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una espina, siguiendo los surcos ó canales por el formados.

Existen varias enfermedades cutaneas entre los indios. Unas veces su piel se torna áspera y escamosa, acompañada de fuertes comezones: otras veces son manchas rojas, casi negras, y manchas blancas en todo el cuerpo, especialmente en los brazos y manos, en las piernas y en sus pies: éstas enfermedades son hereditarias; y aun tienen modos de comunicarlas y contagiar á otros: estos son llamados overos ó pintados. Esta enfermedad se llama Tsere en tacana y Purupuru en guaraní.

Hemos visto algunos casos de Elefantiasis, llamada de los Arabes ó de las Barbadas pero solo en los pies.

EXPEDICIONES A LAS REGIONES DE MOJOS Y
APOLOBAMBA.

Apenas Don Francisco Pizarro y sus audaces compañeros hubieron puesto término á la conquista del Perú occidental, es decir, aquella parte del Perú comprendida entre el mar pacífico y la cordillera oriental llamada de los Andes, por medio de la conquista de la capital del imperio, el Cuzco; cuando buscaron él y sus infatigables compañeros nuevo campo á su actividad y codicia; buscando y emprendiendo nuevas conquistas; gente que había pasado su vida en la actividad de las campañas, mal podía avenirse con la quietud y el sosiego. Gente turbulenta necesitaba un pabulo á su actividad, vivía necesitada de aventuras y hasta de sufrimientos y privaciones. Pero si fácil les fué conquistar el Imperio de los Incas, no lo fué tanto el de las Regiones tropicales situadas al oriente de los Andes, y conocidas vulgarmente con el nombre "la Montaña" por los impenetrables bosques que cubren su superficie. Allí fueron á estrellarse esos hombres de hierro, contra los obstáculos que les oponía una naturaleza salvage ayudada á veces

por hombres tan salvajes como la misma naturaleza.

Ríos caudalosos y rápidos, torrentes violentos capaces de arrastrar todo cuanto encuentran á su paso; fieras hambrientas; reptiles gigantescos y ponsoñosos; sabandija no menos perjudicial y más molesta que los mismos reptiles; cerros inaccesibles, en los que en cada paso que se dá sc corre un peligroso, ya de desbarrancarse, ya de ser mordido por una serpiente venenosa, ó por una multitud de hormigas igualmente venenosas, cuando uno trata de asirse de alguna planta, para librarse del precipicio; bosques impenetrables, lagunas inmensas, terrenos fangosos; aguaceros torrenciales, inundaciones de extenciones inmensas de terrenos; humedad constante, y como consecuencia fiebres palúdicas que atacan al hombre hajo mil formas; llagas asquerosas y peligrosas: y á todo esto, agrégese la la falta absoluta de alimentos. Pero ni esto fué capaz de contener á hombres tan audaces.

El primero que se animó á penetrar en esas regiones, fué el tan conocido Pedro de Candia. No contento con las inmensas riquezas que había adquirido en la conquista, se propuso conseguirlas aun mayores, y tal véz á menos costo, pero no le sucedió así.

Una india de su servicio le hizo creer en la existencia del fabuloso estado, ó Imperio, como entonces decían, llamado de Ambaya, y no trepidó en marchar en su busca y á su conquista.

Candía según Herrera, Decada VI Lib. IV. Cap. VII. era muy rico y amigo de los Pizarros. Había, además, á la sazón en el Cuzco más de mil y seiscientos soldados, gente inquieta; por lo que Hernando Pizarro concedió gustoso la empreza, teniéndolo á buena dicha, para dividir aquella gente fiera y terrible que le tenía en peligro y cuidado.

Comenzó Candia á prepararse para la jornada: hechó mano de ochenta y cinco mil pesos de oro que tenía, y se endeudó en otros tantos, y con esto puso en pie trescientos soldados bien armados y equipados. Reunida esta gente de á pié y de aca

ballo toda lucida y bien equipada, nombró por capitanes á Francisco de Villagran, Alonso Quiñones, Don Martín Solier y Don Francisco su hermano y á Juan Quixada por Maese de Campo, y á Alonso de Mesa, natural de Canaria, por Capitán de Arcabuceros y Ballesteros. Y porque Hernando Pizarro se iba desembarazando de los Almagros. envió desterrados á esta jornada á algunos de estos, y en particular á Arias de Silva, Gonzalo Pereira, Pedro de Ledesma, Juan Alonso Palomino, Juan Ortíz de Zárate, Don Francisco de León y Francisco Gomez y á otros hombres de cuenta.

Salido Pedro de Candia con su gente de la ciudad del Cuzco, fué hasta el valle de Paqual, distante diez leguas de la ciudad y cinco de las Montañas de los Andes, se detuvo allí mes y medio, completando sus preparativos, hasta que Hernando Pizarro envió á Garcilaso de la Vega, á notificarlo que saliese presto de allí para su conquista, sin detenerse, molestando á las provincias.

