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Capítulo primero.

De la proclamacion de Cárlos Primero, Rey de España.

ABIENDOSE celebrado con grande magnificencia las exê. quias del Rey D. Fernando, enxugadas las lágrimas que se derramaron por su muerte, se trató en el consejo de enviar á

TOMO VII.

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Don Carlos el testamento en que era declarado sucesor, suplicándole viniese quanto antes á tomar posesion de sus reynos

heredados. Para este efecto se le despacharon cartas con fecha 1516. de veinte y dos de mayo de mil quinientos y diez y seis; y entretanto se encargó el cuydado del gobierno al cardenal de España Don Fray Francisco Ximenez de Cisneros, y al dean de Lovayna Adriano Florencio, natural de Utrech, el que desde luego comenzaron á exercer con poca conformidad en sus dictámenes, ya por la diferencia de costumbres, ó ya porque ni uno ni otro podia sufrir compañero en el mando. De la Reyna Doña Juana, á causa de su demencia, no se hizo por entonces mencion alguna. Su hijo Don Fernando no podia intrometerse en las cosas del estado, segun lo habia dexado dispuesto su abuelo en su testamento, para que al deseo de reynar no se juntase el poder, y fuese ocasion de civiles discordias y turbulencias. Por disposicion del Cardenal, y con mucho aplauso de los del consejo, se trasladó la corte á Madrid; y receloso de que Don Fernando tenia muchos partidarios, le llevó consigo, y á Doña Ursula Germana, viuda de Don Fernando el Catholico.

Mientras que se trataba de arreglar los negocios públicos, que en los principios de un reynado están mas expuestos á novedades, indignados los grandes de que todo lo gobernase el Cardenal, á quien tenian grande odio, no omitieron medio de derribarle, y reducirle al estado de persona privada. Para con. seguirlo escribieron al Rey cartas en que, entre otras cosas, le acusaban:<«< de ser un hombre agreste y demasiado severo para el gobierno que su natural violento y sanginario solo respiraba la guerra; y que si no ponia remedio oportuno era temible la próxima ruina del reyno.» Por el contrario, el Cardenal y el Consejo le advirtieron del peligro que amenazaban las ocultas maquinaciones y juntas de los grandes que despreciaban su gobierno : : que eran muy pocos los que obedecian los mandatos del Consejo, y ninguno contra su voluntad propia ; que carecia de la suficiente autoridad y fuerzas para sujetarlos; y que su contumacia habia llegado á tal extremo, que ya no podia finalmente contenerse y quebrantarse, sino usando de la fuerza y de las armas : inconvenientes todos dignos de una madura atencion.>>

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Entretanto Don Carlos recibió la triste nueva de la muerte de su abuelo, y despues de haber dado sinceras señales de dolor, y elogiado como debia la memoria de un Príncipe tan grande, mandó celebrar exêquias con pomposo aparato en la iglesía mayor de Gante; y para que no faltase circunstancia á la solemnidad de este acto, asistió él mismo vestido de luto. He cho esto, y convertida la tristeza en alegría, despues que fué saludado Rey de España, dirigió sus cuydados á las cosas del reyno. Lo primero que hizo fué responder al Consejo : « que deseaba venir á España, y satisfacer sus deseos; y que en el ínterin era su voluntad gobernase el Cardenal, cuya fidelidad y zelo apreciaba mucho: y que además queria que el título de Rey que habia aceptado por consejo del Emperador su abuelo, y del Sumo Pontífice, fuese confirmado por todos los estados del reyno, atendiendo en esta parte á los derechos de la nacion. << Al mismo tiempo escribió al cardenal recomendándole que pusiese en esto todos sus conatos; porque le parecia conveniente al bien público en unos tiempos tan calamitosos. No era muy fácil conseguirlo viviendo la Reyna Madre, y estando los ánimos tan discordes : pero al fin venció la constancia de Ximenez, que con un grave discurso que hizo en el Consejo allanó todas las dificultades, y triunfó de la resistencia de los grandes, que andaban maquinando dilaciones. Despues mandó alzar los estandartes por Don Carlos de Austria, como se acostumbra en las aclamaciones de los Reyes, primero en Madrid á treinta de mayo, y despues en todo el reyno. Algunos comenzaban á declararse por el Infante Don Fernando, que por haber nacido y criádose en España; y habituado á sus usos y costumbres parecia ser amado de la nacion. Pero este designio, que solo se susurró entre pocas personas, causó gran perjuicio á aquel excelso jóven, pues habiéndose manifestado mas abiertamente sus partidarios en el año siguiente, fué acusado de que aspiraba al reyno, y le quitaron todos sus criados, poniéndole otros desconocidos que le custodiasen y observasen su conducta.

