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fendian la villa, cuya guarnicion se componia en gran parte I de sacerdotes Zamoranos. Luego que llegaron las tropas Reales, acometieron con escalas al tiempo de ponerse el sol ; pero los mas esforzados que se adelantaron y llegaron ya á tocar lo mas alto de los muros, cayeron á tierra, y intimidaron á sus camaradas para que no intentasen la subida. No ignorando Haro que en aprovecharse de un momento consiste la fortuna de tales sucesos, embistió por otro lado aunque tuvo igual suerte. Mientras que se hallaban todos con los ojos fijos en el enemigo, Dionisio Deza, noble Vizcayno, daba vuelta á los muros para observar si habia alguna entrada fácil. Dió aviso al conde de Haro que habia descubierto una parte flaca del muro, que con facilidad podia ser derribada, y habiendo dirigido á aquel puesto la artillería que tenia Deza á su mando, abrió con ella una brecha en lugar retirado y apartado del tumulto. Inmediatamente se vieron enarboladas las banderas Reales en lo mas alto del muro, con cuya vista amedrentados los contrarios, cada qual se puso en precipitada fuga. Habiéndose con esto dispersado la junta, fueron presos nueve de ellos, y los demas se escaparon unos á Medina, y otros á Valladolid. La villa fué saqueada sin distincion alguna entre lo sagrado y lo profano. Enriquez y la grandeza besaron la mano á la Reyna, procurando divertirla con varias conversaciones. De las tropas Reales perecieron doscientos y cinqüenta soldados, muchos mas fueron los heridos, entre los quales se contaban los hijos del marqués de Astorga y del duque de Alburquerque. El conde de Benavente fué herido en un brazo, y al de Alba de Liste le mataron el caballo en que iba montado. La bandera Real que llevaba el conde de Cifuentes fué atravesada con dos balas. El conde de Castro llegó á Rioseco mas tarde de lo que se deseaba, y de allí pasó á Tordesillas con el cardenal Adriano á dar el parabien á los victoriosos. Al momento pusieron por obra el reparar los muros y limpiar los fosos; y se colocó guarnicion para la custodia de la Reyna, porque sabia muy bien el conde de Haro que los Comuneros harian los mayores esfuerzos para apoderarse de ella, á fin de dar crédito á su partido. Las demas tropas fueron enviadas á invernar en el territorio de Valladolid. Entre tanto no perdonaban trabaxo ni fatiga para hacer las prevenciones que exige la guerra.

1521.

En el año anterior se esparcieron entre los Valencianos los semillas de una maligna sedicion, que en este produxeron una espantosa multitud de males. Habia manifestado la plebe su antiguo odio contra los nobles, mas bien que su contumacia contra las órdenes del Rey, y llegó á tal extremo que no se hallaba medio alguno de mitigar esta discordia. Don Luis de Cavanillas gobernador de aquella ciudad, habia largo tiempo que estaba ausente por temor de la peste, que entonces hacia sus estragos, y todas las cosas se hallaban en el mayor desorden por el desenfreno de los plebeyos, quando llegó á Valencia Don Diego de Mendoza, á quien Don Carlos habia nombrado Virey. Ocho mil artesanos se hallaban entonces armados en virtud del permiso que les dió el Rey para estar prevenidos contra los Moros, como ya diximos: permiso á la verdad muy perjudicial y sumamente pernicioso á la quietud pública. Habian creado trece síndicos, uno de cada gremio; entre los quales, despues de la repentina muerte de Juan Lorenzo autor de la sedicion, se distinguia Guillelmo Sorolla, que aunque nacido de lo mas ínfimo del vulgo, ninguno era mas audaz y pronto en la lengua y en las manos. Establecieron una asociacion, que llamaban Germania ó Hermandad, formando pară ella sus ordenanzas, y se obligaron á guardarlas con juramento. Todo era permitido á la temeridad de los agermanados. Asaltaban las casas y haciendas de los nobles sin respeto ni miramiento alguno á los magistrados; cometian muertes, violencias y rapiñas; y era tal el furor de estos malvados, que las cosas sagradas y las profanas eran violadas por ellos sin distincion alguna. Los buenos ciudadanos se veian arrojados de sus casas con sus mugeres, hijos y familias sin hallar donde recogerse; porque habian ordenado que no se diese el menor socorro humano á los que rehusasen jurar la hermandad, y tomar juntamente con ellos las armas. El duque de Gandía Don Juan obligado de la necesidad envió su familia á Zaragoza, donde era arzobispo Don Juan su hermano, á fin de libertarla del peligro que corria en Valencia, y otros nobles enviaron las suyas á otras partes donde pudiesen estar seguras. No tardó mucho tiempo en hacerse el Virey odioso á aquellos hombres plebeyos, por haberse resistido á nombrar dos jurados de su clase, lo que al fin les concedió contra su voluntad; pero ex

