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naria Maximiliano su primo hermano. En este tiempo hubo una amplia materia para discurrir y murmurar; porque entre las órdenes que el César habia dado al duque de Alba, fué una que el trage y ceremonial de la corte de Castilla se arreglase á la etiqueta de los duques de Borgoña. Esto se interpretó siniestramente, como siempre sucede, creyéndose que era desprecio de las costumbres de la nacion Española: si el César, decian, hace mas aprecio de su Borgoña que de España, ¿por qué no usa el título de duque de Borgoña, y prefiere el de Rey de España ? Detestaban ademas la idea de sacar de España al Príncipe Don Felipe, que tarde ó nunca volveria, si el César tenia proyectado elevarle al imperio, de lo qual habia claros indicios, para componer una formidable potencia, á cuyas leyes obedeciese todo el orbe. Que ademas de quedar huérfana la España, padeceria la ignominia de ser pospuesta á la Alemania con desdoro y mengua de la nacion, que se veria obligada á sustentar con sus riquezas la grandeza y esplendor del imperio Germánico. A estos incentivos de dolor se juntaba la ira de los grandes y prelados por verse excluidos de las córtes, pues Don Felipe receloso de su excesiva firmeza, mandó que no concurriesen á ellas con los procuradores de las ciudades. Toda la culpa de esto se atribuia al duque de Alba, el qual creian que habia aconsejado al César semejantes novedades, por el deseo de adularle, y de adquirir con él el mas alto grado de favor y autoridad.

No tardó mucho tiempo en llegar á Barcelona en la armada de Doria el Príncipe Maximiliano, que se hallaba en la flor de su edad, y era de agradable presencia, acompañado del cardenal de Trento y de una lucida comitiva. Estaba ya concertado su matrimonio con Doña María hija del César, habiendo dispensado el Pontífice el impedimento de consanguinidad, y conferidole á este fin su padre el título de Rey de Bohemia. Recibieronle con extraordinario regocijo los nobles, que Don Felipe, y la infanta Doña María enyiaron delante para congratularle de su venida, y honrado y festejado con todo género de obsequios, fué conducido á Valladolid, donde se celebró el matrimonio con grandes y ostentosas fiestas, haciendo el cardenal las sagradas ceremonias. Despues de concluida la alegría de las bodas se puso en marcha el Príncipe Don Felipe el

dia primero de octubre, con grande acompañamiento de nobleza, entre la qual se distinguian los cardenales, el duque de Alba, el de Sesa, Don Antonio de Toledo, y otros grandes de su corte, ilustres por su nacimiento y por sus hazañas, y llegó á Barcelona, donde fué recibido espléndidamente por Don Juan Manrique, conde de Aguilar, virey de Cataluña, y tratado con regia magnificencia todo el tiempo que se detuvo en aquella ciudad por causa de las tempestades. Desde allí pásó por tierra á Rosas, en cuyo puerto se hallaba anclada una armada numerosa, y se embarcó para las costas de Liguria en una galera de Doria muy adornada. Llegó á Génova con nave. gacion poco favorable, y allí le festejó extraordinariamente el mismo Doria, y los ciudadanos con banquetes, bayles, come dias, y otros espectáculos por espacio de quince dias, en los quales dió audiencia á los embaxadores y príncipes que habian venido á cumplimentarle. Pareció á los Italianos poco agradable el sobrecejo y severidad del Príncipe, atribuyéndolo maliciosamente á orgullo y arrogancia, vicio de que culpan á los Españoles. Desde Génova fué á Milan y Mantua, y despues á Trento, esforzándose todos á porfía en obsequiarle, hasta que llegó á Flandes á la entrada de la primavera del año siguiente: recibieronle las dos Reynas Doña María y Doña Leonor, que poco antes se habia retirado de Francia, y conducido á los brazos de su padre, no es posible explicar el gozo que tuvo el César con la presencia de un hijo único en quien tenia todas sus esperanzas. Pero dexando ahora las cosas de Europa pasemos á referir los sucesos de la América.

