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la Baviera, situada en la orilla oriental del rio Iser, Ꭹ desbarató los esfuerzos de los enemigos, no aterrándole de ningun modo su cercanía, para recibir las tropas que por aquella parte le venian de Italia. Los confederados se acamparon cerca de Ingolstad, ciudad llamada asi por sus fundadores los Ingleses, la qual defendia Pedro de Guzman con algunas compañías Españolas. Tampoco se atrevieron á provocar allí al César, aunque se hallaba con pocas fuerzas; lo que verdaderamente fué un notable yerro en unos hombres tan expertos en el arte militar. Enviáronle un rey de armas, con un cartel colgado de la punta del baston segun la costumbre; y habiéndole remitido al duque de Alba, á quien tenia nombrado por su vicario con potestad suprema, llevó por respuesta el decreto de la proscripcion, y que si volvia, le seria puesto el cordel á la garganta en lugar del collar de oro con que la adornaba. En el campo de los confederados eran diversos los pareceres sobre el modo de hacer la guerra. El de Saxonia creia que lo mas conveniente seria acometer quanto antes al César. Apoyábale en todo Scher. tel, diciendo que en la tardanza se aventuraba la fortuna de la guerra, si se daba tiempo al César para fortificarse con las nuevas tropas, que de todas partes le acudian; y que de la prontitud dependia la victoria. El de Hesse pensaba de otro modo persuadido de que con aquel hecho excitaria contra sí al duque de Baviera, Príncipe poderosísimo, en cuyos dominios se habia refugiado el César como en un asilo; que seria suficiente continuar la guerra, y perseguir al enemigo estrechándole con la necesidad. La discordia de los generales les hizo perder la ocasion oportuna de conseguir la victoria, pues el dia trece de agosto llegaron las tropas del Pontífice, mandadas por Octavio duque de Camerino, á quien acompañaba el cardenal Farnesio. Contábanse en ellas diez mil infantes y seiscientos caballos ligeros, y ademas doscientos del gran duque de Toscana, con su capitan Rodulfo Balleoni, y ciento y quarenta del duque de Ferrara, conducidos por Alfonso su hijo. De Nápoles vinieron por el mar Adriático los Españoles, y asimismo otras tropas de la Ungría y Lombardía, y tambien mucha infantería Alemana.

Fortificado con estas fuerzas se burló de los confederados con admirable celeridad, primero en Ratisbona, y despues en

TOM VII.

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Ingolstad, habiendo levantado en el Danubio dos puentes, para que dominando una y otra ribera pudiese por todas partes hacer frente al enemigo, y tener abundancia de víveres. Finalmente despues de haber movido muchas veces su campo, le estableció en un parage oportuno cerca de Ingolstadt, y no lejos del de los contrarios. La izquierda se hallaba defendida con el Danubio y una laguna: y el duque de Alba mandó fortificar la derecha y el frente con fosos y trincheras para suplir con la fortaleza del puesto la falta de tropas. Mientras tanto se hacían algunas ligeras escaramuzas sin haber ocurrido en ellas cosa digua de memoria.

