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ra hay mucha mencion en los concilios toledanos, y monedas de los godos se hallan acuñadas con el nombre de Elbora, de oro muy bajo, como son casi todas las de aquel tiempo. A cuál de las dos ciudades se haya de atribuir lo uno y lo otro, no nos pone en cuidado, ni queremos sin argumentos muy claros sentenciar por ninguna de las partes. Antes de buena gana dejarémos á los portugueses la silla obispal de Elbora como su→ fragánea á la de Mérida, segun que se halla por las divisiones de las diócesis que hicieron en España, primero el emperador Constantino Magno y despues el rey Wamba. Ni pretendemos que la ciudad de Ebora en tiempo de los godos no se llamase tambien Elbora, conforme á la libertad con que se mudó el nombre de Talavera, y con la que el tiempo suele trocar los nombres y apellidos de los pueblos y lugares. Puédese dudar cómo se mudaron los nombres antiguos deste pueblo en el que hoy tiene de Talavera; sospecho que Tala en la lengua antigua de España es lo mismo que pueblo, como Talavan, Talarrubia, Talamanca lo dan á entender, y que de Tala y Ebura primero este pueblo se llamó Talebura ó Talabura, y de aquí con pequeña mudanza se forjó el nombre de Talavera.

CAPITULO XIV.

La descripcion de Elbora.

De lo que se ha dicho se entiende claramente que el pueblo de que tratamos, hoy llamado Talavera, muy abundante en todo género de regalos y mantenimientos y de campiña muy apacible, fresca y fértil, antiguamente tuvo muchos apellidos. Ptolemeo le llamó Libora, Tito Libio Ebura, en tiempo de los godos se llamó Elbora, y aun algunos en latin le dan nombre de Talabrica, engañados sin duda por la semejanza que tiene este nombre con el de Talavera. Nos en estos Comen

así, el antiguo de Avila, el de la órden de Santiago, el de Plasencia; y entre nuestros historiadores don Lúcas de Tuy atestigua lo mismo. Dirás que no hay que hacer caso dél por su poca diligencia y juicio. No quiero detenerme en esto; los libros que escribió no dan muestra de ingenio grosero ni de falta de entendimiento. Por lo menos Ptolemeo le da nombre de Libora, y cerca della pone á Ilurbida, que se puede entender estuvo donde al presente una dehesa llamada Lorviga, una legua de Talavera, de la otra parte de Tajo y en frente de do se le junta el rio Alverche, que se derriba de los montes de Avila. Demás desto, Tito Livio en los Carpetanos; que es el reino de Toledo, pone un pueblo, que él llama Ebura, muy notable por la batalla muy memorable que cerca dél Quinto Fulvio Flaco, pretor de la España citerior, dió á los celtiberos, y por la victoria que dellos ganó. En el libro cuarenta de su historia cuenta con la elegancia que suele lo que pasó, con tales particularidades y circunstancias, que todos los que algo entienden y lo consideran atentamente se persuaden concurren en los campos del dicho pueblo que tiene por la parte de poniente. Las palabras no quise poner aquí, para nuestro propósito basta saber que el pueblo de que se trata en Ptolemeo, por la demarcacion y distancia de los lugares, es Libora, y que en tiempo de los romanos en el reino de Toledo estuvo un pueblo llamado Ebura. Que estos nombres se hayan trocado en el de Elbora ¿qué maravilla es? ¿Quién dudará en ello? Quién no sabe la fuerza que el tiempo y la antigüedad tienen en trocar y alterar los nombres y en cuántas maneras se revuelve todo con el tiempo? De lo que en contrario se alega no hay que hacer mucho caso. Cuánta vanidad haya en cosa deste jaez, cuántas sean las invenciones del vulgo, con muchos ejemplos se pudiera mostrar. Demás que Elbora la de los Carpetanos contrapone otros rastros y memorias, no menos en número ni menos claras que destos santos tiene. Lo primero, las casas destos santos, donde hoytarios, como viniere mas á cuento le darémos ora uno, está el hospital de San Juan y Santa Lucía, la plaza de San Esteban, así dicha de un templo desta advocacion que allí estaba, en que se tiene por cierto que san Vicente fué presentado delante el Presidente. Demás desto, á cuatro leguas de Talavera en el Piélago, monte muy empinado entre los montes de Avila, hay una cueva enriscada y espantosa, con la cual todos los pueblos comarcanos tienen grande devocion, por tener por averiguado y firme que los santos, cuando huyeron de Elbora, estuvieron allí escondidos; y en mémoria desto allí junto edificaron un templo y un castillo con nombre de San Vicente, señalado antiguamente por la devocion del lugar y las muchas posesiones que tenia. Todo el monte es muy fresco, un aire templado en verano y puro, asimismo de mucha arboleda. Dícese comunmente que aquel templo fué de los templarios; al presente no quedan sino unos paredones viejos y una abadía, que se cuenta entre las dignidades de Toledo, sin embargo que - el castillo está puesto en la diócesi de Avila. Estas son las razones que militan por la parte de Talavera, largas en palabras; si concluyentes, el lector con sosiego y sin pasion lo juzgue y sentencie. Si nuestro parecer vale algo, así lo creemos. Y así lo dice Dextro el año de Cristo de 300 por estas palabras: S. Christi Martyres Vicentius, Sabina et Christela ejus sorores, qui nati in eborensi oppido Carpetaniae. De los obispos de Elbo

