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tres de noviembre. El César aunque recibió tarde la noticia de que el enemigo habia levantado el campo, envió la caballería Flamenca, junta con los Españoles mas intrépidos, para que inquietasen la retaguardia, y aunque trabaron combate para detenerle, no dexó el enemigo de continuar su marcha con la misma celeridad. Al mismo tiempo el duque de Alba sacó del campo lo mas fuerte de las tropas, para perseguirle por su parte, mas no pudo alcanzarle hasta el anochecer, quando colocada ya su artillería en un puesto elevado, habia fortificado el campo. Dilató la accion hasta el otro dia, y no cesaron los Imperiales en toda aquella noche de recoger sus tropas, transportar la artillería, y de disponer todo lo demas necesario para el combate. Pero la intencion de los confederados era muy diversa, pues firmes en su propósito de evitar la pelea, y escaparse, se pusieron en marcha con el mayor silencio á media noche, y caminaron aceleradamente, habiendo dexado los fuegos encendidos en el campo, á fin de engañar á los que los espiaban. Quando amaneció ya se hallaban tan lejos, que no pudieron alcanzarlos los Imperiales fatigados con la nieve de la noche anterior, y con el hambre y el cansancio.

Capitulo v.

Rindense al César algunas ciudades de Alemania. Tumultos de Nápoles y Génova. Muerte de varios Principes.

DESPUES de haber dado el César tres dias de descanso á los soldados, y á fin de recoger el fruto de la victoria que habia alcanzado sin pelear, se dirigió á la Franconia, parte del territorio de los antiguos Cattos, para adelantarse al enemigo, J impedirle que con los socorros de tan opulenta provincia prolongase la guerra por mas tiempo. Envió desde el camino trescientos caballos Flamencos contra Bofinguen, y se sujetó á su obediencia. Con la noticia de la venida del César, se escapó de noche la guarnicion de Nortlinga, y al amanecer se entregó la ciudad, habiendo pagado con titulo de multa, treinta y seis mil escudos de oro. Por todo el camino salian al encuentro del César diputados de las ciudades, vestidos en trage humilde,

para pedirle la paz con muchas súplicas. El Landgrave de Hesse, y el duque de Saxonia, no creyéndose seguros en parte alguna, dividieron entre sí las tropas, y cada uno tomó diverso camino. Refugióse el primero á sus mismas fortalezas depositando su artillería gruesa en la de Vitemberg. El de Saxonia, aunque necesitaba acelerarse para arrojar á Mauricio de sus dominios, puso sitio á Guemundia, ciudad de la Suevia, y la expugnó y multó en una gran suma, y habiendo repartido este dinero al soldado, continuó su marcha por montes asperísimos. Exigió gruesas cantidades al arzobispo de Moguncia, y al abad de Fulda, y sin hacer diferencia alguna entre lo justo, y lo injusto, fué robando todo lo sagrado y profano que encontró, hasta llegar á Saxonia.

Entretanto Federico conde Palatino, que se habia unido á los confederados, mas por amor á la secta luterana que por contumacia contra el Príncipe, se presentó al César que ya se hallaba en Hall, ciudad de la Saxonia, acompañándole Gran vela, y le pidió perdon, ofreciéndole recompensar con su fidelidad y servicios los yerros que habia cometido. Miróle el César con rostro poco alegre, y despues de haberle reprehendido que hubiese enviado socorros á los rebeldes contra él, que era su amigo y pariente, y amonestándole á que cumpliese con su deber, le abrazó estrechamente, y le recibió en su gracia. Pasados algunos dias llegaron los diputados de Ulma, y por intercesion del conde Palatino, consiguieron el perdon, obligándolos á pagar por via de multa cien mil escudos de oro, y doce cañones. Envió el César á Flándes al conde de Bura con órden de que en el camino hiciese una tentativa contra Francfort, ciudad opulenta, y executase lo que le pareciese mas conveniente. Habiendo llegado Bura con sus tropas á Hesse, expugnó á Darmestadt; la victoria fué benigna, pues perdonó á la ciudad, y á sus habitantes, pero quedó destruida enteramente la fortaleza. Desde allí no teniendo Bura esperanza al guna de poder tomar á Francfort, porque todo estaba cubierto de nieve y hielo, envió delante parte de las tropas ácia Moguncia, y seguia él con las demas, quando impensadamente le salieron al encuentro los diputados de Francfort, ofreciendo sujetarse á la obediencia del César. Alegre y gozoso el Flamen» co con esta nueva, entró en la ciudad, y habiendo puesto en

