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Ello fué, según tradición, después de que un comercio de ideas entre el oficial prisionero y el realista, en el que el nombre de Silvia fué cien veces pronunciado, estableciese entre éllos una estrecha y cariñosa amistad.

Amat y León llegó a profesar un sincero cariño hacia el hombre en quien veía a un soldado valeroso y a un tierno poeta.

Salvar a aquel hombre hubiese sido de todo punto imposible, pues se negaba a firmar la humillante retractación con que otros, colocados en igual predicamento, compraron la vida.

Por otra parte, el implacable Ramírez llevaba calificada en Melgar la personalidad apasionada e idealista que otros represores de movimientos libertarios castigaron en Chenier y Mármol... .

Mariano Melgar, ei poeta de la revolución, debía morir al mismo tiempo que el viejo cacique Pumacahua, su caudillo militar, y tenía determinado un hado cruel que fuese su nuevo amigo el que firmase su sentencia de muerte. . . .

Amat y León, tras vacilaciones mil, firmó aquella sentencia, y firmarla y ser víctima de un desmayo, que fué el preludio de una enfermedad al corazón que no le abandonó mientras vivió, fué una cosa sóla.

¿Quién fué don Manuel de Amat y León, el auditor de guerra de Ramírez, a quien vemos figurar en la forma que dejamos expresada en el drama sombrío de Umachiri?....

El Coronel Don Manuel de Amat y León, natural de Lima, de cuarenta años en 1815, fué hijo natural del virrey Don Manuel de Amat Junient Pianella Aymerich y Santa Pau,

En el pliego de su matrimonio, su madre aparece descrita como Doña Josefa de León.

Pero es el caso que en la cláusula 4.a del testamento deDoña Micaela Villegas, la hermosa criolla, amante del virrey catalán, se menciona a un Manuel Amat, fruto de aquellos

amores.

De consiguiente, cabe preguntar si hubo dos Manueles Amat, el uno Amat y Villegas, y el otro Amat y León, hijo, este último, según una tradición arequipeña, de la señora León, perteneciente a la alta sociedad de Lima.

Lo cierto es que en el año de 1819 María Santos Corrales, la novia ideal de Melgar, de 22 años de edad, casó en Arequipa con el mencionado don Manuel de Amat y León.

En el archivo de la Iglesia de la Compañía de Arequipa hemos descubierto, tras empeñosa búsqueda, el pliego correspondiente a dicho matrimonio.

¡Delicadas inspiraciones del amor al latir en un pecho hidalgo!

Don Manuel de Amat y León, que en dicho documento pudo estampar su condición de teniente coronel y auditor de querra de los reales ejércitos españoles vencedores en Umachiri, prefirió estampar la del todo imaginable, de comerciante de tránsito durante veinte años en la provincia del Co

Los títulos y honores que verdaderamente le pertenecierɔn,hubiesen podido lastimar los recuerdos de una esposa que fué la ideal desposada del poeta soldado sacrificado en Umachiri.

En el pliego matrimonial que acabamos de rememorar, fechado en Arequipa el 13 de Noviembre de 1819, «el pretendiente» declara ser hijo natural de don Manuel de Amat y de doña Josefa León, de cuarenta y cuatro años de edad, natural de Lima de donde falta espacio de veinte años, los cuales ha estado transitando en la provincia del Coliao sin tener residencia firme en ningún lugar de dicha provincia, con destino al comercio y, al presente en esta ciudad durante pocos días», a tiempo que la contrayente declara llamarse María Santos Corrales, de 22 años de edad, de estado soltera, natural y vecina del barrio de la Soledad de esta jurisdicción, hija legítima de don José Corrales y de doña Manuela Salazar, difunta.

