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por medio de una solemne embaxada que le enviaron, en que le manifestaban que esperaban con grande impaciencia su venida. Este afectuoso cuydado, que era indicio de su amor y lealtad, le fué sumamente agradable. Aumentada por Ximenez la armada naval con veinte galeras para guardar y conservar las costas de España, parte della peleó prósperamente con los piratas, y habiendo apreзsado cinco galeras de los Mahometanos, y muerto á seiscientos de ellos, fueron conducidas á re! mo al puerto de Alicante. El Papa Leon X luego que tuvo noti, cia de esta victoria escribió al Cardenal dándole el parabien, y animándole á perseguir los enemigos del nombre Christiano. Otras quatro galeras fueron apresadas por Berenguer Olms. Volvieron los Moros á dexarse ver en las costas de Andalucía, pero en lugar de la presa que esperaban, fueron derrotados y muertos muchos de ellos; y de este modo quedó limpio el mar y la tierra de piratas, á costa de la sangre de pocos Christianos. Entretanto acaeció una contienda entre Españoles y Geno+ veses, irritados estos por lo insolencia de Juan Rius, corsarid Catalan, que contra todo derecho y justicia les habia robado algunas naves. Lo que mas les incitó á la venganza fué la soberbia respuesta que les dió el Catalan en el puerto de Cartagena adonde habian entrado, y no sufriendo los Genoveses la contumelia sobre la injuria recibida, comenzaron á disparar la artillería de sus buques, y les correspondieron con denuedo los Españoles trabándose una reñida pelea. En lo mas fuerte de ella, cogiendo Olms un esquife saltó á tierra, y puso en arma á la multitud que ya estaba prevenida para resistir á los Genoveses, pero la noche puso fin al combate con no pequeña pérdida de unos y otros. Indignado gravemente el Cardenal de esta ofensa, y como tan acérrimo defensor de la autoridad Real, ordenó por un edicto que inmediatamente saliesen de España todos los Genoveses, y se seqüestraron sus bienes y efectos, pero despues le revocó la benignidad del Rey habiendo implorado aquellos su clemencia. El corsario Rius, ademas del estrago que padeció su galera, no hubiera evitado la ira del Cardenal. Ramon de Carrós Valenciano, hombre muy valeroso, desbarató los intentos que Homich Barbaroxa tenia de tomar á Bugía, cuya ciudad combatió en vano el Turco con terrible batería de máquinas de guerra, perdiendo allí á Isaac

su hermano,'y'la mano izquierda, bien que reparó esta falta acomodándose en el codo otra de hierro. Mas no hay necesidad de referir aquí lo que ya queda dicho por el Padre Mariana.

En este tiempo las cosas de Nápoles se hallaban tranquilas por la vigilancia y talento de su virey Don Ramon de Cardona, Francia que preparaba las armas no dexaba de causar temor; pero este no pasó adelante; pues habiéndose unido el Papa y el Emperador, fueron arrojados los Franceses de casi todo el ducado de Milan. El César mudado repentinamente de dictá, men se retiró con sus tropas á Alemania sin miramiento algu no á su dignidad ni á la gloria de sus armas; con cuya ligereza de ánimo proporcionó á los Franceses la ocasion de recobrar lo perdido. Entretanto comenzaron á tumultuarse tan obstinadamente los de Palermo, que el gobernador Don. Hugo de Moncada, caballero de San Juan, se escapó de su tribunal y huyó á Mecina, habiendo el pueblo tomado contra él las armas. El pretexto que alegaban para perseguirle era que habia conti, nuado en aquel gobierno despues de la muerte de Don Fernan do que le nombró, y que no habia pedido la confirmacion al Rey su sucesor. Si hemos de dar crédito á Paulo Jovio, las verdaderas causas del odio de los Sicilianos contra Moncada eran sus rapiñas y tiranías en que imitó á Verres. Las cabezas de la sedicion fueron Federico Abatelo y Pedro de Cardona, los condes de Camerino y Colisano, y otros de la primera nobleza. Llamó el Rey á las partes para exâminar la causa de aquella sedicion, y nombró en el ínterin por gobernador de la isla á Hector Piñateli conde de Monteleon.

