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que ha de ocupar el timonero, que ha de estar casi siempre en pie; en popa se coloca otro plano ó puente igual y la embarcación queda terminada.

Para emprender viaje se trabaja el camarote en popa y para ello se ponen unos bejucos ó palos flexibles, en los agugeros de las dos tablas laterales de la parte de popa, en forma de arco, de metro y medio de altura más ó menos, y sobre éstos se forma un techo de hojas de motacú, rasgadas en dos mitades y atadas horizontalmente, hasta el borde de la embarcación; el camarote queda abierto con dos salidas arqueadas, hacia popa y proa, pero por la parte de popa es un poco más bajo que por la de proa y termina precisamente donde comienza el pequeño plano ó puente del timonero. Dentro del camarote se forma un plano con charos ó chuchíos, al nivel del borde de la embarcación, donde se sienta el pasajero, y debajo de este plano sobre el fondo de la embarcación, un segundo plano, á una cuarta del casco, sobre el que se colocan varias cosas de servicio. Sobre el resto libre de la embarcación, hacia proa, á la altura de un palmo sobre el casco, y dejando libre delante del camarote el espacio de un metro más ó menos, para arrojar la agua que puede entrar, se hace un pavimento de charos para poner sobre él las cargas, las que de este modo quedan libres de la agua que siempre se reune en el fondo. Por encima se cubren las cargas con cueros de buey, ó con engomados y se deja libre un espacio de unos veinticinco centímetros, entre la carga y los bordes de la embarcación.

Los asientos para los remeros son también de charos, excepto los de los dos de popa, que son una tabla que atraviesa la embarcación en sentido de su anchura y se apoya en ambos bordes, y está unida al mismo camarote; todos los remeros se sientan mirando hacia proa; los remos tienen incluso el mango cerca de dos metros; la parte de la pala tiene unos treinta centímetros de largo por veinte de ancho, aunque los trabajan de diversas formas.

Las embarcaciones que cargan sólo doscien

tas arrobas, se llaman gariteas, y las que llevan más se llaman batclones. Las primeras son tripuladas por seis ú ocho hombres, fuera del timonero; esto se entiende cuando se navega de arribada, pues de bajada basta con menos. El casco de la montería tiene de seis á siete metros; el de la garitea de seis y medio á ocho y del batelón llega hasta catorce. Las embarcaciones se calafatean con la corteza del Bibosi ó del Almendro y se embrean con diversas resinas. El calado de los batelones cargados rara vez llega á una vara. En esta clase de embarcaciones y con este sistema de navegación, no puede usarse el remo de boga, como se navega aguas arriba buscando la menor corriente, chocaría contínuamente el remo con las orillas, arbustos y troncos. Además, el modo de colocar la carga, no deja espacio suficiente para que los tripulantes puedan manejar tales remos; de consiguiente se vén precisados á usar el remo yá descrito y remar á pulso. El asiento de los tripulantes, que es de pedazos de charo, está apoyado en el borde de la embarcación, de una parte, y en la carga, de otra, y para punteros se colocan los más diestros adelante; es su obligación vigilar cuando hay troncos y otra clase de obstáculos adelante que no pueden ser vistos por el capitán ó timonero, y ayudar á éste en el manejo de la embarcación, cuando hay una corriente imprevista, algún tronco, etc.

Ganchear, es decir, echar un palo provisto de un gancho en la punta á los troncos ó ramas de la orilla y tirar de él, cuando se presenta alguna corriente que no puede ser vencida á remo. Son los primeros en saltar á tierra, tomando un cable en las manos, para asegurar la embarcación y facilitar el desembarque de los demás.

Cuando el agua del río choca en alguna barranca, se forma entonces una corriente que es muy difícil vencer y hasta forma rebullos y remolinos que hacen peligrar las embarcaciones y el peligro es tanto mayor, cuanto menor es la embarcación. Otras veces á la grande corriente del río se agregan árboles y ramas llenas de espinas que se internan

hasta cuatro varas dentro del río, poniendo las embarcaciones y tripulantes en grandes apuros. A esto se agrega que en estos lugares más peligrosos, en que se necesita de más tino y esfuerzos, se encuentran nidos de avispas bravísimas que embisten á los tripulantes, poniéndolos en la imposibilidad de atender al remo y al peligro.

