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gado á los soldados, que le saquearon cruelmente. Desde allí se apresuró Faxardo á venir á Valencia, y puso sus reales al Occidente en las riberas del rio Turia. Rodeada y cerrada la ciudad con dos exércitos, padecia la mayor escasez de todas las cosas; porque los gobernadores habian prohibido llevar trigo á Valencia por mar ni por tierra, imponiendo pena de muerte á los que contraviniesen. La caballería Real hacia excursiones por los campos y caminos para apoderarse de todo: mas no por esto los sediciosos estaban quietos dentro de los muros, pues todos los dias habia peleas y muertes. El marqués de Cenete, y Don' Manuel Ejarque tenientes del gobernador Cabanillas, reuniendo las fuerzas de los leales, reprimian los insultos de la multitud sediciosa. Finalmente, habiendo sido Peris arrojado de la ciudad, se apaciguaron los tumultos en que ardia toda, y se comenzó á tratar de reconciliacion. Enviaron diputados al Virey que permanecia en Morviedro, y concedió á todos perdon, con tal que dexando las armas se reduxesen á la obediencia de los magistrados. Compuestas de este modo las cosas, entraron en Valencia el Virey y el marqués de los Velez con un espléndido acompañamiento de la nobleza. Inmediatamente mandaron que todos los del reyno dexasen las armas. Muchos obedecieron con prontitud; pero despreciaron el mandato los habitantes de las riberas del Xúcar, donde se hallaba Peris, que lo enredaba todo. El marqués de los Velez, habiendo recibido el estipendio de su tropa, se volvió á Murcia, y para reprimir y castigar á los contumaces marchó contra ellos el Virey con tropas. En vano atacó á Alcira, pueblo situado en una isla que forma el rio Xúcar, rodeado de sus aguas, y bien guarnecido de murallas, y habiendo perdido la esperanza de tomarlo, y de que se rindiese ni entregase, levantó el sitio, y dirigió sus armas contra Xátiva. Pero fué rechazado muchas veces desde los muros con mucho daño suyo, por lo qual mudó de dictámen y puso cerco á la ciudad, estrechándola con varias obras. Trabaxaban en ellas con mucho esfuerzo los soldados, quando de improviso salió al anochecer una gran multitud de gente armada, con antorchas y teas encendidas, y arrojándolas sobre las trincheras, lo incendiaron todo, y se reduxo á cenizas en un momento el trabaxo de muchos dias. Habiéndoles salido tan felizmente esta empresa, hicieron otra

salida los de la ciudad, y arrojaron de allí á los sitiadores. Desconfiado pues el Virey de poder tomar el pueblo, convirtió su ira contra los campos, y taló todo aquel contorno.

En la isla de Mallorca á mediados de marzo comenzó á manifestarse la sedicion que algun tiempo antes amenazaba, siendo el autor un hombre de obscuro nacimiento, llamado Juan Crispin. Creáronse en la ciudad de Palma trece síndicos, á exemplo de los Valencianos, para que lo gobernasen todo. Despojaron del mando y arrojaron de la isla al Virey Don Miguel de Gurrea; pero todavía se abstenian de llegar á las manos, recompensando despues la tardanza con la crueldad. Finalmente, llegó á tanto el desenfreno de la plebe, que aterrados algunos nobles, se refugiaron á la fortaleza ; lo que se atribuyó á mal designio, segun la costumbre del vulgo, siempre dispuesto á pensar mal, y fué causa de acelerar su muerte, pues habiéndoles obligado á entregarse, fueron todos asesinados con Pedro Pax gobernador de la ciudad. Pasó adelante el fu ror, y del mismo modo quitaron la vida á otros treinta nobles Hallábase á la verdad la isla en un estado muy triste y lamentable. Algunos para ponerse en salvo se pasaron á la isla de Menorca, y otros á Alcudia, villa situada en la parte oriental de Mallorca; pero los rebeldes, ansiosos de destruirlos, acometieron con sus tropas á Alcudia, y dispararon muchos cañonazos contra sus muros. Los habitantes hicieron una salida, y los pusieron en derrota; mas volvieron luego con mayor número de gente á renovar el asedio. Los vecinos, unidos con los nobles que allí estaban, hicieron otra nueva salida en el silencio de la noche; y habiéndolos cogido muy descuydados, los destrozaron y ahuyentaron con grande estrago. Divulgada la noticia de esta victoria, comenzaron á respirar los hombres leales, y saliendo de los bosques y lugares donde estaban escondidos, se encaminaron por varias sendas á Alcudia, que se habia mantenido tan fiel á su Rey.