tendiéndose mas y mas la sedicion, faltó poco para que la multitnd se apoderase con armas de la casa en que él habitaba. Habiéndose apaciguado algun tanto el ardor de los ánimos, y viendo ultrajada y violada por el furor de la plebe la autoridad del gobierno, aprovechándose de las tinieblas de la noche, se salió de la ciudad sin ser conocido. Detúvose en Xátiva, donde fué recibido por los vecinos con mucho obsequio; mas en breve se dexaron estos arrebatar de la misma locura, por lo qual se escapó de oculto á la fortaleza, de donde el hambre le obligó á salir, y partió á Denia, pueblo marítimo, con designio de embarcarse para Andalucía. Acudieron con presteza los nobles á ofrecerle sus servicios y auxilios: tuvo consejo con ellos, y fueron de dictámen que solo podria alcanzar por medio de las armas y la fuerza, lo que con medios suaves y pací ficos habia intentado en vano, porque muchas veces aquellos hombres turbulentos y obstinados contra los males que les amenazaban, se habian hecho sordos á los que les daban saludables consejos, y les exhortaban á volver en sí. Y á la verdad la experiencia nos enseña que si la multitud llega á enfurecerde ningun modo vuelve á su antigua quietud, si antes no se apaga el ardor y fuego de los ánimos ; lo qual solo se consigue quando castigada con los males, aprende á costa suya lo que la conviene. Asi pues determinado que fué y adoptado el medio de la guerra, se hicieron inmediatamente los preparativos, y porque les faltaba dinero aprontó cada uno lo que tenia: recogieron soldados y armas, y las repartieron aun á los Moros de paz, aunque no á todos, sin distincion. Una parte de los nobles se habian huido á Segorve y Morella, pueblos de conocida fidelidad, que se mantuvieron limpios de los horribles delitos de la plebe valenciana. Toda la nobleza habia desaparecido enteramente de la ciudad de tal suerte, que una mugercilla, para que ùn muchacho se acordase de haber visto un noble, le mostró uno con el dedo, diciéndole, que de allí adelante no veria otro alguno. Tanto era el furor y rabioso deseo que tenian de acabar con esta clase de ciudadanos. Solamente habia quedado entre aquella confusion el marqués de Cañete Don Rodrigo, hermano del Virey, que con admirable arte y prudencia supo hacerse amar del vulgo. Gran parte del reyno siguió el perverso exemplo de la ciudad, animada

