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tiempo el terror que les infundia el soldado Español. Final. mente se tomó la ciudad, y se recogió un botin muy conside rable, que fué repartido entre las tropas. Perecieron mil y doscientos de los enemigos, y nueve mil quedaron cautivos. De los Christianos murieron quatrocientos, y fué algo mayor el número de los heridos. Despues de lo qual rompieron las puertas de las mazmorras, y fueron puestos en libertad los cautivos, disponiendo el Virey que todos se restituyesen á su patria. La mezquita de Mahoma fué purificada y dedicada á San Juan. En la ciudad quedó una guarnicion de mil y quinientos soldados, baxo el mando de Don Alvaro, hijo del Virey, y despues de haber recogido la presa, se retiraron de allí los vencedores á diversas partes. Consternado Dragut con tan grave pérdida, dió noticia de todo á Soliman, y imploró su auxilio. inmediatamente dirigió este Príncipe cartas al César, y á Don Fernando, en que se quejaba de que habian quebrantado las treguas, amenazándoles que les haria la guerra, si no restituian fielmente todo lo que habian tomado á Dragut. A lo qual respondió el César: « Que los piratas no estaban comprendidos en las treguas de los Reyes. Que ademas la guerra se hacia en Africa, donde Soliman no tenia derecho alguno, y que por esto no debia restituir la ciudad, que habia conquistado en la guerra.» Irritado el Otomano con esta respuesta, rompió las treguas, y puso en movimiento sus armas por mar y tierra en el año siguiente.

En este año acaeció en Granada la feliz muerte de San Juan de Dios el dia ocho de marzo, á los cinqüenta y cinco años de su edad, habiéndose extendido por muchas partes del orbe Christiano el caritativo instituto de hospitalidad que habia fundado con gran beneficio de las almas y de los cuerpos. Nació en Portugal, y habiendo oido en Andalucía los sermones del venerable padre Juan de Avila, insigne predicador de aquellos tiempos se convirtió á mejor vida, y aprovechó tanto en todo género de virtudes, que el Papa Alexandro VIII le colocó en el número de los Santos. El dia veinte y cinco de octubre falleció en Valencia el virey Don Fernando de Aragón, hijo del Rey Fadrique de Nápoles, sin haber tenido sucesion alguna en Ursula Germana, la qual habia fallecido catorce años antes el dia diez y siete de octubre en Liria, pueblo célebre del territorio

de Valencia, en un colegio, ó recogimiento de mugeres nobles; que se dedican á obras de piedad. Ambos cuerpos fueron sepultados baxo del altar mayor del magnífico templo del mo nasterio de religiosos Gerónimos, que quatro años antes habia empezado á edificar Don Fernando, extramuros de Valencia, con el título de San Miguel de los Reyes, el que procuró enriquecer, instituyéndole su heredero aun de las cosas que habian quedado en Nápoles. En este año concedió perpetuamente el Papa Julio III al Rey Don Juan de Portugal y sus sucesores el maestrazgo de las Ordenes Militares, que el Papa Adriano le habia concedido por tiempo limitado.

Capitulo xu.

Guerra de Italia entre el César y el Rey de Francia. Hácenla al
César los Principes confederados de Flandes.

CONCLUIDA la guerra de Ausburg el dia trece de febrero de 1551. este año de mil quinientos y cinqüenta y uno, comenzô á tranquilizarse en apariencia la Alemania, disimulando el César todo lo posible, para que no volviesen á las armas en un tiempo tan importuno en que se hallaba amenazado por el Francés y por el Turco. Unos y otros se temian recíprocamente. A los protestantes que acababan de salir de una guerra tan infausta, les aterraban las vencedoras armas del César, y este no queria embarazarse en muchas guerras á un mismo tiempo, hallándose ya en edad avanzada, falto de salud, y con poca esperanza de reducir los ánimos á su deber por la fuerza. Y aunque á la verdad tenia justas causas de enojo, le pareció conveniente al bien comun abstenerse por ahora de la guerra, para que tomándose tiempo hubiese lugar á nuevas reflexiones.