Arregladas las cosas de Flandes, se puso Don Carlos en mar, cha para España; y de camino visitó las ciudades de aquella provincia. En Bruselas dió el toyson de oro, blason insigne de la casa de los duques de Borgoña, á algunos de los nobles entre los quales Don Juan Manuel fué el primero de los Españoles á quien hizo este honor. A Pedro de Mota, á Alonso Manrique y Adriano Florencio eonfirió los obispados de Badajoz, Córdoba y Tortosa con aprobacion y confirmacion del sumo Pontífice. Pero no apresurándose en el viage á estos rey, nos tanto como deseaban los Españoles, á principios de este año de mil y quinientos y diez y siete envió á España á Cárlos 1517. Laxao varon de gran nobleza entre los Flamencos para que se

asociase á Ximenez y Adriano en el gobierno del reyno. Esta eleccion la solicitaron los grandes para mortificar al cardenal Ximenez, segun entonces se dixo. Pero este que no hacia grande aprecio de Adriano, despreció mucho mas á Laxao como poco experimentado en los usos y costumbres de España. Su+ cedió una vez que los gobernadores Flamencos mandaron qué les traxesen á firmar los despachos Reales expedidos para los negocios públicos; y poniendo sus firmas en el lugar mas preeminente, dexaron en blanco el mas ínfimo para el cardenal, dando en esto á entender que ellos tenian el primer lugar en el mando. Ximenez, que á nadie cedia el puesto, menos preciando la arrogancia de estos hombres, rompió aquellos despachos, y mandando escribir otros los firmó él solo, y de este modo los hizo dirigir á sus destinos. Esto mismo practicó de allí adelante sin que los Flamencos se atreviesen á contradecirle en nada, aunque despues les fué asociado Armastor pho camarero mayor del Rey. Descargó Ximenez gravemente su ira en Don Juan de Velasco, porque habiéndole mandado que entregase Arévalo y otros pueblos á Doña Germana, y rehusando él obedecerle, le estrechó fuertemente no admitiéndole ninguna excusa. Despues de muchos debates inútiles, venció con terribles amenazas la pertinacia de Velasco, que habia creido propio de su honor el defenderse con las armas, y al fin tuvo que dexarlas, y los pueblos que pretendia rete, ner. De una causa nació otra, porque los del pais pusieron demanda para que no se les separase del Real dominio, cuyo pleyto duró hasta la venida del Rey, quien mandó que los pueblos se entregasen á Germana.

Capitulo 1.

Algunas sediciones apaciguadas, y tratado de paz con Francia,

No perdonaba el cardenal fatiga alguna por el bien del estado, y decoro de la magestad Real de que era gran defensor; y asi no cesaba de reprehender á los ministros Flamencos que con su avaricia y ambicion lo corrompian todo. Acudian á ellos en tropas los pretendientes, que no podian conseguir fa