ora otro de estos apellidos; esto se avisa para que ninguno se engañe ni tropicce en la diversidad y diferencia de los nombres. Está asentada esta villa en los confines de los Vectones, de los Carpetanos y de la antigua Lusitania, en llano y en un valle que por aquella parte tiene una legua de anchura, pero mas arriba hácia levante se en ancha mas. Cortánle y bañan muchos rios; el mas principal y que recoge todos los otros el rio Tajo, muy famoso por sus aguas muy suaves y blandas y por las arenas doradas que lleva, con muy ancha y tendida corriente pasa por la parte de mediodía y baña las mismas murallas de Talavera, que son muy antiguas y de muy buena estofa, de ruedo pequeño, pero erizadas y fuertes con diez y siete torres albarranas puestas á trechos á manera de baluartes muy fuertes. Las torres menores y cubos son en mayor número con su barbacana, que cerca el muro mas alto por todas partes. En fin, ningunas de las murallas antiguas de España se igualan con estas. Dúdase en que tiempo se levantaron. Comunmente se tiene por obra de los romanos, y así da muestra lo mas antiguo de las murallas, con que no hacen trabazon las torres albarranas; otros las tienen por mas modernas á causa que por la mayor parte son de mampostería, y algunas letras romanas que se ven en ellas están puestas sin órden ni traza. Por tanto es forzoso confesar que es obra de los godos ó de los mo◄

dueblo de los montes de Toledo, santa Quiteria, donde dicen que el rey Wamba edificó un templo en su nombre. Fuera destos otros muchos, cuyos nombres y martirios, si por menudo se hobiesen de contar, no haIlariamos fin ni suelo. Tampoco se puede averiguar dónde estén los sagrados cuerpos de todos estos santos, dado que de algunos se tenga noticia bastante. Las diversas opiniones que hay en esta parte escurecen la verdad, que procedieron, á lo que sospecho, de que las sagradas reliquias de algunos santos se repartieron en muchas partes, y con el tiempo cada cual de los lugares que entraron en el repartimiento pensaron que tenia el cuerpo todo; engaño que ha en parte diminuido la devocion para con algunos santuarios. Eusebio refiere que vió por este tiempo á las bestias fieras, ni por hambre ni de otra manera, poder irritarlas para que acometiesen á los mártires; y que la ocasion para que se levantase tan brava tempestad fué la corrupcion de la disciplina eclesiástica relajada. Tambien es cosa cierta que destas olas y destos principios se despertó en Africa la herejía de Donato. Fué así que Donato, númida ó alarbe de nacion, ayudado de una mujer llamada Lucilla, que vivia en Africa y era española y muy rica, acusó falsamente á Ceciliano, obispo de Cartago, que entregara á los gentiles los libros sagrados, delito muy grave, si fuera verdad. En esta acusacion pasó tan adelante, que no paró hasta hacelle deponer de su dignidad. Del mismo delito acusaron en España al gran Osio, obispo de Córdoba. En lugar de Ceciliano fué primero puesto Mayorino, despues otró Donato, hereje y natural de Cartago. Grandes fueron estas revueltas, y que se continuaron por muchos años, como se irá notando adelante en sus lugares.

