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espacio de veinte y dos dias. Atribuyóse la culpa á los Pontifi. cios, que por avaricia no habian hecho todas las prevenciones necesarias para la empresa, por lo qual habiendo recogido el Francés sus equipages, se retiró de allí no sin mengua de su fama. Originóse de esto la discordia entre los capitanes, y irritado Antonio Carrafa, partió á Roma para hacer la guerra segun su propio dictámen. Pero Colona con tres mil Españoles y Alemanes que le entregó el duque de Alba (pues por este tiempo habian llegado á Nápoles seis mil Alemanes mandados por Waltero) impedia la entrada de víveres en Paliano pueblo de la campiña de Roma, habiendo tomado los caminos. Para socorrer su necesidad, conducian Julio Ursino y Antonio un gran número de carros cargados de trigo, y se vieron obliga. dos á disponer su gente en órden de batalla. Trabado el combate, los Españoles rechazaron á los Italianos, y los Alemanes á los Suizos: Antonio se escapó con la caballería, y Ursino fué herido, y hecho prisionero por los enemigos. Es cosa admirable, si es cierto lo que dice un autor Español, que entre tanto estrago no murió ninguno de los vencedores, y fué muy corto el número de los heridos. Recogiéronse los despojos, y Felsio con un admirable ardid se apoderó de la fortaleza de Máximo, situada en un elevado cerro, por entrega de Juan Ursino.

Juntáronse las tropas Españolas, y Colona las conduxo contra Segni, ciudad bien guarnecida. Mientras que la artillería batia las murallas, los sitiados llenaron de materias combustibles el foso que entraba en la ciudad; colocaron á sus costados seis piezas de artillería, y por la parte interior cien hombres armados, para que rechazasen con las picas á los que intentasen la entrada. Pero no pudiendo tolerar los Españoles que se les dilatase la victoria, al caer la tarde, y sin órden alguna de sus capitanes se acercan con silencio á la brecha del muro, y de improviso levantaron el grito en ademan de dar el asalto. Los enemigos consternados al oir este clamor, pusie. ron fuego á la artillería, y los demas combustibles que tenian dispuestos; y habiéndose desvanecido en el ayre todo aquel aparato, saltaron los Españoles sin peligro el foso, arrojaron de allí á los cien armados, y se hicieron dueños de la ciudad, siguiéndolos de cerca los Alemanes. Entraron en ella á fuego

y sangre, hiriendo y robando sin distincion alguna entre lo sagrado y lo profano, y cometiendo todo género de excesos, á pesar de las órdenes de Colona, y finalmente pusieron fuego á las casas.

Habiéndose aumentado el exército del duque de Alba con quatro mil Españoles mandados por Don Fernando de Toledo y Don Sancho Londoño, atravesó el rio Tronto, y expugnó, saqueó y incendió á Ancarano, sin que el duque de Guisa hiciese el menor movimiento. Hizo varias correrías en los domi. nios pontificios, y inspiró terror á Ascoli, ciudad principal de la Marca de Ancona, habiendo trabado combate con la guarnicion, que hizo una salida, y fué tanta la consternación de la ciudad, que sacaron fuera de ella por una puerta secreta á los niños, viejos y mugeres, para enviarlos á otro parage mas seguro.

En este tiempo abrasaba al duque de Alba el cuydado de defender las costas de Nápoles, por haberse divulgado que dentro de pocos dias llegaria á ellas la armada Otomana; pero este miedo se desvaneció, habiéndosela negado Soliman á los embaxadores Franceses, á los quales manifestó su disgusto por la desvergüenza con que le importunaban. Tampoco se hallaba quieta la Toscana: los Franceses tenian á Montealcino, y los Españoles á Sena, y habia entre ellos algunos leves encuentros, segun las fuerzas de cada uno. No hay necesidad de referirlos en particular, ni tampoco la guerra suscitada en la Romanía entre los fronterizos, que duró poco tiempo. Apoyado el de Ferrara con el auxilio de los Franceses, sitió con mayor ánimo que fuerzas á Guastala defendida por el Español aunque con mucha desgracia, pues ademas de haber sido arrojado de allí con ignominia, entró el duque de Parma en sus dominios con las tropas conducidas de la Lombardía y Toscana. Taló los campos de Módena y de Regio en venganza de haber movido la guerra; pero Cosme que favorecia ocultamente al de Ferrara, dispuso las cosas de manera que no fuese despojado de la mayor parte de su territorio; y finalmente consiguió reconciliarle con el Rey Don Felipe.

En el Piamonte sostenian los Españoles la guerra con mucha fatiga, hallándose sus fuerzas divididas en tantas partes, por lo qual tomó Brisac á Valfanera, y la destruyó, y despues

á Quierasco, baxo de ciertas condiciones y la conservó, y en fin acometió á Cuni, pero desgraciadamente, y con gran estrago de los suyos, y la socorrió Pescara con víveres, abriéndose camino por medio del campo enemigo. Levantó el Francés el sitio, y conduxo las tropas en muy mal estado á sus propias plazas. De esta suerte casi toda Italia se hallaba en armas, y la guerra se hacia en muchos lugares á un mismo tiempo, alternando las pérdidas de una parte y otra, Consternado el Papa con la cercanía de los Colonas, que iban arrasando todo quanto encontraban, llamó al duque de Guisa para mudar el plan de la guerra, pues habia sido tan desgraciado en la Marca de Ancona. Despues de un largo rodeo llegó Guisa á Tiboli, y distribuyendo sus tropas por los pueblos inmediatos, se encaminó á Roma á conferenciar con el Pontífice. Entretanto el duque de Alba dexó á Trevisano con un poderoso esquadron en las fronteras del reyno, y conduxo su exército á la campiña de Roma, acercándose á la ciudad, para ver si de aquel modo podia atraer al Pontífice á unas justas condiciones de paz; y se valió tambien de la astucia para inspirarle mas terror. Levantaba con freqüencia su campo, disponia la artillería y demas instrumentos de batir, mandaba hacer marchas, y aun envió delante á Ascanio de la Corne con escalas, como si tuviese premeditado, dar un asalto de noche. Pero despues de haber intimidado á los Romanos, conduxo las tropas á Colona, pueblo grande y principal. De este modo variaban las cosas prósperas con las adversas, quando entre otras tentativas se divulgó la pérdida de San Quintin. Con esta noticia quedaron en extremo consternados los Franceses y los Pontificios, sin saber qué partido abrazarian, y hallándose todos faltos de consejo, llegaron á Guisa órdenes del Rey Enrique para que dexándolo todo se volviese prontamente con las tropas á Francia, á fin de socorrerla en tan grave calamidad, y que ademas amonestase al Pontífice que ajustase la paz con el Español del mejor modo que pudiese.

