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trozaba quanto se le ponia delante. No pudiendo ya los Españoles sostener el ímpetu de los enemigos, que se aumentaban á cada instante unos sobre otros, se reunieron y aglomeraron en la plaza peleando hasta la muerte, desesperados ya de conseguir la victoria. Sarmiento aunque gravemente herido animaba á los suyos con la voz y con la mano; y sus últimas palabras fueron: « Tomad exemplo de mí, para que los enemigos no se lleven de balde la victoria: animaos y en este último combate reunid todas vuestras fuerzas ; y conozcan los bárbaros que hombres sois los Españoles, y con qué esperanza os arrojais á la muerte. » Con esto volvió á renovarse la pelea con increible furor echando mano á las espadas y á las picas, por. que apagadas las mechas con una repentina lluvia, no podian servirse de los arcabuces, y combatieron con tanto ardor, que los que caian cubrian el lugar que ocupaban mientras peleaban. Sarmiento despues de haber dado inumerables exemplos de valor, atravesado el cuerpo con una infinidad de heridas que recibió de frente, aumentó el número de los muertos. Conocida que fué la derrota de los Españoles, algunos pocos caballeros Griegos que habian quedado enfermos de las heridas en la fortaleza inferior, y Mungia con otros cabos muy esforzados se apresuraron á entregarse á los enemigos, que llevaron cautivos mas de setecientos hombres de todos estados con Jeremías su obispo. Habiendo solicitado en vano Aradino persuadir á Mungia que abrazase la supersticion Mahometana, le mandó cortar la cabeza con una bárbara cimitarra en la proa de la galera. La victoria costó á los Turcos mucha sangre pues todos los historiadores convienen en que perdieron diez y seis mil hombres; y añade Ferroni que los Españoles pelearon con tanto valor como se podia esperar de unos hombres fuertes reducidos á la última extremidad. El sitio de la ciudad duró por espacio de veinte y dos dias, pero al fin cayó en poder de los enemigos el siete de agosto.

La tranquilidad que gozaba Flandes fué alterada con una sedicion, á que dió motivo la pertinacia de los vecinos de Gante. Para ocurrir á los gastos de la guerra con los Franceses, habia pedido la infanta gobernadora Doña María á los Flamencos una contribucion extraordinaria; pero alegando los de Gante sus pretensas inmunidades, negaron que se les pudiese obligar

á esta nueva contribucion. Sobre esto se enviaron diputados al César, quien respondió que debian obedecer á la gobernadora; pero que si sobre ello se originaba alguna controversia la decidiese el senado de Malinas; y que si los de Gante obrasen de otro modo se les tendria por inobedientes al Príncipe. Conster nados con esta amenaza, y con la decision del senado, que des claró que debian contribuir con la suma pedida, acudieron á las armas y despreciaron la autoridad de los magistrados', olvidándose de que se deben obedecer los mandatos de los Prín cipes aunque parezcan gravosos, porque tienen fuerza de ley, y porque el resistirlos es un crímen. Finalmente arrebatados con la ira, imploraron la proteccion del Rey Francisco la que de ningun modo pudieron conseguir, aunque le habian ofrecido que se sujetarian á su dominio : antes por el contrario habiendo el Rey desechado semejante propuesta, dió noticia al César de esta perversa trama, y le remitió las cartas que lé habian escrito los de Gante, deseoso de conciliarse por este medio su amistad y de conseguir con esté obsequio lo que no habia podido con las armas. Agradecióselo el César, asi portel candor con que procedia Francisco, como por haber evitado por este medio el motivo de renovar aquella guerra. Era embaxador del Rey en la corte del César Don Antonio obispo de Tarbes; y porque el asunto (no ofrecia dilacion, preguntó por medio de este á Monmorenci si agradaria al Rey que el César pasase por Francia á Gante? Trató pues con el embaxador á fin de que el Rey le convidase á hacer el viage por Francia; y creido Monmorenci de que seria útil á los negocios públicos que los dos Príncipes se viesen, lo persuadió asi al Rey Francisco y hallándose este por aquel tiempo enfermo, envió hasta Bayona á Enrique y Cárlos sus hijos para recibir al huésped, acompañándolos Monmorenci para colmo de su' magnificencia.

Dispuestas en España todas las cosas, envió el César delante á Nicolás Perenoto Borgoñon, que habia sucedido á Gatinarą en el principal ministerio, y dexando por gobernador del reyno á Don Juan de Tabera arzobispo de Toledo, se puso em ca> mino con las acostumbradas guardias de su persona. Al mismo tiempo el marqués del Basto y Annebaldo embaxadores del Rey y del César en Venecia, solicitaron en el senado á nombre