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vor alguno con el cardenal, hombre de carácter mas severo. A todas horas se hacían ventas de los empleos, y se daban los oficios y cargos al que mas ofrecia, sin omitir ningun género de lucro grande ó pequeño. No pudiendo el cardenal ni el consejo sufrir estos desórdenes dirigieron al Rey cartas muy sentidas quexándose de la escandalosa codicia de los palaciegos Flamencos, y amonestándole, seriamente del peligro que corria. Pero el Príncipe estaba enteramente dominado de los Flamencos, que abusaban de tal modo de su crédito y confianza, que todos los avisos y saludables consejos fueron inútiles. Habia en este tiempo muchas causas de iras y discordias con los Mendozas; pero habiéndose reconciliado por intervencion de sus amigos, se desvaneció el peligro que amenazaba este descontento. Encendióse nueva ira contra Giron, porque litigan, do con él Don Gutierre de Quixada por la posesion de Villardefrades cerca de Valladolid, Gutierre procedia por los términos del derecho y justicia, y Giron con la fuerza de las armas. En esta ocasion algunos jóvenes de la nobleza amigos de Giron fueron á buscarle al pueblo en que habitaba para ayudarle en esta demanda, y no hubo cosa que no hiciesen ni dixesen contra el cardenal con insolencia increible. No tardó este mucho tiempo en tomar venganza de tan indigna maldad, pues habiendo enviado á Sarmiento con algunas tropas, se escaparon los amotinados y le dexaron libre el pueblo con tan prudente como noble consejo. La culpa recayó en sus moradores, y el castigo fué poner fuego al lugar. Inmediatamente volaron, al Rey mil calumnias de los que reprobaban la severidad del cardenal en este hecho; pero el Príncipe en su respuestas aprobó todo lo executado, y se aplacó la tempestad. Giron que temia el duro carácter del cardenal, se puso luego en marcha y vino á pedirle perdon de todo lo pasado; y persuadido Ximenez de que era suficiente castigo para un hombre tan poderoso aquel acto de humillacion, como era de genio magnánimo le admitió en su gracia y procuró que el Príncipe le recibiese en la suya. Otro escollo de la pública tranquilidad, fué el duque de Alba con motivo de la disputa suscitada sobre el priorato de los caballeros de San Juan. Pedíanle á un mismo tiempo Don Diego hijo del mismo duque de Alba, y Don Antonio de Zúñiga hermano del duque de Bejar; y como no se encontrase ningun

medio de apaciguar esta discordia, se disponian ya á recurrir á las armas. Don Diego se retiró á Consuegra con gente arinada, á fin de obtener con la fuerza lo que no pudiese por la bondad de la causa. Deseoso Alba de ayudar á su hijo, le en vió prontamente mil infantes con alguna caballería; cuyas tropas fueron desbaratadas en su marcha por Don Fernando dè Andrade á quien el cardenal confió esta empresa, y con esto perdieron los de Alba la esperanza de mantener el pueblo. Finalmente despues de haber experimentado sér vapos sus est fuerzos, por consejo de hombres prudentes fué puesto el priorato en seqüestro, y con esto cesó la guerra. Con la venida del Príncipe se transigió tan molesto pleyto con beneficio de las partes. Increibles son las cosas que hizo y resolvió la in vencible constancia del cardenal, y si no hubiera sido tan grande en unos tiempos tan difíciles, hubiera sucedido tab vez una infinidad de gravísimos males. A la verdad este hombrè solo gobernó tan diestra y prudentemente la república en paz y en guerra, que la entregó al Príncipe libre y bien ordenada. No faltó á su admirable talento el arte de vencer á los enemi gos, ni el de hacer que los ciudadanos se contuviesen: en sus deberes. Lo mas digno de admiracion, y lo que en todos los siglos debe hacerle memorable es, que en medio de tanta muli titud de cuydados dispuso la famosa edicion de la Biblia Com! plutense, como si no tuviese otra cosa á que atender. I

En este tiempo estaba de luto, el reyno de Portugal por la muerte del cardenal Alfonso hijo del Rey Don Manuel; y la tristeza llegó á su colmo con la desgracia de la Reyna Doña María que murió de sobreparto juntamente con el niño recien nacido. Asi perecen las cosas caducas, porque es ley inmutable de la naturaleza que se quiebren los vasos frágiles. Sirvió de algun consuelo la doble victoria ganada por Nuño Fernans dez contra los Xerifes que se habian sublevado, y la extension del imperio Lusitano en Africa. No era tan feliz la suerte de los Castellanos en aquella parte, porque Homich, que con fraude se habia apoderado de Argel, pasando de pirata á ser Rey, despues de haber muerto á Tumin su Monarca legítimo, preparaba sus armas contra los presidios de España. Conmovidos con la noticia los presidarios, avisaron del peligro al cardenal, y le pidieron auxilio, si no queria perder lo ganado.

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