Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Antes de la batalla de Quito, habia enviado Pizarro á Francisco Carvajal con parte de las tropas contra Centeno, que intentaba renovar la guerra. Pero viéndose este con fuerzas muy desiguales, y escapándosele sus soldados por el miedo, no pudo sostener la presencia de Carvajal, por lo que se retiró á los bosques con solos quarenta compañeros, que quisieron seguir su fortuna. Poseido de igual terror otro capitan llamado Rivadeneyra, se apoderó de un navío en el puerto de Arica, y sin tener en él aguja de marear ni velas, se huyó en él con catorce soldados hasta las costas de Guatemala. De esta suerte apenas se hallaba un hombre en todo el Perú, que se atreviese á levantar la cabeza contra los Pizarrianos: pues Lope de Mendoza, y Nicolás de Heredia que regresaban de una larga peregrinacion, en la que habian penetrado hasta el rio de la plata, cayeron por su desgracia en manos de Carvajal. Este los venció y derrotó de noche en un combate, y aunque se pusieron en fuga, fueron cogidos y pasados á cuchillo. Habiendo llegado á Charcas el vencedor Carvajal, sacó de allí una inmensa cantidad de plata. Jorge Robledo porque se habia substraido de la autoridad de Belalcazar, fué preso con tres compañeros, y pereció en una horca, siendo esta muerte ignominiosa el premio que recibió de sus grandes hazañas. Por este tiempo fundó Francisco Mercadillo por mandado de Pizarro la ciudad de Loja entre Quito, y el Cuzco.

La llama de esta funestísima guerra penetró hasta el puerto de Nombre de Dios, y apoyado Fernando Mexía en el favor de Hinojosa, arrojó del continente á Melchor Verdugo, y sin permitirle detenerse en parte alguna, le obligó á retirarse á los navíos. En todas partes fueron perseguidos cruelmente los que seguian el partido de los magistrados legítimos, con muertes, robos, y todo género de injurias, en lo qual se distinguió principalmente Francisco de Carvajal hombre envejecido en la milicia, de carácter perverso, y siempre dispuesto á cometer qualquiera maldad. Quando caian en su poder algunos de los enemigos, despues de llenarlos de oprobios, inmediatamente los mandaba quitar la vida, prohibiéndoles con suma impiedad que se confesasen, y dispusiesen como Christianos, y que hiciesen testamento, y los hacia ahorcar precipitadamente de las ramas de los árboles para deleytarse con la proli

xa agonía de los que tardaban mucho tiempo en espirar. En otras partes se suscitaron tambien discordias, especialmente en el rio de la Plata. Alvar Nuñez, defensor heróyco de la libertad de los Indios, no podia tolerar con paciencia las injurias que les hacian los soldados. Seguian estos el rumbo contrario, y despreciaban con insolencia y dicterios la ley, que en favor de los Indios habia mandado el César observar en todo aquel nuevo Mundo. No eran mas moderados los ministros Reales en el uso de su autoridad, y tenian por lícito todo quanto lisonjeaba sus apetitos. Irritados los bárbaros de sus vexaciones, se arrojaban á las armas, y habia freqüentes combates, no sin daño de los Españoles, que por su corto número era mucho mas sensible. Juntábanse á esto las muchas enfermedades que les causaba el clima, y el hambre que padecian, porque los Indios les rehusaban los víveres. Para colmo de todos los males conspiraron contra Alvar Nuñez, y habiéndole despojado de sus bienes, y cargado de calumnias, le enviaron preso á España, y fué nombrado en su lugar por voto de los soldados Domingo de Irala, autor de la sedicion. Examinada la causa de Nuñez en el consejo de Indias ; fué absuelto, y dado por libre, aunque no se le restituyó en el gobierno, para evitar la ocasion de que no se renovasen las anteriores discordias.

Tampoco se hallaron los Españoles quietos ni seguros de enemigos externos, porque corriendo los Franceses las costas de América, que freqüentaban mucho, saquearon por este tiempo á Santa Marta; pero se pusieron antes en lugar seguro cien mil pesos que habia en la caxa Real, y se consiguió de los piratas, á costa de algun dinero, que no incendiasen la ciudad. Otros muchos daños padecieron aquellas costas, por lo qual se internaron los colonos tierra adentro con sus bienes. Habiéndose introducido una cruelísima epidemia, pereció un infinito número de gentes, y era tanta la violencia del mal, que espiraban al dia tercero los que se hallaban acometidos de ella.

Capitulo IX.

Pasa al Perú Don Pedro de la Gasca á pacificar las discordias civiles. Sucesos entre las tropas Reales y las de Pizarro. Rındese, y es condenado á muerte.

¡TAL era el estado del Perú, quando el sacerdote Don Pedro de la Gasca fué nombrado presidente de la audiencia de Lima, con amplísimos poderes para apaciguar las turbulencias, y llegó al puerto de Nombre de Dios el dia diez y siete de julio: seguíanle Iñigo de Rentería, y Andrés Cianca jurisconsultos, y los capitanes Alonso de Alvarado, y Pasqual Andegoyo con algunos pocos nobles, y con tan pequeños auxilios emprendió este hombre magnánimo cosas, que parecian superiores á las fuerzas humanas. Valióse primero del arte, y adelantó tanto con sus oficios suaves, que atraxo á sí en breve tiempo aun á los hombres mas adictos á los otros partidos. Juntósele desde luego Mexía; y habiendo pasado á Panamá, se le sujetó Hinojosa con su armada, con gran complacencia de los capitanes de los navíos. Los obispos de Lima, y de Santa Fe de Bogotá, y otros eclesiásticos que pensaban con rectitud y deseaban lo justo, pasaron á él para ofrecerle sus facultades. Finalmente hicieron lo mismo todos los que permanecian fieles, y muchos de los rebeldes, entre los quales fué uno Lorenzo Aldana, teniente de Pizarro. Habia hecho Gasca divulgar por medio de hombres idóneos, que traia órdenes para mitigar las leyes, y conceder indulto á todos los que volviesen á la obediencia del Rey, y escribió á los magistrados de las ciudades amonestándoles de su deber. Dirigió á Pizarro una carta que le escribia el César, á la que añadió una exhortacion suya muy larga, y otra á Zepeda; pero representándole los obispos, y los principales capitanes que le acompañaban, que no esperase conseguir por suaves medios cosa alguna de Pizarro, pues estaba resuelto á sostenerse con la fuerza de las armas, determinó Gasca hacerle la guerra.