En este año acaecieron algunas pérdidas. Al principio de la primavera partió Doria con una armada para llevar víveres á la ciudad de Africa, y noticioso de que Dragut tenia fondeada su armada entre la isla de Gelves y el continente de Africa, se puso inmediatamente á la vela para acometerle, y ocupó la embocadura del Golfo. Pero entretanto que el Genovés hacia varias maniobras, para que no se le escapase el pirata, abrió

este en el espacio de diez dias un canal entre el continente y la isla (tanto pudo el continuo trabaxo de dos mil esclavos) y trasladó á otra parte sus naves. Habiéndose escapado de esta suerte, le salió al encuentro la nave Vice-Almiranta de Sicilia, de la qual se apoderó, y á Bucar que iba en ella le puso al remo. Y para que en lo sucesivo no pudiese suscitar ninguna inquietud en Africa, por el deseo de recuperar el reyno de su padre, le envió á Constantinopla, donde acabó su vida miserable en una prision. Viéndose Doria burlado por el bárbaro, se volvió á Génova muy triste, y habiendo recibido en sus galeras á los Príncipes Don Felipe y Maximiliano para conducirlos á España, acompañados del duque de Alba, arribó á Barcelona con felicísima navegacion. Antonio Doria salió temerariamente al mar con su armada, en tiempo muy revuelto, y naufragó en Lampadusa. Perecieron ocho galeras con mil y quinientos hombres, y consiguió salvar su vida con mucho trabaxo. Procuró Vega, á costa de grandes esfuerzos, sacar del mar quarenta cañones de artillería de bronce.

Entretanto Octavio Farnesio, temeroso de los Españoles que estaban de guarnicion en Plasencia, y desconfiando de la buena voluntad del César, suplicó al Pontífice que le socorriera, si queria que permaneciese su feudatario. Pero le respondió que su pobreza no se lo permitia, concediéndole solo que cuydase de sus cosas como mejor le pareciese. Frustrado Farnesio de esta esperanza, dirigió sus miras al Francés, valiéndose para esto de Horacio su hermano, que era muy favorecido suyo. El Rey Enrique que deseaba fixar el pie en Italia, escuchó con mucho agrado las súplicas de Farnesio, á quien él hubiera rogado, si antes no le hubiese ganado por la mano. Inmediatamente fué introducida en Parma una guarnicion Francesa, y llevándolo á mal el Pontífice, persuadido de que no debia hacerse sin su noticia, llamó á Octavio á Roma como su feudatario, para que respondiese de este cargo. Negóse á obedecerle, por lo qual le proscribió el Papa, y trató con el César de recuperar á Parma, á fin de darle satisfaccion, pues le tenia por cómplice de esta culpa. Para disculparse Farnesio con el Pontífice, que se hallaba tan irritado, le fatigó en vano con emba xadas. Tambien Enrique procuró con suaves consejos disuadirle de la guerra, pero todo fué inútil, y de este modo se