Luego que estuvo sentado el campo, mandó el César á Sande y Arce que se pusieran en marcha con dos mil Españoles de los mas expeditos, y habiendo llegado por sendas ocultas y llenas de bosques á las trincheras de los enemigos, se arrojaron sobre ellos hiriendo y matando; y tomándoles una bandera en señal de su feliz empresa, se volvieron al campo sin daño alguno. Incitados los Italianos con este exemplo, marchan del mismo modo á probar fortuna contra el enemigo, que ya estaba prevenido. La pelea fue muy dudosa con muerte de muchos de una y otra parte; pero habiendo sido incendiada la aldea donde se habian acogido, y como su número era tan inferior para resistir á la multitud de los enemigos que acudian al tumulto, se retiraron honrosamente con alguna pérdida. No queria el César dar la batalla, ni tampoco estar ocioso; por lo qual contenia al soldado dentro del campo, para ocurrir á Jos movimientos del enemigo. Los confederados para excitar al César á la pelea, pusieron su exército muy de mañana en órden de batalla cerca de su campo, pero solo hubo algunos leves combates á campo raso, y el del César fué acometido por quatro partes por la artillería, con mas ruido que daño, y se dice que le dispararon seis mil balas. Despues que unos y otros hicieron muchas escaramuzas, salieron ochocientos Españoles armados de arcabuces, y habiendo trabado la pelea con igual número de los enemigos, los obligaron á retroceder dentro de sus trincheras. Viendo esto el Landgrave de Hesse que se hallaba presente á la pelea, mandó salir inmediatamente mil caballos, que reprimiesen la audacia de los Españoles, y divididos en tres esquadrones, los incitaron á la batalla. Los vele

ranos acordándose de su antiguo valor, y sin aterrarse con tan desigual número, recibieron con las balas al primer cuerpo de caballería que venia contra ellos, y le pusieron en fuga, y despues al segundo derribando un grande número de hombres y caballos. Finalmente sostuvieron del mismo modo el ímpetu del tercer esquadron, y habiéndole derrotado, le rechazaron á su campo con gran admiracion de los enemigos. En toda aquella noche no cesaron los Imperiales de inquietarlos desde las trincheras, y al dia siguiente continuó disparando la artillería, y hubo una ligera escaramuza con algun daño de los Imperiales.

Viéndose los confederados fatigados con freqüentes acometidas, y que no podian conseguir que el César les presentase batalla, retiraron de allí sus tropas, enviando parte de ellas al Rhin baxo el man do de Humberto duque de Altemburg, para que impidiesen el paso á los Flamencos. Pero el conde de Bura que mandaba á los Flamencos, se burló del enemigo con una insigne extratagema: pasó sus tropas junto con las de otros Príncipes, y las introduxo sin la menor desgracia en el campo imperial. Componíanse de diez mil infantes, ochocien. tos Españoles, y doscientos Italianos, que como ya diximos arriba militaban en las banderas del Rey de Inglaterra; y tres mil y trescientos caballos, á los quales al pasar el Rhin se juntaron quatro mil de Alberto, Juan y otros Príncipes que seguian la fortuna del César. Tambien fueron conducidos de Flándes doce cañones de artillería. En el camino pelearon con próspero suceso cerca de Francfort, y habiendo sido vencidos, y derrotados los enemigos, fueron rechazados con estrago y obligados á encerrarse en la ciudad. El campo de los confederados se hallaba cerca de Neoburg, y despues le trasladaron á Donawert, sin que hubiesen hecho cosa alguna memorable. El Landgrave de Hesse, que era hombre muy vano, persuadiéndose de que aterrado el César con el gran número de tropas del exército confederado, se daria por vencido, rehusaba entrar en batalla: pero aquel habiendo aumentado entretanto su exército, pasó el Danubio, y se apoderó de Neoburg, donde despojando de sus armas á la guarnicion, la dexó salir libremente. Aquí pasó el César revista del exército, y se dice que constaba de quarenta y ocho mil infantes y nueve mil

caballos. Confiado pues en el valor de sus soldados, determinó seguir al enemigo, y darle batalla si se presentaba la ocasion, á cnyo fin volvió á pasar el Danubio.