ros en el tiempo que fueron señores de España; y dado que algunos las atribuyen á los godos, parece que dan muestra de edificio mas nuevo si se cotejan aquellas murallas, mayormente las dichas torres, con la parte de los muros de Toledo que edificó el rey Wamba. Esto testifica el moro Rasis, que levantaron los moros aquella fuerza á propósito de impedir las correrías que hacian los cristianos por aquella parte el año de los árabes 325, que concurrió con el 937 del nacimiento de Cristo. Sus palabras son estas: «En tierra de Toledo, que es de las mas anchas de España, hay muchos pueblos y castillos, entre los cuales castillos es uno Talavera, que edificaron los griegos sobre el rio Tajo, y despues ha sido fuerte y frontera, segun que las cosas de los moros y cristianos variaban. El muro es alto y fuerte, las torres empinadas. El año de los moros de 325 el Miramamolin, hijo de Mahomad, cortado el pueblo en dos partes, mandó edificar un castillo do estuviesen los capitanes.» Este castillo entendemos es todo aquel circuito de la muralla sobredicha; y dado que parezca grande, en Italia y en Francia hay otros no mucho menores; porque el alcázar menor que está dentro destos muros á la parte del rio, de obra mas grosera y que por la mayor parte está arruinado, se edificó adelante en tiempo de don Alouso el Emperador, como consta de una escritura que tiene el monasterio de monjas de San Clemente de Toledo, en que se les hace recompensa por ciertas casas que para el sitio de aquel alcázar les tomaron. Desde este alcázar sale y se continúa otro muro menos fuerte, ca por la mayor parte es de tapiería y con grandes vueltas abraza el primer muro casi todo, si no es por do le baña el rio Tajo. Con este está pegado otro tercer muro, que ciñe un grande arrabal por la parte de poniente con un arroyo, por nombre la Portiña, que le divide de los demás del pueblo, arroyo que suele á las veces hincharse con las lluvias y grandes avenidas y salir de madre. Este muro se debió edificar de priesa en algun aprieto, pues con ser el mas moderno, está caido de manera, que quedan pocos rastros dél. Dentro deste muro habitan los labradores, dentro del segundo los oficiales, mercaderes y la mayor parte de la gente mas granada; y la plaza y mercado lleno de toda suerte de regalos y abundancia. Dentro del muro menor y mas fuerte viven los caballeros, que son en mayor número y de mas renta que en otro cualquiera pueblo de su tamaño. Los demás vecinos tienen pobre pasada, por ser enemigos del trabajo y de los negocios y no quererse aprovechar del suelo fértil que tienen. En aquella parte está una iglesia colegial de canónigos, y con ella pegado un monasterio de jerónimos, edificio de don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, á propósito de recoger en él los canónigos para que viviesen regularmente. Pero como esto no tuviese efecto por la contradiccion de la clerecía y del pueblo, llamó y puso monjes de san Jerónimo en aquella parte, á los cuales dió grandes heredamientos y renta. Otras cosas hay en este pueblo dignas de consideracion que se dejan por brevedad. Volvamos al cuento de los sagrados mártires. En esta persecucion padecieron, Lisbona los mártires y hermanos Verisimo, Máximo y Julia; en Braga san Victor, en Córdoba san Zoylo con otros diez y nueve, cerca de Búrgos las santas Centolla y Elena, en Sigüenza santa Liberata, en Melgeriza,

en

CAPITULO XV.

De los emperadores Constancio y Galerio.

