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trabaxosa navegacion arribó á las costas del Brasil, y habiendo mandado que entrasen por la boca de un rio muy ancho y tempestuoso, se puso él en camino por tierra con doscientos y cinqüenta soldados para explorar lo interior de aquellos paises. Era preciso atravesar montes altísimos, y abrir sendas á fuerza de hacha por medio de espesos bosques. Por todas partes no veian otra cosa que una horrible soledad, y en esta fatiga pasaron veinte dias. Habiendo salido al cabo de ellos á lugares abiertos y cultivados, les fué necesario amansar y domesticar á los bárbaros, porque los espantaba mucho los semblantes de aquellos hombres y sus vestidos, y principalmente la carrera de los caballos, no habiendo visto antes en sus tierras extrangero alguno. Pero como el capitan estaba tan práctico en las costumbres de los bárbaros, los pacificó fácilmente, y les quitó el miedo, de tal suerte que le traian todo quanto tenian en sus chozas. De este modo transitó Alvar Nuñez por muchas provincias, y llegó finalmente al Paraguay y á la colonia de la Asuncion situada en sus riberas. Procuró restablecer á Buenos Ayres, abandonado por causa de las discordias y de otras incomodidades, y' habiendo llevado á esta ciudad nuevos colonos, trató con mucha suavidad á los naturales del pais; pero sujetó con las armas à los que no podia vencer con halagos. Restauró con paredes de tierra la ciudad de la Asuncion, destruida casi del todo por un casual incendio. Domingo de Irala fué enviado con tres barcas, y habiendo navegado mucho tiempo rio arriba con un viage muy próspero, dió noticia de una region fértil. Siguióle el mismo Alvar Nuñez con quatrocientos infantes y doce caballos; igual número fué conducido por el rió en barcas, y los que caminaron por tierra, despues de haber explorado una grande extension de terreno, les fué preciso volver adonde habian salido, porque la espesura de los montes les impedia pasar adelante. La integridad y probidad de Alvar Nuñez fué un prodigio en aquellos tiempos, pues ni fué notado de rapiña alguna, ni de fraude, y en su ánimo jamas tuvo la menor entrada la avaricia. Estos fueron en aquel tiempo los principales sucesos del Occidente.

En el Oriente eran grandes los frulos que se recogian, de la predicacion de la divina palabra. Fray Juan Alburquerque, castellano, del órden de San Francisco, fué nombrado por

el Rey de Portugal primer obispo de Goa, y tomó posesion de aquella iglesia. Así lo trae Faria, aunque no sin indignacion, por el odio que tenia á los Castellanos; pero Mafei dice que fray Fernando, religioso del mismo órden, fué el primer pastor de la iglesia de Goa, siendo virey Nuño de Acuña, y que le sucedió Alburquerque. Dexo á otros el cuydado de decidir esta disputa, para no interrumpir la narracion. Navegó Gama al mar Bermejo con una grande armada; mas habiendo procedido con importuna lentitud, se le escapó de las manos la ocasion de poder derrotar la esquadra Turca en el puerto de Suez. Dicese que penetró hasta el monte Sinaí, tan célebre en la sagrada Escritura, y que en aquel lugar condecoró á muchos de sus compañeros con la banda militar. Al tiempo que meditaba su regreso, le salieron al encuentro unos embaxadores de Claudio, Rey de la Abysinia, para pedirle socorro contra los Turcos; y habiendo mandado á su hermano Christóbal que pasara á dársele con quatrocientos soldados escogidos; despues de ganar dos victorias á los enemigos, vino al fin á ser oprimido de su excesivo número: murieron muchos de los suyos en una batalla, y retirándose los demas con el Abysino á lo mas áspero de los montes, fué el mismo Gama hecho prisionero, y le quitaron la vida los Turcos con varios tormentos. El Abysino reparó sus tropas en las que se contaban noventa Portugueses, y mandados por el capitan Manuel de Acuña pelearon de nuevo felizmente con los Turcos y los Moros trogloditas, y con esta batalla, en que quedó muerto Gradaamed, á cuyas manos habia perecido Gama, se concluyó la guerra. Los Portugeses despues de haber sido magníficamente regalados, se volvieron á Goa, y algunos se quedaron voluntariamente entre los Etíopes.