Otras veces son palizadas inmensas en las que choca el agua y toma tal violencia, que sólo puede ser vencida a costa de redoblados esfuerzos, existiendo siempre el peligro de que chocando la embarcación en algún tronco, se ladee y fracase. Otras son remolinos, en los que la corriente encontrada por una parte y por otra la agua esponjada hacen fácilmente perder el equilibrio á la embarcación y naufraga. Otras, una corriente extraordinaria que es preciso atravesar y cuya entrada es muy peligrosa, pues sucede que aumentando el volúmen del agua con el choque ó elevándose ésta, llena la embarcación de agua y la vuelca. Otras, son barrancas elevadas, con árboles gigantescos que se desploman en una extensión muy considerable, scpultando embarcación y tripulantes. Otras, son árboles gigantescos que están dentro del agua, con sus ramas afuera, con frecuencia llenas de feroces espinas y es preciso pasar por medio. Otras, se hallan palos atravesados, que es preciso cortar. Otras, son bancos de greda en los que la agua choca con mucha fuerza, y que sólo se pueden pasar tirando con un cable. Hay lugares, especialmente cuando los ríos comienzan á bajar, en que éstos corren por un lecho de fango, con una fuerza que no puede ser vencida á remo, tampoco se puede empujar la embarcación con votador ó vara, por cuanto ésta se entierra en el fango. Tampoco pueden saltar á tierra los tripulantes, para tirar con cable, por cuanto se hunden en el fango, y entonces se necesita de todo ingenio para vencer esos obstáculos, lográndose andar apenas algunas cuadras en el día.

En los viajes de arribada se logra andar de nueve á doce millas, con un trabajo que no baja de diez horas, con una tripulación regular, y en em

barcación de buena forma y condiciones, sucediendo con frecuencia que por la mala tripulación ó por la mala forma de la embarcación, sólo se andan seis millas, con un trabajo de doce horas.

Para almorzar, lo mismo que para dormir, se salta á tierra. Mientras se prepara el almuerzo algunos indios recorren el monte, buscando algo que cazar, consistiendo la caza en monos, mutones, pavas, etc., y cuando se halla alguna anta, venado ó capiguara, es una verdadera fiesta. En otro tiempo era muy abundante la caza en el río Beni, pero con el mucho tragín, ó se acaba ó se ahuyenta. Es agradable viajar de Julio hasta fines de Octubre. Desde mediados de Agosto las tortugas, y después las gaviotas, proveen de abundante comida con sus huevos.

De bajada los viajes son menos penosos, pero en cambio los peligros son más serios y positivos. Como se navega por medio río, buscando la mayor corriente y profundidad, un choque cualquiera es peligroso, en razón de la velocidad que lleva la embarcación, empujada por el agua y por el remo, en cuyo caso puede volcarse ó romperse.

Los salvajes no han usado ni usan más embarcaciones que la balsa, callapu y canoa. Las canoas las trabajan de la cáscara del almendro, del Palo María y de otros árboles. Son ligeras para navegar, y en algunas entran seis personas: no llevan carga. También trabajan canoas de madera, unas veces á fuego, que es lo más frecuente y otras con herramienta de hierro; unas son enteramente groseras y primitivas y otras perfectamente labradas, en forma de lanzadera.

DE LAS DIVERSAS TRIBUS DE INDIOS QUE HAN

HABITADO Y HABITAN EN EL TERRITORIO
DE APOLOBAMBA

Si hubiéramos de atenernos al testimonio de los que han entrado á Apolobamba, desde Pedro

de Candia en 1538 hasta los padres Franciscanos de la Provincia de San Antonio de los Charcas en 1680, inumerables serían las tribus salvajes que existían en dicho territorio y de las que hoy día no quedarían vestigio de ninguna clase.

No será por demás que pasemos en revista, las tribus de que hacen mención los diversos viajeros, averiguando el número, el lugar en que resi dieron su lenguaje, y de consiguiente las tribus á que pertenecieron, de donde es natural deducir sus costumbres, conformación, creencias, etc.

Era costumbre muy general entre los conquistadores españoles dar á un territorio el nombre del capitán que en él dominaba, por ejemplo provincia de Marupa, al territorio en que dominaba un capitán llamado Murupa, cuyo nombre se conserva en el día entre los Tacanas. De aquí provie ne el que cada viajero ó conquistador de un nombre distinto á una misma tribu, de donde se origina la gran dificultad que hoy encontramos para identificarlos y saber á qué agrupación pertenecen, y cuál fué la lengua por ellos hablada. Innumerable es el catálogo de las tribus de que hacen mención, y sin embargo si queremos clasificarlas por el lenguaje, nos sería fácil reducirlas á un corto número, á todas las que han poblado y habitan actualmente en el territorio de Apolobamba.

Los Lecos, cuya lengua es el Lapalapa ó Leco, han ocupado las márgenes de los ríos afluentes del Guanay ó Kaka, en los alrededores de Apolo y no fueron muy numerosos, siendo muy probable que á principios del siglo diez y siete, no llegaban á cuatro mil almas. De sus usos y costumbres, religión, etc., es muy poco lo que se puede decir. Fueron siempre belicosos, y su conquista costó algunas vidas de Jesuitas, Agustinos, Franciscanos y militares. De los Jesuitas y Agustinos ya hemos hecho mención en otro lugar; de los Franciscanos la haremos á su tiempo.

El Padre Tomás Francisco Pérez de la Compañía, en 1684, recorrió con el Maestre de Campo D. Pedro de Valverde, las principales poblaciones

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