Continua su marcha Pedro de Candia, con objeto de pasar al otro lado de la cordillera de los Andes, con dirección á Levante y Mar del Norte, que tiene pot término al norte el río de Opotarí, y al Sur el valle de Cochabamba, que llaman la entrada de Mojos; y finalmente entró por los Andes de Tono. En Opotarí halló un pueblo muy grande de mucha gente: dista dicho Opotarí tres leguas de Tono, y treinta del Cuzco. Prosiguiendo su camino, encontró tantos y tan malos pasos que los caballos se despeñaban y los hombres se herían y maltrataban; pero ellos sin embargo, continuaban avanzando en su marcha.

Tropezando con otras tan grandes dificultades, y teniendo á la vista las temerosas Montañas y Espesuras, donde jamás veían el sol, ni la luz, sinó siempre lluvias y tempestades, se vió Pedro de Candia muy perplejo; y tratando con los Capitanes sobre lo que convendría hacer en lance tan apurado; y les pareció á todos tan peligroso el volver atrás, como el pasar adelante.

Resolvieron pasar adelante, y continuando'

la marcha, llegaron á un paso, el más difícil y peligroso que hasta entonces habían encontrado, por que era una peña viva, cubierta de espesa arboleda, y de los árboles salían Bejucos, tan gruesos, que en ellos se enredaban los caballos. Mientras se hallaban en semejante conflicto, ocurrióseles á algunos cortar estos interminables Bejucos y hacerlos servir de cables y maromas. Así lo hicieron, y subiendo algunos de los más ágiles á la Peña, ataron los Bejucos á los árboles, y después á los cuerpos de los caballos, subiéndolos de este modo, á costa de indecible paciencia y trabajo.

Vencida está tan seria dificultad, llegaron á la tierra de Abisca, que son valles calientes, donde hicieron alto, se proveyeron de víveres; y mientras descansaba la gente, el Capitán Candia envió algunos á descubrir la tierra para proseguir la marcha. Estos volvieron después de algunos días, didiendo "que la espesura crecía, y no podían hallar camino, que no fuese con el mismo trabajo pasado." Aquí crecieron los afanes, por cuanto viéndose metidos en tierra tan áspera, no podían preveer ni calcular el éxito de su empresa, y el fin que á ellos les esperaba. Pero sacando nuevo valor y aliento de los mismos peligros y dificultades, estos hombres extraordinarios caminaron cuatro días y al fin de ellos encontraron indios armados de flechas, canibales y antropófagos, que les dispararon sus flechas. La montaña crecía en asperesa y espesura, y sus brasos estaban quebrantados por el excesivo trabajo abriendo caminos con azadones, machetes y achas, tomando todos igual parte en el trabajo, sin que ninguno se creyese exímido por la cualidad y dignidad de su persona.

Continuaban su camino en medio de la más terrible incertidumbre y aflicción, sin saber pordonde salir ni que rumbo emprender, cuando unos indios que viven en aquella Sierra, aunque escasos en número, se juntaron al rumor de que iban los españoles; y mientras estos estaban ocupados en cegar unos pantanos con ramas para poder proseguir su viaje, los embistieron armados de arcos, fle

chas y rodelas fuertes de cuero de Danta, con que muy bien se defendían de los tajos de las espadas; más para hacerlos retirar con el menor daño posible, les tiraron algunos Arcabuzazos, con lo que los hicieron retirarse, logrando agarrar uno: el que preguntado por el Interprete: "que tierra había por allí, y en cuantos días podrían salir de aquella montaña?" Respondió que: "no había otra cosa que ver sinó las Montañas que tenían adelante y habían pasado"; y preguntándole otras cosas, de su modo de vivir y alimentarse; dijo: "que no nían otra cosa que, pequeñas casas cubiertas con ramas de aquellos árboles, y que sus armas cran aquellos arcos y flechas; y que comían raíces de yucas que sembraban y con aquello vivían contentos, pensando que nunca sus ojos los verían, y por aquellas espesuras había monos y gatos que con las flechas matakan, y algunas Dantas; y que no pasasen adelante, porque iban perdidos." No obstante lo que el indio les dijo, pasaron adelante, caminando cada día una legua, poco más o menos; atormentados por las espinas, y como estas son tan enconosas, se les hinchaban de resultas los pies y piernas; y al pasar los ríos, Ciénegas y Pedregales, era grande el dolor que sentían, y grande la compasión y lástima que causaban. A esto vino á juntarse el hambre, llegando á comer los caballos que se morían.

Los ríos que encontraban ya eran más profundos, y era necesario hecer puentes con palos y bejucos; cegar las ciénegas con ramas, en todo lo cual llegaron á ser diestros. Comenzaron las murmuraciones contra Hernando Pizarro y Pedro de Candia, diciendo del primero, "que intencionalmente los habia puesto en tal empresa, por librarse de ellos," y del segundo; “que sin conocimientos precedentes se había metido en aquella empresa; que le faltaban el valor y la prudencia; y que iba muy decaido de ánimo.

Habiendo consultado con los Capitanes lo que convenía hacer, en lance tan apretado, tanto más, cuanto que ya se hacían sentir los efectos del

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