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las riquezas habia crecido la pasion de robar. Encargóse á Moncada la venganza de los daños que este Moro habia hecho en nuestras costas, y juntando brevemente una armada, navegó con ella á Argel para arrojar del reyno al pirata. Hecho el desembarco de la gente, comenzaron á suceder las cosas mucho mejor de lo que se esperaba, porque á la primera embestida se apoderó del monte que domina la ciudad, habiendo arrojado de allí á los Moros. Entretanto que se preparaba á escalar los muros con grande alegría de los soldados, que le pedian los llevase á pelear con el enemigo, acudió Gonzalo de Ribera, que era compañero de Moncada en el mando, y poniéndose en medio de las tropas mandó que se detuviesen, declamando que aquella empresa era precipitada é inmatura, y que debia esperarse al Rey de Tremecen, que llegaria en breve con la caballería segun estaba convenido. Pero mientras le esperaron quietos por espacio de siete dias se levantó una horrible tempestad con viento Norte, que estrelló en la costa mas de treinta navíos: muchos perecieron ahogados, y otros fueron muertos ó hechos cautivos por los bárbaros que corrie ron á la presa. Hay quien dice que los muertos llegaron á quatro mil. Afligido Moncada con tan lamentable suceso se dirigió á la isla de Ibiza con los restos de la armada para invernar allí. Orgulloso el bárbaro con la victoria que habia ganado por la conjuracion de los elementos, llenó de terror y confusion las costas de España, y haciendo en ellas mucha presa se retiró con diligencia al Africa.

A este tiempo recibió el Rey Don Cárlos con extraordinaria alegría á Federico Palatino, hermano del duque de Baviera, enviado por los siete electores para darle la nueva de su eleccion al imperio; y le despidió colmado de dones, ofreciéndole que quanto antes partiria para Alemania. Tambien escribió entonces á los electores una carta muy afectuosa, significándoles se acordaria eternamente del beneficio recibido. Entre los Españoles eran muy varios los pareceres sobre la eleccion de Don Carlos al imperio, y cada uno miraba la cosa con bueno ó mal semblante, conforme á la pasion que le dominaba. Fastidiada la Reyna Doña Germana de su estado de viudez y soledad, luego que vino à Barcelona se casó con un príncipe de la casa de Brandemburgo, de consentimiento del Rey Don Cár

los, el qual asistió á las nupcias, y con este motivo mandó ha cer fiestas no sin nota de ligereza de ánimo. Habiéndose jun. tado los Catalanes en córtes, convinieron de comun acuerdo en resistir á la voluntad del Príncipe; y no podian resolverse á hacer el juramento de fidelidad, por no haber sido costum→ bre entre ellos. Pero exâminado el punto, y siguiendo el exemplo de Castilla y Aragon, lo prestaron por fin, y se con. cluyeron las córtes, quedando todas las cosas arregladas pacíficamente. Los Sardos estuvieron muy prontos en manifestar su obediencia, y habiendo sido enviado Angelo de Villanueva con potestad de legado, congregó la junta de los Isleños, y procuró que sus peticiones fuesen aprobadas y confirmadas por el Rey. No lo hicieron asi los Valencianos que se obstinaron en rehusar el juramento mientras el Rey no pasase en persona á la ciudad, y celebrase córtes del reyno. El cardenal Adriano, que partió á Valencia á fin de suavizar los ánimos de los grandes, no pudo adelantar cosa alguna. Irritado con los nobles, confirmó al pueblo en el permiso dado por el Rey de llevar armas, y de juntarse para hacer frente á los Moros, enemigos incansables; lo que fué principio y orígen de grandes calamidades.

