigados sucedian otros de refresco, y se esforzaban vivamente á ganar la victoria, no dexando respirar á los Españoles, que estaban ya desfallecidos con la fatiga y las heridas. Finalmente oprimidos con el número de los enemigos desampararon la arruinada fortaleza, y habiendo pasado á la inferior los enfermos y los heridos, se dispusieron á pelear de nuevo: porque los Turcos orgullosos con el feliz suceso, acometieron inmediatamente á la ciudad, para dar la última mano á la victoria, y habiendo llegado á costa de innumerables muertes y heridas á apoderarse de la torre, enarbolaron en ella su bandera, para aterrar con su vista á los Españoles. Ulaman por otra parte con un escogido esquadron, entró por el camino que habia abierto con nuevo estrago, y arrollaba y des

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