El matrimonio se celebró el 24 de Noviembre de dicho año de 1819, según lo acredita la respectiva partida que a continuación copiamos:

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Año del Señor de 1819. Día 24 de Noviembre. Yo don Luís García Iglesias, cura rector de esta santa iglesia Catedral de Arequipa, certifico: que de licencia mía, el P. Fr. Andrés Cárdenas Talavera, teniente de cura de la vice-parroquia de Montserrat, desposó por palabras de presente que hacen verdadero matrimonio, a don Manuel Amat y León, soltero, natural de la ciudad de Lima y al presente en ésta, hijo natural de don Manuel Amat y de doña Josefa León, con doña María Santos Corrales, soltera, natural y vecina de esta ciudad, hija legítima de don José Corrales y de doña Petronila Salazar, en virtud del decreto de su señoría Ilustrísima inserto en el expediente de soltura y libertad que formé, del que no resulta canónico impedimento, y de las proclamas que se leyeron el domingo catorce de Noviembre, jueves 18 y domingo 21; habiéndoles hecho saber lo prevenido en el capítulo IX, título X al 124 de los Sinodales, según consta del dicho expediente que original queda con los de su clase en el archivo de esta iglesia auxiliar de Santiago, siendo testigos del matrimonio don José Corrales y don Bernardo Corrales.

Y para que conste lo firmé.

Fecha ut supra.

LUIS GARCÍA IGLESIAS,

Fruto del matrimonio de María Santos Corrales con D. Manuel Amat y León fueron nueve hijos: Rosa, Moneigunda, Luís, Mariano, Manuela, Jose María, María Ciriaca, María Encarnación, Manuel.

En ocasión de la ida a Arequipa que llevamos mencionada en el encabezamiento del presente artículo, visitamos a una de las hijas sobrevivientes de Silvia, la señora doña María Encarnación Amat y León viuda de Guillén, noble anciana a la que forman corona siete hijos: Zoila, Manuel, María Guillermina, María Rosa, Mercedes, Samuel y Juan Francisco Guillén y Amat.

En una de las cabeceras del salón de su morada, signada con el número 406 de la calle de Mariano Melgar, situada a corta distancia de la casa en que nació el poeta en 1790 (no en 1791, como equivocadamente reza una lápida de mediocre hechura colocada en su fachada) hemos contempla o un retrato de Silvia, reducción al carboncillo de un buen retrato al óleo ejecutado en 1868 por el pintor italiano Barbieri.

Aquella mediocre obra de arte ofrece a nuestra mirada a una anciana de sesenta y más años de edad, vestida con la sencillez semimonacal de las matronas arequipeñas de su época.

Se echa de ver que la edad fué inclemente para con la mujer tan tiernamente amada por Melgar.

Silvia aparece envejecida.

Sus facciones, por un exceso de gordura, indicio de vida sedentaria, distan, por cierto, de las de la linda joven de 1815, crecida en un ambiente de amor y de poesía.

Su frente, antes estrecha que despejada, es de las que denotan honda retención de los recuerdos.

Sobre ella muere un peinado austero: una raya en mitad de ella y, a ambos lados, los cabellos alisados hacia atrás.

Su boca es ancha y bondadosa; su nariz fuerte, su poco aguileña.

La nobleza de aquella fisonomía radica en los ojos: negros, grandes, aterciopelados, profundos.

Anotamos estas impresiones, y desde la torre de un convento vecino llega hasta nosotros, en el recogimiento de la sala de esta casa en que escribimos, en la que moran, al lado de la última y más querida hija de Silvia, tantos y tan sagrados recuerdos, los toques lentos y contados de una campana

Es una como lenta letanía de sonidos graves, austeros, tristes, que dicen de reclusiones, de no olvidados dolores, de ocultas lágrimas, todo ello-joh sarcasmo!-bajo la capa azul de este cielo de Arequipa tan luminoso, tan diáfano, tan invitador a las expansiones, a las luchas, a los goces de la vida que se renueva y que no quiere morir.

Un comienzo de penumbra envuelve, con el hacer caer de la tarde, los objetos que nos rodean y esfuma e idealiza el retrato de Silvia.

Aquéllo trae consigo un como revivir de las cosas que fue

ron....

Los clarines de un batallón resuenan en una calle inmediata y traen a la memoria el paso de los batallones de Pumacahua, en cuyas filas se enroló Melgar; otras campanas se unen a las del vecino convento para despedir con el Angelus la tarde que fenece; en una morada de la vecindad resuena un punteo de vihuela, y a poco andar una voz rompe a cantar los versos tiernamente quejumbrosos de un yaraví de Mel

gar¡....

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