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Habiendo dispuesto el César todas las cosas para su viage, dexó al Príncipe Don Felipe por gobernador de estos reynos, nombrando por su secretario á Don Francisco de los Covos comendador mayor de Leon, y por general de las armas al duque de Alba su mayordomo mayor. Al tiempo de embarcarse en el puerto de Palamós el dia quatro de mayo, como escribe Dávila, estableció un consejo permanente para juzgar los negocios y pleytos del reyno de Aragon, que antes se trataban y decidian promiscuamente por el consejo de Castilla; aunque en el año de mil trescientos quarenta y ocho habia formado la idea de semejante tribunal el Rey Don Pedro de Aragon quarto de este nombre. Llegó el César á Génova adonde habian concurrido los Príncipes de Italia para congratularle de su venida. El Pontífice, que se habia adelantado hasta Bolonia, le convidó á una conferencia, pero se excusó el César por acelerar su partida á Alemania. No obstante se hablaron en Buxeto castillo situado entre Plasencia y Cremona. Corrió la voz de que el Pontífice habia hecho aquel viage tan molesto para un hombre de su edad por la utilidad pública, mas á la verdad se conoció despues por el suceso, que tenia muy arraigado en su ánimo el adquirir la Lombardía para su sobrino Octavio habiendo ofrecido al César una gran suma de oro, porque preveia que la necesitaba para los gastos de tan costosa guerra. Este pues, se habia propuesto de antemano retener á Milan con algunas otras fortalezas, asegurándolas con guarnicion; pero el Papa, temeroso de sus artificios, rehusaba aprontar el dinero si no le entregaba primero íntegramente todo el princi. pado. Apenas se divulgó esta negociacion en el público, se manifestaron los Españoles muy indignados de perder la Lombardía por un convenio tan indecoroso; ý á fin de apartar al César de este designio, le presentaron un escrito compuesto por Don Diego de Mendoza gobernador de Sena, en el que con poderosas razones se demostraba que no convenia separar la Lombardía del dominio Real. Mudando pues de parecer el César, trató con Cosme de Médicis de venderle las fortalezas de Florencia y Liorna; y se dice que recibió ciento y cinqüenta mil escudos, aunque Jovio asegura que fueron mas de doscientos mil. Mas yo sobre esto no disputo porque no escribo controversias sino historia. Todos los esfuerzos del Pontífice para

hacer las paces fueron inútiles, porque habiendo el César oido en la congregacion de cardenales discurrir sobre este punto á Máximo Grimani, apoyado en su antiguo propósito expuso con graves palabras las tentativas que habia hecho para establecer la paz, tantas veces quebrantada por el Francés, y las muchas injurias con que le habia provocado: que los robos, incendios y estragos que habian padecido los habitantes de los pueblos de la provincia de Brabante, no podian quedar impunes á no abandonar del todo el decoro Imperial; que esta maldad debia reprimirse con penas correspondientes, para impedir que prevaleciendo la audacia, no lo trastornase todo sin respeto ni vergüenza alguna; y que no concederia la paz hasta que sujetados los rebeldes, aprendiesen con su propio mal á no suscitar turbulencias, y á respetar la Magestad Cesárea. Despues que descubrió su ánimo conmovido con tan justa indignacion, y dispuesto á la venganza, se despidió del Pontífice, que se volvió á Bolonia muy triste de no haber adelantado cosa alguna, prosiguiendo el César su viage de Alemania por los Alpes Tridentinos.

Es indecible la calamidad que atraxo á los campos la multitud infinita de langostas que voló desde la Iliria á Italia, y hasta la extremidad de España. Tanto era el furor que tenian de roer, que en la tierra donde caian se perdia en medio dia la cosecha de un año entero. En la Estremadura se propagó tan prodigiosamente, que la asoló por espacio de siete años continuos. En la Toscana hubo un terremoto en que pereció mucha gente; todo lo qual se tuvo por pronóstico y indicio de los ma les que iban á suceder.

Por este tiempo Aradino hizo vela ácia la Italia con una poderosa armada, en que se contaban ciento y diez galeras y quarenta fragatas de corsarios, con las que invadió las costas de aquel pais. Incendió á Regio en el estrecho de Mesina, y la fortaleza fué en breve entregada por la cobardía de setenta Españoles, que prefirieron las ignominiosas cadenas á una muerte honrosa. Diego Gaytan adquirió á mucha costa su libertad, habiéndosele quitado una hija que tenia de singular hermosura, para saciar la brutal pasion del gobernador bárbaro, que despues de haberla hecho abrazar, segun se dixo, la supersticion mahometana (lo que niegan con fundamento los escrito

res españoles), la tomó por muger propia. Pasó desde allí Aradino á saquear las costas del dominio Español, y llegó á hacer aguada á la embocadura del Tíber; causando la cercanía de tales enemigos gran consternacion á los Romanos, aunque Polini que venia en la armada procuraba sosegarlos con sus cartas. A los tres dias levantó anclas y navegó en derechura á Marsella. Luego que Soliman despachó esta armada hizo entrar gran número de tropas en la Hungría, y habiendo tomado á Estrigonia y Belgrado, sujetó á su dominio gran parte de aquel reyno. Pero como el referir las guerras estrañas no es de nuestro propósito, pues solo nos hemos propuesto escribir los sucesos españoles en todo el orbe, vamos á continuarlos.