Los grandes acostumbrados á conseguirlo todo por fuerza, con la muerte del Rey Don Fernando, que con su severidad los contenia en respeto, volvieron á seguir sus antiguas inclinaciones. Don Pedro Giron, hombre inquieto y revoltoso, ha

bía hecho una entrada con gente armada por las tierras del duque de Medina Sidonia con pretexto del derecho de su muger Doña Mencía, cuyo pleyto se había ventilado en tiempo del Rey Don Fernando. Era temible que las partes litigantes víniesen á parar en una guerra abierta, teniendo cada una parciales poderosos. El Cardenal habiéndose valido en vano de todos los medios suaves, para que la audacia no creciese con la impunidad, envió á Don Antonio de Fonseca con un buen golpe de gente armáda contra Don Pedro Giron, el qual se sometió, y sin ser necesario venir á las manos, dexó las armas con que habia inquietado toda la Andalucía. Al mismo tiempo se levantó en Málaga otra tempestad, sublevándose sus vecinos contra el Almirante, y tomaron las armas por la libertad en que pretendian mantenerse. Amonestados por el Cardenal para que volviesen á su deber, persistieron contumaces, sin atencion á la dignidad de la persona que les mandaba una cosa tan justa, y viendo que era preciso sujetarlos con la fuerza, envió con tropas á Don Antonio de la Cueva. Pero los rebeldes, siguiendo mejor consejo, le salieron al encuentro en Antequera, prometiendo que serian obedientes, y que se sujetarian á los magistrados. Aunque Don Antonio los escuchó benignamente, no quiso deliberar cosa alguna sin dar parte al Cardenal, que movido del arrepentimiento de los Malagueños, mandó perdonarlos, y que solo se impusiese la pena de muerte á los autores del tumulto. Para asegurar la autoridad con las armas, como era amigo de dominar, mandó hacer levas por todo el reyno, y en breve formó un buen exército, para tenerle prevenido en qualquier acontecimiento. Era el pretexto contener á los Moros, enemigos cotidianos, que en todas partes nos molestaban, pero su verdadero designio no era otro que el de reprimir la autoridad de los grandes, y la contumacia de los pueblos. No faltaron ciudades que resistieron las órdenes del Cardenal, prohibiendo los alistamientos á instancia de los magistrados, y persistiendo aquel con mayor teson en sus mandatos, hicieron manifiesta resistencia estas ciudades, y especialmente la de Valladolid, que llegó al extremo de juntar un exército para oponerse con la fuerza en caso necesario. Los grandes noticiosos de los intentos de Cisneros, se pusieron de parte de las ciudades rebeldes, y con secretas inteligencias ir

ritaban los ánimos y echaban leña al fuego. El Cardenal dió cuenta al Rey, y en vista de su respuesta dexaron las armas, y obedecieron los de Valladolid, con lo qual se disipó la sedicion.

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Tampoco faltaron por este tiempo temores externos, pues por la parte de Francia habia hecho una entrada en la Navarra, Don Pedro de Navarra, apasionadísimo secuaz de la casa de Labrit, para que los del pais, visto el socorro que les presentaba, se apartasen de la obediencia de Castilla, cuyo dominio habian sido poco antes sujetados por Don Fernando el Catholico. Pero habiéndole salido al encuentro con un poderoso exército Don Fernando de Villalva, capitan de mucha experiencia le presentó batalla en lo mas estrecho de los montes. La victoria al fin se declaró por Villalba, y Navarra con gran parte de la nobleza que le seguia quedaron prisioneros. Sin embargo el éxito fué desgraciado por uno y otro general. Navarra encerrado en el castillo de Simancas, desesperando conseguir su li, bertad se dice que se mató á sí mismo, y que de este modo peréció igualmente. No duró mucho á Villalba la alegría de la victoria, porque acometido de una repentina enfermedad murió en Estella en los brazos de su muger, no sin sospechas de que le habian dado veneno. Este mismo año, Labrit expulso del reyno, murió de pesadumbre; y de allí á pocos dias falleció tambien la Reyna Catalina, dexando heredero á Enrique su hijo. Don Fadrique de Acuña tuvo por sucesor en el gobierno á Don Antonio Manrique duque de Náxera, varon de gran fi delidad, y de muy excelsos progenitores. Al mismo tiempo si guiendo el cardenal el consejo de Villalva, mandó demoler to, das las ciudades y lugares fuertes de Navarra, á fin de quitar á los Navarros las fuerzas y el deseo de rebelarse, y solo fué conservado el castillo de Marcilla, que era inexpugnable por la naturaleza y el arte, lo qual se debió al valor de Doña Ana de Velasco, muger del conde de Falees, y en fin procuró guarnecer y fortificar á Pamplona, para cerrar por aquella parte la

entrada á los Franceses.

Gobernaba entonces á Aragon Don Alonso hijo de Don Fernando el Cathólico, nacido de Aldonza su concubina, baxo de cuya tutela se hallaba el reyno libre de toda suerte de alteracion. Llegaron al Rey muchas súplicas y ruegos de sus vasallos,

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