Capitulo vin.

Continuan las guerras civiles del Perú; batalla de Quito; sublevacion de los Indios de Yucatan y otros sucesos.

En el Perú se hallaban las cosas de los Españoles en tan mal estado, por sus diversiones, y opuestos partidos, que si Dios no mirara por ellos, hubieran perecido enteramente. Habiéndose puesto en salvo el virey Basco Nuñez Vela, como ya diximos, y socorriéndole Balalcazar y los de Quito con dinero,

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comenzó á juntar soldados, y á disponerse para la guerra. Pizarro seguido de muchas tropas salió de Lima, á fin de arrojarle de toda la provincia, y luego que estuvieron cerca unos de otros, el virey que tenia pocas fuerzas, no se atrevió á hacer frente al enemigo, y se huyó á Quito, y desde allí se internó en Popayan, habiendo recibido algun daño en su relaguardia. Por el contrario, Centeno perseguia acérrimamente á los Pizarrianos en Charcas, y hizo degollar á Francisco Almendra, gobernador de aquella ciudad, en el mismo lugar en que este habia muerto á su antecesor Gomez de Luna; pero al fin rechazó á Centeno Alfonso del Toro, gobernador del Cuzco, con un esquadron de doscientos soldados, los quales dexó para la custodia de la ciudad baxo el mando de Alfonso de Mendoza. Pedro de Hinojosa almirante de la armada, que se componia de catorce navíos, se apoderó de Nuño Vela, hermano del Virey, que aceleraba su fuga á España, y le puso en prision. Despues de esto habiendo intentado entrar en Panamá le resistieron principalmente los Illanes, y Vendrel temerosos de padecer los males que habian sufrido en el gobierno de Machicao. Desembarcó Hinojosa trescientos hombres armados, y no teniendo los Panameños fuerzas iguales, fué recibido por los sacerdotes con mucha sumision, y en hábito de rogativa, y trató á todos con grande humanidad, prohibiendo que á ninguno se hiciese mal.

Por este tiempo fué descubierta por un cazador Indio que seguia á un ciervo una inagotable mina de plata en lo alto del cerro de Potosí, region fria y estéril, situada á veinte y un grados y medio sobre el Equador; y la abundancia de esta mina es tan asombrosa, que ha llenado de su metal á todo el universo. Cuéntase que la quinta parte que se saca todos los años, y pertenece al tesoro Real, asciende á un millon y quinientos mil pesos de plata pura y líquida, á pesar de los innumerables fraudes y hurtos que se cometen.

Entretanto habiendo juntado el Virey trescientos soldados armados, volvió á Quito donde Pizarro se habia detenido para recibirle, y apenas avistó al enemigo ordenó su exército, y le presentó batalla estando resuelto á vencer ó morir. Salióle al encuentro Pizarro con mas que doblado número de tropas, y en el primer choque pelearon atrozmente; pero llegando á en

tibiarse el ardor de los soldados del Virey comenzaron á escaparse de la pelea con vergonzosa cobardía. Cayó el mismo Virey combatiendo valerosamente, y al tiempo de espirar le cortó la cabeza un negro por mandado de Benito Carvajal, y fué clavada en una escarpia en medio de la plaza, y su cuerpo enterrado en la iglesia. Sucedió esta batalla cerca de Quito á principios del año de mil quinientos y quarenta y seis ; Belalcazar recibió en ella muchas heridas, y Pizarro le hizo prisionero, pero le admitió á su gracia, y con ciertas condiciones le envió á Popayan. Eligióse entonces por primer obispo de esta provincia á Don Juan del Valle, y para la diócesis de la Nueva Galicia á Don Pedro Gomez Maraver. Ademas se erigieron en metropolitanas las iglesias de México, Lima y Santo Domingo, y se dispensó á los obispos la visita ad limina Apostolo

rum.