Martin de Sousa, nombrado virey de la India, llevó consigo en la armada al Padre Francisco Xavier, varon esclarecidísimo en todo género de virtudes, y en el don de milagros, para infinito bien de las regiones del Oriente, las quales ilustró con la luz del Evangelio. Habiendo llegado á Goa el año de mil quinientos y quarenta y dos, fué recibido con el mayor regocijo por el obispo Alburquerque. Entregó Gama el mando á Sousa, y se volvió á Portugal con gran sentimiento de aquellas gentes. Por este tiempo se dice que resplandeció, en lo interior de la

India el valor de Antonio de Faria, cuyas hazañas, que solo pueden compararse con las de los héroes celebrados por los poetas, escribieron Pinto y Faria, á quienes me remito. En este mismo año se atribuyeron algunos la gloria del descubrimiento de las islas del Japon, con agravio de Antonio de Mota, Francisco Zeimoto, y Antonio Peixoto, que navegando á la China, y arrojados por una tormenta, fueron los primeros entre los Portugueses que descubrieron aquellas célebres islas, en las que con el trato y comercio de los Europeos, se abrió el camino á la propagacion del Christianismo. Entretanto provocado Sousa con las injurias de los infieles, pasó con una armada á Baticala, ciudad opulenta en la costa de Malabar. No pudiendo con razones persuadir á los bárbaros á que volviesen á sú deber, sacó sus gentes de las naves, y habiéndoles acometido, los venció, y obligó á encerrarse en la ciudad. Renovóse la pelea, y los arrojó de ella, y despues de haberla saqueado, puso fuego á sus edificios. No acaeció por este tiempo otra cosa digna de memoria á excepcion del suceso de Antonio de Payva digno de la mayor alabanza, que convertido repentinamente de mercader en predicador del Evangelio, bautizó á dos Reyezuelos, y á una innumerable multitud de gentes en Macasar, isla cercana á las Molucas. Pero dexando ahora las cosas de la India, volvamos desde las remotas partes del Asia á las mas conocidas de nuestra Europa.

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Dieta de Wormes sobre los asuntos de Religion. Comienzase el concilio de Trento.

RESTABLECIDA la paz, como ya diximos, se hallaba todo tranquilo, y solo se disputaba sobre la Religion, estando los ánimos muy discordes y acalorados. Nunca se habia visto mayor desenfreno en discurrir de las cosas divinas, y cada qual forjaba á su antojo las opiniones que mas le agradaban. De aquí se originaron enemistades y odios mortales, pronósticos seguros del trastorno que amenazaba al estado. Para componer estas dis

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cordias fué convocada una dieta en Wormes, á la qual asistió el cardenal Farnesio, legado del Pontífice. El César que se haIlaba impedido de la gota, nombró por presidente á su hermano Don Fernando. Congregóse pues la dieta á principios del año de mil quinientos y quarenta y cinco; y á propuesta de este Príncipe, se acordó solicitar la celebracion del concilio, para decir las controversias de Religion. Tratóse despues de conciliar los ánimos, no ya para conservar el antiguo lustre de la nacion, sino para defender las vidas y fortunas de todos contra la invasion del Otomano, que amenazaba con el yugo. Estas y otras cosas semejantes fueron mal recibidas de los hereges, porque rehusaban retractar cosa alguna de sus nuevos dogmas, y no querian sujetarse á los decretos del concilio, como si este no tuviese suficiente libertad en sus decisiones. En todo lo demas se declararon sujetos al Cesar, exceptando lo que se opusiese á su interés y conveniencia, segun lo habian determinado antes en sus conventículos los confederados de Esmalcalda, con injuria y agravio de la Magestad Imperial. Armaron pues la secta con el favor de la multitud, y con auxilios extraños, estando resueltos con la mayor confianza á aventurarlo todo en su defensa. Tan difícil es abandonar las torcidas opiniones que una vez se han abrazado en materia de religion, y reducir al buen camino á los que ha pervertido una errónea doctrina. Finalmente no pudiendo en esta dieta hacerlos entrar en razon, se trasladó á Ratisbona para el año siguiente, á fin de ver si en este intervalo de tiempo se hallaba medio de conciliar aquella discordia.