El Rey Don Felipe habia intentado muchas veces por medio de los Venecianos mover su ánimo para que desistiese de una guerra que él seguia contra su voluntad, cuydadoso de lo que podria juzgar la fama. Mas nunca pudo reducir á aquel feroz viejo á dexar las armas, alegando para ello varios pretextos,

aunque la congregacion de cardenales, en el tiempo de las desgracias de la guerra, le habia exhortado seriamente á la paz. Pero perdida la esperanza de los socorros del Francés, y no pudiendo soportar los gastos porque tenia agotado el erario, se inclinó finalmente á la paz por la mediacion de los embaxadores de Venecia y Toscana, y de algunos cardenales. Ajustóse esta con honrosas condiciones, las que firmaron Carrafa y el duque de Alba en el campo de Palestina. El contenido de ellas fué: que el de Alba pidiese primeramente perdon al Pontífice de la guerra que le habia hecho : que le restituyese mas de cien castillos y pueblos tomados en la guerra destruyendo las fortificaciones: que Paliano se entregase en depósito al noble Napolitano Juan Carboni baxo de ciertas condiciones: que renunciase el Pontífice la alianza con el Francés: que fuesen restituidos recíprocamente los bienes, que segun la costumbre de la guerra se hubiesen aplicado al fisco; y que el Pontífice dispusiese de Colona y Corne que perseveraban contumaces. En la noche en que fué concluida la paz creció extraordinariamente el Tiber, y causó grandes estragos en Roma; pero en aquella inundacion acaeció una cosa feliz, pues habiéndose arruinado el templo de San Bartholomé con otros edificios, se encontró el cuerpo de este glorioso Apóstol, y fué conducido con gran pompa á la iglesia de San Pedro. El duque de Alba entró en Roma con extraordinaria alegría y regocijo de todo el pueblo, besó el pie al Pontífice, y le pidió la paz y el perdon, y su Santidad le absolvió y abrazó con muchas señales de benevolencia y amor. Los prisioneros fueron puestos en libertad gratuitamente, y para aumentar la alegría se hizo lo mismo con todos los encarcelados. Pero esta se disminuyó mucho con los estragos que hizo el Tiber en todos los campos de la Romanía. Igual calamidad afligió gravemente á otras provincias, porque la continuacion de las lluvias hizo salir de madre todos los rios.

Habiendo concluido el duque de Alba tan felizmente esta guerra con el ajuste de la paz, conduxo su exército sano y salvo á Nápoles, y á la mitad del otoño se restituyó á España, encargando el gobierno del reyno á su hijo Don Fadrique. Luego que el duque de Guisa recibió la noticia de la pérdida de San Quintin, embarcó su exército con la celeridad posible

TOMO VII,

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en la armada Francesa, que poco tiempo antes habia llegado al puerto de Civita-Vechîa. Entregó el duque de Ferrara algunas compañías, y Aumale con la caballería atravesó la Romanía para llegar quanto antes á Francia con los Grisones y los Suizos; pero se adelantó Guisa, mudando freqüentemente los caballos en su viage. Entretanto el Rey Don Felipe para satisfacer á Cosme las cantidades que á él y á su padre el César habia prestado, y le pedia en esta ocasion tan importuna, y deseoso de no alexarle de sí, quando su amistad le era mas necesaria, trató con los de su consejo de entregarle el dominio de Sena. Y aunque algunos fueron de dictámen que debian buscarse otros medios de pagar aquellas deudas, perseveró el Rey en su propósito, y de este modo adquirió Cosme el dominio Senense, baxo de ciertas condiciones, y le hizo su entrega Don Juan de Figueroa con la potestad de transferirlo á sus hijos, exceptuando las ciudades marítimas, que por justas causas se reservó el Rey Don Felipe.

Capitulo VII.

El Rey Don Felipe declara la guerra al Francés. Sitio de San Quintin, y batalla memorable ganada por los Españoles. Determina el Rey la fundacion del monasterio del Escorial. Muerte del Rey Don Juan de Portugal.

HABIENDO quebrantado los Franceses la paz, volvió á encenderse la guerra con mas furor en las fronteras de Flandes, como si las treguas se hubiesen pactado únicamente para disponer con mas tiempo los preparativos. El Rey Don Felipe deseoso de vengar esta injuria, entregó un exército muy poderoso á Philiberto de Saboya, que sucedió á Doña María en el gobierno de Flandes, para que executando alguna empresa memorable, adquiriese la fama que tanto contribuye al buen éxito de las guerras; pues sabia muy bien que los primeros sucesos suelen inspirar el terror ó la confianza, que decide de lo principal. Ademas de los Príncipes confederados de Alemania se habia conciliado tambien la alianza de los Ingleses por medio de su esposa, la qual despues de haber prevenido la arma

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