Cansado Diocleciano del gobierno y perdida la esperanza de salir con lo que tanto deseaba, que era deshacer el nombre y religion de los cristianos, á cabo de veinte años que tenia y gobernaba el imperio, le renunció en Milan y se redujo á vida de particular. Lo mismo á su persuasion hizo su compañero Maximiano en Nicomedia do estaba, que fué uno de los raros ejemplos que en el mundo se han visto. Con esto quedaron por emperadores y señores de todo Constancio y Galerio el año de Cristo de 304. Constancio se encargó de la Gallia, Bretaña y España; príncipe de singular modestia, tanto, que á su mesa se servia de bajilla de barso. Fué otrosí muy amigo de cristianos, de que dió muestras harto notables. Galerio quedó con las demás provincias del imperio. Este, para mas asegurarse, nombró por Césares á Severo y Maximino, sobrinos suyos, hijos de una su hermana. A Maximino encargó lo de levante, á Severo lo de Italia y lo de Africa, y él se quedó con la Esclavonia y la Grecia. Atajó la muerte los pasos á Constancio, que falleció en Eboraco, ciudad de la Bretaña ó Ingalaterra, el año de Cristo de 306. Imperó un año, diez meses y ocho dias. Dichoso por el bijo y sucesor que dejó, que fué el gran Constantino, fuera del cual de Teodora, su segunda mujer, antenada de Maximiano, dejó á Constancia y á Annibaliano, padre de Dalmacio, césar, y á otro Constantino, cuyos

hijos fueron Gallo y Juliano, que asimismo fueron césares, como se verá adelante. Vivió por este tiempo Prudencio, obispo de Tarazona, natural de Armencia, pueblo de Vizcaya, que fué antiguamente obispal, y al presente le vemos reducido á caserías despues que una 831 iglesia colegial de canónigos que allí quedaba, por bula del papa Alejandro VI, se trasladó á la ciudad de Victonoble Saria. Fué otrosí deste tiempo Rufo Festo Avieno, , escritor de las cosas y historia de Roma, y aun poeta a señalado; así lo dice Crinito. El año siguiente despues dea que el emperador Constancio murió, Majencio, hijo de Maximiano, se apoderó de Roma y se llamó emperador. Acudió contra él Severo, pero fué roto por el tirano y muerto en una batalla que se dieron, Maximiano, sabido lo que pasaba, vino á Roma, sea con intento de ayudará su hijo, sea con deseo de recobrar el imperio que habia dejado. No hay lealtal ni respeto entre los que pretenden mandar. Echóle su bijo de Roma; acudió al amparo de su yerno el emperador Constantino, que residia en Francia; pero como se entendiese que sin respecto del deudo y del hospedaje trataba de dar la muerte al que le recibió en su casa y trató con todo regalo, acordó Constantino de ganar por la mano y hacerle matar en Marsella do estaba. Galerio, nombrado que hobo en lugar de Severo á Licinio por césar, él mismo pasó en Italia con deseo y intento de deshacer al tirano. Mas por miedo que el ejército no se le amolinase, sin hacer cosa alguna dió la vuelta á Esclavonia. Allí comenzó á emplear su rabía contra los cristianos. Atajó la muerte sus trazas, que le avino por ocasion de una postema y llaga que se le hizo en una ingle cinco años enteros despues que tomó el imperio en compañía de Constancio. Era á la sazon pontífice de Roma Melquiades, el cual en una epístola que enderezó á Marino, Leoncio, Benedicto y á los demás obispos de España les amonesta que con el ejemplo de la vida, que es un atajo muy corto y muy llano para hacerse obedecer, gobiernen á sus súbditos; que entre los santos apóstoles, dado que fueron iguales en la eleccion, hobo diferencia en el poder que tuvo san Pedro sobre los demás; trata otrosí del sacramento de la Confirmacion; tiene por data los cónsules Rubio y Volusiano, que lo fueron el año de nuestra salvacion de 314.

CAPITULO XVI.

Del emperador Constantino Magno.

Cansados los romanos de la tiranía de Majencio, de su soltura y desórdenes, y desconfiados de los césares Maximino y Licinio, acordaron llamar en su ayuda al emperador Constantino, que á la sazon residia en la Gallia. Acudió él sin dilacion á tan justa demanda; marchó con sus gentes la vuelta de Milan. En aquella ciudad, para asegurarse de Licinio, le casó con su hermana Constancia. Hecho esto, pasó adelante en su camino y en busca del tirano. Llegaba cerca de Roma cuando con el cuidado que le aquejaba mucho por la dificultad de aquella empresa, un dia sereno y claro vió en el cielo la señal de la cruz con esta letra :

EN ESTA SEÑAL VENCERÁS.

