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ferocidad que revistió la guerra de la independencia en Venezuela y Nueva Granada.

El 1.o de Julio de 1816 obtuvo Cerdeña los despachos de capitán, expedidos por el General Morillo y confirmados por Real orden de 20 de Octubre del mismo año, quedando en el mismo cuerpo como comandante de la quinta compañía. La circunstancia de ser este célebre batallón formado casi en su totalidad de venezolanos, no podía menos que causar desconfianzas en los jefes españoles, desde luego injustificadas, sobre su lealtad a la Corona, y así lo comunicó el General Morillo al Ministerio de la Guerra de Madrid en un oficio cuyo duplicado cayó en manos de los patriotas y se publicó en el Correo del Orinoco, nota en que el general español proponía a su gobierno el envío del Numancia al Perú en cambio de uno de los batallones del regimiento de Burgos, que a la sazón se hallaba en este virreinato. Las indicaciones de Morillo hallaron eco favorable en Madrud y el Ministerio expidió una Real orden disponiendo el viaje del Numancia al Perú, orden que fué comunicada al mencionado cuerpo en los últimos meses de 1818. En cumplimiento de esta real disposición, el Numancia salió de Popayán el 4 de Febrero de 1819 al mando de su jefe el Coronel don Ruperto Delgado.

El viaje fué una de esas admirables marchas que realizaron las tropas realistas durante la magna lucha de la independencia de los países sudamericanos y que han causado la admiración del mundo entero. Basta conocer la topografía de esta parte de la América para darse cuenta de la enormidad de la empresa y de la disciplina de esas tropas para no flaquear ante los obstáculos de toda clase que ha aglomerado la Naturaleza. Primero tuvieron que vencer la majestuosa e inaccesible cordillera de Pasto, para descender luego a valles inmensos y aventurarse después en selvas impenetrables, y tener que remontar nuevamente ásperas breñas, cruzar caudalosos ríos y fétidos pantanos, mortificados ya por los calores tropicales, ya por las lluvias diluvianas, ya por hielos casi polares según la estación y la naturaleza del terreno por donde marchaban, y sobre todo por los innumerables bichos y zabandijas propios de esas regiones.

El 3 de Julio acampaba el Numancia en la hacienda de Copacabana y se entregaba a la limpieza del armamento,

renovación del calzado y de los uniformes, y más que nada, al descanso de las tropas, al cabo de una marcha de varios centenares de leguas. Después de haber estado allí tres días el batallón continuó la marcha y el día 6 entró en la capital del virreinato, con tanta alegría de los soldados como de la población.

La atmósfera de desconfianza que se creó sobre la lealtad del Numancia en Nueva Granada encontró eco también acá entre los jefes realistas. Algunos días después de la llegada de ese cuerpo a Lima, varios jefes españoles celebraron una reunión secreta y en ella acordaron aconsejar al virrey el desarme del batallón y su refundición entre los demás cuerpos del Ejército realista; pero sucedió que impuesto el jefe del Numancia, Coronel Delgado, de esta intriga, se dirigió donde el General Pezuela y le dijo que si era cierto que se iba a desarmar el batallón, iba a ser necesario arrancar los fusiles de manos de sus soldados muertos, pues estaba seguro que vivo no lo entregaría ninguno de ellos. Cuando el Coronel Delgado regresó al cuartel después de su entrevista con el virrey, encontró a la tropa formada por compañías en sus cuadras, exigiendo la abrogación de tan infamante medida. El Coronel Delgado y sus oficiales, empleando frases persuasivas, lograron apaciguar la exaltación de los soldados y entonces, el virrey, dándose cuenta de las consecuencias que podría acarrear el desarme del cuerpo, desistió de su propósito; pero eso sí, como en su ámimo había hallado eco el sentimiento de desconfianza de los jefes realistas, puso en práctica otra medida, consistente en diseminar sus unidades, y así envió de guarnición sus compañías a distintas ciudades; a la que mandaba el Capitán Cerdeña le tocó ir a Paita. Allí pasó algún tiempo en medio de una tranquilidad octaviana, hasta que · se le ordenó guarnecer la fragata de guerra Prueba que se alistaba para salir en busca de la barca patriota Rosa comandada por el comodoro Juan Illingwoth, operación que no tuvo resultado porque la nave patriota era más veloz que el pesado barco español y así le fué fácil embarrancar en la playa y salvar la gente que tenía a bordo.