encendió en Italia una nueva guerra, al mismo tiempo que el Francés disponia otra mucho mas formidable contra Flándes y Alemania. Apresuróse Enrique á hacer alianza con Mauricio y otros Príncipes, la que ellos por su parte le habian ofrecido antes, á fin de obtener por fuerza la libertad del Landgrave de Hesse, ya que con súplicas y ruegos no habian podido alcanzarla del César. Para molestar mas gravemente á este, renovó con Soliman la amistad que con él habia tenido su padre, y con su armada infestó el mar, y llenó de terror las costas de Italia, no dexando sin mover cosa alguna, que conduxese á la ruina de su enemigo; y para dilatar sus propios dominios, tomó el especioso título de vengador de la libertad Germánica. Como se habia criado desde la cuna en las guerras, y en el odio contra el César, de ningun modo podia sufrir el ocio. Añadíase á esto el ardor juvenil, y el deseo de adquirir gloria, cuyos incentivos, aun quando no hubiese causa alguna para la guerra, eran suficientes para moverle á tomar las armas con qualquier leve pretexto, como se vió en la guerra de Parma, la que se dice suscitó en obsequio de Diana su hija bastarda, que mucho tiempo antes habia casado con Horacio. Y como ordinariamente las guerras están unidas y enlazadas unas con otras, y movidas una vez las cosas, no pueden permanecer en un mismo punto, se siguieron tiempos mucho mas belicosos y revueltos que los anteriores. Dióse desde luego órden á Therme general de los Franceses, para juntar un exército en la Mirándula; Gonzaga con las tropas que pudo recoger en la Lombardía, acudió al tumulto, y tomando á Verceli, sitió á Parma, y Vitelio con las del Pontífice á la Mirándula. Entretanto envió el Francés á Cárlos Brisac, hombre no menos prudente que valeroso, para que cuydase del Piamonte, y habiendo jun. tado secretamente un poderoso exército, acometió á las ciudades que se hallaban desguarnecidas, y tomó en un momento á Quierasco, despues á San Diaman, y finalmente á Chieri; dexando en libertad á un corto número de Italianos, que se entregaron con vergonzosas condiciones. Acudió allí prontamente Gonzaga para oponerse al ímpetu de los Franceses, dexando en el campo á Mariñan. Mientras tanto se abstuvo este de acometer á una ciudad tan fortificada, porque sus fuerzas eran muy desiguales, á causa de haberse llevado consigo

Gonzaga las mejores tropas, pero impedia la entrada de víveres, á fin de obligar á Octavio á entregarse por la necesidad, y por la molestia de tan prolixo encierro. En la Mirándula no hubo cosa memorable, á excepcion de algunos ligeros combates, en que vencieron las tropas del Pontífice. En el Piamonte se tomaron algunos pueblos fortificados, por el valor y diligencia de Magi y Sande, los quales resarcieron los daños que habian hecho los Franceses. De este modo una centella de guerra arrojada en Italia, vino á suscitar un formidable incendio.

No tardó mucho tiempo en comunicarse á Flándes, habiendo tenido principio por la presa de nueve buques mercantes, que con vergonzoso fraude tomaron los Franceses á los Flamencos, que se hallaban seguros de la paz. Irritada de este agravio la Gobernadora Doña María, mandó al punto confiscar todas las mercaderías de aquella nacion, en recompensa del daño, y la declaró la guerra. Pidió inmediatamente dinero á las ciudades, y envió con tropas á Reux y Rosen al territorio enemigo. Estos pues, executaron puntualmente sus órdenes, y asolaron con los estragos de la guerra todos aquellos contornos. Trabaron combate con el duque de Nevers, que quedó derrotado, y no atreviéndose el de Vandoma, que recorria la provincia de Hainault, á hacer frente á un enemigo tan fuerte, con la noticia que tuvo de su venida, se retiró á los puestos fortificados. Finalmente despues de haberse hecho unos y otros muchos daños, cesó la guerra, y se retiraron las tropas á quar. teles de invierno,

Luego que entró el estío llegó al Faro de Mecina Sinan, uno de los grandes de Constantinopla, con una poderosa armada; y habiendo enviado á Vega un rey de armas, se quejó del rompimiento de las treguas, y pidió le restituyera la ciudad de Africa, y todo lo demas que habia tomado en aquella expedicion; y como aquel se resistiese á ello, le declaró la guerra, y al momento comenzó á hacérsela, Pasó el Turco á Siracusa, donde causó mas terror que daño ; expugnó y saqueó la fortaleza de Gozo, y se llevó cautivos á todos sus habitantes. Tomá despues á Trípoli, menos por su esfuerzo que por la cobardía de Gaspar Valiere, gobernador Francés, y fueron muertos, y hechos prisioneros muchos de los que se entregaron, faltándo

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