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porque corria la voz comunicada por la Valeta de que la armada Otomana habia salido ya del estrecho de los Dardanelos, amonestaban los cabos á Cerda que se apresurase á retirarse de allí, quando podia hacerlo honrosamente, para no exponerse al encuentro de los Turcos, que navegaban con muy superiores fuerzas. Pero al paso que era mucha la necesidad de acelerar la salida, era mayor la tardanza del Virey y la pereza de los soldados; y mientras que perdian inútilmente el tiempo despreciando el rumor de la armada enemiga, llegó la noticia de que ya se acercaba. Entonces, como suele suceder á los que se hallan sorprehendidos, comenzaron precipitadamente á disponer las cosas con increible terror y consternacion. Scipion Doria, que fué enviado á explorar el mar, apenas pudo escaparse, disparando un cañonazo en señal de haber visto la armada enemiga, y oido esto cortaron los cables de las anclas, y á vela y remo se pusieron en ignominiosa fuga cada uno por donde pudo. Mandaba las galeras de Malta el español Maldonado, cuya presencia salvó á muchos, pues como era tan práctico en aquellos parages, se escapó por rumbos que le eran conocidos, y enseñó á otros el misino camino. Muchos navíos que no pudieron huir por impedírselo los vientos contrarios, y la llegada de los enemigos, fueron estrellados en la costa, y perecieron cerca de mil hombres unos ahogados y otros á manos de los Turcos. Juan Andrés Doria hijo de Juanetin, despues de habersele hecho pedazos su galera, se escapó á la fortaleza de Bembo, adonde con otros se habia refugiado el Virey atónito de la derrota.

Los Otomanos, cuya armada se componia de ochenta galeras mandadas por Piali, la dividieron en dos partes, y perseguian con la una á los navíos que huian, y con la otra acometieron, incendiaron y tomaron á los que estaban detenidos, y no habian podido evadirse. En esta confusion perecieron diez y nueve galeras y catorce navíos, y quedaron cautivos cinco mil hombres. Los mas ilustres fueron Don Diego Harnedo natural de Aragon, obispo de Mallorca, que cuydaba del hospital, Gaston hijo del virey, que con tan funesto principio entró en la carrera de la milicia, Sancho de Leyva, y Berenguer Requesens, comandantes de las galeras Napolitanas y Sicilianas; y Flaminio Anquilara que mandaba las Pontificias, et

TOMO VII.

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qual falleció luego de sus heridas, Bernardino Aldana comandante de la artillería, Don Juan y Don Fadrique de Cardona, y finalmente un gran número de nobles y capitanes de las compañías. Quedaron en el puerto siete galeras por haberlas cerrado la salida el enemigo. Don Alvaro de Sande hombre de extraordinario valor, y muy perito en el arte de la guerra, defendia la fortaleza con dos mil y quinientos soldados escogidos, cuyo número se duplicó con la turba de los náufragos. Indeciso el Virey sobre el partido que debia tomar en tan grande conflicto, juntó á los cabos para deliberar con ellos. Sus dictámenes eran varios, porque no era fácil hallar medio de superar los muchos peligros que los rodeaban. Finalmente habiendo aconsejado muchos al Virey que se retirase por donde pudiese, se hizo una noche á la vela con siete galeras acompañado de Doria y de los principales del exército que habian quedado, y llegó á Malta desde donde navegó á Sicilia. Esta calamidad acaeció á principios del mes de mayo con gran daño y mayor ignominia del nombre Christiano. Entretanto el magnánimo Sande comenzó á fortificar con mayor cuydado la fortaleza contra la tempestad que le amenazaba, aprovechándose de las tablas de los navíos despedazados y de las ruinas de los edificios, porque en aquel suelo arenoso no habia tierra á propósito para ladrillos. La provision que tenia de víveres era escasa, y para depurar el agua del salitre fué preciso alambicarla todos los dias, cuya operacion hacia un Siciliano llamado Sebastian, aunque la cantidad siempre era menos de la que necesitaba la guarnicion. La artillería se componia de quarenta piezas con todos sus afustes. En los Moros no habia que esperar socorro alguno, pues con su acostumbrada infidelidad seguian el partido de la fortuna, y unos se juntaban al vencedor, y otros hnian y se derramaban por lo interior del Africa. Presentóse Dragut con nueve galeras, y desembarcó las tropas y artillería, habiendo enviado delante por tierra un fuerte trozo de caballería é infantería, y en breve comenzó á poner en movimiento todo género de máquinas.

Al principio parecia ostentar clemencia el Tureo, ofreciendo á los Españoles honrosas condiciones si se entregaban; pero despues manifestaron sus feroces palabras y el fuego de su artillería, que solo pensaba en vencer con las armas. Parecen

