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Francia envió á toda prisa con un socorro de tropas, para que hiciese frente á un general tan esclarecido como el duque de Alba. Acometió á Volpiano con todas sus fuerzas, á fin de borrar la anterior mancha. Fueron continuas las peleas en la brecha del muro, en las quales quedaron muertos Garcilaso de la Vega, hermano del conde de Palma, y Pedro de Silva, jóvenes intrépidos con una buena parte de la guarnicion. La restante fué enviada libre con todos sus bagages, habiendo entregado la ciudad Don Manuel de Luna, que por medio del campo enemigo habia introducido en ella socorros. Despues de esto escalaron los Franceses una noche á Moncalvi, y la tomaron. Retiróse la guarnicion á la fortaleza, en ademan de dar alguna prueba de valor; pero apenas fué batido ligeramente el muro, se escaparon de allí con vergonzosa cobardía, antes que viesen al enemigo. El gobernador Christóbal Diaz se presentó con doscientos Españoles á Don Alvaro de Sande, que defendia á Ponte-Stura de órden del duque de Alba, y procuró disculparse del hecho; pero habiéndole reprehendido con palabras muy ásperas, le hizo ahorcar al instante, y despojó de sus armas á los soldados, arrojándolos del campo como á gente deshonrada, y oprobio de la milicia Española. Partió despues el duque de Alba á Nápoles por mandado de Don Felipe, sin que hubiese adquirido mucha fama en esta guerra, y le substituyó en el gobierno de la Lombardía el cardenal de Trento. El mando de las tropas fué encargado á Castaldo y á Pescara general de la caballería. Orgullosos los Franceses con tan prósperos sucesos, intentaron tomar por un ardid á Ancisa, pero los vendió una espía doble, y un gran número de ellos fueron muertos en una emboscada. Por este tiempo fué acusado Gonzaga de grandes crímines, los quales disimuló el César en consideracion á sus extraordinarios méritos; pero le separó de los negocios públicos y le mandó retirarse á Nápoles, dándole á San Severino y otros pueblos para sustentar su vejez con dignidad y descanso. Exâminada la causa no quedó sin castigo la malicia de sus acusadores, y Juan de Luna, que era uno de ellos, se pasó á los Franceses antes de pronunciarse la sentencia. Don Alonso Peixoto noble Valenciano, fué nombrado gobernador de la fortaleza de Milan en lugar de Gonzaga.

Al mismo tiempo se hallaban los Seneses gravemente estrechados por la falta de víveres; pero sin embargo resistian á los sitiadores y aun les hicieron algunos daños. Mas como el hambre se aumentase cada dia, salieron de la ciudad una noche los Alemanes con parte de los habitantes caminando con gran silencio. Los Imperiales excitados por los clamores de sus centinelas, los acometieron á obscuras, y pelearon unos y otros á la manera de los andabatas. Para escapar los Seneses de las manos de sus enemigos con la menor pérdida posible, abandonaron sus bagages, segun lo afirma Natal Cómite, á quien se debe mayor crédito, porque en aquel tiempo se hallaba en el campo. Fué arrojada tambien de la ciudad la turba inútil para la guerra, y rechazada por el enemigo dentro del foso, causó un lastimoso espectáculo. Por último, fué vencida Sena por el hambre, que es la mas poderosa arma, habiéndola faltado el socorro y la esperanza de tenerle, y despues de haber apurado hasta las yerbas que nacian dentro de los muros, capituló la entrega el dia veinte y uno de abril. Busieres, autor muy franco en las alabanzas de su nacion, afirma, que el capitan Monluc y los Franceses se abrieron camino con la espada por medio de los reales enemigos, cuyo hecho no hay ninguno que le apoye. Lo cierto es que Monluc salió con muy honrosas condiciones, y Mariñan le dió cinqüenta mulas para transportar los bagages de su gente. Seguíanle ochocientos Seneses dexando casi desiertas las casas, y una turba de mugeres, muchachos y niños con algunos cortos muebles. En las condiciones se concedió indulto á los habitantes, sin exceptuar los proscriptos, y se estipuló que no se tocaria á sus bienes y haciendas, quedando todo lo demas al arbitrio del César. Entró en la ciudad una guarnicion Imperial, y se conduxo á ella gran cantidad de víveres, y de este modo fueron conservados, por la clemencia de los vencedores, aquellos á quienes su obstinacion habia reducido á tal extremo, que se caian muertos por las calles y caminos.