Florecia entonces España en una profunda paz, y solo se hacia la guerra á los enemigos de la Religion verdadera. Era grande la solicitud y cuydado de la inquisicion en buscar á los reos y en castigar á los rebeldes con el fuego y otras penas, á cuyos espectáculos concurria un inmenso gentío de todas calidades. Por este tiempo la princesa Doña María, esposa del príncipe Don Felipe, parió en Valladolid un niño el dia ocho de julio, y le pusieron en el bautismo el nombre de su abuelo el César. Asistian á la parida la duquesa de Alba, y Doña María de Mendoza, muger de Don Francisco de los Cobos, su camarera mayor. Sucedió entonces que los inquisidores celebraron un auto de fe para pronunciar la sentencia de unos reos,

de los quales dos fueron quemados, y como las mugeres son tan aficionadas á verlo todo, salieron aquellas señoras dexando sola con las doncellas á la Princesa al quarto dia de su parto. Esta pues las dió á entender que comeria de buena gana un limon, y no sospechando las criadas que podria hacerle daño, se le traxeron al instante para complacerla. Esto fué lo mismo que darla un veneno activo; de tal suerte, que quando volvieron á palacio la Duquesa, y la camarera, despues de concluido el auto, hallaron muerta á la Princesa, con gran confusion y amargo llanto de toda la corte. Luego que se divulgó el funesto suceso, fué muy grande la tristeza que causó en la ciudad y en toda España, lamentándose todos de la desgracia de la infeliz Princesa. Habiéndose celebrado sus exêquias con regia pompa, fué llevado su cuerpo á Granada, y sepultado en un magnífico túmulo. No se puede explicar con palabras la fuerza del dolor que oprimió el corazon de aquel excelso Príncipe, y aunque al César afligió en extremo esta noticia, procuró en sus cartas consolar á su hijo, que se hallaba sumergido en una profunda tristeza.

Poco despues en el dia primero de agosto falleció en la misma ciudad el arzobispo de Toledo Don Juan de Tavera oprimido, segun corrió la voz, del sentimiento que le causó la temprana muerte de la Princesa. Su cuerpo fué llevado á Toledo y colocado en un suntuoso sepulcro. Sucedióle en el arzobispado Don Juan Martinez Siliceo, obispo de Cartagena, nacido de padres humildes, pero premiado tan largamente por haber educado en las letras al Príncipe Don Felipe, y en el año siguiente fué promovido á la dignidad cardenalicia. Sucedióle en la silla de Cartagena Don Estevan de Almeyda, trasladado á ella desde la de Leon. Por este tiempo fallecieron tambien otros obispos, entre los quales se cuenta Don Gaspar Dávalos, arzobispo de Santiago, sucesor de Don Pedro Sarmiento, que murió quatro años antes en Luca, ciudad de la Toscana, y habia sido trasladado á Granada. En el año anterior de quarenta y quatro falleció en Valladolid fray Antonio de Guevara del órden de San Francisco, obispo de Mondoñedo, célebre por su literatura. No han faltado hombres doctos que han repre hendido y criticado sus escritos. Pero lo cierto es, que en su tiempo fueron muy apreciadas por todos los que cultivaban

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