A principios del año de mil quinientos y quarenta y siete envió á Truxillo quatro navíos mandados por Aldana, Palomino, 25

TOMO VII.

Illan y Mexía, á los quales se juntaron de su propia voluntad otros buques de Pizarro. Comenzó Aldana á esparcir por todas partes copias de las cartas del Rey con gran fruto, pues se pasaban á él muchos, que agitados de diversas pasiones, tenian sus intereses en trastornar las cosas de arriba abaxo. Viendo Pizarro que le iban abandonando los suyos, convocó de todas partes á sus mas fieles amigos, y acudió el primero de todos Carvajal con una muy escogida compañía y gran cantidad de dinero, y con su consejo comenzó á disponer la guerra con increible profusion, para arrojar de allí al presidente. Pero este se habia dado tan buena maña, que antes de entrar en el Perú, tenia ya una buena parte de él levantada contra Pizarro : tanto es lo que importa en las guerras civiles la opi nion y fama de los hombres, Para detener Pizarro la total ruina que le amenazaba, descargó su ira contra aquellos de quien sospechaba estaban inclinados al presidente. Nuñez Vela fué degollado en Lima: otros á quienes trató con mas blandura fueron transportados por Antonio Ulloa á la extremidad de las costas de Chile; pero habiendo roto las cadenas, volvieron la proa y se huyeron á Nueva España. Temeroso Centeno de la crueldad de sus adversarios, se escondió con Luis de Rivera en una cueva cerca de Arequipa, donde permaneció un año, sin saberlo mas que un amigo, que le llevaba lo necesario para sustentar la vida. Salió de allí al fin, y juntando quarenta soldados, acometió una noche de improviso á la ciudad del Cuzco, y puso en fuga al partido contrario, que se halló atónito y consternado. Hizo prisionero al gobernador, y le mandó degollar en medio de la plaza, y habiéndose apoderado de cien mil pesos pertenecientes á los Pizarrianos, los repartió entre los soldados, con cuya liberalidad se aumentó en breve tiempo el número de sus tropas, que acudian adonde se les presentaba mayor lucro y ganancia, y desde allí partió á Charcas, á fin de reducir á su partido esta ciudad con su gobernador Mendoza.

A este tiempo llamó Pizarro á Lúcas Martinez que estaba en Arequipa, y habiéndose puesto en marcha con los soldados, que tenia á su mando, le prendieron estos, y le entregaron á Centeno. Finalmente uniósé á este Mendoza, y juntó un cuerpo de mil hombres armados, que causó tanto terror á Pizar

ro, que para derrotarle antes que se juntase con Gasea, salió 'de Lima con novecientos soldados. Envió delante á Juan de Acosta con el primer esquadron, y se detuvo algunos dias en el campo, entretanto que hacia los demas preparativos necesarios. Eran muchos los que le abandonaban, y entre ellos fué Benito Carvajal, y Gabriel Roxo, con otros de los principales, y para impedir estas deserciones, se apresuró á seguir á Acosta, persuadido de que quanto mas se alejase de los del partido del Rey, tendria mas seguros á los suyos. Pero mientras procuraba retener al soldado, perdió la ciudad, porque habiendo Hlegado Aldana por este tiempo al puerto del Callao, los Limeños hostigados de la dominacion de Pizarro tremolaron las banderas por el Rey en señal de su fidelidad. Saltó Aldana en tierra, y entró en la ciudad con una guarnicion de soldados, con gran gozo y complacencia de todos los ciudadanos.

El presidente, á quien sucedian las cosas mucho mejor de lo que podia desear, supo aprovecharse de su fortuna. Vino á Tumbez con una armada, y fué grande el concurso de gentes que acudió á él; y otros que no podian salir con seguridad de sus casas, le manifestaron por cartas su obediencia y sumision al Rey. Por este tiempo habia juntado quinientos soldados armados, cuyo mando dió á Hinojosa : nombró por su teniente á Alfonso de Alvarado, y por alférez á Benito Carvajal, y se puso en camino para Truxillo. Entretanto los de Quito, habiendo tomado las armas, degollaron á Pedro Puelles su gobernador, y proclamaron el nombre del Rey, siendo el autor de este hecho Fernando de Salazar, hombre valeroso, á quien en premio se le concedió el gobierno de la ciudad.

Pizarro aunque tenia fuerzas desiguales, por haberse disminuido sus tropas con la desercion, marchó contra Centeno, estando resuelto á perderle, ó perecer. Presentóle batalla en el campo de Guarina el dia veinte de octubre, y quedó Pizarro victorioso. De los del partido del Rey fueron muertos mas de trescientos y cinqüenta, y Carvajal ahorcó á treinta. Pizarro perdió cerca de cien hombres, y recogió un gran botin de oro, plala y armas, que de lo demas no hacia aprecio alguno. Despojado Centeno de su exército, y hallándose enfermo, se retiró fugitivo á Lima. Los enemigos quedaron muy orgullosos con esta victoria, y convertido el temor en audacia, son casi

« AnteriorContinuar »