Inmediatamente recayó todo el peso de la guerra sobre Puerto Hércules, de donde se escapó Estrozi en una galera, con el auxilio de las tinieblas de la noche. Despues de tres asaltos penetraron en la ciudad los Imperiales con espada en mano, haciendo grande estrago en la guarnicion que la defen

TOMO VII.

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dia, y quedaron prisioneros algunos desterrados, entre los quales Alexandro Salviati fué degollado por orden de Cosme. Contribuyó mucho Doria al feliz éxito de esta empresa, y hizo degollar en la proa de una galera á Gerónimo Fiesco por el antiguo odio que tenia á su familia. El Tuano dice, que habiéndole cosido en un saco, fué sumergido en el mar. Entre, tanto llegó á aquellas costas la armada Otomana, y desembarcó en ellas un poderoso esquadron, que la mayor parte se componia de Genizaros, hombres robustos y endurecidos en los trabaxos de la guerra; pero habiendo sido rechazados á las galeras por el valor de Leon Santi, navegaron á Córcega. En esta isla se hallaba Calvi sitiada por las armas Francesas, y habiendo llegado Doria con su armada, la libertó del peligro, y puso en fuga á la armada Francesa, mandada por Polini. Mandó arrasar las murallas de San Florencio que servian mas de gasto que de utilidad; pero con la llegada de la armada Otomana recobraron el ánimo los Franceses, y sitiaron á Calvi por dos partes, y la combatieron con mejor esperanza. Acometieron la ciudad con gran gritería por la brecha que habian abierto en el muro, y fueron recibidos por los Imperiales con invencible constancia y denuedo. Los mas audaces fueron derribados con la lluvia de balas que caian sobre ellos, y con los golpes de las picas, y los demas fueron rechazados: volvieron á renovar la pelea por dos y tres veces, con grande obstinacion, pero siempre en vano. Finalmente vencidos, y puesTM tos en fuga los Franceses y los Turcos con mucha ignominia y pérdida, levantaron el sitio, y se volvieron poco alegres los Otomanos á Constantinopla, y los Franceses á Marsella. Despues que Mariñan fué recompensado por el Duque Cosme con grandes regalos en premio de las heróycas hazañas que habia hecho en Toscana, se volvió á Milan, y murió en breve repen. tinamente. Su cuerpo fué sepultado, con gran pompa en la catedral en un túmulo de mármol.

Luego que se concluyó la guerra de Toscana, se empezó á sembrar la semilla de una nueva guerra que meditaba el Pontífice para satisfacer su antiguo odio contra los Españoles y contra los Colonas; y al mismo tiempo para ensalzar la familia de los Carrafas con opulentos principados, sacando utilidad del daño ageno. Por esto dice ingeniosamente un escritor Fran

cés, que dió muestras no de padre pacífico, si no de indulgentísimo tio para con los suyos. El primer impulso de su irá recayó sobre el cardenal de Santa Flor, á quien encerró en el eastillo de San Angel, con el pretexto de que su hermano Cárlos Sforcia, que servia al Rey de Francia con dos galeras, las habia sacado de Civita-Vechia, para pasarse con ellas al partido del César, y no le puso en libertad hasta que las galeras fueron restituidas al puerto. Todavía no habia intentado cosa alguna contra los Colonas, pero daba claros indicios de las ideas que revolvia en su ánimo.

Capitulo 11.