de sus Príncipes, que hiciesen cómun alianza contra el Turco. Esta propuesta fué recibida por los senadores con poco agrado, conociendo los astutos designios de los dos Reyes ; y aquellos hombres prudentísimos juzgaron por el contrario que debian apresurarse á ajustar la paz con Soliman, á fin de im pedir que los Príncipes se burlasen de ellos en el negocio que les importaba: porque el César que se hallaba inclinado á esta guerra por su causa y la de su hermano, quería hacerla mas con el peligro ageno que con el suyo propio; pues separado el Francés de la amistad del Turco, recaeria todo el peso sobre el dominio Veneciano; El Francés tenia otras miras, á saber, dar al César buenas palabras, y apoderarse de Milan, habiéndole esperanzado Monmorenci de que lo conseguiria pór medios blandos y suaves; y finalmente ajustar en secreto la paz con Soliman por medio de su antiguo embaxador Guillelmó Pellicerio, persuadiendo á los Venecianos que hiciesen otro tanto, sin detenerse en tan especiosa em baxada. Con efecto ajustaron en breve la paz los Venecianos, mas el deseo de ace. lerarla les hizo admitir unas condiciones indecorosas y perjudiciales, pues entregaron á Soliman elas plazas de Nápoles en la costa de la Morea y Ragusa. Ya es antigua da costumbre de engañarse y sorprenderse muluamente los Príncipes, y de sacar utilidad á costa del mal ageno, quando se trata de extender ó conservar el imperio, sin reparar en que sean buenos ó malos los medios que se emplean Pero volvamos ahora al César, el qual aunque iba á la lígera, fué recibido magníficamente por el Rey, que aun no estaba convalecido, y habiéndole conducido á Paris, le honró con todo género de obsequios. Desde allí le acompañó hasta San Quintin, y sus hijos hasta Valencienes ciudad de la provincia de Hainault. Acudió luego Don Fernando hermano del César con las tropas Alemanas, y habiéndose juntado á ellas la caballeria Flamenca en el dia y lugar que habia señalado, las envió delante de sí á Gante, cuyos ciudadanos consternados con el temor, mudaron luego de parecer; y desesperando de poder cosa alguna contra el Príncipe, salieron á recibirle fuera de las puertas con gran pompa y muchas señales de regocijo y alegría. A fines de febrero del año de mil quinientos y quarenta entró el César en la ciudad, mostrando grande indignación en su semblante; y para satis

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facerla mandó hacer pesquisas de los culpados. Esta causa fué muy lastimosa. El número de los reos era grande; y muchos de ellos vestidos de una túnica de lienzo, otros cubiertos con solo un saco negro, descalzos, con la cabeza descubierta, Y con una soga al cuello, se postrarón á sus piés con grandes lamentos y gemidos pidiéndole los perdonase su delito. A es tos pues alcanzó la venia. Veinte y seis fomentadores del tu multo fueron declarados reos de lesa magestad, y habiéndolos sacado de la cárcel, sufrieron la pena capital en medio de la plaza. Otros fueron condeuados á destierro, y todos multa, dos con penas pecuniarias, y ademas se les impuso una contribucion anual. Anuló el César por un edicto sus leyes é inmunidades: prohibió sus juntas, y aun los privó de la facultad de elegir sus magistrados municipales. Finalmente para contener en su deber á la ciudad, se levantó una fortaleza en el monasterio de San Babon con el dinero habian producido, las multas. No se puede negar que fué un castigo extremamente severo, y tanto que parecia vengar con él el César sus propias injurias, y las que en otro tiempo habian hecho los de Ganté á Maximiliano su abuelo. Casi la misma venganza exerció en los ciudadanos de Oudenarda que habian incurrido en igual culpa. Despues de esto condenó á muerte á Reynero señor de Brederodo, por haber hecho alianza con el Francés, y hallarse acusado de haber querido hacerse dueño de la Holanda. Mas aplacado el César con los ruegos y súplicas de los nobles del pais, le perdonó la pena de muerte; y mas adelante habiendo renunciado Reynero á la alianza, le restituyó benignamente los bienes que se le habian confiscado.

Capitulo ix.

Confirma el Pontifice la Compafiia de Jesus. Muerte de algunas personas ilustres. Victoria naval ganada por los Esparioles á los

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Dos años antes habia fallecido Cárlos Egmont sin haber de, xado ningun hijo legítimo; y en su testamento nombró á GuiIlelmo Markan duque de Cleves por heredero de Güeldres y

Zutphen, con perjuicio de los derechos que tenia el César. Inmediatamente tomó el Duque posesion de la herencia, y guarneció con tropas los lugares fortificados, que fué lo mismo que sembrar la semilla de una funestísima guerra. Pero á fin de evitarla, vino á Bruselas adonde habia pasado el César con Don Fernando, para litigar en su presencia el derecho á aqueHlas provincias. Examinóse el negocio en el senado, y fué pronunciada sentencia á favor del César, como que tenia mas sólido derecho. Destituido de esta esperanza, se partió á Francia, sin pedir licencia alguna, á fin de implorar el socorro y auxilio del Rey en defensa de sus derechos, dexándose arrebatar como jóven de su natural ardiente, y de su ánimo inquieto: lo que finalmente acarreó su ruina.

Mayor inquietud daba á todos el principado de Milan, el que codiciaba vivamente el Francés, y el que habia adjudicado el César al dominio de España, á fin de tener por allí un paso seguro para Alemania, siempre que lo exîgiesen sus negocios, y para que sirviese de defensa á lo demas de la Italia, como un baluarte puesto en su entrada. Asi pues, para apartar al Rey de aquel designio, y mostrarse agradecido del beneficio que poco antes habia recibido de él, le ofreció por medio de sus embaxadores que le daria la Flandes á título de dote para el duque de Orleans, y que le casaria con su hija, concediéndole también la dignidad Real. Conmovido el Rey, y irritado en extremo, como sucede á los que les salen fallidas sus esperanzas, hizo saber al César que no era tan insolente que quisiese despojarle de la herencia de sus mayores, y del pais mismo en que habia nacido: que solo reclamaba la Lombardía, de que le habia desposeido á fuerza de armas; y que si no se la restituia no tenia que hablar de composicion. El dolor de la repulsa le hizo prorumpir en muchas quejas, y volvió su ira contra Monmorenci, que le habia entretenido con magníficas promesas de que se le restituiria aquel principado: dexándole perder la ocasion de obligar á ello al César, como se lo aconsejaba el cardenal Francisco de Turnon, quando transitó tan descuydado por la Francia. Mandó pues que saliese Monmorenci de la corte, y se apartase de su presencia en castigo del honesto consejo, que con libre ingenuidad le habia dado de que procurase obtener del César por medios amistosos la deseada Lom

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