Avistáronse los dos exércitos cerca de Nortlinga. Dispuso el César el suyo en órden de batalla, y aunque era inferior al de los enemigos en casi la mitad de las tropas, los provocó por su turno á la pelea. Hay autor que asegura que esto fué un ardid, no tanto para experimentar la fortuna de la guerra, quanto para excitar el valor de los suyos, pero no fué admitido el combate, y solo hubo una escaramuza entre la caballería de ambos exércitos, que á la verdad fué sangrienta, no habiéndose separado unos de otros hasta que les faltó el dia. En esta acción fué herido Alberto de Brunswik, hijo de Felipe, y murió en Nortlinga. De los Imperiales pereció Andrés Forliense, y muchos soldados de una y otra parte. Manteníanse los confederados en los cerros que dominan á Nortlinga, y su campo estaba bien defendido, y provisto. Por el contrario los Imperiales tenian tan escasos los víveres, que los afligia el hambre. Para interceptar al enemigo sus convoyes resolvió el César tomar á Donawert, y encargó esta empresa á Octavio duque de Camerino.

con

Este pues habiendo caminado aquella misma noche quince millas, comenzó al amanecer á combatir la ciudad con su artillería. Aterrados los habitantes de tan repentina invasion, se vieron obligados á entregarse. La guarnicion enemiga salió de la plaza con sus pequeños bagages, y quedando en ella otra de Imperiales, regresó Octavio al campo del César antes que llegase á los confederados noticia alguna de este suceso, grande alabanza de los Alemanes, y Italianos, por cuyo valor y actividad fué executada esta ilustre hazaña. Despues pasó allá el César con todas las tropas, y temerosos los pueblos cercanos del peligro que les amenazaba, se sujetaron á su obediencia. Por este tiempo se vió Schertel muy próximo á ser hecho prisionero por los Italianos y Españoles, quando se rétiraba disgustado desde el campo á Ausburg; y pudo al fin escaparse, pero con pérdida de tres piezas de artillería una parte de la infantería.

, y de Hallábanse los dos campos situados á una y otra orilla del rio Brentz: el Imperial en Sunthein, y el confederado en

Guingua. Acaecian algunos pequeños combates, porque el César jamás descansaba: poníanse emboscadas recíprocamente : interceptábanse á cada paso los víveres ; y los enemigos eran incomodados dia y noche con todo género de molestias, de tal suerte que apenas tenian lugar para el preciso descanso. Obligado el César por un necesario accidente, trasladó su campo el dia primero de noviembre á Lawingen donde reposaron los soldados enfermos. Entretanto se apoderó Mauricio de una gran parte de la Saxonia que estaba indefensa, cuya noticia habiéndose divulgado en uno y otro campo, llenó de tristeza al confederado, y de alegría al del César. Para manifestarla, y agravar el dolor de los enemigos, se hizo luego una descarga general de la artillería. El cardenal Farnesio á causa de hallarse enfermo procuró regresar quanto antes á Italia, al mismo tiempo que Castelalto recobró de los enemigos á Clusa, situada en el paso de los Alpes como arriba diximos. Ya las nieves habian cubierto todos los campos, y no era posible permanecer á cielo descubierto. Los generales del César despues de haber conferenciado sobre el partido que debia tomarse, fueron de dictámen que se enviase el exército á quarteles de invierno. Pero el César con ánimo invencible, afirmó que no moveria sus tropas antes de rechazar y derrotar enteramente á las enemigas, las que creia que en breve se dispersarian por la discordia que reynaba entre ellas : que no podian ya resistir en el campo por largo tiempo la inclemencia de la estacion, y el estrago que en ellas causaban las enfermedades, por lo qual solo con la paciencia de los soldados habia de conseguirse la victoria.

Poco despues el Landgrave de Hesse valiéndose de Adan Trot que tenia gran familiaridad con Juan de Brandemburgo, trató con él por cartas de componer sus discordías. El de Brandemburgo comunicó el negocio ocultamente al César, y le respondió que tuviese por cierto que no conseguiria la paz si no pusiese su persona, y su fortuna al arbitrio del César. Rehusó el Landgrave una condicion tan dura, y intentó conferenciar con el César, pero no pudo lograrlo. Desesperando pues de restablecer la concordia, y hallándose los confederados en grandes angustias, y molestados ademas del hambre, y de la peste, comenzaron á retirar el exército el dia veinte y

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