Renuncia el César los estados de España y de Flandes en Don Felipe su hijo; y el imperio en su hermano Don Fernando. Declárase el Pontifice contra la Españia y sus aliados.

EL Cesar que por la grandeza de su imperio, y por sus esclarecidas hazañas, se veia elevado á una fortuna superior á la naturaleza humana, tocó la retirada en medio de la carrerá de sus victorias, como lo tenia pensado mucho tiempo antes. Asi pués, habiendo llamado de Inglaterra á su hijo Don Felipe, convocó en Bruselas una junta de todos los estados para el dia veinte y cinco de octubre, á fin de despojarse de la mayor parte del orbe, y vivir de allí adelante para sí mismo, y para Dios. Concurrieron en este dia muchos caballeros del Toyson de Oro, de cuya órden creó solemnemente por maestre á Don Felipe. Despues de comer, pasó á una gran sala de palacio, acompañado de todo el senado, y de un extraordinario concurso de embaxadores, grandes y nobles, y se sentó en medio de los Reyes Don Felipe, y Maximiliano. A los lados de éstos se hallaban las tres Reynas, Doña María de Hungría, Doña Leonor, y Doña María de Bohemia, y en el último asiento Christina de Lorena, y Filiberto de Saboya. Callaban todos quando el César mandó á su consejero Filiberto de Bruselas, que leyese en alta voz una cédula escrita en lengua latina que le entregó, pues en ella descubria sus intenciones, y el propósito que habia hecho de retirarse, añadiendo las razones que

le movian á ello, y juntamente trasladó en Don Felipe su hijo todo el dominio de Borgoña y Flandes, y mandó que sus habitantes le prestasen juramento de fidelidad, absolviéndolos del que le tenian hecho á él. Levantóse despues apoyando su mano derecha sobre el hombro de Scipion, y la izquierda sobre el del Príncipe de Orange, y leyó un papel, que llevaba escrito para aliviar la memoria, en que referia todas las cosas que habia hecho desde la edad de diez y siete años, y que no siendo suficientes sus fuerzas, quebrantadas ya con las enferinedades y trabaxos para sostener el peso de tan grande imperio, habia determinado en beneficio público renunciar los reynos, y en lugar de un viejo cercano al sepulcro, substituir un jóven robusto, y exercitado en regir y gobernar los pueblos desde la edad mas tierna, para que separado él de los negocios del siglo, se dedicase lo que le restaba de vida á los exercicios de la piedad, y á disponerse con tiempo á la muerte que no podia estar muy lexos. Exhortó á todos á que guardasen á su hijo la fidelidad y amor que á él le habian tenido hasta entonces: que defendiesen constantemente la Religion Cathólica, mirando siempre por la conservacion de la Iglesia, y finalmente les rogó le perdonasen con benignidad las faltas y errores que habia cometido en el gobierno. Volviéndose despues á su hijo, le encargó encarecidamente, como uno de sus principales cuydados, el patrocinio y defensa de la Religion Cathólica, la observancia de las leyes y de la justicia, y el amor á sus pueblos, con lo qual seria feliz en todas las empresas. Entonces Don Felipe descubierta la cabeza, y poniéndose de rodillas á sus pies, con mucho respeto, dixo, que confiado en el auxilio divino, y instruido con los consejos de su querido padre, procuraria corresponder á las esperanzas que de él habia formado. Despues de esto, habiendo besado la mano derecha á su padre, y abrazádole este, le puso la mano en la cabeza, y fué proclamado por Príncipe de Flándes con la fórmula acostumbrada, haciendo la señal de la cruz en nombre de la Santísima Trinidad. No pudo el César contener las lágrimas en este lance, y prorumpiendo en llanto todos los que estaban presentes, les dixo que se compadecia de la suerte de su hijo amado, que se echaba sobre sus hombros un peso tan enorme. Dicho esto, y hallándose en pie Don Felipe, habló á

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