El Rey Don Carlos que estaba previniéndose para pasar á Alemania, se vió precisado á detenerse por la controversia que se estaba ventilando en Mompeller sobre la posesion de Navarra, de la qual ya se habia tratado dos años antes en el congreso de Noyon. Pero despues de perder mucho tiempo se disolvió la junta sin haberse concluido cosa alguna, impidiéndolo la repentina muerte de Boisi primer ministro de Francia. Originóse otra detencion á causa de las ciudades de Castilla. Trataban secretamente los ministros Reales con los arrendadores de aumentar los tributos, para suplir la escasez en que se hallaba el erario. Y esta proposicion no fué ingrata á los oidos del Rey naturalmente propenso á abrazar estos medios. Pero se descubrió por los de Segovia, desde donde se comunicó á Toledo, desde allí á Avila, y finalmente á todas las demas ciudades que conmovidas con tal noticia enviaron diputados para pedir la remision de tan graves cargas. Don Carlos luego que advirtió el movimiento de las ciudades, prohibió que ninguno viniese á hablarle por aquella causa. Pero los Toledanos

sin intimidarse con esta prohibicion se pusieron en camino, y entraron en Cataluña; y habiéndolos admitido con mucha seriedad á besar la mano, los envió á Mercurino Gatinara para que despachase su peticion. Pedian los diputados de aquella ciudad que el Rey no partiese de España hasta que los negocios del estado quedasen arreglados, ni diese lugar á que los que estaban oprimidos de tributos sufriesen otros nuevos; y que hiciese cumplir los capítulos de las córtes de Valladolid segun lo habia prometido en ellas. Respondióles Mercurino que no habia tiempo para deliberar sobre estas cosas, y que lo que se determinase se comunicaria á los magistrados. Habiéndolos despachado con tan dura respuesta, se volvieron á su casa sin fruto alguno de su comision, pero llenos de ira y dispuestos á emprender qualquiera atentado.

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Mientras que los Españoles fomentaban su descontento, el Austria ardian las ciudades en sediciones populares despues de la muerte de Maximiliano. Habian invadido el gobierno hombres de genio inquieto y turbulento, y arrojando á los magistrados obraban en todo á su antojo sin tener ningun respeto al Príncipe ausente. Tambien comenzó á manifestarse en público el famoso Martin Lutero, quien en treinta y uno de octubre del año anterior habia defendido en unas conclusiones una doctrina errónea contra las indulgencias pontificias, instigado de la ambicion y de la envidia y fomentado por Juan Staupicio vicario general de los Augustinos, hombre perverso. Ya en este tiempo procedia Lutero impunemente, y sin freno alguno, apoyado en la proteccion del duque de Saxonia, y con total desprecio y vilipendio de la autoridad pontificia. Zuinglo otro monstruo semejante comenzó en este año á corromper con detestables errores á los Suizos; y se dice que no hay maldad ni vicio tan perverso que no se hallase en este heresiarca. ¡Digna Religion nacida de tales hombres! Pedimos al lector que no tenga estas cosas por estrañas á la historia que escribimos, pues la serie de los sucesos nos obliga á no omitirlas ; pero volvamos á nuestra España.

Habia el Pontífice concedido á Don Carlos la décima de las iglesias para los gastos de la guerra sagrada; pero se encontraron grandes dificultades en la execucion de esta gracia. Don Alonso arzobispo de Zaragoza habiendo juntado su clero se

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opuso á los intentos del Rey. Lo mismo hicieron las iglesias de Castilla con aprobacion de Ximenez varon de insigne probidad. Porque habia parecido una cosa injusta exigir contribuciones del estado eclesiástico sin consentimiento de los obispos y clero á quienes interesa, no debiendo este ser de peor condicion que el pueblo, á quien solo se le imponen tributos, quando voluntariamente los consiente. Pero no pudiendo sacar cosa alguna de las iglesias, fué puesto entredicho en ellas, y se cerraron los templos, permaneciendo en un tristé silencio por espacio de quatro meses. Finalmente se compuso este negocio, y redimiendo el estado eclesiástico con poco gravámen su antigua inmunidad, se restituyó el culto á los altares, y la alegre paz á los pueblos.