Fué grande el ánimo que cobró con este milagro. Mandó que el estandarte real, que llamaban lábaro, y los

soldados le adoraban cada dia, se hiciese en forma de cruz. Desta ocasion y principio, como algunos sospechan, vino la costumbre de los españoles, que escriben el santo nombre de Cristo con X y con P griega, que era la misma forma del lábaro. Compruébase esto por una piedra que en Oreto, cerca de Almagro, se haIló de tiempo del emperador Valentiniano el Segundo, donde se ve manifiestamente cómo el nombre de Cristo se escribia con aquellas letras y abreviatura. Pasó pues Constantino adelante, y por virtud de la cruz, junto á Puente Molle, á vista de Roma, venció á su contrario en batalla, ca en cierta puente que sobre el rio Tibre tenia hecha de barcas, á la retirada cayó en el rio y se ahogó. Con tanto, la ciudad de Roma quedó libre de aquella tiranía tan pesada, y en ella entró Constantino en triunfo por la parte donde hoy está un arco, el mas bermoso que hay en Roma, levantado en memoria desta victoria. Juntamente se aplacó la carnicería cruel que por mandado de Majencio se hacia en los cristianos. Entre los demás, las santas Dorotea y Sofronia, por guardar su castidad y no consentir con la voluntad del tirano, la primera fué degollada, la segunda, por divina inspiracion se mató á sí misma; ejemplo singular que en tiempo de Diocleciano siguió otra mujer antioquena, que por la misma causa con no menor fortaleza al pasar de una puente se echó con dos hijas suyas en el rio que por debajo pasaba. En el mismo tiempo Maximino en las partes de levante derramaba mucha sangre de cristianos en la persecucion en que fué muerta Caterina, vírgen alejandrina, y con ella Porfirio, general de la caballería, y san Pedro, obispo de aquella ciudad. Era ran grande el deseo que Maximino tenia de deshacer el nombre cristiano, que por todo el imperio mandó enseñasen en las escuelas á leer á los niños y les hiciesen aprender de memoria cierto libro en que estaba puesto lo que pasó entre Pilato y Cristo, lleno todo de mentiras y falsedad, á propósito de hacer odioso aquel santo.nombre. Verdad es que poco antes de su inuerte revocó todos estos edictos, no tanto de su voluntad como por miedo de Constantino, cuyo poder de cada dia se adelanlaba mas, y asimismo de Licinio, que poco antes le venciera en cierta batalla. Falleció pues este Emperador; Licinio, mudado, el propósito que antes tenia, comenzó á declararse contra la religion cristiana. Tomó la mano Constantino. Vinieron á batalla en Hungría primero, y despues en Bitinia; en-. trambas veces fué vencido Licinio, y en la primera, á ruegos de su mujer Constancia, no solo le perdonó, sino que le conservó en la autoridad que tenia; mas la segunda vez que le venció, por la misma causa de su hermana le dejó la vida, pero redújole á estado de hombre particular; y sin embargo, porque trataba de rebelarse, el tiempo adelante se la hizo quitar. Fué de juicio tan extravagante, que decia que las letras eran veneno público; y no era maravilla, pues las ignoraba de tal suerte, que aun no sabia firmar su nombre. En la persecucion que levantó contra la Iglesia, entre otros, padecieron en Sebastia los santos cuarenta mártires, muy conocidos por su valor y por una homilía que hizo san Basilio en su festividad. Por esta manera los movimientos, así bien los de dentro como los de fuera del imperio, se sosegaron, y todo el mundo se redujo á una cabeza, tan favorable á nuestras cosas, que la re

ligion cristiana de cada dia florecia mas y se adelantaba. Bautizóse el emperador Constantino en Roma juntamente con su hijo Crispo, y por virtud del santo bautismo fué librado de la lepra que padecia, segun que muy graves autores testifican lo uno y lo otro. En particular de haberse Constantino bautizado en Roma da muestra un hermoso baptisterio que está en San Juan de Letran, de obra muy prima, adornado y rodeado de columnas de pórfido asaz grandes. Luego que se bautizó, comenzó con mayor fervor á ennoblecer la religion que tomara, edificar templos por todas partes, hacer leyes muy santas, convidar á todos para que siguiesen su ejemplo. Grande fué el aumento que con estas cosas recebia la Iglesia cristiana; pero esta luz poco despues se añubló en gran parte con una porfia muy fuera de sazon, con que Arrio, presbítero alejandrino, pretendia persuadir que el Hijo de Dios, el Verbo eterno no era igual á su Padre. Este fué el principio y la cabeza de la herejía y secta muy famosa de los arrianos. Tuvo Arrio por maestro, aunque no en este disparate, al santo mártir Luciano,