ella guarnicion envió los ciudadanos que le parecieron mas á propósito á Alprugne donde estaba el César para que le pidiesen perdon. Recibiólos este benignamente, y concedió el indulto á los de Francfort, pagando ochenta mil escudos de multa. Al mismo tiempo el duque de Alba habia hecho una vigorosa entrada en territorio del de Vitemberg, que todavía no daba señales algunas de temor, y todo lo asolaba y destruia con sus armas, á fin de vencer con el terror la obstinacion de aquel Príncipe.

Tal era el estado en que se hallaban las cosas de Alemania á 1547. principios del año de mil quinientos quarenta y siete, quando en Italia que descansaba de las guerras éxternas, se suscitaron nuevos tumultos interiores. Habia comenzado á perturbarse la tranquilidad de Nápoles á fines del año antecedente por el indiscreto zelo del virey Toledo. Este pues desde el principio habia procurado obligar á aquella gente tan amante de su libertad, á admitir el tribunal de la Inquisicion, que con saludable consejo fué establecido en España setenta años antes por los Reyes Don Fernando y Doña Isabel, para perseguir á Jos Judíos, hereges, y demas enemigos de la Religion Cathólica, siendo el designio del Virey impedir la propagacion del luteranismo que iba extendiéndose demasiado en Italia. Rehusaban los Napolitanos que se alterasen sus antiguos estatutos con detrimento de su libertad, y de tal suerte se inflamaron los ánimos, que para defenderla se conjuraron juntos la plebe y los nobles, á pesar de su recíproca oposicion. Llevó esto tan á mal el Virey, que era hombre de carácter muy severo, y por otra parte poco afecto á los nobles, que habiéndose dexado arrebatar de la ira, executó terribles castigos. Irritada con esto la plebe que siempre se mueve mas por la pasion que por la razon, tomó las armas para oponerse al Virey, el qual despues de haber fulminado con gran soberbia muchas amenazas contra los que no le obedeciesen, mandó salir de la fortaleza la guarnicion armada, y al mismo tiempo hizo disparar sobre Jas casas algunas balas, persuadiéndose en vano que con aquel terror se sujetarian á su voluntad los Napolitanos; pero sucedió lo contrario, pues inspiró en la multitud nuevo aliento, y deseo de pelear. Sin embargo, mas pudo llamarse tumulto que pelea, y por la mediacion de algunos nobles dexaron las ar