Florecia entonces el reyno de Portugal, así por sus riquezas y victorias contra los enemigos del nombre Christiano, como por la numerosa familia Real. Doña Leonor habia parido una hija de singular hermosura, á la que se puso el nombre de María; y antes habia dado á luz á Cárlos, que apenas vivió medio año. Habíase tratado por medio de embaxadores el casa

TOMO VII.

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miento de Doña Beatriz hija del Rey Don Manuel con Carlos III duque de Saboya, llamado vulgarmente el Bueno por la candidez de su ánimo. Fué conducida la'esposa en una lucida flota de veinte y tres navíos, acompañándola Don Martin de Costa arzobispo de Lisboa, y los mas distinguidos caballeros, y á fines de setiembre fué recibida en Niza por su esposo con magnífica pompa. De allí á poco tiempo, á saber el dia trece de diciembre, pasó de esta vida á la eterna el Rey D. Manuel dexando envuelto en tristeza y llanto á todo Portugal. Nombró por sus testamentarios á Don Diego de Sousa arzobispo de Braga, y á Don Martin Castelblanco conde de Villanueva. Murió á los cinquenta y un años de edad, y reynó veinte y seis; digno ciertamente de ser contado entre los Príncipes mas felices. Aumentó su imperio con muchos reynos del Oriente, y en el Occidente fué descubierta por Cabral durante su reynado la dilatadísima region del Brasil. Subyugó una parte del Africa, y se hizo formidable en ella, y siempre vivió en paz con los demas Príncipes Christianos; siendo tanta la opulencia y felicidad de Portugal en su tiempo, que los Portugueses le llamaron el siglo de oro. Fué sepultado en el monasterio de Belen, que habia edificado á los Gerónimos á quatro millas de Lisboa; y habiéndole hecho las exêquias Reales que se acostumbran, fué proclamado Rey de Portugal su hijo Don Juan III de este nombre, el sexto dia despues de los funerales de su padre. De allí á poco tiempo la Reyna viuda Doña Leonor, dexando encomendada al Rey muy encarecidamente su hija Doña María, se restituyó á Castilla.

Capitulo XI.

Alianza del Rey Don Carlos con Enrique VIII de Inglaterra; y principios de la guerra entre Esparia y Francia.

La narracion de las cosas interiores de España ha hecho dilatarme mucho mas de lo que pensaba, y ahora volverémos á seguir el órden de los demas sucesos. Habiendo el Rey D. Cárlos navegado por el Océano, llegó en pocos dias á la Gran Bretaña, que los modernos llaman Inglaterra. El Rey Enri

que le recibió con muchas muestras de amor y de amistad, y aunque el fin de este viage era al parecer visitar Don Carlos á la Reyna Doña Catalina su tia, ocultaba en su corazon una grande empresa. No solo tenia en el ánimo, sino tambien quasi á la vista, las sangrientas guerras que en breve habia de tener con Francisco Rey de Francia; por lo qual hizo alianza con el Rey Enrique, para que si se suscitase alguna controversia con el Francés, la decidiese el mismo Enrique, el qual se declararia contra qualquiera de las dos partes que rehusase obedecerle. Con esto Enrique, que era de carácter vano, concibió grande orgullo, y movido tambien por su muger Doña Catalina, que estaba muy inclinada á su sobrino, fortificó en grande manera el partido del Rey Don Cárlos. Este pues, concluida la alianza, volvió á embarcarse, y arribó en breve á Flesinga ciudad de Holanda. Desde allí marchó á Gante, y fué recibido con magnífica pompa por Don Fernando y Doña Margarita.