Y fué condiscípulo de los dos Eusebios, nicomediense y cesariense, sus grandes allegados y defensores. La ocasion principal de despeñarse fué la ambicion, mal casi incurable, y sentir mucho que despues de la muerte de san Pedro, obispo de Alejandría, pusiesen en su lugar á Alejandro sin hacer caso dél. Deste principio casi por todo el mundo se dividieron los cristianos en dos parcialidades, y con la discordia parecia estaba todo á punto de perderse ; ca la nueva opinion agradaba á muchos varones claros por erudicion, así obispos como particulares, que no daban orejas ni recebian las amonestaciones de los que mejor sentian. Estas diferencias pusieron en grande cuidado al Emperador, como era razon. Acordó para concertar aquellos debates enviar á Alejandría á Osio, obispo de Córdoba, varon de los mas señalados en letras, prudencia y autoridad de aquellos tiempos, y aun en el Código de Teodosio hay una ley de Constantino enderezada á Osio sobre estas diferencias. Trató él con mucha diligencia lo que le era encomendado, y para componer aquellas alteraciones se dice fué el primero que inventó los nombres de ousia, que quiere decir esencia, y de hipostasis, que quiere decir supuesto ó persona. No bastó ningun medio para doblegar al pérfido Arrio, por donde fué echado de Alejandría y condenado al destierro, en que brevemente falleció. Quedó otro de su mismo nombre como heredero de su impiedad y cabeza de aquella secta malvada. Cundia el mal de cada dia mas, por donde se resolvió el Emperador de acudir al postrer remedio, que era juntar un concilio general. Señaló el Emperador para tener el concilio á Nicea, ciudad de Bitinia; y por su mandado concurrieron trecientos y diez y ocho obispos de todas las partes del mundo, dado que en este número no todos concuerdan. Acudieron asimismo el segundo Arrio y sus secuaces para dar razon de sí. Todos estos y sus errores fueron por el Concilio reprobados. Depusieron otrosí de su obispado á Melecio, porque con demasiado celo reprehendia la facilidad de que Pedro, obispo de Alejandría, usaba en reconciliar y recebir á penitencia á los que se habian apartado de la fe; y con este su celo tenia alteradas las iglesias de Egipto y puesta division entre los cristianos. Andaban grandes diferencias sobre el dia en que se debia celebrar la Pascua de Resur