Las noticias que tenía el gobierno de Lima respecto a los preparativos de la expedición libertadora al Perú, obligaron al virrey a adoptar las medidas militares necesarias para afron

tar la situación, y una de estas fué la concentración y el agrupamiento de las fuerzas militares, para lo cual fué necesario recoger las compañias del Numancia de los lugares donde estaban de guarnición y tener el batallón reunido.

Pezuela formó, como se sabe, tres cuerpos de observación, tocándole al Numancia quedar en el establecido en Lima.

En los apuntes sobre el Gran Mariscal Rudecindo Alvarado hemos dado cuenta de la forma cómo el batallón Numancia abandonó la bandera española y se pasó a los independientes el 3 de Diciembre de 1820; sería, pues, superfluo repetir aquí los detalles de aquel famoso suceso y sólo agregaremos que Cerdeña tuvo gran parte en la obra de propaganda patriótica entre los soldados de ese cuerpo y que el General San Martín le premió extendiéndole los despachos de sargento mayor el 13 de Diciembre de 1820.

Incorporado al Ejército libertador, Cerdeña fué nombrado ayudante del General Alvarez de Arenales, el vencedor de Pasco, cuando, por orden del Protector, preparaba su segunda expedición a la Sierra. En el curso de esta campaña, Cerdeña estuvo a punto de perpetrar un atentado contra su jese, anulando, quizás para siempre, su carrera, a causa de las ligerezas de lengua de un oficial, que era nada menos que el hijo de Arenales. Como un tributo de reconocimiento a la grandeza de alma de dos hombres, vamos a narrar en seguida ese interesante episodio de la vida del Mariscal Cerdeña. El Teniente don Florentino Arenales, hijo del General don Juan Antonio Alvarez de Arenales, parece que tenía la mala costumbre de indisponer a los oficiales del ejército de su padre; en la primera campaña de la Sierra ya había tenido Arenales, debido a la mala lengua de su hijo, un serio lance con el impetuoso Lavalle, que Arenales zanjó con la nobleza de alma que le era característica. En la segunda campaña le tocó ser víctima de la lengua viperina del Teniente Arenales al Teniente coronel Cerdeña, dando lugar a una violenta escena entre éste y el general, en que hubo reconvenciones e insultos, a tal grado que Cerdeña tiró de la espada y acometió a su jefe, sin lograr herirlo merced a la oportuna intervención del General Alvarado, quien apartó a los contendores y desarmó a Cerdeña. Pasada la efervescencia del momento, se practicó una indagación, descubriéndose que todo era chismes del mencio

nado oficial. Arenales, después ce satisfacer cumplidamente a Cerdeña, lo llevó a su lado como primer ayudante de campo y fué su amigo más leal, pues lo acompañó hasta que regresó a la Argentina.

Cerdeña fué ascendido a teniente coronel el 11 de Julio de 1822. Era entonces que las fuerzas independientes de mar y tierra estrechaban el sitio del Callao, tocando parte prominente en las operaciones pertinentes hasta la capitulación de la plaza, que tuvo lugar el 21 de Septiembre del indicado año, a la división a que pertenecía Cerdeña. Este siguió desempeñando varias comisiones de importancia y a principios de 1823 se le encomendó el mando del natallón número 6, organizado sobre la base de un cuerpo de cívicos.

