Imágenes de páginas
PDF
EPUB

siásticas en premio de su mérito; pero muy luego le despojó de ellas, y le arrojó de Francia, atribuyéndole el crímen de que en sus cartas descubria al César los secretos de la corte, como lo dice un autor que despues le trató con mucha familiaridad en Venecia.

Antes que se finalizase el tratado envió el César á Antonio obispo de Arras, hijo de Perenoto, para que diese noticia del negocio de la paz á Enrique Rey de Inglaterra, que sitiaba á Bolonia. El Inglés, aunque lo llevó á mal, respondió : « que no envidiaba al César su fortuna: que se alegraba en gran manera que la guerra, y la paz se hubiesen hecho conforme á sus deseos; pero que habia resuelto de antemano no dexar las armas, hasta que consiguiese las mayores y mas completas ventajas.» Habiendo recibido el César esta respuesta, se apresuró á concluir la negociacion baxo de estas condiciones : que sepul tadas del todo las anteriores discordias, hubiese una paz perpetua entra el César y el Rey : que prometiese el César su hija al duque de Orleans, y que diese á la esposa en dote el dominio de Flandes, con el título de reyno; y que si no tuviese efecto, casase con la hija de su hermano Don Fernando, dándole la Lombardía con el mismo nombre. Añadiéronse varias precauciones para el caso de morir uno u otro de los consortes; pero el César, para deliberar sobre esto, pedia el término de ocho meses, á fin de explorar entretanto las voluntades de los Príncipes Don Felipe y Don Fernando; y que pasado este tiempo se obligaba á que se celebrase el matrimonio con una de las dos princesas en el espacio de quatro meses : que si cediese la Lombardía retendria para sí las fortalezas de Milan y de Cremona hasta que naciese hijo varon de aquel casamiento: que el Francés restituyese al Saboyano las ciudades que le habia tomado en el Piamonte; y que custodiase con sus tropas las fortalezas que eligiese, ínterin que el César retuviese otras en Lombardía: que fuesen restituidas de buena fe las ciudades que recíprocamente se habian tomado despues de las treguas establecidas en Niza: que ademas renunciasen los antiguos derechos y pretensiones, á fin de que no quedase causa alguna para renovar la guerra; y que habian de juntar sus fuerzas contra el Turco y los hereges. Estos fueron los principales artículos del tratado. En el mismo dia en que fué proclamada la

paz vino el duque de Orleans á abrazar al César, y fué recibido con muchas muestras de regocijo, y tratado espléndidamente. Bura, y Reux que continuaban todavía en el sitio de Montrevil, tuvieron órden para retirarse. Los Españoles y Alemanes que estaban discordes entre sí, fueron enviados por diversas partes, para evitar que no tuviesen algun encuentro. Sande con su tropa se encaminó á Ungría, y los demas á España. Pero estos no pudiendo sufrir el ocio, como nacidos para la guerra, luego que llegaron á Inglaterra, se alistaron en las banderas del Rey Enrique, á cuyo servicio pasaron tambien, con permiso del César, el duque de Alburquerque Don Beltran de la Cueva, hombre muy experto en la ciencia militar, y su hijo Don Gabriel, que tanto contribuyó á la toma de Bolonia. El César, habiendo despedido su exército, se retiró á Flándes con el duque de Orleans su futuro yerno, y los rehenes. Nortfolc se trasladó desde Montrevil al campo del Rey de Inglaterra, para que con la retirada de sus socios no le oprimiesen los Franceses, que se encaminaban á aquella ciudad. Despues de un sitio de cinqüenta y ocho dias fué entregada Bolonia por su gobernador Verbin; y habiéndola asegurado el Inglés con una buena guarnicion, y todas las provisiones necesarias, se restituyó felizmente á Lóndres con su exército, y armada en el mejor estado.

LIBRO QUARTO.

Capítulo primero.

Sujétanse los rebeldes de la provincia de Xalisco. Viage á la California y á la Florida. Providencias del César en favor de la

libertad de los Indios.

OR este tiempo era muy vario el aspecto de las cosas de América. Las guerras anteriores habian producido entre otros males, como sucede siempre, un seminario de vicios y maldades. La justicia no tenia fuerza alguna contra unos hombres armados, y solo triunfaba el desórden, sin respeto alguno á la honestidad. En Nueva España se remediaron en parte estos males por el valor y zelo del virey Don Antonio de Mendoza, , que se dedicó á reprimir los vicios nacidos con la guerra. Finalmente arreglados los negocios interiores del mejor modo que permitian las circunstancias actuales, salió de México con tropas para apaciguar la dilatada provincia de Xalisco, que estaba inquieta. Contábanse trescientos caballos, la mayor parte de la nobleza, y ciento y cinqüenta infantes, á los quales seguian numerosos esquadrones de Indios. Entonces se concedió por la primera vez á los caciques, que llevasen caballos y armadura española. Los precipicios y parages ásperos que habian ocupado los enemigos les servian de fortaleza; pero fueron arrojados de ellos con mucho estrago de unos y otros :