increibles los esfuerzos de valor que hicieron los sitiados, peleando no solo contra un enemigo tan poderoso, sino tambien contra la misma naturaleza. Hicieron repetidas salidas de la plaza: pelearon muchas veces, y causaron y recibieron muchos daños, y era tal el ardor que tenian los nuestros en pe. lear, que no reposaban quando eran vencidos, ni quando eran vencedores, de tal suerte que los enemigos cansados ya de recibir heridas, habian resuelto concluir el sitio con la peciencia, á no ser se viesen en la necesidad de combatir. Los socorros prometidos por el virey Cerda y Lavaleta jamás vinieron, por lo qual, y por la escasez que padecian de agua, llegaron á tal extremo de desesperacion, que ni la crueldad de los bárbaros ni la severidad de Sande podian contener las de. serciones, porque todo lo posponian al deseo de mitigar la sed, que los atormentaba en un clima tan ardiente y en medio del estío. De la indefensa multitud que se habia libertado del naufragio, se escapaban muchos de noche con feliz audacia en buques ligeros, atravesando por medio de las galeras enemigas. Consumida la mayor parte de la gente con las heridas, el hambre, la sed, el calor, y las demas fatigas, apenas quedaron mil hombres armados, y habiéndolos juntado Sande les hizo este discurso: «Compañeros valerosísimos, ya veis que nos hallamos reducidos á tales angustias, que ni nos quedan fuerzas para defender la fortaleza, ni para sufrir el hambre, pues apenas tenemos víveres para tres dias. Perdida ya la esperanza de la vida y de mantener este puesto, debemos á lo menos conservar la honra, tomando á este fin consejo de la audacia, que en nuestro actual estado será el mejor, porque es el mas fuerte, y por consiguiente el que debe ser aprobado por vosotros. A la verdad despues que he reflexionado atentamente sobre lo que conviene al bien comun de todos, me he determinado á exponer mi cabeza á una muerte cierta por el nombre Christiano y por la gloria de la guerra, y caer en medio de los enemigos peleando intrépidamente, antes que pronunciar aquellas palabras, que despues de tantas y tan heróycas haza. ñas, nos reduzcan á una triste esclavitud. Yo ciertamente estoy persuadido que no hay cosa mas ignominiosa ni mas cruel que dexarnos atar las manos con las cadenas de los bárbaros, á quienes hemos derrotado en tantas peleas : estas manos que

aun encadenadas son para ellos formidables, y que aunque las aten con dobles cadenas no podrán entregarse á ellas con seguridad. Por ventura, ¿no seria mejor antes que padecer tales cosas, degollarnos como ovejas, y acabar con qualquiera género de muerte nuestras miserias, mas bien que tolerar una vida tan calamitosa? Animo pues compañeros mios, y en esta última prueba de vuestro valor, coronad vuestras anteriores victorias, y aprobad mi consejo tan honroso como necesario á unos varones fuertes. » Inmediatamente clamaron á grandes voces los soldados que los conduxese adonde quisiese, pues se hallaban dispuestos á perderse y perecer; y que no moririan sin tomar venganza, porque estaban tan sedientos de la sangre enemiga, como pródigos de la suya. Inflamados de esta suerte los ánimos, les mandó tomar algun descanso, y disponer todas las cosas para la última pelea. Saca el exército con silencio á media noche por la puerta contraria que mira al mar, y habiendo atravesado los tres valles en que se habian encerrado los bárbaros, con muerte de muchos de estos, llegó cerca de la tienda del general. Acuden los Turcos excitados por el ruido y voces de las centinelas que gritaban al arma por todo el campo, y se traba una pelea ciega y sangrienta; pero habiéndolos cercado por todas partes una inmensa multitud de Turcos, se ven obligados á pelear en círculo, y como cayesen unos sobre otros, fueron muy pocos los que se retiraron á la fortaleza, los quales con algunos cobardes que se habian quedado escondidos en ella hicieron la entrega baxo de ciertas condiciones, las que violaron los Turcos, y se encarnizaron contra los rendidos, haciendo esclavos á los unos y á los otros. Don Alvaro de Sande, que andaba errante entre las tinieblas de la noche, pudo escapar al mar con dos capitanes Españoles, y se apoderó de una galera construida á la manera de una fortaleza, para pelear desde ella á pie firme. Púsose de pie en la proa con su escudo en la mano izquierda, y vibrando con la derecha la espada contra los bárbaros que le injuriaban con palabras, y admirados de su valor los capitanes Otomanos mandaron á los suyos que no le tirasen. Un Genovés renegado le exhortó á una honrosa entrega, para que no viniese á ser el escarnio y burla de los hombres mas viles, que desde lejos le matarian con sus tiros. Respondió Sande que no se entrega

riá á hombre alguno si no fuese al general, y que se le permitiera presentarse á él sin peligro. Ofrecióselo el Génoves, y acompañándole para que no cayese en manos de la turba militar, y cubierto como estaba de su sangre y de la agena, se presentó al general, que le recibió y trató con bastante humanidad, compadecido de la suerte de aquel hombre tan valeroso, y le envió á la galera capitana donde eran custodiados los principales cautivos. Despues de haber arrasado Piali la fortaleza, y recogido en sus naves toda la presa, se hizo á la vela. En las costas de Sicilia causó en su tránsito algunos daños, incendió á Syracusa, que sus habitantes habian abandonado, y regresó á Constantinopla, victorioso, por el reprehensible descuydo de los nuestros.

Capitulo XII.

Persecucion de Inglaterra contra los eclesiásticos. Discordias civiles de Francia. Conjuracion de Amboisa. Muere el Rey Francisco II, y le sucede Cárlos IX.

EMPLEABAN por este tiempo los Ingleses todos sus conatos en extinguir el culto de la antigua Religion. Los obispos, sacerdotes y religiosos de uno y otro sexô que la defendian con zelo, eran puestos en estrechas cárceles, ó desterrados y molestados con todo género de vexaciones. Resplandeció entonces mucho la admirable caridad del duque de Feria embaxador de España, en proteger á estos miserables; y habiendo alcanzado permiso de la Reyna, envió á muchos á las costas de Flándes y Francia, y á otros los mantuvo en su casa, y finalmente se los llevó consigo á España. En Escocia se hallaba todo perturbado por la misma causa, y aun llegaron á tomar las armas con pretexto de Religion. Los Ingleses y Franceses fomentaban diversos partidos, y los auxiliaban con tropas, que peleaban entre sí con varia fortuna. Finalmente se compuso la guerra con la muerte de Margarita gobernadora del reyno, que en medio de aquellas turbulencias, no dexó de defender en quanto pudo la Religion Cathólica. Falleció el dia diez de junio, y á solicitud de su hermano el cardenal de Lorena, fué

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