Resuelta la expedición del General Santa Cruz a puertos intermedios, uno de los cuerpos designados para formar la división expedicionaria era el Legión Peruana, comandado por el valiente Teniente Coronel don Francisco Jiménez, pero imposibilitado éste a causa de una enfermedad al hígado, se le dió el mando de ese cuerpo a Cerdeña. El 17 de Julio de 1823 desembarcó la división de Santa Cruz en Arica con un efectivo de cerca de 5,000 hombres; puesta en marcha hacia el interior, se formó un cuerpo de vanguardia, compuesto del Legión Peruana, dos compañías de cazadores y un escuadrón de caballería. Pasado el Desaguadero, una parte de la división, al mando de Gamarra, marchó sobre Oruro, mientras Santa Cruz con el resto ocupaba La Paz el 7 de Agosto. Mientras tanto, los jefes realistas se aprestaban a combatir a los independientes; Valdés marchaba al encuentro de los libertadores y el 25 del propio mes ambas fuerzas entraban en contacto en las alturas de Zepita, empeñándose una encarnizada batalla, en la que el Legión Peruana hizo prodigios de valor, con su jefe, el comandante Cerdeña a la cabeza. Allí resultó el bravo militar gravemente herido en una pierna por un fragmento de granada, quedando en el campo por muerto. Fué tan heroica la conducta de Cerdeña en esa acción de armas, que el General Santa Cruz lo ascendió a coronel en el campo de batalla y le confió en propiedad el mando del Legión Peruana, mando que no llegó a ejercer, porque inmovilizado por la gravedad de la herida, fué hecho prisionero por los soldados de Valdés.

La orden general ascendiendo a Cerdeña no puede ser más honrosa para el bravo militar, y dice así:

Atendiendo al mérito y servicios del Coronel graduado comandante del primer batallón de la Legión Peruana don Blas Cerdeña, y particularmente a los que ha contraído en la batalla de Zepita, en que ha sido herido, distinguiéndose como un bravo, he venido en nombrarlo sobre el campo de batalla coronel efectivo del dicho regimiento de la Legión.

Cerdeña permaneció por espacio de seis meses prisionero de los españoles, sin sanar completamente de la herida recibida en Zepita, hasta que fué canjeado con otro jefe realista y entonces volvió a incorporarse al Ejército patriota..

Se hallaba Cerdeña convaleciente en la ciudad de La Paz cuando ocurrió la defección del General don Pedro Antonio de Olañeta, que, a la cabeza de 5,000 hombres, desconoció la autoridad del virrey, y comprendiendo la importancia que para los independientes tendría esta noticia, se puso en marcha, y en sólo quince días realizó la estupenda jornada de La Paz a Pativilca donde tenía establecido Bolívar su cuar tel general.

Aunque el Libertador quiso aprovecharse de los servicios del fogoso Coronel Cerdeña, el estado de salud de éste no le permitía aún las agitaciones de una campaña y así se conformó con nombrarlo intendente de Lambayeque y comandante general de la costa del norte, en cuyo puesto demostró bastante actividad y acierto, proporcionando al ejército abundantes víveres, caballos, dinero, armamento, y, sobre todo, reclutas. Por esta razón no se halló Cerdeña en la batalla de Ayacucho, aunque corriendo el tiempo se le abonó esa campaña en su hoja de servicios (véase Apéndice N.° 1).

Virtualmente la guerra estaba terminada con la capitulación de Ayacucho, pues sólo hacían resistencia el terco Rodil en los castillos del Callao y el rebelde Olañeta en el Alto Perú, sin que ni uno ni otro entrañase peligro para la causa de la independencia ni pudiese dar asidero a la esperanza de una reacción, por lo cual Cerdeña solicitó su retiró, con cédula de invalidez que le fué concedida por Decreto supremo de 23 de Abril de 1825 (Apéndice N.° 2).

Aunque el veterano militar podia haber vivido tranquilo y descansado con su pensión de retiro, su carácter activo de

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