mas no habiéndolos abatido esta desgràcia, se acamparon en otros peñascos altísimos, estando resueltos á hacer los últimos esfuerzos para defenderse. No aterró á los Españoles lo fragoso de aquellos parages, sin embargo de que parecian inaccesibles aun para las mismas aves, y habiendo explorado antes las sendas, marcharon al enemigo, y pelearon muchas veces acérrimamente, ayudados de los Indios Mexicanos con admirable valor y fidelidad. Luego que llegaron á lo mas elevado de los peñascos, combatieron á pie firme con el mayor teson, y al fin quedaron vencidos y derrotados los bárbaros, con muerte de ocho mil de ellos. En medio de la confusion fué hecho prisionero el cacique, y sirvió de mucho para apaciguar aquellas gentes ferocísimas. Dos años empleó Mendoza en subyugarlos, y se restituyó á México con su exército en buen estado, y con muchos despojos.

Despues de esto intentó reconocer el mar del Sur, cuya expedicion encargó á Juan Rodriguez Cabrillo, dándole dos navíos muy bien equipados de todo lo necesario. Con ellos penetró hasta quarenta y quatro grados mas allá del cabo Mendocino, situado casi á la extremidad de la California, navegando muchas millas ácia el Norueste, y entre horribles tormentas reconocieron las islas y el Continente. Regresaron estos navíos al puerto de la Natividad, habiendo muerto en el viage su capitan, y como no se sacó fruto alguno de esta empresa, man. dó el mismo virey á Ruy de Villalobos navegar al Occidente cón quatro navíos y una galera, llevando consigo á fray Nicolás Perea del órden de San Agustin. La galera pereció luego en aquel mar tempestuoso, y despues de una larguísima y trabaxosa navegacion, arribó á unas islas que están al Oriente de nuestro hemisferio. Una de ellas, que fué llamada Cesárea en memoria del Emperador, tiene de circuito mas de mil y quatrocientas millas. Los bárbaros que la habitan son de una ferocidad indómita. Con ellos peleó Villalobos muchas veces prósperamente, y recogió alguna cantidad de oro y aromas, y continuando su viage arribó á Gilolo, una de las islas Molucas, donde hizo muchas cosas buenas y malas, ya declarándose amigo de los isleños, ya de los Portugueses, mudando de partido segun se le presentaba la ocasion, hasta que falleció de una enfermedad. Sus compañeros, aunque muy debilitados

de salud, navegaron á Malaca, y después de haber permanecido allí por espacio de cinco meses, vinieron á Goa. Finalmente auxiliados del virey Portugués, se embarcaron para España, y llegaron á estos reynos el año quarenta y siete de este siglo.

En Yucatan no se habia hecho en mucho tiempo cosa algu. na digna de memoria, hasta que Francisco Montejo trasladó el gobierno de aquella provincia á su hijo del mismo nombre, jóven de excelente índole, y de grandes esperanzas. Este pues habiendo dado con un pequeño esquadron dos grandes batallas, una en Chibou, y otra en Tibou, ademas de otros ligeros combates, venció á aquellos Indios belicosos, y los obligó á sufrir el yugo. Despues fundó á Mérida, Campeche y Valladolid, y finalmente á Salamanca, y estableció colonos para que contuviesen á los bárbaros en su deber, y entretanto vivió su padre en Chiapa, separado del tumulto y fatigas de la guerra.

Por este tiempo se agravaron en la Florida las calamidades padecidas en las anteriores expediciones, porque todos los Españoles entraron con desgracia en esta provincia. Hernando de Soto, soldado de Pizarro de esclarecida fama, introduxo con próspero viage en diez navíos por el puerto del Espíritu Santo mas de mil y doscientos hombres armados, de los quales mas de la quarta parte eran de caballería. Salióle al encuentro Juan Ortiz, que habitaba entre los bárbaros desde la desgraciada expedicion de Narvaez, y habiéndole servido de intérprete, vino á invernar á Apalache, donde con halagos se concilió la amistad del cacique. Previno Soto todo lo necesario para continuar su viage, y á la entrada de la primavera comenzó á caminar por una dilatadísima region en la que fué recibido de algunos caciques como amigo, y de otros como enemigo. Una jóven doncella que gobernaba una de estas naciones, le obsequió con una gran cantidad de perlas y otros regalos, y despues de haberle provisto de víveres le despidió benignamente. Recogieron los Españoles setecientas veinte libras de perlas, entre las quales las habia de gran valor, y del tamaño de un garbanzo, y se repartieron con igualdad entre todos. Juan Terrones, soldado de infantería, cansado de llevar la parte que le habia tocado, la arrojó en un bosque, haciéndose

1

« AnteriorContinuar »