Por este tiempo se hallaba la Flandes afligida con la funestísima guerra que la hacia el Francés y el duque de Cleves y padecia infinitos daños, no pudiendo los Flamencos resistir á tantas fuerzas, pero en breve tiempo tomaron venganza de sus enemigos. Despues de un largo camino llegó el César á Spira donde se detuvo algun poco tiempo para despachar los negocios, entretanto que llegaban las tropas á Bona ciudad situada sobre el Rhin cerca de Colonia. Desde allí en tres dias de marcha llegó á Duren, que era el principal teatro de la guerra. Defendíala Gerardo Ulatem, hombre de grande ánimo, y muy experto en la milicia: estaba fortificada con muchas tropas, do ble foso y trinchera, y rodeada con un muro de ladrillo. Hubo primero algunas escaramuzas con los enemigos que salian de las emboscadas, en que padecieron leve daño los Imperiales; y habiéndolos obligado estos á encerrarse dentro de las murallas, rodeó el César la ciudad con su exército, en que se contaban quince mil Alemanes, quatro mil Españoles, y igual número de Italianos. Al dia siguiente llegó Orange con los Flamencos, y Gonzaga fué nombrado generalísimo. Dispuesto lo necesario para el asalto, el dia de San Bartolomé antes de amanecer comenzaron á batir las murallas con horrible estruendo. Despues del medio dia incitados los Españoles y Italianos de una honrosa emulacion, acometieron á porfía sin esperar la señal del asalto, y habiendo atravesado el primer foso con el agua hasta el pecho, se apoderaron de la trinchera. Vencieron despues el segundo, no sin algun daño por los continuos tiros

que les disparaban, y llegaron al fin á la muralla, donde pelearon frente á frente con grande encarnizamiento, exhortándolos Gonzaga y el conde de Feria desde la orilla del foso. Ulatem se defendia valerosamente desde una casa inmediata á la muralla, y detenia la victoria con un escogido esquadron de jóvenes que le cercaban. Pero habiéndolo observado Gonzaga, mandó á los artilleros que dirigiesen sus tiros á aquella parte, y derribadas al punto las paredes con la lluvia de las balas, pereció oprimido de las ruinas con muchos de sus compañeros. Encendióse luego con mas furor la pelea, que habia cesado por algun tiempo, con los fuegos arrojadizos, y todo género de armas. Veíanse allí los cuerpos quemados y despedazados, el suelo todo cubierto de armas, y la tierra empapada en sangre, todo lo qual presentaba el mas horrible y vario espectáculo. Finalmente acometieron de nuevo con mucha gritería á la brecha del muro, y apoyados en las lanzas y en los hombros de sus compañeros se introduxeron en la ciudad, habiendo muerto ó puesto en fuga á los que la defendian. Ensangrentaron en todos sin distincion alguna, y pasaron á cuchillo la guarnicion. Los habitantes que habian escapado vivos fueron atormentados de varios modos hasta que descubrieron sus riquezas, y arrebatadas las mugeres de los templos y demas parages donde se habian escondido, sin respeto á la santidad de estos asilos, padecieron las mas ignominiosas violencias. No es posible referir con palabras lo grande de esta calamidad. Finalmente para que no quedase nada que hacer al furor militar, al siguiente dia y antes de haber sacado toda la presa, iocendiaron los Alemanes la ciudad que fué casi toda reducida á cenizas. Quedaron muertos ochocientos soldados de los mas valerosos entre Españoles y Italianos.

Con esta sola batalla se concluyó la guerra, porque aterradas las demas ciudades con la ruina de una sola, abrieron sus puertas. El de Cleves no daba todavía señales algunas de temor, confiando que le vendrian socorros del Francés su aliado, y fluctuaba entre el miedo y la esperanza; pero desconfiando ya de este auxilio, para evitar los últimos rigores apeló á la clemencia del César valiéndose á este fin de la intercesion de los ministros del arzobispo de Colonia, y de Enrique de Brunsvik, á quienes el César estimaba mucho. Imploraron es

tos su bénignidad; pero el César mirando con semblante severo al duque, que se hallaba arrodillado delante de él, mandó á su secretario, intimase al rebelde que le habia perdonado, y inmediatamente se retiró. Levantó del suelo al Duque el Príncipe de Orange, y este y el mismo secretario le leyeron las condiciones de la paz, concebidas en estos términos: « Defended la religion Cathólica : restituidla donde la habeis abolido: renunciad á la alianza del Rey de Dinamarca: prometed que seréis fiel al imperio del César, y guardadle lealtad. Renunciad el dominio de Güeldres y de Zutfen, y por la benignidad imperial llamaos solamente gobernador, y absteneos del nombre de Príncipe. Hansberg y Zitard serán retenidas por el César en prendas de la palabra dada, y lo restante del principado de Cleves, que se os habia quitado por al derecho de la guerra, lo gozaréis por la benignidad del César. » Tales fueron los principales capítulos. Despues de esto se alistó Rossen en la milicia del César, y guardó su palabra con gran fidelidad, habiendo executado grandes hazañas. Los de Güeldres y Zutfen juraron fidelidad al César como á su señor, y prestaron juramento en manos de Prateo y del Príncipe de Orange.

Capitulo xv.

Los Franceses hacen la guerra en Flandes. Sucesos del Piamonte y de Saboya. Casamiento del Principe Don Felipe.

ENTRETANTO los Franceses, aprovechándose de la ocupacion del César, llevaron sus armas á diversas partes de Flándes. Tomaron á Landreci, que fué incendiada y desamparada por su guarnicion, y despues á Arlon y otras ciudades. El Delfin recorrió la provincia de Hainal, y el duque de Orleans volvió otra vez á Luxemburgo con grande exército. Apoderóse en breve de la ciudad por cobardía de la guarnicion, á quien se concedió sacar sus cortos equipages. Gozoso el Rey Francisco, que se hallaba en Reims, del feliz suceso de su hijo, acudió inmediatamente, y á pesar del dictámen de los mas prudentes, mandó fortificar á toda costa aquella extensa ciudad, obligando á sus habitantes á que renunciasen al César, y le hiciesen

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