Luego que Baca de Castro se restituyó á España fué puesto en prision, oprimido por las acusaciones de sus enemigos, las que siempre son muy comunes en las discordias civiles; pero habiendo justificado su fidelidad al Rey, y la pureza de su conducta en el gobierno, fué repuesto en la plaza del consejo supremo de que se le habia separado, y á su hijo se le confirió el arzobispado de Sevilla.

El dia nueve de noviembre del mismo año se descubrió una nueva conjuracion de los pueblos orientales de la península de Yucatan para arrojar de allí á los Españoles. Acometieron repentinamente los Indios contra los Patronos á quienes estaban entregados en encomiendas, y los dos hermanos Juan y Diego Cansino fueron crucificados, y muertos á flechazos: perecieron con diversos suplicios otros diez y seis Españoles, que se habian tenido por muy seguros entre unos bárbaros tan feroces, y solos dos pudieron escaparse. Despues cobrando nueva audacia invadieron la ciudad de Valladolid; pero haciendo una salida veinte Españoles con las tropas Mexicanas, que habia llevado Montejo en su auxilio, mataron á muchos de los enemigos, sin que en esta pelea hubiese muerto Español alguno. Sin embargo de esta derrota, no pudieron arrojar de allí á los Indios, y fué preciso que viniesen quarenta soldados armados de Mérida, á quienes siguió otro esquadron ; y tuvieron muchos encuentros con los bárbaros que tenian tomados los

caminos. Pareció conveniente intentar antes el reducirlos á la paz; mas conociendo que era inexcusable recurrir á la fuerza, sé renovó el combate con grande ardor, y aunque murieron muchos, no se declaró la victoria por una ni otra parte. Finalmente cansados los Españoles de pelear se retiraron á la ciudad, y habiendo curado á los heridos, volvieron á la batalla derramando mucha sangre de los bárbaros. No daban estos señal alguna de temor, y continuaron del mismo modo las peleas por espacio de algunos dias, con admirable obstinacion de los Indios. Pero venció al fin la constancia de los pocos; pues viendo los bárbaros que no habian podido vencerlos en tan repetidos combates, y que su multitud se habia disminuido mucho, comenzaron á dispersarse por varias partes. Murieron veinte Españoles de los mas intrépidos, y mas de quinientos Mexicanos y esclavos armados, que pelearon con tanto ardor como los hombres mas fuertes. Despues de este suceso, los capitanes dividieron sus pequeñas tropas para perseguir y subyugar á los Indios, y padecieron varios infortunios. Juan de Aguilar que fué el mas desgraciado, se apoderó de un pueblo á fuerza de armas, y sujetó á sus habitantes. Montejo dió libertad á los que habian sido hechos prisioneros en la batalla, y los reduxo con su benignidad. Mientras tanto se levantó en Salamanca otro tumulto en el que fué muerto Martin Rodriguez encomendero de este pueblo, y se hallaba en gran peligro de perderse, si Aguilar no hubiera acudido con prontos so corros. No es posible referir lo mucho que padecieron en el camino con el hambre, la sed, y el cansancio. Pelearon muchas veces con los bárbaros, que les salian al encuentro. Finalmente habiendo sido presa la muger del cacique, se la restituyeron con algunos regalos, lo que ablandó al bárbaro que se habia encerrado con gente armada en un pueblo muy fuerte situado entre unas lagunas, y volvió á su deber. Duró esta guerra quatro meses y produxo una paz sólida. De aquí adelante trataron los Españoles á los Indios con mas blandura, lo qual fué la verdadera causa de que depusiesen su ferocidad. Mandóse despues á los caciques que enviasen sus hijos á Mérida, para que fuesen instruidos en la Religion Christiana, y sirviendo estos de rehenes, se proveyó suficientemente á la seguridad de sus señores.

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