mas, no sin haber padecido algun daño. Despues enviaron al César el Príncipe de Salerno y Plácido Sangro, á fin de disculpar al pueblo, y acriminar la conducta del Virey. Pero este envió por su parte á Don Pedro Gonzalez de Mendoza, gobernador del Castillo Nuevo para vindicarse con el César, y para que le informase de la atrocidad del delito de los que habian causado el tumulto. Entretanto juntó el Virey tropas, fortificó las entradas y salidas de las calles, y hizo todos los demas preparativos como si hubiese una verdadera guerra, y mientras que llegaban las órdenes del César, se suscitó repentinamente otro tumulto sin saberse quién era el autor de él. Corrieron otra vez á las armas, y pelearon acérrimamente por espacio de algunos dias. Quando ya estaba aplacado el ardor de los ánimos, volvió Sangro (porque el César habia retenido al de Salerno por causas justas), y juntamente Mendoza, quien consiguió persuadir al Príncipe lo que deseaba. La órden que traian era que el pueblo entregase las armas, y que lo demas lo sabrian por el Virey. Obedecieron puntualmente los Napolitanos; y habiendo sido llamados á la fortaleza los magistrados de la ciudad, les declaró el Virey que el César concedia á todos benignamente el indulto. A la verdad venció el partido de la clemencia, porque era de temer que si se les privaba de la esperanza del perdon, se precipitarian en mayores excesos. No ignoraba el César que esta sedicion la habian excitado el Pontífice y los Franceses, y sabia muy bien la causa y el fin á que se dirigia; todo lo qual lo omitimos aqui para que lo disputen los historiadores Napolitanos. Aunque el Virey juzgaba que debia castigarse á muchos, solo tres (que se habian puesto en salvo por medio de la fuga) fueron proscriptos, y finalmente se apaciguó del todo la sedicion.

Al mismo tiempo que sucedia esto en Nápoles, se vió en igual peligro Génova agitada por diversos partidos. Algunos facciosos mal contentos formaron el designio de entregar la ciudad á los Franceses, siendo el principal de todos el conde Luis Fiesco, jóven de orgulloso ánimo, amigo de novedades y muy deseoso de dominar. El Pontífice y su hijo Pedro, que por el favor del padre habia obtenido el principado de Parma y Plasencia, estimulaban los ambiciosos designios de Fiesco, y el César tenia alguna noticia de sus ocultas maquinaciones. Do

ria fué advertido de todo, pero despreció los avisos; y habién. dolos creido tarde, faltó poco para que los conjurados no le oprimiesen en una sedicion nocturna, en la qual fué asesinado Sentino, y el escapó del peligro huyendo medio desnudo á uña de caballo. Inmediatamente se proclamó por toda la ciudad la libertad, habiéndose apoderado los partidarios de Fiesco de todas las entradas de las calles. Hallábase ya la cosa en el mayor peligro, porque los sediciosos habian acometido á las galeras, y si conseguian tomarlas, no quedaba ya recurso algu. no. Pero al tiempo que Fiesco armado como un simple soldado iba de una en otra galera arrojando á los que las defendian, cayó en el mar, y pereció sin ser visto de ninguno de los suyos porque se lo impedian las tinieblas de la noche. Aterrados con la desgracia de su caudillo los que antes espantaban y atemorizaban á los demas, y no sabiendo qué hacerse, pues el miedo les habia embargado el discurso, se escondió cada uno donde pudo. Al dia siguiente quando todos estaban consternados y llenos de pavor, los desterró el senado de la ciudad por voz de pregonero. Deseoso Doria de la venganza volvió de su fuga, y comenzó á perseguirlos: algunos pudieron escaparse, pero otros que fueron aprehendidos pagaron en el suplicio la pena que merecian. La opulentísima casa de los Fiescos fué arrasada, y todos sus bienes aplicados al fisco.

Entretanto habiendo llegado á saber el Príncipe de Parma Farnesio las voces que de él corrian, y para justificarse con Doria, y disipar las sospechas de que habia tenido parte en aquella maldad, le envió algunos varones nobles, entre los quales era el principal Agustin Lando, conde de Complani. Acometió Doria á este con muchas promesas, y no le dexó volver hasta que concertó con él la muerte de Farnesio de lo qual noticioso el César por Doria, mandó á Gonzaga, virey de Lombardía, que se hallase prevenido para acudir á Plasencia con tropas, y dar socorro á los conjurados. Entretanto el Conde disponia la trama, y trataba ocultamente con los nobles, que aborrecian á Farnesio, sobre el modo y tiempo en que habian de executar la accion. Dispuestas ya todas las cosas, tomaron las armas, y á la hora del medio dia, se encaminaron á la fortaleza, mataron las centinelas, y cortando el puente, asesinaron á Farnesio que se hallaba descuydado é indefenso. Al mo

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