reccion; dióse en esto el órden conveniente y traza que se guardase en todo el mundo. Estaba en el oriente reJajada la disciplina eclesiástica, en particular acerca de la castidad de las personas eclesiásticas. Era dificultoso reducillas á lo que antiguamente se guardaba. Por esta causa los padres, conforme al consejo de Pafnucio, vinieron en permitirles que no dejasen á sus mujeres. Demás desto, se mandó, so pena de muerte, que ninguno tuviese los libros de Arrio, sino que todos los quemasen. Hay quien diga que la manera de contar por indicciones se inventó en este Concilio, y que se tomó principio del año que se contaba 313 de nuestra salvacion, á causa que en aquel año fué al emperador Constantino mostrada en el cielo la señal de la cruz. Hallóse presente en este Concilio el gran Osio, quien dicen que tambien presidió en él en lugar de Silvestro, papa, y en compañía de los presbíteros Vito y Vincencio, que para este efecto fueron desde Roma enviados. Al mismo tiempo que esto pasaba en el Oriente ó poco despues, en España se celebró el concilio Illiberritano, asi dicho de la ciudad de Iliberris, que estuvo en otro tiempo asentada en aquella parte de la Bética donde hoy está Granada, como se entiende por una puerta de aquella ciudad, que se llama la puerta de Elvira, y un recuesto por allí cerca del mismo nombre; porque los que sienten que este Concilio se juntó á las haldas de los Pirineos en Colibre, pueblo que antiguamente se llamó Eliberis, no van atinados, como se entiende por los nombres destas ciudades, que todavía son diferentes, y porque ningun obispo de la Gallia y de las ciudades a la tal ciudad comarcanas de España se halló en aquel Concilio. Solo se nombran los prelados que caian cerca del Andalucía, fuera de Valerio, obispo de Zaragoza, que firma en el sexto lugar, y en el seteno Melancio, obispo de Toledo. Es este Concilio uno de los mas antiguos, y en que se contienen cosas muy notables. Lo primero se hace mencion de vírgenes consagradas á Dios. Dispensan en los ayunos de los meses julio y agosto: costumbre recebida en Francia, pero no en España, en que por los grandes calores parecia mas necesaria. Vedan á las mujeres casadas escribir ó recebir cartas sin que sus maridos lo sepan. Mandan no se pinten imágenes en las paredes de los templos, y esto á causa que no quedasen feas cuando se descostrase la pared. Hay tambien en este Concilio mencion de metropolitanos, que antes se llamaban obispos de la primera silla. Ultimamente, segun que algunos se persuaden, en este Concilio y por mandado de Constantino se señalaron los aledaños á cada uno de los obispados, y por metropolitanos á los prelados de Toledo, Tarragona, Braga, Mérida y Sevilla. Pero desto no hay bastante certidumbre, y sin embargo, la division de las diócesis que dicen hizo el emperador Constantino, se pondrá en otro lugar mas á propósito por las mismas palabras del moro Rasis, historiador antiguo y grave. Lo mas cierto es que en tiempo del rey Wamba y por su mandado se hizo la distribucion de los arzobispados, y á cada uno señalaron sus obispos sufragáneos. Fuera de todo esto, es cosa averiguada que, como en las demás provincias, así bien en España se trocó grandemente la manera de gobierno. Fué así, que Constantino en la Tracia reedificó á Bizancio, ciudad que los años pasados destruyó el emperador Septimio Severo, como queda en su lugar apuntado. Llamóla de su nombre Cons

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tantinopla, y para mas autorizarla, trasladó á ella la silla del imperio romano, yerro gravísimo, como con el tiempo se entendió claramente; que con la abundancia de los regalos y conforme á la calidad de aquel cielo y aires los emperadores adelante se afeminaron, y se enflaqueció el vigor belicoso de los romanos, y al fin se vinieron á perder. Para excusarlos excesivos gastos que se hacian y aliviar las inmensas cargas de los vasallos, reformó quince legiones, que tenian repartidas por las riberas del Rin y del Danubio, para enfrenar las entradas de aquellas gentes bárbaras y fieras. Junto con esto, en lugar de un prefecto del Pretorio, hizo que de allí adelante hobiese cuatro con suprema autoridad y mando en guerra y en paz. A los dos encargó las provincias de levante; los otros dos gobernaban las del poniente de tal manera, que lo de Italia estaba á cargo del uno ; elotro gobernaba la Gallia y la España, pero de tal forma, que él hacia su residencia en la Gallia, y en España tenia puesto un vicario suyo. Todos los que tenian pleitos podian de los presidentes y gobernadores de provincias hacer recurso y apelar á los prefectos. Demás destos, habia condes, que tenian autoridad sobre los soldados; maestro de escuela, á cuyo cargo estaba la provision de los mantenimientos, sin otros nombres de oficios y magistrados que se introdujeron de nuevo y no se refieren en este lugar. Basta avisar que la forma del gobierno se trocó en grande manera. Concluidas pues estas y otras muchas cosas, falleció el gran emperador Constantino el año de nuestra salvacion de 337. Gobernó la república por espacio de treinta años, nueve meses y veinte y siete dias. Tuvo dos mujeres; la primera sellamó Minervina, madre que fué de Crispo, al cual y á Fausta, su segunda mujer, que fué hija del emperador Maximiano, dió la muerte; al hijo, porque le achacó su madrastra que intentó de forzalla; á ella, porque se descubrió que aquella acusacion y calumnia fué falsa. Estas dos muertes dieron ocasion á muchos para reprehender y calumniar la vida y costumbres de este grau monarca. Demás que entre los cristianos se tuvo por entendido que por haber al fin de su vida favorecido á Arrio y perseguido al gran Atanasio, se apartó de la fe católica, tanto, que no falta quien diga que en lo postrero de su edad se dejó bautizar en Nicomedia por Eusebio, obispo de aquella ciudad, gran favorecedor de los arrianos, y que dilató tanto tiempo el bautizarse por deseo que tenia, á ejemplo de Cristo, de hacello en el rio Jordan; todo lo cual es falso, y la verdad que la semejanza de los nombres Constancio y Constantino engañó á muchos para que atribuyesen al padre lo que sucedió al hijo el emperador Constancio; principalmente hizo errar á muchos el testimonio de Eusebio, cesariense, porque, con deseo de ennoblecer la secta de Arrio con estas fábulas, dió ocasion á los demás de engañarse. En fin, por esta causa la Iglesia latina nunca ha querido poner á Constantino en el número de los santos ni hacelle fiesta, como sus grandes virtudes y méritos lo pedian, y aun el ejemplo de la Iglesia griega convidaba á ello, que le tiene puesto en su calendario á 20 dias del mes de abril y su imágen en los altares.