Luego que estuvieron prevenidas con la mayor ostentacion todas las cosas necesarias para recibir la diadema del imperio, partió para Aquisgran, ciudad libre de Alemania en el ducado de Juliers, donde tenia convocada la dieta, y entró en la ciudad, que se hallaba ricamente adornada con aparato triunphal. Allí pues se hicieron segun la antigua costumbre las ceremonias de la inauguracion por el elector arzobispo de Colonia, acompañado de los de Maguncia y de Tréveris, y hecho el juramento prescripto, fué saludado César y Emperador á veinte y uno de octubre del año anterior con grande alegria y aplauso de todos: en el mismo dia fué elevado en Constantinopla Soliman Rey de los Turcos al trono de su padre. Habiendo tomado posesion del imperio, y publicado algunos decretos concernientes al buen gobierno, pasó á Vormes, antigua capital de los Vangiones, revolviendo en su ánimo muchas cosas que habian comenzado á tratarse en la dieta con grande ardor. Las novedades religiosas causaban una conmocion extraordinaria, pues los falsos dogmas de Lutero lo habian trastornado todo en Alemania, y este contagio se iba extendiendo rápidamente, Imbuidos los pueblos de sus perversas opiniones, y alucinados con los engaños de aquel frayle apóstata, se precipitaban en todo género de maldades, que destruian el imperio con la im

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pía mudanza de religion. Procuró el César, aun que tarde, poner remedio á este mal, y habiendo dado á Lutero salvo conducto, le hizo llamar á la dieta para que explicase su doctrina con esperanza de reducirle á mejor camino. Presentóse en efecto Lutero á mediados de la primavera de este año, y habló en la dieta con suma arrogancia, profiriendo muchos errores impíos para combatir la autoridad del Sumo Pontífice, de la qual juzgaba que tenia derecho para substraerse: que las indulgencias pontificias no eran mas que una invencion de la curia romana, cuya condescendencia, y la necia credulidad del pueblo, habian causado muchos desórdenes que debian reformarse con remedios fuertes. Seria obra larga referir aquí por menor todas las blasfemias que vomitó de su impura boca. En vano empleó el César todos sus conatos para reducirle de su estravío, y no pudo vencer la obstinacion de este perverso hombre con ruegos, con súplicas ni con terrores. Asi pues, para apartar de la Christiana república el contagio de tan grave mal, mandó por un saludable edicto que fuesen quemados los libros de esta secta condenada por el sumo Pontífice, y que en adelante no volviesen á imprimirse: finalmente mandó que saliese desterrado de su presencia el autor de ellos, herido ya con el rayo del Vaticano, dándole quince dias de término para salir con seguridad de toda la Alemania, prohibiéndole predicar, y amenazándole con mayor castigo si no obedecia, y tambien á los que le diesen favor, auxilio ó consejo en qualquier manera. Esta conducta del César fué aprobada por unos y censurada por otros, segun los diversos afectos é inclinaciones de cada uno, y dió motivo á interpretaciones contrarias á sus rectos fines. Menos mal discurrian los que acusaban la facilidad del César en guardar su palabra á un hombre que si no perecia, destruiria la Religion. Pero al César le pareció una cosa iniqua el sanar las heridas de la Religion con la transgresion de la ley natural, que obliga á cumplir lo prometido, como lo declaró á la hora de su muerte.

Por este tiempo renunció en su hermano Don Fernando el principado de Austria con el título de Archiduque, y le mandó pasar á Linz, donde se celebraron los casamientos ajustados algunos años antes entre el mismo Don Fernando y Doña María, y entre su hermana Doña Ana y Luis hijo de Uladislao

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