se,

con los frecuentes mensageros y cartas que enviaba Sorolla. En todas partes dominaban los hombres mas perversos con tal que no les faltase audacia: el furor civil resonaba en todos los lugares los odios particulares, la esperanza de mejor fortuna, fundada en la calamidad pública, y otros muchos afectos y pasiones, tenian arrebatados todos los ánimos. Todas las cosas estaban en el mayor trastorno, y olvidadas enteramente las reglas de lo justo y de lo honesto: la crueldad, la discordia y la liviandad cundian y reynaban impunemente, y presentaban un aspecto el mas horroroso y lamentable. Todo se dirigia ya á una guerra abierta, pues por una y otra parte se juntaban tropas, y con efecto tuvo principio en la villa de San Matheo. Sublevados sus vecinos, dieron muerte á su gobernador. Despues determinaron matar á una parte del pueblo, que rehusaba admitir la Germania. Acudió al socorro Don Francisco Despuch, caballero del órden de Montesa, á cuya jurisdiccion pertenecia aquel territorio; y aunque su gente era poca, en breve le siguió Don Berenguer Ciurana, que conducia algunas tropas de Morella. Apoderáronse de la villa á fuerza de armas ; y hecha pesquisa, mandaron ahorcar á los mas culpados concediendo perdon á todos los demas. En este mismo tiempo Miguel Estelles, uno de los trece capitanes ó síndicos de la Germania, acudió apresuradamente con tropas á socorrer á los sitiados. Pero fué derrotado y preso por Don Alfonso de Aragon duque de Segorve, que de camino se habia hecho dueño de Villareal y Castellon, irritado de la obstinacion de sus habitantes; y Estelles con su alférez y otros de su bando fueron condenados á muerte de horca.

Capitulo vin.

Descubrimiento de algunas provincias de las Indias, y viage de Hernan Cortés.

APENAS tocó de paso Mariana los sucesos de la América: y dexando sepultados en el silencio á muchos hombres valerosos, consagró únicamente á la posteridad la memoria de Colon, Americo, Balboa, Magallanes, y la nave Vitoria competidora

del sol. De Cortés y los Pizarros habló tan de corrida, que no hizo mas que delinearlos ligeramente en su historia. Yo pues, para ilustrar con alguna luz á estos grandes hombres, recorreré brevemente sus primeros tiempos. Habiendo arribado los hermanos Pinzones compañeros de Colon á Paria, region del continente de la América meridional, cuyos bárbaros habitantes eran muy veloces y guerreros, no sacaron otra cosa de su primer viage que heridas y trabaxos; pero en el segundo traxeron de allí oro y otras muchas mercaderías. Alfonso de Ojeda, y Diego de Nicuessa abordaron desgraciadamente á las provincias de Urabá y Veragua; y despues de haber padecido naufragios, guerras infaustas con los bárbaros, y una cruel hambre, se introduxo tambien entre ellos la discordia civil, por la qual perecieron mas de mil Españoles con sus capitanes, pérdida considerable en tan remotas partes. A pesar de esto fundaron en el Darien el pueblo de Santa María, y en la entrada del Istmo de Panamá el de Nombre de Dios, que ya merecen mas bien el nombre de cabañas, pero que en otro tiempo florecieron en riquezas y multitud de habitantes.

Pedro Dávila emprendió la navegacion del Océano Austral con quatro navíos fabricados por el infeliz Balboa ; y despues de luchar largo tiempo con las tormentas, fué arrojado á la entrada opuesta del Istmo, donde edificó á Panamá, célebre plaza de comercio, y en el año diez y seis de este siglo llevó colonos que la habitasen: fundando mas adelante otros pueblos en la misma provincia. En el año anterior de mil quinientos quince Juan de Solís corrió con tres navíos desde el cabo de San Agustin ácia las costas Australes, pobladas de gente cruel y feroz. Habiendo llegado á los treinta grados mas allá de la equinoccial, desembarcó á sus compañeros convidados con engaño por los bárbaros que allí habitaban, los quales Juego que los nuestros saltaron en tierra los mataron con sus saetas, y los asaron, y se los comieron con inhumanidad detestable. Volvió á España este testigo de aquella ferocidad bárbara sin haber tomado venganza; pero otros dicen que tambien pereció, lo que juzgo por mas verdadero. Juan Ponce de Leon sujetó la isla de San Juan de Puerto Rico, distante cien millas de la Española ó Santo Domingo. Su primer obispo, entre los que dió á las islas el Papa Julio II, fué Don Alonso Man

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