En este tiempo fué enviado Don Alonso para hacer guerra á los piratas de Granada; y con su valor y diligencia desterró aquella peste de las costas de España, habiendo quemado al enemigo una grande nave. Don Hugo de Moncada partió del puerto de Ibiza para Italia, y navegando con ocho galeras cerca de los peñascos de San Pedro que se extienden por la costa de Cerdeña, fué acometido una noche por trece baxeles turcos, haciendo la obscuridad terrible la pelea. Los autores no convienen entre sí sobre el éxito de esta batalla; pero concuer dan todos en que se hizo pedazos una galera. Yo creo que se tuvo por una victoria el haberse escapado el enemigo aunque tenia mayores fuerzas. El Rey Don Carlos salió de Barcelona á principios del año de mil quinientos y veinte: vino á Búr- 1520. gos, y despues á Valladolid á fin de componer y apaciguar con su presencia los movimientos y alborotos de Castilla, exâsperada con verdaderos y con falsos rumores. Por este tiempo murió Don Alonso de Aragon, que tuvo muchos hijos en una concubina; de los quales Don Juan fué nombrado su sucesor en la silla arzobispal de Zaragoza con grave escándalo de la Religion. ¡ Tales eran entonces las costumbres del siglo! Recibió el hijo la investidura de esta dignidad en dos de junio del mismo año. El dia último de febrero los canónigos de Valencia eligieron arzobispo de aquella iglesia al arcediano Don Gotofredo de Borja, al qual no quiso confirmar el Pontífice por no haber sido su eleccion legítima, y nombró en su lugar á Everardo Markano obispo de Lieja y cardenal. Don Martin García

sucedió en la silla de Barcelona, que habia tambien quedado vacante por la muerte de Don Alonso. Tantós eran los obispa dos que disfrutaba este arzobispo por la excesiva indulgencia de los Pontífices.

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El dictado de Alteza que hasta ahora se habia dado al Rey como el mas honorífico, se mudó en el de Magestad. En este mismo tiempo comenzaron los grandes de España á cubrirse delante del Rey, y á ser llamados por él primos, asi como parientes los títulos de Castilla, revocándose en cierto modo la antigua costumbre de que el Rey los llamase amigos. Inmediatamente que llegó aquel á Valladolid aconsejaron á Gesvres sús amigos que no tuviese por vano el rumor que se habia esparcido, de que seria acometido por la plebe enfurecida, y que era preciso que se precaviese trasladando al puerto de la Coruña las córtes que debian congregarse en Santiago, á fin de que tuviese á mano el auxilio de la armada. A la verdad el peligro, que cada dia era mayor, le tenia atemorizado. Porque los vecinos de Valladolid persuadidos firmemente de que no volverian á ver al Rey si llegaba á salir de España, se sublevaron á fin de no dexarle marchar de la ciudad: juntáronse al son de una campana, y apoderándose de la puerta, intentaron con sus mismos cuerpos impedir la salida con una audacia estúpida. Salió no obstante de la ciudad con Gesvres en un dia Ilovioso y crudo, apartando sus guardias con dificultad á los que se oponian. Vino á Tordesillas á visitar á la Reyna su madre, y noticioso allí de que los magistrados exercian su severidad con los autores del tumulto, mandó que inmediatamente pusiesen en libertad á los que estaban presos, pues se habian dexado cegar mas por amor que por ninguna otra causa. Partiendo despues para Galicia, llegó á Santiago, donde se detu vo, y allí arrojó de su presencia con mucho desagrado á Giron que solicitaba con insolencia la posesion del ducado de Medina Sidonia. Los procuradores de las ciudades fueron oidos en las córtes poco favorablemente por los ministros. Los Toledanos, entre quienes sobresalia Don Pedro Laso, eran los mas inmoderados é indóciles de todos, por lo qual fueron reprehendidos con alguna acrimonia, excluidos de las córtes, y inmediatamente desterrados. No es posible explicar la ira que concibieron los Españoles al verse tratados tan orgullosamente por los

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