CAPITULO XVII.

De los hijos del gran Constantino.

Dejó Constantino de Fausta, su segunda mujer, tres hijos, es á saber, Constantino, Constancio y Constante; á todos tres en su vida nombró en diversos tiempos por césares, y á la muerte repartió entre los mismos el imperio en esta manera. A Constantino, que era el mayor, encargó lo de poniente pasadas las Alpes; lo de levante á Constancio, el hijo mediano; al mas pequeño, que era Constante, mandó las provincias de Italia, de Africa y de la Esclavonia. Así lo dejó dispuesto en su testamento y postrimera voluntad. Señaló otrosí por césar en el oriente á Dalmacio, primo hermano de los emperadores, pero en breve en cierto alboroto de soldados le hizo matar Constancio dentro del primer año de su imperio. Parecia mas altivo de lo que era razon, y al fin perro muerto no muerde. Constantino, el mayor de los tres hermanos, el tercer año despues de la muerte de su padre, fué muerto cerca de Aquileya por engaño de sus enemigos, hasta do llegó en busca de Constante, su hermano, con intento de despojarle del imperio por pretender que todo era suyo y que en la particion de las provincias le hicieron agravio. Hay quien diga que Constantino siguió la parte de Arrio; pero hace en contrario que á su persuasion, principalmente Constancio, su hermano, alzó á Atanasio el destierro á que le tenia condenado y enviado á la Gallia su padre. Verdad es que poco adelante, por la muerte del emperador Constantino y por miedo de Constancio, de nuevo se ausentó de su iglesia. Pero el concilio Sardicense y el papa Julio I y el emperador Constante hicieron tanto, que Atanasio fué restituido á Alejandría, y Paulo á su iglesia de Constantinopla, de donde por la misma causa andaba desterrado. Muchos prelados de España se hallaron en aquel concilio Sardicense; y el principal de todos Osio, obispo de Córdoba, y con él Aniano, castulonense, Costo, cesaragustano, Domicio, pacense ó de Beja, Florentino, emeritense, Pretextato, barcinonense. Grande ayuda era para los católicos el emperador Coustante, y grande falta les hizo con su muerte, que le avino yendo á España en la ciudad de Elna, que está en el condado de Ruisellon. Dióle la muerte Magnencio, que estaba alzado con la Gallia y con la España. Determinó Constancio de vengar la muerte de su hermano; señaló antes del partir por césar en el Oriente á Gallo, su primo. Marchaban los unos y los otros con intento de venir á las manos; juntáronse en Esclavonia, vinieron á batalla cerca de la ciudad de Murcio, que fué muy porfiada y dudosa, ca murieron de los enemigos veinte y cuatro mil hombres, y de los de Constancio treinta mil; y sin embargo, ganó la jornada, si bien las fuerzas del imperio con esta carnicería quedaron muy flacas. El tirano, perdida la batalla, se luyó á Leon de Francia. Allí él y Decencio, su hermano, que habia nombrado por césar, por no tener esperanza de defenderse, se mataron con sus manos. Con esta victoria todas las provincias del imperio se redujeron á la obediencia de un monarca á la sazon que en Sirmio, ciudad de la Esclavonia, se celebró un Concilio contra Fotino, obispo de aquella ciudad, que negaba la divinidad de Cristo, bijo de Dios. En este Concilio se escribieron dos confesiones de la fe; en ambas, con intento de sosegar las diferen

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